domingo, 26 de septiembre de 2021

LAS CRUZADAS -2-



 

 

 

 

Autor: Tassilon-Stavros  

 

 

 

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En marzo de 1096, una turba enfebrecida de doce mil hombres partió guiada por Walter Sans-Avoir (también conocido como el "Indigente" o "Sin Hacienda" -¿?-1096-, referido todo ello a su escasez de patrimonio, y que encabezó esta primera migración hacia Tierra Santa a la que se denominó también "Cruzada de los Pobres". Fue, en efecto, una especie de éxodo masivo y espontáneo de aldeas, pueblos y ciudades enteras guiadas por líderes espirituales, movidos por el sueño absurdo de retomar la ciudad de Jerusalén en poder de los turcos. Les acompañaba Pierre de Amiens (o Pedro el Ermitaño) [Amiens 1050- Neufmoustier 1115], el que había llevado la carta de Simeón II, patriarca de Jerusalén, al Papa Urbano II (Urbano había planeado la partida de la cruzada para el 15 de agosto de 1096 coincidiendo con la festividad de la Asunción de María) Otra turbamulta de cinco mil enardecidos ceyentes partió de Alemania  bajo el mando del sacerdote Gottschalk y el soldado Volkmar. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría y de Croacia (Colombanus en húngaro, Kálmán en croata-1070- 3 de febrero de 1116-), sobrino del recientemente fallecido rey Ladislao I de Hungría (László en húngaro, Ladislav en croata -llamado también "El Santo" -1040-29 de julio de 1095-) repelerían a los caballeros franceses de Walter Sans-Avoir,  quienes entraron en territorio húngaro causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacasen a los soldados escoltas y matasen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán mantendrían una actitud hostil contra los cruzados que atravesaban el reino hacia Bizancio.

A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente también tuvo que hacer frente y derrotar cerca de Nitra y Zimony, que al igual que los otros grupos anteriores de Walter Sans Avoir, causaron incalculables estragos y asesinatos. En el caso particular del sacerdote alemán Gottschalk, este entró en suelo húngaro sin autorización del rey y estableció un campamento en las cercanías del asentamiento de Táplány. Al masacrar a la población local, Colomán, se convirtió en un enemigo feroz de estos falsos cruzados germanos e invasores que cometían todo tipo de tropelías hallándose todavía en zona europea,  y logró expulsarlos por la fuerza de su reino de Hungría.

 

Nuevas fuerzas de cruzados descendieron de Renania, Westfalia del Norte alemán, al mando del conde de Leiningen (del que nada se sabe prácticamente), pero que mandaba un auténtico ejército de bárbaros e ignorantes. Esta horda germánica carecía de servicios de intendencia, no tenían oro ni mucho menos ideas claras sobre los itinerarios que habrían de recorrer desde los lejanos territorios de Renania. Cuando tras duras jornadas consiguieron llegar a la ciudad de Praga, Leiningen preguntó si aquello era Constantinopla. La respuesta de las autoridades checas fue, por supuesto, negativa. Los alemanes, decepcionados e irritados, entre otras cosas porque ya no tenían nada que comer, trataron a la ciudad como si hubiera sido su primera presa bélica importante. Las poblaciones cercanas a Praga también reaccionaron contra los alemanes cerrando las puertas de sus murallas. Y los cruzados de Renania se desquitaron saqueando los campos. Aquello no era un ejército, desde luego, sino una auténtica turba de  peregrinos de la fe hambrientos y desesperados. En as tropas alemanas iban también esposas e hijos. Las esposas habían sabido que con el recién estrenado uniforme de los cruzados en Renania iban también muchas prostitutas, y en ningún momento se hallaron dispuestas a dejarles el campo libre.


Este primer ejército de Cruzados desarrapados y muchos de ellos sifilíticos lograron llegar a Constantinopla como Dios quiso, aunque los medios para lograrlo han permanecido como un misterio medieval sin explicación. El gran problema fue que, cuando el basileus Alejo I Comneno (Ἀλέξιος Αʹ Κομνηνός en griego -1048-15 de agosto de 1118) los tuvo frente a sus murallas con ánimo de convertir a la ciudad en una  deseable presa como habían hecho con Praga, el emperador bizantino se llevó las manos a la cabeza. 


