domingo, 3 de diciembre de 2023

ATILA "El azote de Europa" -1-

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Autor: Tassilon-Stavros 

 

 

 

 

 

 

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 ATILA: "EL AZOTE DE EUROPA"

 

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470 d. C. retrato de Atila, dibujado por Santa Marina.

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Diecisiete años antes de la muerte de la Emperatriz Élia  Gala Placidia {Aelia Gala Placidia, nacida en Constantinopla, entre 388 y 393-fallecida en Roma, 27 de noviembre de 450}, {hija del emperador romano Teodosio I y de su segunda esposa Gala}, reina de Oriente y Occidente y esposa del rey visigodo Ataúlfo {¿372?-415, año en el que fue asesinado}, precisamente en el 433, el mongol Rugila, Rua o Ruga {¿?-434} fue elegido rey del pueblo conocido por los hunos, en su país de origen: Mongolia,  primeramente junto a su hermano Octar, y luego como monarca único a la muerte de aquél. Otro de sus hermanos, Mundzuk fue el padre de Bleda y Atila, que había conducido las hordas hunas hasta el corazón de la Panonia (Hungría), y desapareció pronto de las crónicas históricas. Se sentaron entonces en el trono sus dos sobrinos Bleda {390-445} y Atila -más tarde apodado también el "Azote de Dios"-{nacido en las llanuras danubianas el año 395 d.C.-Fallecido en el Valle de Tisza, Hungría, el año 453 d.C. a la edad de 58 años}


Esta división del poder entre los hunos no era una excepción, sino el retorno a la vieja costumbre de aquel pueblo ecuestre y arrabundo, en cuyas tradiciones los primeros reyes, Basi y Kursik, ya aparecen aparejados en el trono. El mismo Rua había reinado al principio con su hermano Oktar y únicamente después de la muerte de éste pudo concentrar en sus manos el mando. Tal vez fuera la razón de haber logrado imponer a sus hordas un alto tan prolongado y tan contrario a su vocación, allí a orillas del río Danubio. El trono compartido había sido siempre la causa de una debilidad y de una completa anarquía, ya que ello originaba por lo general enfrentamientos, rencores y finalmente hasta asesinatos fratricidas. Los hunos eran aún un pueblo nómada. Pero desde que habían atravesado el Volga unos sesenta años antes, su marcha se había hecho algo más lenta, por dos motivos: ante todo, porque por primera vez habían entrado en contacto con el limes (frontera romana) del Imperio, con sus fortificaciones y sus barreras, aunque un tanto deterioradas, y después, porque la masa de los hunos había arrastrado en su avance los restos de los pueblos germanos sometidos y que entonces constituían el grueso de su ejército. Los germanos, los sciros, los rugios, los gépidos y los godos eran más numerosos que los mismos hunos, y sólo en parte compartían su instinto nómada.  Tenían ya algunas nociones de agricultura y preferían la casa o al menos la cabaña, a la tienda o a la grupa del caballo. Un escritor griego, Prisco {Panium-Tracia 410-471-Autor de la Historia Bizantina en ocho libros-} que formó parte de una embajada de Constantinopla, nos proporciona un retrato de los hunos bastante distinto del que nos ha dejado otro historiador romano del siglo IV a la vez que militar: Amiano Marcelino {Ammianus Marcellinus- nacido en Antioquía, en el 325- Fallecido en Roma en el 400} autor de una monumental obra histórica que abarcaba desde el gobierno del emperador Nerva {Marcus Cocceius Nerva, nacido en Narni-localidad italiana de la provincia de Terni, región de Umbría.- el 8 de noviembre de 30-Fallecido en Roma, el 28 de enero del 98, hasta la batalla de Adrianópolis que se libró el 9 de agosto del 378 d.C.}, y de la que se conservan sólo sus últimos libros.


