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jueves, 17 de septiembre de 2009

El Eremita II parte -II-




 
 
 
 
 
 
 
Autor: Tassilon-Stavros



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EL EREMITA II PARTE -II-


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Fuiste mi tiempo, cuando venías a mí con tus risas y galanías, y yo te recordaba que entre los jardines del siglo quedó mi templo en ruinas. Ahogado aquel tibio olor de los aires gloriosos de Oriente. Y que viajero fui en nuevas jornadas de congoja, cuando, tras el cansado pesar de mi cuerpo, buscaba la gracia amplia y emanadora con la que tú me llamaste...


¿Por qué tramó engaños tu linaje de sirena, y hallé en el gozo de amarte desmesuras dañinas?



Fuiste mi tiempo, cuando venías a mí con tu aroma de boscaje lujurioso, y yo te recordaba la antífona de mi apasionado salmo que guardé entre mis mármoles carcomidos. Aquéllos que ahora duermen junto a las palmas gentílicas de mi vicioso río. Y que devoré precipicios por gozar de tus gracias cortesanas, muriendo a cada instante cuando me faltaban los fuegos libertinos que me insuflaran los matices purpúreos de tu carne...


¿Por qué alimentó espinas tu rosal voraz de ninfa, y hallé en tus besos vera y desierto de deseos adormecidos?



... Y ya siempre te velé, esperándote. Horas de dolores y placeres, ¡sirena fuiste de mis noches solitarias! Y ahora tu recuerdo guardo en la hora de mi postración. Vano anhelo. Ocaso alegórico de mi pasión, que ahora se pierde en la era infinita de tus mares. Y en tu playa sigo, desde donde yo te observaba...


Si volvieras a mí... Pero oír no quieres mi planto limosnero. Y yo aún espero la mañana, aunque se cierren mis ojos por el sueño. ¿No me conoces? Soy tu eremita, que perdido quedó en su rojo ocaso, ahora desbordado en un reproche inútil hacia ti, sirena huida que no ha de regresar, lirio sobre la cresta de las olas que yo tanto amaba...
 
 


 

martes, 15 de septiembre de 2009

El Eremita II parte -I-






Autor: Tassilon-Stavros






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EL EREMITA II PARTE -I-



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Yo soñaba frente al riachuelo donde rebullen las libélulas y se alborota el filo de la caña buscando el cielo. Aquél cuya corriente incesante serpentea hacia tu recuerdo en mi laberinto de ermitaño. Y allí junté mis manos, en silencio y soledad, porque creí cumplida mi obra en este mundo. Apartado de soles y bullas. Relegado ya el porqué de todos mis viajes.


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Pero no dejé de olvidarte ni un solo instante. Y cuando las gentes me insultaron, riéndose de mi pequeñez cotidiana, vino a mí tu canto, afanoso y compadecido. ¡Ay, azul lejanía danzante! Fuiste mi gaviota temblorosa, femenina como el agua, volviendo al nido. Ave mendiga de mi tiempo, arrullo entre las sombras. Limosna prometida entre ramblas de mensajes.

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Yo me estremecía en la cerrazón del crepúsculo. Y allí, donde una vez me dejaste tu sello de eternidad, hallé albergue donde guarecerme. Estampa de campo y temblor del agua. Perennemente anclado en un espacio donde tu imagen se volvía ahora el único objeto de mi deseo.Y te soñaba, siempre rendido y anhelante. Nunca apagué mi lámpara de soñador solitario, por si tú aparecías en el carro de las nubes. Y aislada quedó en un rincón de la choza mi noctámbula melodía inofensiva y rumorosa.


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Pero fui vagabundo del viento, y mi oración jugaba a perderse entre las brisas del invierno, como herida raíz frente a las veredas antiguas del recuerdo. Se cerraron para mí todas las puertas de la aldea. Y me llamaron insolente por esperarte en mi sendero yermo. Sigo siendo tu prisionero, forzando aún mi débil espíritu para adorarte. Y espero tu carroza, cuando salgo solo a tu soñada cita, sumido en mi oscuridad silenciosa.

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¡Sueños, viejos sabores de paraíso, amuletos modelados de la memoria, que, aun viviendo de la lírica de nuestra naturaleza, amortajáis nuestras verdades absolutas, no creáis que he visto por última vez el mundo! No os alejéis de mi puerta, ni rodeéis la loma del dulce descuido, porque yo vivo en la suave frescura de mis evocaciones, en la enramada de mis mañanas primaverales, en los nacarados haces de la luna nueva, y en cada grano de trigo derramado.

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Y mendigo en la esperanza. En el alborozo que mana del cielo al alba. Y guardo en mí, tras este rostro envejecido, mi hora vieja de humanidad, mi fuente íntima de romance. Nada pido. Ni dejo mi eremítica sed de pobre caminante perdida en dolorosos pensamientos. Espero que cante el pájaro en su sombra invisible. Y, callado, aguardaré la dádiva. Sé que llegará a mí como señora del silencio, entre su lluvia de misericordia, iluminando mi choza donde siempre la esperé entre mi ímpetu contenido y desvelado.