sábado, 1 de octubre de 2016

Albornoz de Montealto -II-








Autor: Tassilon-Stavros


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ALBORNOZ DE MONTEALTO  -II-



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Los tres locos acuden al tratamiento de inhalaciones

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Prefacio: Que la tonturria [el "palabro" tiene tela, lo sé, pero a veces viene bien soltar una olvidada perla semántica como esta si nos guían las buenas intenciones humorísticas] así disecada en los cerebros de los tres ibéricos que, según creen ellos, honran Abornoz de Montealto con su presencia, no ha perdido ni un ápice de sus muy accesibles aplicaciones. En consecuencia, nos sigue pareciendo cachondillo, siempre y cuando no sea en exceso. Y es que lo bueno que tiene Montealto -por algo es un balneario de renombre- son las sanas intenciones de que su personal respete, maneje con ternura, aunque sea disimulada, y se codee lo más higiénicamente posible con todo el universo mundo que por allí decida inscribirse. Y así ha de ser, ¡no hay más remedio!, aunque a veces muchos de sus trabajadores se hallen a punto de morir por infarto de miocardio al acoger a tanto repertorio circunvalatorio de rebuznadores títeres humanos como los que empiezan a confundirlo todo y no cesan de pringar la marrana sin que haya dios que los entienda. Lo peor de estos centros que acogen a tanto gili rebotado, tengan la edad que tengan, es que en ellos se falsifica a todo meter esto de la gratitud hacia el resignado servicio auxiliar que allí penca de lo lindo. Y es que, ¡no señor!, ¡que no hay respeto humano por parte del convaleciente que acude a un balneario a tomar las aguas aunque la estancia le salga por cuatro perras gracias al Imserso! Y como el que paga manda, esté jubilado o no, es normal que las tolerantes señoritas o los estoicos chavalotes encargados de los diversos departamentos: ya sean chorros, bañeras, inhalaciones u otras mandangas, [curativas, eso se puede asegurar], acaben -como con estos tres adoquines inscritos en Albornoz de Montealto que a lo mejor le regalan hasta... yo que sé... unos calzoncillos a quien no lo ha de menester- tan consumidos por el desamparo y demás circunstancias agotadoras como las que se desatan de tanto bregar con la masa amojamada que recorre el Centro Termal de forma tan despiadada, con su mirar sesgado, como a traición, y echando mano a conversaciones de churrería de las que amenazan con tener cuerda para rato. ¡Dios los bendiga! -a los encargados de servicios, claro- dado que por mor de que la supervivencia salarial, hoy tan escasa con el paro reinante, no les falte, ni distinguir pueden ya la calamidad del cachondeo, y no dejan de consumirse temiendo, como se indicó, que al menor descuido se les pare el corazón. Pero ¡ahí los tenéis!, ¡qué buena gente!, entregados y simpaticotes chicarrones y chicarronas de balneario, arreando siempre como burros con todos los reincidentes pelmazos, año tras año, en el balneario, que allí llegan con la esperanza de regenerar sus carnes de las descalabraduras con que nos machaca la edad. Y poniéndoles música también a las momias [no menos contribuyentes a que el Centro Curativo de Aguas Termales siga en funcionamiento] que no se deciden, pese a los achaques, a renunciar al peor de los arreglos -por ello no es de extrañar que a más de una le dé un patatús de vez en cuando- que es el de seguir moviendo el poco esqueleto que les queda en los bailes nocturnos entre pasodobles y tangos, porque, ¡a ver!, lo que les va es lo de antes. Y mientras, a  los ya mentados encargados de los tratamientos termales se les sigue estragando el vientre, hora tras hora, día tras día, noche tras noche, sin dejar de repetirse para su coleto que "lo peor es que el empeoramiento empieza a empeorar"... otro año más.

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-¿Tienen ustedes las tarjetas para los tratamientos?- les preguntó en la entrada la chica encargada de las inhalaciones.

-No, ésas no- contestó Pedro José- Pero aquí tengo una de Valencia que me mandó una tía nuestra que vive allí. Mire, es "La Albufera". Mire cuanta agua, más que aquí.

-¿No les han dado unas tarjetas en recepción?- insistió en el tema de las dichosas tarjetas la chica conteniendo la risa.

-¡Ah, sí!, pero no tenían ninguna vista y las hemos tirado- expuso Pedro José con esa tontura que a veces no se nota, y puede hasta resultar muy ocurrente.

-Bueno- dijo la encargada del departamento suspirando- Por hoy pasen a las inhalaciones, pero mañana me las tienen que traer sin falta. 

-¿De ortografía?- preguntó con cara de susto Pedro José.

-¿Perdón?- inquirió la muchacha perpleja.

-A Mary Reyes tendrá que escribírsela Manuel Andrés. Está con la regla, y ella sólo escribe bien cuando está embarazada. 

-¡No, no!- exclamó la chica, ahora algo aturdida- Lo que quiero decir es que no se les olvide.