Los hunos tenían una capital, aunque hecha de cabañas efímeras que ya denunciaba una cierta inclinación a la estabilidad. Se llamaba Aetzelburg y estaba situada cerca de la actual Budapest. Debía ser un curiosísimo poblado, polícromo y políglota, en el que se mezclaban los jefes de tribus mongoles, de piel amarilla, de ojos de almendra y de pómulos salientes y cuerpos toscos de baja estatura, con los reyes y los generales germanos de elevada estatura, ojos azules y piel rosada. Por supuesto, no había allí nada que pudiera parecerse a una organización estatal, ni siquiera ciudadana. No había una lengua escrita, ni leyes, ni burocracia. Las embajadas extranjeras que acudían desde todas partes del mundo conocido, se instalaban en tiendas que ellas mismas llevaban consigo y allí permanecían, a veces meses enteros, esperando que el rey las recibiera..Cuando Atila y Bleda subieron al trono no tenían en común más que su juventud y su origen  dinástico. En todo lo demas, diferían profundamente.
 

El único recuerdo que ha dejado Bleda fue su afecto por un enano negro, Zercone, regalo de no se sabe quién, que lo divertía como un juguete puede divertir a un chiquillo mal educado, ignorante y caprichoso. Se pasaba los días con él riendo sus muecas y sus payasadas. Y un día que Zercone huyó con algunos prisioneros, Bleda movilizó medio ejército para capturarlo. Cuando se lo llevaron, maniatado y con cadenas, en vez de castigarlo le preguntó por qué lo había abandonado. Zercone repuso que lo había hecho para ir a buscarse una mujer, puesto que no la encontraba entre los hunos.  Esto divirtió enormemente a Bleda que, después de haberse reído hasta derramar lágrimas, hizo llamar  a una damita de la Corte, de noble linaje, y la obligó a casarse con el pequeño monstruo. 




Éste, después de la muerte de su amo, fue enviado como regalo a Flavio Aecio {Flavius Aetius,. 396-21/22 de septiembre de 454-general  romano y el hombre más influyente durante el periodo final del Imperio Germano de Occidente durante dos décadas, entre 433 y 454, en las que dirigió la defensa del Imperio contra los ataques de los pueblos bárbaros, entre ellos los hunos} de parte de Atila. Pero un buen día volvió a Aetzelburg a pedir que se le restituyera la mujer, que no le había seguido. Atila no quiso ni oír hablar del asunto y el enano se quedó allí también por propia voluntad haciendo de bufón en fiestas y banquetes.
 

 

 

 

 

 

Bajorrelieve que se considera que
representa a Flavio Aecio

Fueron los godos, que definitivamente constituían el núcleo de su ejército, quienes acuñaron aquel nombre de Atila que, en su idioma quiere decir "Pequeño Padre" Pero se trataba de un padre muy especial. De estatura bastante baja, ancho de espaldas, con una cabeza enorme sobre un cuello de toro, nariz chata, poca barbilla, pómulos salientes, y ojos alargados. Sólo con verlo, aquel mongol ponía los pelos de punta. Su voz y sus gestos eran imperiosos. Como todos los hombres de poca estatura, caminaba con el pecho muy salido, sabedor de su poderío y de su importancia. Su orgullo era sólo semejante a su avaricia, que era inmensa. Su poder se basaba únicamente en el miedo que inspiraba. Alrededor de él no había entusiasmos ni afectos, sino sólo terror. No sabemos si fue un genio, como alguien ha dicho, y en vano pedimos a los acontecimientos confirmación de ese parecer. Incluso en el terreno militar, en el que se le quiere comparar con Anibal o a Napoleón, hay que reconocer, en resumidas cuentas, que la única batalla en la que estuvo empeñado la perdió, o por lo menos no venció. En cambio, era muy astuto, experto en toda clase de engaños, paciente y cruel. Francamente polígamo, no obstante, era muy sobrio en el comer. Cuando sus lugartenientes y sus dignatarios, en contacto con la civilización romana,  comenzaron a corromperse, a comer en vajillas de plata y a ponerse túnicas de seda, él siguió vistiéndo pieles y calentando la carne cruda entre sus propios muslos y la grupa del caballo, y comiéndola siempre en toscos platos de madera. No contamos con elementos suficientes para sugerir o más bien afirmar que Atila suprimió a Bleda, como cuenta Prisco. Pero tenemos los datos suficientes para considerarlo capaz de llevar a cabo un fratricidio que le resultaba muy provechoso para hacerse con el poder absoluto de la horda, sin tener que contar con un hermano que le estorbase en el trono. Como quiera que fuese, lo cierto es que después de diez años de reinado en común, o sea en el 444, se encontró solo en el trono y con todo el ansiado poder en sus manos.

