domingo, 16 de mayo de 2010

El diluvio




Autor: Tassilon-Stavros





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EL DILUVIO


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Oreo vedado tras una edad de inocencia, que jamás devolverá la originaria primavera a la osamenta de la tierra, al tolerante primitivismo de sus criaturas, que por valedores tuvieran el distendido dominio de un irresistible Olimpo. Quedará el oro del poniente desollado cuando reciba Poseidón una centella de venganzas, que, por voluntad de Zeus, desborde el curso de sus aguas. Y desde la mansión del cobre, intrincada noche impaciente, cruce en su carro de corceles negros esta oscura tierra candente. Ira de Zeus. Piel de león en la revuelta de los vientos. Voz maldiciente de la sangre que se estampa en sus mosaicos guerreros. Y en los fatales escollos de la vida tan sólo el paroxismo de la estirpe humana reste. Áspero tránsito de resignaciones entre estrépitos limosneros. Un fervor de disciplina que asume la unanimidad cruenta de un dios y sus cancerberos. Una proclama de doctrina que arrastra ahora su antorcha gigantesca, una vez recogido ornamento de los templos, llamas de oración entre vasos de arcilla. Y delira la desgobernada multitud bajo un vendaval de lluvias, donde prende su fe sorprendida. La que, atravesando las distancias de los tiempos, hallará, de Zeus, una mirada sin compasión, una inquietud de mastines que aúllan en cielos de pesadilla.


Espada infinita del trueno. Humanidad penitenciaria del padre Zeus, cuya medida jerárquica jamás mengua. Y que ahora, ante su templo profanado, se postra en arremolinado cortejo. Crónicas de imploración, resabios y llantos. Suspirar crepitante del miedo que transporta su alarido bajo el torrencial cielo. Avenencia de horrorizados gritos. De entre los campos que van transformándose en ovas de musgos suben silbos de afanes lastimeros. Y en aquellos terrados blancos, donde se volcaban los palomos, aleteos íntimos y primitivos, viajeros incansables del azul, se agazapan los hombres, ahora ahogados cautivos que trasponen la linde de la muerte frente a las fauces de su cancerbero. Zeus ciega sin ofrecer una alianza. Rasga los altares viejos, y la tierra inerme acorteza de cieno. De aquel fuego robado, aún perdura su estrépito de escarmiento, túnica de odios que el Olimpo teje en su firmamento. Tristeza inmisericorde. Clamor que se extravía en llorosa tiniebla que arrastra la vida. Sangre helada que la aventura heroica de Prometeo ahora derrama. Pecho que el águila desgarra como las mismas olas de aquella mar embravecida.


Recrece la angustia, el miedo a la memoria del Olimpo. Ofrendas privadas de su rito cruento. Avidez de vida, sollozos de tantas vigilias. Huyeron los gorriones que bajaban a los huertos. Humanidad arrepentida, hoy huérfana y herida. Hachas del relámpago que podan las ramas tiernas de los bosques. Perdida holgura del paisaje, peñas de sepulcro. Tierra y ríos mueren bajo un diluvio. Mar que pasea su sombra, gelatinosa y fría, dejando tras de sí el mosaico tumultuoso de la ira. Lago de los leones. Espíritu del fuego. Blasón de Prometeo que el Señor de las nubes, enemigo del héroe, a su Creación, en agua de castigo sume. Medido quedó el tiempo, el parentesco teogónico con los dioses. Y de la humanidad esquilmadas fueron sus querencias. Sus ciudades hundidas. Período agónico. Limbos de cristal en la esfereidad de la nada, en la forja de las piedras. Invierno perenne en la engullida corteza de sus remotas sendas.


Criatura humana, ahora promesa peregrina de aquella Verdad revelada. Si no despertara el trueno frente a las mansiones fulgurantes de los dioses, ya Prometeo en su destierro de agonía, vibrarían nuevamente de élitros los ahogados herbazales, de los atardeceres su horizonte, y los pulidos atrios de los templos, entre lámparas de fuegos arcaicos. Y tras la palidez del miedo, de un nuevo sol, su broche. Arrancaría amarguras el grito de las aves. Cánticos y lejanías brotando de la noche. Y traerían las voces de los campos sus añoradas profecías. Limosna en los ojos cobrizos de Zeus, contagiado de nueva complacencia. Y la paloma mística, acogida por la turbación del mundo, reanudaría su vuelo bajo la azul esencia. Plenitud de emoción virginal. Adivinación imantada de una luminosidad secular. Glorieta del Olimpo donde doblarse pudieran, del perdón, sus ramajes santos. Misterios de sueños y visiones. De Zeus y su memoria, nueva prueba de amor. Ya expresada, en la aparente inmovilidad cíclica, el tiempo y su poder modificador.