-¡Ah! ¿Y si ella está con la regla, no puede meterse en la bañera?- navegó de nuevo en solitario por los mares de la estulticia el preguntón de Pedro José

-No se preocupe, si ella no puede ya la meteremos nosotros- añadió Manuel Andrés.

-¡No, no quiero decir que no puede entrar en la bañera!- replicó la chica cada vez más alterada.

-¿Y eso por qué? ¿Acaso no es un ser humano como usted?- se le encaró beligerante, enturbiado y yéndose por los cerros de Úbeda el "atontao" de Pedro José.

-¡Sí, sí, desde luego!- afirmó la chica temblando- Pero le puede dar una lipotimia.

-¡Ah, bueno!- se tranquilizó Pedro José- A lo mejor eso le gusta más que el té con sabor a café. ¿Tú has probado alguna vez la lipotimia, Mary Reyes? 

-Sí, una vez, en el balneario de Bengala...

-¿De Bengala?- dio un respingo, oportunamente ejemplarizador de Geografía, Manuel Andrés, recapitulando en aquel dicho de que el mundo es un pañuelo, porque para llegar hasta un balneario de Bengala ¡se necesitaban piernas para semejante traslado!- Pero ¿cuándo has estado tú en un balneario de Bengala? ¡Nada menos que en la India? ¡Anda que no se mueve ésta con soltura de una parte a otra del mundo!

-Bueno..., no... - se ofuscó la cabeza de adoquín de Mary Reyes a quien en realidad le faltaban los medios culturales más básicos para distinguir, ya no ciudades, sino continentes y toda la pesca- Quería decir en el balneario de Lahaya..., vamos,... creo...

-¿La Haya? -se quedó más estupefacto Manuel Andrés, como aquel catedrático barato que echa mano de sus más ruines despojos de sabihondo- Pero ¿tú sabes donde está La Haya? ¡No te digo! ¡Qué mal te sienta la regla!

La cabeza de Mary Reyes no es de piedra maciza, sino que está algo hueca, y de pronto y casi sin darse cuenta responde como una participante de "Saber y ganar", por churra:

-No, no,... ahora me acuerdo,... fue en Hendaya- afirmó orgullosota Mary Reyes- ¿Y tú qué te creías? ¿Que ya me había dado un ataque de Jalzimer?

 -Se dice Alzheimer, so "atontá"- corrigió Manuel Andrés, insistiendo en ese epíteto que arrastra un rabo de mala uva en sus aportaciones a la cultura semántica española.

-¡Bueno, pues como se diga!- se enfurruñó Mary Reyes, y añadió cursilona- Pero que conste que yo me hinché de lipotimias cuando estaba tomando el sol en la "terrase" y...

-¡¡Ahora te vas a poner a hablar en francés!!- cortó de un grito Manuel Andrés.

-¡Déjala, hombre!- salió en su defensa Pedro José- Ya sabes que Mary Reyes es muy poliglótica.

-¡Ya saltó el otro listorro!- exclamó encendido Manuel Andrés- ¿No sabes que a mí eso de que se ponga en plan franchuglótica me rompe las junturas del cerebro? ¡Menuda cursilería!

-¡Ay, hijo, no es para tanto!- se condolió Mary Reyes- A ti lo que te molesta es que yo me preocupe por la cultura y me eduque en lenguas "estranjeras", mientras que tú... ¡menuda jerga usas!

-Es verdad, Andresito. Está en su derecho, ¿verdad usted?- replicó Pedro José, dirigiéndose a la ya patidifusa encargada de las inhalaciones, naturalmente sin esperar respuesta- Y si a ella le apetece decir "terrase o terrace" porque sabe francés, como si le apeteciera decir que tiene juanetes, ¿a ti qué?... Andresito, es que de verdad, ¡desde que hemos llegado a este Albornoz estás hecho un marimandón!

-¡Pues sí! ¡Para que te enteres!- siguió adjudicándose su entrenamiento lipotímico Mary Reyes- ¡Tomé mis lipotimias en el balneario de Hendaya, sentadita al sol, con la regla, y, además, fumándome un pitillo!

Ante el dúo defensivo formado por Mary Reyes y Pedro José, a Manuel Andrés el incentivo del razonamiento cerebral  se volvió a aliar con esa vieja amiga estruendosa y alborotadora que se trajinan las respuestas tontas:

-¿Conque tomaste lipotimias en Hendaya, eh marisabidilla? ¡Tú es que no te has enterado que las lipotimias no se toman sino que las dan! ¿Qué te creías, que soy tan bobo como vosotros?

-¡Miren, miren!- explotó la encargada de las inhalaciones ante aquel jolgorio de verbenera mentecatez, ya completamente histérica- Vayan ustedes pasando a las inhalaciones, que yo consultaré con el director.

Entraron los tres en la sala de inhalaciones con cara de experimentados en el complemento de ciertas ciencias que todos sabemos, después de haber dado pábulo a algunas murmujeos de los que por allí andaban esperando su turno. Las vaharadas de las inhalaciones olían a alcanfor y a enjuagues de menta.