Hasta aquel momento había desarrollado con respecto a Imperio una política en la que se alternaban la guerra fría y la distensión. En años anteriores Flavio Aecio acudió a Rua a pedirle un cuerpo expedicionario para sostener a Joannes {usurpador romano (423-425) contra  Gala Placidia y su hijo Valentiniano III {Placidius Valentinianus; nacido en Rávena, 2 de julio de 419-Roma, 16 de marzo de 455}, hijo mayor de Constancio III -segundo marido de Gala Placidia {360-fallecimiento en Naiso, Panonia-actual Serbia, el 2 de septiembre de 421} y nacido de este matrimonio con Placidia. Otros destacamentos de mercenarios hunos combatian bajo las banderas de Constantinopla.. De vez en cuando había revueltas, incursiones y saqueos, pero todo esto sucedía también con las tropas germanas. El Imperio pagaba el estipendio al rey huno Rua, que lo consideraba un tributo, y en estos enfrentamiento con el Imperio también concurrían otros bárbaros, y además el dicho tributo no se trataba de una suma elevada. El hecho es que , aunque limítrofes, Rua y el Imperio tenían aún un enemigo común que actuaba de amortiguador entre los dos: todas las poblaciones bárbaras que se amontonaban especialmente en los amplios espacios septentrionales entre Austria y el Báltico. Pero con el advenimiento de Atila al trono los bárbaros del Norte se habían sometido, como había ocurrido con sus hermanos del Sur, o después de destruir los limes habían irrumpido en Francia y España, al igual que hicieron los francos, los vándalos y los burgundios. Y fue esto precisamente lo que hizo fracasar el sueño de la integración pacífica y gradual acariciado, muchos años antes, por Teodosio el Grande {nacido en Cauca o Itálica, Hispania, el 11 de enero de 347-Fallecido en Milán, Italia, el 17 de enero de 395} y de su hija Gala Placidia. Con la desaparición de este "aislante·, los hunos y los romanos se encontraron directamente frente a frente. Al morir Rua había dejado en suspenso un litigio diplomático con Constantinopla, a la que exigía que aumentara el tributo y devolviera no sólo los hunos desertores refugiados en las tierras del Imperio, sino también aquellos prisioneros romanos que, capturados por los hunos, habían logrado evadirse, o que pagara como rescate ocho piezas de oro por cada uno. 


Para tratar con sus sucesores, es decir Atila, ya que Bleda sólo se ocupaba de Zercone, acudieron de Constantinopla dos diplomáticos, Plinta y Epigenio, que no llegaron a ninguna conclusión entre otras cosas por falta de interlocutores. Atila vivía en lo alto de una colina, en una barraca de madera que se distinguía de las demás por sus dimensiones y por la elegante empalizada que la rodeaba con torres de guardia. Al lado había unas termas rudimentarias usadas particularmente por Atila y sus mujeres. La idea de construirlas fue sugerida por un arquitecto romano capturado en una escaramuza. Con infinitas dificultades se hizo llegar el material desde Italia y el constructor esperó obtener en recompensa la libertad. Atila, en cambio, como premio le nombró encargado del baño. En vano buscaron Plinta y Epigenio lo que hoy se llamaría una cancillería o secretaría de Estado con la que ponerse en contacto y tratar. En Aetzelburg no había nada de esto. Tan sólo se podía llevar a cabo un entendimiento directo con el rey, que no estaba acostumbrado a hacer propuestas, sino únicamente a dar órdenes. A los dos meses no quedaba más remedio que aceptarlas, aun con la firme intención de dejarlas sin cumplimiento. Algunos años transcurrieron tranquilos, dado que Atila se hallaba satisfecho en su reino de chozas y sus termas romanas. Después, de pronto, en el año 447, el huno se puso al frente de sus hordas y, de saqueo en saqueo, las llevó hasta las puertas de Constantinopla. La ciudad se salvó gracias a sus murallas. Pero en basileo Teodosio II [Flavius Theodosius; Constantinopla, 10 de abril de 401-ibíd., 28 de julio de 450], llamado el Calígrafo, que veía su Imperio de Oriente azotado por aquellas constantes incursiones de los hunos en los Balcanaes, reforzó sus fortificaciones en 424, y aceptó pagar 350 libras de oro para mantener la paz. Sin embargo, con la llegada al poder de Atila, el pago tuvo que doblarse a 700 libras y cubrió de oro a los embajadores hunos que habían ido a exigírselo.
 