jueves, 13 de mayo de 2010

Tela de araña






Autor: Tassilon-Stavros






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TELA DE ARAÑA

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Vanidosa, andariega, entre la pólvora y la urdimbre de los ímpetus. Cirio abrasado. Reclinada en aquel desdén que yo tomé por fiesta. Tela de araña, ingrata y funesta. Mi osamenta, ya macerada y agreste, sosiega entre papiros de ensueños, arrullados por el ferviente río de mis naves. Aquéllas que a nada comprometen. Orilla de regocijo y ferias, cortejada por las aves.
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Luces de heroísmo, sin privanza ni triunfalismo. Vosotras habéis de ser mi postrer atavío de lealtades. Y si nos encontramos, no viviremos entre noches heladas, estancados en fango y pesimismo. Tela de araña a coronarte y servirte me niego. No habrás de devorarme con las llagas de tus desmanes. No soy insecto del victimismo.
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Dejaré que la claridad alta del azul devore tus hilos remendados. Viviré con reposo de arado. No como príncipe ni santo, sino como eremita de purísimas tradiciones, repitiendo historias y versos que brinquen torrenciales. Y que mis ojos ardan como mariposas de lamparillas, sin fiebres ni temporales.
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Adivino las apacibles horas. No secreteo como duendecillo de risitas maliciosas. Ruedo de nuevo la carraca del canto. Y salgo del aposento enfermo, donde permanecí sacrificado. Ansío el saludo de un hermano. Tela de araña no medies en mis anhelos ni los quebrantes. Son églogas e idilios. Paisajes de frutales. Una inmarcesible velada de amigos. Lenguas briosas sin herrumbre entre los libros.
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Abro camino al tiempo de los afectos, sin erigirme en sabio ni en déspota de las emociones. Observo la noche de todos, porque toda ella es nuestra. Como lo son las estaciones del año. Y el suspiro congregante, la pisada clara tras la soledad, bajo esa plata inextinguible de nuestra luna. Cancel forrado de puridad. Y hago de las palabras ascuas nuevas entre labios calmos. Una exaltación recta y sensitiva. Una rueda que muela mi vivificante trigo, como molino entre los álamos.
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Tapizo mi lengua con terciopelo sumiso y blando. La entrego a mis voluntades. Pero sin convertirla en una magnitud que nunca tuviera vida. No hago de su muerte jerarquía. Tela de araña, a mis sorprendidos ojos que escarban letras, no busques afiladas puntas ni engaños, porque son pórticos que contienen milagros. Y en su divinidad no hallarás herejía. Pertenezco a un festín de belleza y de ternura. Y del vocablo, ya tan viejo tan sufrido, hago juego festivo. Mi palabra no es lluvia en el agua. Y sobre un mar de insidia, sin sus paisajes frondosos, tan sólo orfandad sufriría.
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Si he de volver al origen, trato de ser deleitoso, breve y extenso, como mis sueños deseen. Nunca comparativo, ni me despido superlativo. Que sea dócil mi pensamiento. Así como mi conquista y resistencia. Y que mis dedos pastorales, los que mueven olvidos, promesas y conciencias, no se aherrojen entre los mitos. Que desborden las mieles de sus huellas, y por las hojas paseen sus escritos. Que velen mis oídos. Y avancen con las manos juntas frente al ahogo apasionado de la musa. Sepan a bálsamo mis labios, porque son besos que se turban, delicadas pasiones que buscan su luz difusa.
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Tela de araña, tras tu umbría engañosa, se alza un cementerio fantasma, donde gimen, de las palabras, sus lápidas. Pero no te ofrendo jaculatorias, ni me encierro en tus crisálidas. Aún guardo un cofrecillo de joyas. Un afán luminoso que me aparta de la negrura. Vivo en una callejita sin tapiales, en un huerto de naranjos. Y me viste el desnudo latido de las estrellas. Soy el eterno fámulo de las letras. Y siempre, aunque te duela tela de araña, busco el arca perdida de mi cura.

domingo, 9 de mayo de 2010

Nana de los hijos

 



