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sábado, 3 de octubre de 2009

El Eremita parte II -VI-





 
 
 
Autor: Tassilon-Stavros





 
 
 
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EL EREMITA PARTE II -VI-



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Si alguna vez asomara en mis ojos una lumbre torva que aguijara la suave gloria de mi escogido retiro, el claro amor que acaricia mi refugio, la alabada conciencia de mi ventura, se consumirían las estopas de mis lámparas, y cerrando mis postigos, mi verdad litúrgica moriría en su secreto envejecido. Pero antes oiríais mis gritos de discípulo afligido, y el terremoto de mis llantos revolcándose en la contrición de mi último latido. Luego asomaría en el aire un ave negra y hambrienta, visión terrible y definitiva, destacando en el azul, de mi nave a la deriva sobre las aguas vengativas de mi mar. Y bajo su sombra morada, desgarrada mi piel, perderían mis caminos sus contornos, rendidos mis vestigios de tanto huir sin andar. Surco del desamparo, se abrirían mis llagas sobre breñas calcinadas. Cansancio de pesadilla. Horizontes dilatados de una nueva soledad. Y perdida mi isla, mi calentura de Naturaleza, me quedaría sin el tumulto de mis olas de arena, sin los signos divinales de mi mar. Extraviado en un desierto viejo, ladino, entre profecías agoreras y una náusea de constelaciones, como un astro enloquecido, mineralizada siempre toda promesa de regresar.

Alabada sea, pues, mi ventura frente a la exaltada magnificencia de mi pobre imperio rendido. Quede mi gloria entre las anchas noches olorosas de heno, en la miel del paisaje idílico, en los callados días de mi isla, en la querencia del ejido. Desposo mi mirada en el tapiz de las aguas, y bajo las tonadas de las aves erigí mi nido. En mi confianza del bien ya no ostento, de mi juventud, lo vano. Por el ademán de los más pobres me guío. Y entre la mies caída de las garbas hallé mi río. Y si una vez del salmo y de la profecía fui dueño, hoy súbdito soy de las golondrinas y de su oleaje de júbilos. Me pierdo en el barrancal y en la marisma, cuando la gente engañosa me agravia y me lastima. Y si huyo de sus huertos joviales, me interno en mis cuestas y senderos. Frente a las aguas vivas moro. La luz de mi noche es pringue de resina, y tengo un haz de mirra que grana su brasa como el cáliz de un loto en su pebetero. Encarnado me hallo en mi choza como en un friso cerámico. Posee su calma pastoral. Es mi cenáculo caliente, y destila un aroma de molinos harineros.



No os daré mi nombre. Aceptad mi pordiosero corazón, con su paz y su sosiego. Y una vez cegado mi entendimiento a otros deseos, seguiré rehuyendo convicciones gentílicas, aquéllas que exigen la primicia de sus pompas y liturgias. Vanagloria de quienes se aman más a sí mismos que a sus propias vidas. Y oír quiero como un susurro lejano la errante estrella de mis viejas profecías, el tropel hambriento de la guardia bárbara de mis templos, las risas junciosas y halagadoras adheridas a las túnicas de los Basileos, ansias de reyes que originan sangres como simiente de sus letanías. Más fortaleza no tengo que la de mi fragilidad. Es mi semilla menuda, la definitiva estrella de mi soledad en medio de la creación. Y si los afanes de los hombres se precipitan por ciudades, yermos, y templos, yo escapo de sus voces, dejo atrás los siglos de mirada humana, y me desciño del misterio de las generaciones y de las permanentes ansiedades que acometen su razón. Mi santuario interior vive solo, en medio de la salina de la luna. No me queda sino un instante. Un eco entre las piedras. Una ungida expectación en la esencia de mis madrugadas, cuando despierta el rescoldo del fuego terrenal creado para el bien de los hombres. Y después de errar por todos los confines, me despojé de mi manto sagrado, de mis dioses, de sus puertas extrañas... Y ahora poseo un terruño polvoriento, y hasta el mar me conduce su senda intacta. En aquellas rutas largas rezagadas quedaron mis más complicadas enseñanzas. Y me guarecí en una solitaria tierra de luna, en un llanto radiante frente a la flor del alba, y tan sólo me desbordo en la perfecta sencillez de una pregunta: ¿Acaso algo me falta?...
 