Y pensó que para deshacerse de aquellos cruzados de pacotilla pero dados a ciertos temibles grados de barbarie, lo mejor era movilizar la flota de Bizancio, que se encargaría de llevar a la otra orilla del Bósforo a los incómodos y temibles y amenazadores aliados alemanes, que habían recorrido media Europa del Este sin el más mínimo conocimiento de geografía. Pero Alejo, noblemente, temiéndose una auténtica carnicería cuando se enfrentaran con los turcos, les aconsejó  que aguardaran la llegada de refuerzos que él mismo estaba dispuesto a enviarles antes de tomar cualquier iniciativa bélica con las tropas turco-árabes- de Palestina.

Pero los Cruzados alemanes, desesperados tras sus terribles desplazamientos desde la lejana Renania, nuevamente escasos de víveres, y sin atender a las razones del basileus, decidieron marchar sobre la primera ciudad que encontraron en su camino, que fue Nicea  (Νικαῖα), situada en la histórica Bitinia, en Asia Menor, junto al lago Iznik, que en 1078 había sido tomada por los turcos Selyúcidas. Las fuerzas turcas eran ingentes, y ante aquella tropa de indigentes, hambrientos y bárbaros aunque, pese a todo,  movidos aún por la fe en Cristo, fue rodeada sin dificultad po las guarniciones turco-árabes que los aniquilaron en el primer encontronazo. Walter Sans-Avoir murió en la refriega. El único que logró salvarse fue Pierre de Amiens (Pedro el Ermitaño) el gran auspiciador de esta primera Cruzada, que desilusionado y deprimido por la derrota, perdió la fe al no recibir la Gracia divina de Cristo en la que sin duda había confiado a pies juntillas. El caso es que lo dejó todo, no volvió a preconizar ningún movimiento cruzado más y se volvió a su casa, falleciendo olvidado en 1115 en la Abadía de Neufmoustier, que él mismo había fundado hacia el año 1100, en Huy, Bélgica.

Pese a todo este primer gran fracaso, la Cruzada no se detuvo. Muy al contrario se había reunido otra vez un numeroso y verdadero ejército. De todas formas, entre sus jefes no estaba ninguno de los grandes soberanos de Europa, ni Philip I de Francia (Tours, 23 de mayo de 1052-Melun, 29 de julio de 1108), ni William II de Inglaterra "The Conqueror" (Falaise, Normandía, 25 de diciembre del 1066 - Ruan, 9 de septiembre del 1087) ni el Germánico Emperador del Sacro Imperio Heinrich IV (Goslar, Baja Sajonia, 11 de noviembre de 1050- Lieja, 7 de agosto de 1106), entre otros motivos porque todos ellos, por una u otra razón, estaban excomulgados. En cambio, en esta nueva expedición  estaba la flor y nata de la caballería francesa, porque, esta vez, francesa era la Cruzada, comenzando por el Papa Urbano que la había predicado entusiásticamente. Por algo en el Próximo Oriente se llama aún hoy a los europeos "los francos". Estaba el duque Godefroy -Godofredo- de Bouillón  (Boulougne-sur-Mer, 22 de julio de 1099 – Reino de Jerusalén, 18 de julio de 1100), y que fue apodado "Defensor del Santo Sepulcro"; el conde Bohémonde -Bohemundo- I de Tarento y también llamado I de Antioquía (San Marco Argentano, 1058 – Canosa, 3 de marzo de 1111)  hijo de Robert Guiscard [protagonistas de la conquista normanda de Italia Meridional- 1015-17 de julio de 1085-]; estaba su sobrino Tancredi de Hauteville (también llamado Príncipe de Galilea -1099-1112 y principe de Antioquía;-1111-1112-);  y, finalmente, se hallaba también el conde Raymond -Raimundo- IV de Toulouse (Toulouse, Francia, 1041-Ciudadela de Trípoli, Líbano, 28 de febrero de 1105).