Autor: Tassilon-stavros

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NANA DE LOS HIJOS


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Antes del alba, resonancia íntima entre las galas místicas de las sombras.
Temblando el firmamento, mi cancioncilla henchida os velaba melancólica.
Respiración perezosa, párpados trémulos en el luto de la enredadera fosca.
Rizado medallón de niños, ángeles frágiles en la tierra, mirto de luna entre las ramas.
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Vislumbre del poniente, faro anochecido con la pureza helada del agua.
Y en mis tierras rojas, quietud de olivares, de hortalillos y almendrales verdes.
Pórtico de sueños, alameda de sosiego donde los niños paladean sus mieles.
Blancuras de infancia, cansancio loco del juego, sueños de oro en su fragua.
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Noria del río, monte plantado de viñas, vestiduras de naranjos tras las tapias.
Mi cautela se recoge, ya cumplida la jornada, en el rubio trigal de vuestras muecas.
Vaho azul de la fronda, surco de sonrisa, pliegue tierno como seda entre las ruecas.
Germen de dos sangres, cimbalillo matinal, tibios velloncillos nacidos de mis ansias.
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Niños en su jardín, huerto de algarabía, cuento que sosiega en el suspiro de la lectura.
Mis avecillas dulces, coro radiante de voces dormidas, palomas huidas tras el carro de Afrodita.
Amor que conforta mi espíritu, verbena del sueño, luz que en mi retablo palpita.
Sutil donaire que glosa la ingenuidad, gala del antojo, niñez reverdecida de mi ternura.

viernes, 7 de mayo de 2010

Ío, luna de Júpiter






Autor: Tassilon-Stavros






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ÍO, LUNA DE JÚPITER



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Ío, lumbre de luna como ópalo esculpido
De Júpiter dorado mosaico misterioso
Cantera de huracanes del gigante dormido
Lecho indescifrable, claustro remoto y precioso.
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Ío, del volcán masa sagrada y rezumante
Antojadiza divinidad que eriza el firmamento
Deseándola, Júpiter sufre tentación de amante
Pedestal de fuego, Ío palpita víctima del ofrecimiento.
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Ío, satélite glorificado, ahora reino disputado
Júpiter, ansia de lujuria, insiste en su febril revuelo
Gime la luna, cisne por contorno de fuego atrapado
¡Ay! si huir pudiera de la llama triunfal de aquel anhelo.
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Ío, cavado su cuerpo, aniquilida, recibe el beso de pecado
Júpiter, a perpetuidad, dejará sobre ella el céfiro esparcido
Lejos, tiemblan otras lunas, siervas del mismo amor desatado
Rito de Júpiter, Ío suspira, onda cálida que el cielo no ha perdido.
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Que no os inspire compasión. Ío posee un sueño
Cabalgaduras de plata besan las insignias de su manto
La Ursa Mayor es su ciclópeo palio, su atrio aledaño
Su túnica fúlgida de recreo celestial, el beso calmo de su llanto.

martes, 4 de mayo de 2010

Formas






Autor: Tassilon






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FORMAS


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Colegial del recogimiento. Días profundos de mi adolescencia en la lámina del monte.
Entre los chopos inmóviles se volcaban las golondrinas. Claustro verde de pasiones.
Evidencia de un recuerdo, de un amor. Anegado en él, balcón fuiste de mi horizonte.
Tierra tibia de mi primavera. Verano enardecido, acecho secreto. Ábside de tentaciones.
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Lluvia silenciosa entre las flores. Sombras volubles sin porvenir. Yugo de amor fácil.
Vericuetos de atardecida, por donde corrieron, desafiadores, nuestros besos sin relevo.
Jardín en el que fuimos reyes. Guarda mi colina tu pisada clara. Tu aroma en rama frágil.
Halago fascinante. Guarida excelsa por donde asomara nuestra curiosidad en desvelo.
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Clandestinidad de tu belleza. Aún tiene mi alcor tu estatua de oro. La copia de tus risas.
Tesoro instantáneo del gozo. Avaricia del azar. Cómplices de un juramento imposible.
Loma de mi abandono. Carro del sol. Adorada forma contagiada de ansiedad y de delicias.
Fuente de instigación, donde tu calidad de femenil hechizo jamás cicatrizará en lo indefinible.
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Barranco de mi llanto. Otero de vida y sueños. Sensualidad desgarradora de tu acento.
Consuélame cuando envidie con mansedumbre la comarca densa de mi años núbiles.
Y que eternice el chopo la mácula violeta de tu nombre, grabado en fuego de contento.
¡Habite mi aventura en su luz! Y que la voluble luna no la mude en evocaciones fútiles.