 

 

martes, 29 de septiembre de 2009

El Eremita II parte -III-


 

 
 
 
 
 
Autor: Tassilon-Stavros





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EL EREMITA II PARTE -III-


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Tu culto en nada me empobrece. El recuerdo no es mi criatura en pena, ni se para como el lloroso viento en mi celosía. El río de mis palabras, una vez perdido entre presurosas muchedumbres, cobra de nuevo su sentido definitivo y va hacia ti. Y aunque me aleje de los callejones solitarios de la aldea, no soy hombre de luto. Los mártires se corrompen en su encierro. Pero mi libertad vive. Jamás, al rememorarte, puse cerrojos al oleaje de sus delicias. Y en mis evocaciones se abren mis atrios. En la misericordia sonrío. Soy eremita que deja a su paso sonrisas y bendiciones. Y lejos, en el tiempo, aún suenan, de mi templo, sus pífanos y tambores.




Tu aceite purísimo alumbra mi noche con hachos de llamas esculpidas. Una desnuda espada de dolor pretende mortificar esta inocencia. Huí de mi templo cerrado, de los yelmos y picas de los legionarios. Y no busco elogios de divinidad ultrajada. Soy como el efebo de los cuentos, que alza al óvalo del cielo sus ojos. Viña de luces, brocal de pozo plateado. Y vivo a la sombra tenue de los olmos y de los parrales retoñados. Como fámulo de la penitencia renazco. Y para mi consuelo, evocar suelo aquellos lienzos rizados cuando al aire se abrían, y aleteaba el címbalo. Refluye mi deseo por los muros del silencio. Pero no quiero para mi piel el unto de las lámparas. Existo sin nimbo. Como apóstol del lustraciones.



Tu legado me acerca al día prometido. Nada me aflige ni a nada temo. La brisa que arriba hasta mi choza crepita de risas y besos. Me recibe la luna bajo los olivos de plata. Y entre los cipreses de ruiseñores proclamo mi alborozo, porque del tiempo regado con sangre salvé mi ermitaña liturgia de eternidad. Frente a las pompas del mundo muero reposadamente. Y cuando observé interrogaciones ávidas y celosas, no vi más que llamas negras en los atributos y ornamentos pueriles de la aldea. ¡Ojos que estaban llorando! Arca de piedad y consuelo son mis pensamientos, aunque con receloso furor me rehuyan otros ámbitos. Pero yo penetro los secretos. Mi mano se tiende como una paloma, aleteando como el hijo perdido, de despedida en despedida.



Tu tierra de tradición me abre al firmamento místico. Ya no temo las discordias, ni me creo menoscabado por las censuras, ni participo de las abominaciones. Mi tiempo no tiene medida. Poseo la quietud de los olivares entre tierras rojas. Y mis altares se alzan a la sombra de los tabernáculos de enramadas tiernas, hacia donde sube el azul del mar. Y en mis dulces recodos monásticos se tiende un estremecido y reverente vuelo de palomos. Anacoreta del Oriente que en su pastoral choza canta sus primitivos siglos de idolatría. Y reanudo en el recuerdo mi desnuda sensibilidad, acariciando la gracia única de cada instante sencillo. ¡Alegría de mis mañanas en las que adivino el término de mi jornada! Ya al dolor no temo, sino al error. Llegaos a mi aposento claro, fresco de alberca, y donde truena un molino de palomar. Da mi ventana al huerto. Mi camino al mar. Y sentid mis labios, mi mano amplia. Poseo la palmera del júbilo. Y no vago en una negrura de caridad contenida.