Tampoco  éstos personajes se parecían demasiado a los puros y desinteresados  héroes que el poeta italiano  Torquato Tasso (Sorrento, 11 de marzo de 1544-Roma, 25 de abril de 1595) celebraría años más tarde en su fantasiosa obra "Jerusalén Libertada". Pero eran expertos y valerosos jefes. Y su fervor religioso era sincero, por más que coexistiera con otros móviles y ambiciones que los empujaban también hacia su partida a Tierra Santa. Godefroy -Godofredo- de Bouillón era en realidad medio monje y medio soldado, y estaba plenamente convencido de que el único medio de ganarse el paraíso prometido por Jesucristo era el de enviar al infierno a cuantos infieles fuera posible, y con toda la brutalidad que tal fervor le exigía como caballero Cruzado cristiano. Y este fanatismo hizo de él un jefe terriblemente cruel y, en muchos casos, obtuso por tratarse de un auténtico ignorante. Bohémonde I de Tarento no tenía nada que envidiar a su padre el normando Robert Guiscard en punto a valor y sagacidad propia de dichos conquistadores. Pero, más que en liberar el Santo Sepulcro, pensaba también como buen normando en procurarse un reino en Palestina. Tal vez el menos calculador era Tancredi de Hauteville. Le gustaba la aventura por la aventura, y ahora, ya como caballero Cruzado, lo tenía todo para convertirse en su protagonista. Además, era atlético, tremendamente atractivo, fanfarrón, poseía algún que otro rasgo de generosidad y, sobre todo, mucha teatralidad. Fue justo, por tanto, que Torquato Tasso lo convirtiera en el auténtico héroe de su poema. En cuanto a Raymond -Raimundo- IV de Toulouse, que ya había combatido contra los auténticos musulmanes en España, su piedad, que era nula, estaba constantemente unida a su enorme avaricia, de la cual, por supuesto, no siempre salía triunfante. Y tal vez era esa contradicción la que lo convertía en el más arriscado e irascible de todos cuantos Cruzados lo acompañaban.

La concordia de estos hombres de carácter poco recomendable, pero de los que dependía el éxito de la expedición, fue inmediatamente puesta a dura prueba por la propuesta de Bohémonde de comenzar la guerra contra los turcos desde Constantinopla, pero eso sí, con la ruín y despiadada  idea de adueñarse antes de la gran metrópoli aunque fuese a costa de masacrar a la población  bizantina y ortodoxa, entre la que también coexistían muchos judíos. Quedando al mismo tiempo muy claro que el fervor y la magnanimidad cristiana que los llevaba hacia Tierra Santa brillaba por su ausencia. Afortunadamente Godefroy -Godofredo- de Bouillón, que gozaba de la autoridad de jefe de la Cruzada, rechazó la peregrina y sangrienta idea de Bohémonde. Pero la idea quedó en el aire, ya que el violento normando de Tarento no resultaba fácil de convencer. 
 
Y no era de extrañar que el basileus de Bizancio, Alejo I Comneno se oliese alguna de estas intenciones provocadoras de los aventureros europeos. Pese a todo, cuando los Cruzados llegaron Constantinopla, la refinada y ya bastante apocada sociedad bizantina acogió con simpatía y confianza a aquellos caballeros de rimbombantes nombres pero casi analfabetos y de toscos modales más propios de burdas tribus que de hidalgos habitantes de castillos en Europa. Y lo cierto fue que dichos jefes Cruzados y sus tropas quedaron estupefactos -y también escandalizados- del lujo de aquellos edificios de ricachones aristócratas e incluso de las casas del pueblo medio, de aquellas imponentes iglesias, de aquella población bizantina, afeminada a sus ojos de "duques pobres" pero de una belicosidad a toda prueba.

El caso fue que una vez inmersos en aquel lujo desusado del que disfrutaban los bizantinos e incluso los judíos de la gran metrópoli del Bósforo,  cada una de las partes, es decir los Cruzados y la Corte de Alejo, sospechaba de la otra alguna doblez, es decir alguna falta de sinceridad en sus aunados comportamientos para enfrentarse a los invasores turcos. Probablemente, había también por medio algún importante equívoco, muy propio de una Corte acostumbrada a la dominación. Alejo I Comneno se había dirigido al Occidente Europeo para pedirle sólo refuerzos. Y de pronto, veía venírsele encima todo un ejército tosco, aventurero y poco fiable del que ahora se sentía prisionero. Más que a liberar Jerusalén, miró de liberarse a sí mismo, y lo hizo con bizantina diplomacia. Ofreció generosamente una ingente cantidad de provisiones, ayudas, medios de transportes a las tropas, y dejó abundantes "propinas" en los bolsillos de las cuatro grandes y ambiciosos jefes de la Cruzada, exigiendo en cambio el compromiso de reconocer su soberanía sobre todas las tierras que se llegaran a liberar del poder turco. Godefroy, Bohémond, Tancredi y Raymond (nombres que no conviene olvidar), suavizados en parte de su codicia, que era inmensa, por el oro que el interesado y sagaz emperador que era Alejo puso en sus manos, juraron fidelidad y se comprometieron a cumplir con ella. Y a principios de 1097, salieron de Constantinopla entre aclamaciones de alivio de la Corte y del pueblo, creemos por ello que mucho más sinceras que las que los habían acogido a su llegada. 