-¡Huy, qué me gusta este olor! ¡Qué rico!- exclamó Mary Reyes. Y volviéndose a la encargada explicó:- ¡Aunque yo la última vez, en -recalcó, [mirando con el rabillo del ojo a Manuel Andrés]- ¡Hendaya!,... oiga, que casi me chamusqué la cara, y no me quedé ciega de milagro. ¡Así que no me ponga usted el humo muy caliente!

-Descuide. No se preocupe. La temperatura está muy bien regulada- dijo la chica dispuesta a poner su eficacia con la mejor voluntad, no ya en el humo como decía Mary Reyes, sino en los "humores", pensando en la negra suerte que se le venía encima todo el tiempo que durase la estancia en el balneario de aquellas tres almas de cántaro.

Y de que los días tienen su saña, su rigor o su seguidilla a la marimorena, ¡cómo dudarlo!, porque no había hecho más que sentarse en el taburete Pedro José, cuando al echarse para atrás se cayó patas arriba, provocando la risa de todo el mundo que allí tomaba las inhalaciones. 

-Pero, ¡serás idiota!- exclamó Manuel Andrés, sin poder parar de reírse- ¿Tú no sabes que los taburetes no tienen respaldo, so "atontao"?

-En mi pueblo sí que tienen- contestó mosqueado Pedro José, mientras gateaba por el suelo- ¡Lo que pasa es que aquí todo está al reves, ¡qué carajo!...


Más tendencias o teorías: A los clientes pelmas, ya sean de balneario con baños e inhalaciones incluidas, o de los de tumbarse a la bartola en cualquier hotel veraniego, y que pasan por ser humanos corrientes y molientes, reservándose, porque pagan, el derecho de hablar todas las gilipolleces que se les pase por la chola, es justo que tarde o temprano les toque pagar las consecuencias. Y cuando, a  veces, alguno pierde pie o se le escapa las posaderas del lugar adecuado donde debería posarlas, y se escurre, y, ¡zas!, se la pega contra el duro suelo y o se da algún que otro mamporro, ya sea en la bañera, en la piscina, en la ducha, etc. etc. ¡qué quieren ustedes!, a todo el que haya tenido que aguantar sus impertinencias lo primero que se les pasa por la cabeza es congratularse y exclamar para su coleto:  "¡Pues, mira, me alegro, y  bien venido sea el batacazo!... Aunque, claro está, siempre y cuando no se rompa la crisma, porque entonces, además de haber sobrellevado con toda la resignación del mundo la desconsideración exigente de todos estos clientes giliflautas, encima lo que faltaría es tener que indemnizarlos. Las estadísticas aseguran que el 80% de los hombres y mujeres son animales presuntuosos, desorientados, tontorrones, y comidos de ignorancia y soberbias de papanatas. Y por eso es normal que lo que más pulule en este mundo sea esa fauna errante a la que, naturalmente, nos guste o no, todos pertenecemos. "¡Y usted que lo diga,... y usted que lo diga! ¡Hay que ver que panda de zopencos que somos, porque la verdad es que el hombre, por más que presuma, ¿qué demonios es lo que sabe? ¡No sabe casi nada! ¡El mejor, como dijo Robespierre, "pa" la guillotina! Y así, cortando cabezas de tanto impertinente, fue como hizo de Francia un país normal!"... "¡Hombre, tanto como normal, mire que a él también se la cortaron!"... "¡Qué va, hombre, lo que le pasaba a Robespierre es que padecía de los pulmones, y a veces, cuando le daba la tos, escupía sangre, y ... ¡caugh, cauch, caugh!, ¿ve usted?, como la que echo yo"... "¡Oiga, oiga no me tosa así, que me está poniendo perdidita de sangre la bata!"... "¡Pues enchúfeme ya de una vez en las "jinnalaciones"!"... "Es que, no sé, inhalaciones..., y usted, con esa tos..., ¿que quiere que le diga?, yo creo que usted, en lugar de mejorar, se nos ahoga"... "¡Ya empezamos a poner pegas! Si es que todos ustedes los encargados de balnearios son así de negativos. ¡A mí me han dicho que las "jinnalaciones" son muy sanas "pa" la tisis! Y además, ¿ve usted?, yo ya vengo "preparao". Voy a echarme un buen trago del porrón que me he traído, con unas aceitunitas de tripitas de anchoa, ¡y que me den tos! Y si quiere, hasta lo invito, aunque, por si no lo sabe, el vino no se da de balde más que en las bodas, en los bautizos, ¡¡¡caugh, caugh, caugh!... y en los funerales!... Tenga, hombre, tenga, y échese un buen trago, que de algo hay que morir, y si es llenándose el buche con un buen vino, mejor, ¡¡¡caugh, caugh, caugh!!!!... Las estadísticas de anormalidad encierran mucha crueldad. "¿Usted cree?" "¡Uf, mogollón!"