El año siguiente llegó otra embajada de Aetzelburg, capitaneada por Edecón y Orestes. Los citamos porque son dos personajes de los que oíremos hablar. Edecón era un bárbaro, probablemene sirio, que había progresado con Atila hasta convertirse en uno de sus más importantes consejeros. Entonces era ya padre de un niño que se llamaba Odoacro. Orestes era también de sangre bárbara, pero pertenecía a una familia de la Panonia (la Panonia era una región entre el Danubio e Italia, parte de la actual Hungría y de la Yugoslavia anterior a su desmembración, atravesada por los ríos Dave y Sove. En el siglo IV se convirtió en diócesis imperial de los panonios, pero había sido ya sometida por Julio César y por César Augusto). La familia de Orestes ya había obtenido la ciudadanía romana desde hacía un par de generaciones. Por tanto, Orestes hablaba correctamente el latín, poseía una cierta cultura, conocía los clásicos, sabía que eran las Leyes y el Estado y, de la hija de un cierto conde llamado Rómulo de Passau, había tenido a su vez un hijo al que llamó Rómulo, como el abuelo materno.

El más poderoso ministro de Constantinopla era en aquellos tiempos el eunuco Crisafio, en griego Χρυσάφιος Los historiadores bizantinos nos dan una cantidad considerable de información sobre Crisafio. Éste ejerció una influencia considerable en Teodosio II al final de su reinado. Según parece, Teodosio II amaba a Crisafio por su belleza. El eunuco había surgido de entre las filas de los llamados cubicularius (sirvientes del dormitorio imperial). Y Crisalfo era el preferido. Era por tanto un personaje ambiguo que creyó poder recurrir a la astucia induciendo a Edecón a traicionar a Atila y a matarlo a su regreso a Aetzelburg. Edecón aceptó el dinero que se le ofrecía, pero lo contó todo a su amo, que no se sorprendió en absoluto y lo tomó como pretexto para molestar a los embajadores romanos y aumentar sus exigencias de dinero. Por lo que cuenta el historiador Prisco, que formaba parte de aquellas embajadas, Atila no solía mostrar su empeño en cuestiones de Estado o en graves problemas políticos, sino siempre en pequeños problemas de preeminencia y de dinero.  Una vez amenazó con la ruptura de relaciones diplomáticas si no le enviaban como embajadores personalidades de grado consular por lo menos, y pretendía designar él mismo los nombres. Después, cuando llegaban, hacía ostentación de no recibirlos en algunas semanas, a veces durante meses, para invitarlos al fin a un banquete en el que los confinaba en los últimos puestos de la mesa, haciendo que les sirvieran después de sus más insignificantes dignatarios. Sólo se ablandaba cuando de la capital del Imperio Bizantino le llegaban regalos de gran valor. Entonces iba personalmente hasta los confines de su reino y salía al encuentro de los enviados que se los traían y en la mesa los sentaba a su lado. Flavio Aecio, que lo conocía bien, no se mostraba cicatero y le procuraba todos los regalos más apetecidos por el huno.