En realidad, aquel ejército de Cruzados no se componía más que de treinta mil hombres más o menos, pero hallaban una valiosa ayuda en las rivalidades que dividían el campo enemigo turco. La vieja dinastía árabe de los Fatimitas, que había sido derribada por los Selyúcidas, hizo el más propicio de los juegos a los Cruzados, y la Armenia árabe se sublevó aliándose con ellos. Nicea también se rindió tras un breve asedio; de allí el ejército cristiano reanudó la marcha hacia la importantísima metrópoli de Antioquía (en turco: Antakya), la gran joya situada en el margen oriental del río Orontes, fundada a finales del siglo IV a. C. por Seleuco I Nicátor como capital de su imperio en Siria. Tuvo lugar allí una sangrienta batalla entre cristianos y turcos que acabaron completamente derrotados por los Cruzados. Pero, tras esta victoria, había que considerar que no era el turco el ánimo más duro contra el que contender: lo era el terrible calor y la sed que los europeos encontraron en los inmensos pedregales de Asia Menor. Era julio, el sol caía a plomo, y había que caminar quinientas millas (ochocientos y pico de kilómetros) en aquel inacabable desierto, sobre los que quedaron muchos cadáveres de hombres, mujeres y caballos.

Llegados a las cadenas montañosas del Tauro, todavía en la península de Anatolia, pareció que la gran empresa de los Cruzados iba a desfallecer de forma definitiva y por disolución entre sus componentes. Raymond, Bohémond, y Godefroy se repartieron la Armenia, procurando cada uno de ellos ocupar en seguida la parte que le correspondía y fundar en ella el ambicionado reino de sus sueños aventureros. Baudouin -Balduino- de Boulogne o de Edesa (Boulogne, Francia, hacia 1060 - El Arish, Egipto, 1118), que también iba en la expedición y hermano de Godefroy, se apropio de Edesa, nombre antiguo de una ciudad del norte de Mesopotamia (actual Urfa ("Şanlı Urfa" o "Sanliurfa" en turco), y allí fundó el primer principado latino del Este. Pero la tropa mostró tal descontento con respecto a sus preponderantes jefes, que éstos rehicieron las filas y reanudaron la marcha hacia Palestina.
    

Encerrada en sus murallas, Antioquía resistió durante ocho meses al ataque invasor de los Cruzados cristianos, a quienes, según parece ser, fue el azúcar el único alimento que salvó de la hambruna al ejército invasor, sustancia alimenticia que en Europa se desconocía y que por tanto las tropas europeas conocieron por primera vez allí. No obstante, la historia no nos ha aclarado los procesos de glicemia que debieron sufrir los Cruzados durante aquellos largos doscientos cuarenta días si únicamente se alimentaron de dicho dulce elemento. Con todo, el malestar de los soldados siguió en aumento, y ni el azúcar logró solventarlo. Las dificultades para mantenerse con vida eran innumerables e importantes, especialmente por la suciedad, las pulgas y otros insectos, y el calor excesivo de más de cuarenta grados que se vieron obligados a aguantar día tras día. De manera que cuando corrió la noticia de la inminente llegada de un ejército turco en ayuda de la sitiada Antioquía, cientos de soldados cristianos desertaron y sus huellas acabaron perdiéndose en el desierto. El emperador Alejo, que también acudía con tropas de refuerzo para ayudar a los Cruzados, encontró perdidos en los ardientes arenales, bajo el inmenso calor, a algunos restos de desertores todavía con vida, pero creyendo que eran los escasos supervivientes que quedaban de una batalla ya perdida contra los turcos, retrocedió hacia Constantinopla para defender la única parte de Asia Menor todavía a salvo de los turco-árabes. Es imposible averiguar el medio de que se valieron los jefes Cruzados para enterarse de que el basileus Alejo, primero venía desde cientos de kilómetros atrás en su ayuda, y de que luego decidiera volverse a casa. Pero lo cierto es que Raymond, Bohémond, Godefroy y Baudouin, lograron informarse de ello, no creyeron en el equívoco de Alejo y no se lo perdonaron, guardándose para sí la posibilidad de llegar a vengarse del griego a su regreso (si es que lo lograban) de Tierra Santa.
 
Entretanto, los cuatro grandes jefes y el resto de su soldadesca habían quedado vencedores (según las crónicas con sus medias verdades y mentiras) gracias a dos milagros. Uno  verdadero y otro completamente falso. El primero fue la rendición de Antioquía pocos días antes de que legara el refuerzo del ejército turco. El segundo, hagiográficamente ficticio, fue el representado por un sacerdote de Marsella llamado Barthélemy [Bartolomeo] que predicaba entre la tropa, y que para devolver la confianza a los suyos dijo haber hallado (cualquiera sabe en qué parte de aquella lejana región de Antioquía) la lanza que había atravesado el costado de Jesús crucificado. A la vista de semejante reliquia, los incultos y crédulos, en un supremo esfuerzo, rehicieron su ímpetu de agresividad contra los infieles a los que no quedaba más remedio que quitar de en medio de una vez por todas, y lograron salir victoriosos en el siguiente encuentro batallador contra las nuevas tropas turcas que se les pusieron por delante. Pero el convencimiento del milagro que había resultado el hallazgo de la lanza sagrada acabó poco después poniéndose en duda, y acabaron por acusar de fraude al monje Barthélemy. Con ello los Cruzados, finalmente, demostraron no ser tan patanes como parecían. Pero el monje de Marsella insistió en su verdad y pidió la prueba del fuego para demosrar su inocencia. Se arrojó con gran fervor en una pira ante el asombro de la soldadesca y salió de ella aparentemente sano. Pero a la mañana siguiente se lo encontraron muerto en su yacija con todo el cuerpo abrasado de quemaduras

Antioquía se convirtió en capital de un segundo principado latino-cristiano que fue asignado Bohémonde I de Tarento que también adquirió el título de príncipe I de dicha ciudad. Según el juramento al hacerse con el principado, el conde lo gobernó primero en nombre del emperador Philip I de Francia. Pero después se declaró, al igual que haría también Baudouin -Balduino- de Boulogne, exento de cualquier compromiso de vasallaje a su rey francés que se hallaba a miles de kilometros de Antioquía, y lo más probable era que, con los deficientes o casi inexistentes correos de la época,  no llegara a enterarse nunca.



Por fin, en julio de 1099, después de tres años de durísima expedición y campañas guerreras contra los turcos que se interpusieron en su camino, los Cruzados acamparon a la vista de las murallas de Jerusalén. Pero de la ingente tropa que partió de Europa, no quedaron más que unos doce mil Cruzados. La conmoción al hallarse frente a la Ciudad Santa fue tan profunda que aquellos zafios europeos estuvieron a punto de derramar lágrimas. Pero fue aún mucho mayor cuando la guarnición musulmana se declaró dispuesta a un armisticio a fin de impedir un predecible asedio con baño de sangre final. Pero dicha petición se debió en realidad al hecho de que aquella guarnición que se había apoderado de Jerusalén no era turca, sino árabe, porque éstos, el año anterior, se la habían arrebatado de nuevo a la dinastía turca de los Selyúcidas. En realidad, eran musulmanes Fatimitas que nunca se habían opuesto a los francos. No obstante, los patanes y testarudos Cruzados aficionados a la sangre prefirieron no atender a razones de una propicia paz, tal vez porque pensaron que un final de negociaciones e incruento tiraría por tierra su imponente epopeya salvadora del Santo Sepulcro. Y exigieron a los Fatimitas la rendición sin condiciones. Los árabes, que no pasaban del millar, resistieron a los cristianos durante unos cuarenta días. Después, capitularon. 
 