En pocas palabras, la avaricia y el orgullo eran los dos principales componentes del carácter de Atila. Una vez envió a la Corte de Constantinopla un embajador, llamado Esla, encargado de leer a Teodosio II el siguiente discurso de saludo, dictado personalmente por su amo: "Mi Señor, Atila, ha heredado de su padre Mundzuk la categoría de rey y la ha conservado. No has hecho lo mismo tú, Teodosio, que has caído al nivel de esclavo de Atila, resignándote a pagarle un tributo" Pero después se descubrió que aquel exabrupto había sido compilado con el único fin de inducir a Teodosio a dar a Esla una generosa recompensa a fin de suavizarlo. El tacaño Atila, para enriquecer a sus funcionarios sin necesidad de tocar el propio bolsillo, los enviaba como embajadores a Constantinopla para procurarse, con amenazas, algún sustancioso regalo. y el juego le salió bien mientras en el trono estuvo el gentil y sumiso Teodosio II, el emperador antimilitarista, que prefería a la guerra las miniaturas de los pergaminos, de ahí su apodo de Calígrafo.
Pero en el 450, año en que murió Gala Placidia, murió también Teodosio II sin dejar herederos varones, y el trono pasó a su hermana Pulqueria, que por razones de Estado tomó como marido a un honesto y valeroso soldado llamado Marciano {Flavio Marciano (en  latín Flavius Marcianus; en griego Μαρκιανός, nacido hacia el 392- fallecido el 27 de enero de 457}. Fue un domesticus (criado), que sirvió a las órdenes de los  comandantes bizantinos Ardaburios y su hijo Aspar. Tras la muerte del emperador Teodosio II, el 28 de julio de 450, Aspar, que ejercía una gran influencia debido a su poder militar, propuso a Marciano como candidato al trono. Tras un mes de negociaciones,  Pulqueria aceptó casarse con Marciano para que pudiera acceder a la corona imperial legítimamente. Fue elegido e investido el 25 de agosto de 450. Así con su matrimonio se convirtió en emperador romano de Oriente de 450 a 457} Pulqueria y Marciano eran también enemigos personales de Crisafio. Según el historiador Teofanes, Pulqueria se vengó de Crisafio entregándolo a su enemigo mortal el funcionario e historiador Jordanes, que lo mandó a la muerte Pero según otro historiador, Malalas, Crisafio había sido el jefe de la facción Verde-de las carreras de carros en el circo- a quien Teodosio había protegido. La sentencia de muerte de Crisafio aparentemente fue políticamente motivada. Apoyado por los Verdes, pudo haber incitado algunos disturbios, y se sabe que Marciano era partidario de los opuestos Azules. Algunos aseguran que Marciano le ordenó comparecer ante un tribunal para investigar sus fechorías. En el camino hacia allí, el ministro caído fue apedreado hasta la muerte por una turba enfurecida por los altos impuestos que se necesitaban para pagar tributo a Atila. Su inmensa riqueza fue así confiscada por Pulqueria y Marciano


Uno de los primeros gestos del nuevo soberano fue el envío a Atila de un embajador, llamado Apolonio. Cuando Atila supo que éste había llegado a  Aetzelburg sin el acostumbrado tributo y con modestos regalos, le hizo decir que si quería salir con vida dejara los dones a un secretario y se volviera a casa. Apolonio contestó que los hunos podían matarlo si lo deseaban, pero que los regalos los entregaría personalmente a Atila o, de lo contrario, se los llevaría de nuevo a Constantinopla. Y lo hizo así sin que Atila se atreviera a llevar a cabo sus amenazas. El jefe huno comprendió que las cosas habían cambiado en la gran metrópoli bizantina, ahora en manos de Marciano, y que con éste las extorsiones tendrían poca probabilidad de éxito. Y tal vez fuera esa la causa de que, después de haberse ocupado durante tantos años exclusivamente de las relaciones con el Imperio de Oriente, volvió de repente su atención al de Occidente, es decir a la no menos imperial y cristiana Roma, donde en realidad quien reinaba era el gran prelado León I el Magno {Toscana año 390-Roma 10 de noviembre de 461} que una vez elevado a Papa, asumió el título de Pontifex Maximus, que, desde el año 382, habían abandonado los emperadores romanos. Durante su pontificado se celebró, en el año 451, el Concilio de Calcedonia que proclamó la divinidad y la humanidad de Cristo,