Godefroy -Godofredo- de Bouillón, que desde luego, era el mejor de aquellos zafios mesnaderos, se convirtió prácticamente en dueño de Jerusalén en calidad de "defensor del Santo Sepulcro". Honró su título derrotando a un ejército árabe que venía al desquite contra los nuevos invasores cristianos, y lo dejó a su hermano Baudouin -Balduino- de Boulogne, quién quien muy pomposamente prefirió ostentar el título de rey de la Ciudad Santa. Este "Reino Latino de Jerusalén" duró hasta 1143, dividido por Baudouin en cuatro principados: Antioquía, Edesa, Trípoli y por supuesto Jerusalén, que fueron haciéndose cada vez más autónomos hasta llegar a sostener pequeñas guerras entre ellos. El clero ortodoxo griego fue expulsado de Palestina y sustituido por el latino, reclutado en especiales órdenes al mismo tiempo religiosas y guerreras: "Los Caballeros Teutónicos", "Los Templarios" 

Y "Los Hospitalarios" Pero lo más importante de estos hechos es en realidad centrarse sobre todo en los efectos de la Cruzada en la política, en la sociedad y en la vida de Occidente, o sea Europa, y, en concreto en Italia y en las ciudades mediterráneas.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El primero y más inmediato fue la apertura del Mediterráneo oriental a las flotas y al tráfico comercial de Venecia y Génova. Con una escasa contribución de naves para los servicios de intendencia de la Cruzada, ambas Repúblicas hicieron un gran negocio. Pudieron realizar excelentes mapas de aquellos mares y costas, instalar almacenes en el Bósforo y en el mar Negro y comerciar con ellos. Pero mucho más importantes fueron las consecuencias indirectas en el terreno político, social y del modo de vivir, tan diferentes a los siglos pasados de total desconocimiento con respecto a otras civilizaciones y formas de encarar la dura existencia. Para financiar la aventura de aquella peligrosa expedición que significó la Primera Cruzada, la aristocracia europea -que fue en realidad su verdadera protagonista- había vendido las propias posesiones, que no era pocas, o las había hipotecado en beneficio de otra naciente burguesía como fue la de los "banqueros". La tierra tuvo, pues, que ser vendida por dinero. Y el dinero era ya el arma de las clases urbanas y mercantiles contra la hasta entonces imperante nobleza terrateniente. Además, muchos colonos, desde incontables años reducidos al estado de siervos de la gleba, al alistarse bajo la bandera de su señor, el Cruzado, habían obtenido a cambio la soñada franquicia de las tierras que ellos y sus antepasados habían trabajado y seguían, hasta el comienzo de la Cruzada, trabajando.


Pero un hecho importantísimo es que también quedaba subvertida la ética imperante en Europa del feudalismo. El caballero no había reconocido hasta entonces otro compromiso de vasallaje que el rendido a su señor, dueño de inmensas tierras que rodeaban su prepotente castillo. Con el aislamiento en la Cruzada, contraía otra obligación aún más alta: la que lo ligaba con Dios. En la alta Edad Media no podía haber incompatibilidad entre el vasallaje espiritual y el temporal: la Iglesia no se había convertido nunca en una oficina de reclutamiento militar; jamás había proclamado "guerras santas" ni las había combatido materialmente. Bien es verdad que hubo un caso insólito, una primera excepción a esta regla milenaria, la ofrecida por el Papa León IX (de nombre Bruno de Egisheim-Dagsburg, nacido en Eguisheim, Alsacia, el 21 de junio de 1002- fallecido en Roma el 19 de abril de 1054), quien guió un ejército propio contra los normandos [que, instalados en el sur de Italia, amenazaban los territorios pontificios. Así, en 1053 armó un ejército que resultó derrotado en la batalla de Civitate -18 de junio de 1053- contra Onofre -Hunifredo- de Altavilla- 1010 – agosto 1057- y Robert Guiscard, -1015- 17 de julio de 1085-, en  la que León cayó prisionero, no recobrando la libertad hasta poco antes de su muerte] Y, a pesar de haber emprendido dicha empresa militar, fue canonizado. Fue el primer caso de "Cruzada", pero contra cristianos. Y acabó mal, porque, como ya se indicado, los normandos derrotaron al Papa. Fue, con todo, la verdadera Primera Cruzada la que instauró la nueva regla. Los caballeros que partieron para Tierra Santa se alistaban bajo las banderas de Cristo, un Cristo también por primera vez militar y conquistador. Su lealtad iba ante todo a Él y a quien lo representaba en la Tierra, es decir, se trasladaba de la autoridad laica a la eclesiástica.


La Iglesia obtuvo una segunda ventaja en el terreno económico. Había asumido la tarea de reclutar el ejército que partiría hacia Palestina y organizar todos los servicios para poder llevar a cabo tan gigantesca empresa. Y para procurarse los medios necesarios, el astuto e interesado clero reclamó y obtuvo de las autoridades seculares, o sea de la aristocracia que iba a emprender la expedición, el derecho de todos los impuestos que se exigían y pesaban como una incuestionable lacra sobre las poblaciones. Y, desde luego, la siempre oportunista clerecía no actuó con mano ligera sobre el pobre y sometido ciudadano de a pie. Las exacciones, séanse cobros injustos y hasta violentos, fueron tan graves y ruines que provocaron fuertes y sañudos resentimientos contra la Iglesia por parte de las siempre indefensas víctimas: el pueblo llano. Puede así decirse que fue la primera semilla de auténtico odio contra la poderosa Curia Romana, que algunos siglos más tarde contribuiría a la Reforma Protestante encabezada por Martin Luther-Martín Lutero-(Eisleben-Alemania, 10 de noviembre de 1483- ibid, 18 de febrero de 1546). Mas, por entonces, aquella execrable, obligada y funesta recogida de "óbolos", reforzada  y bien vista por los nobles aristócratas cristianos, hizo de la Iglesia la potencia económica (que el mismo Cristo habría repudiado) más fuerte y vergonzosa de Europa. 
 

El espíritu de la Primera Cruzada, contra todo lo imaginable, sobrevivió después de la esforzada magnitud militar que significó la empresa. Hubo, pues, la Cruzada contra los eslavos en la alemania Oriental; contra los albigenses o cataros (secta gnóstica que se extendió entre los habitantes del Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos del Reino de Aragón, entre cuyas principales creencias, opuestas a la doctrina católica, se hallaban  su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino que fue una aparición que se manifestó para mostrar el camino a Dios. En respuesta, la Iglesia Católica consideró sus doctrinas heréticas, y terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia para lograr su erradicación violenta a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense). Y, finalmente, hasta contra los alemanes Hohestaufen entre los que estuvo toda una dinastía de emperadores del "Sacro Imperio Romano Germánico". Todas estas nuevas cruzadas llevadas a cabo en las propias tierras europeas dieron lugar a que los fanáticos especialistas en "Derecho Canónico" empezaran a elaborar una "necesaria teoría" que se reconocería como "guerra justa".


Que la Primera Cruzada fue un gran trauma que conmocionó a Europa no se puede poner en duda. Los que volvieron de ella lo hicieron con un concepto de la "civilización musulmana del Medioevo" bastante diverso de aquel con el que habían partido. Una civilización hasta entonces desconocida por completo y considerada de "auténtica barbarie existencial". Dichos Cruzados, movidos por el  "bendecido beneplácito del Clero europeo" había partido enfervorizados por la religión católica, que no ortodoxa, decididos a acabar con el mundo musulmán y erradicarlos de la Tierra. Pero cuál sería la sorpresa de estos Cruzados cuando pudieron comprobar que en muchas cosas había resultado ser muy superior a la de su mundo hasta entonces conocido y representado por Cristo y su Iglesia. Constataron ante todo que los musulmanes eran mucho más tolerantes que los cristianos; e importaron a Europa no pocos testimonios de gran parte de aquella superioridad, tanto en muchos campos del ingenio artesanal como en el de las costumbres: el compás, el arte del grabado y del vidrio, las alfombras, las especias, la medicina, y además del hábito -adoptado por muchos de los Cruzados- de afeitarse sus exorbitantes, molestas y sucias barbas -escasamente pasadas por agua a lo largo de sus existencias-. Y en lo que respecta a la cultura intelectual muchas palabras árabes y las fábulas orientales llegaron a oídos de Occidente y se instalaron felizmente en él. Desde luego, todo ello no era más que una primera semilla. Pero floreció hasta el punto de enriquecer a Europa como nunca pudo llegarse a imaginar.