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jueves, 13 de mayo de 2010

Tela de araña








 
 
 
 
 
 
Autor: Tassilon-Stavros






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TELA DE ARAÑA

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Vanidosa, andariega, entre la pólvora y la urdimbre de los ímpetus. Cirio abrasado. Reclinada en aquel desdén que yo tomé por fiesta. Tela de araña, ingrata y funesta. Mi osamenta, ya macerada y agreste, sosiega entre papiros de ensueños, arrullados por el ferviente río de mis naves. Aquéllas que a nada comprometen. Orilla de regocijo y ferias, cortejada por las aves.
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Luces de heroísmo, sin privanza ni triunfalismo. Vosotras habéis de ser mi postrer atavío de lealtades. Y si nos encontramos, no viviremos entre noches heladas, estancados en fango y pesimismo. Tela de araña a coronarte y servirte me niego. No habrás de devorarme con las llagas de tus desmanes. No soy insecto del victimismo.
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Dejaré que la claridad alta del azul devore tus hilos remendados. Viviré con reposo de arado. No como príncipe ni santo, sino como eremita de purísimas tradiciones, repitiendo historias y versos que brinquen torrenciales. Y que mis ojos ardan como mariposas de lamparillas, sin fiebres ni temporales.
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Adivino las apacibles horas. No secreteo como duendecillo de risitas maliciosas. Ruedo de nuevo la carraca del canto. Y salgo del aposento enfermo, donde permanecí sacrificado. Ansío el saludo de un hermano. Tela de araña no medies en mis anhelos ni los quebrantes. Son églogas e idilios. Paisajes de frutales. Una inmarcesible velada de amigos. Lenguas briosas sin herrumbre entre los libros.
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Abro camino al tiempo de los afectos, sin erigirme en sabio ni en déspota de las emociones. Observo la noche de todos, porque toda ella es nuestra. Como lo son las estaciones del año. Y el suspiro congregante, la pisada clara tras la soledad, bajo esa plata inextinguible de nuestra luna. Cancel forrado de puridad. Y hago de las palabras ascuas nuevas entre labios calmos. Una exaltación recta y sensitiva. Una rueda que muela mi vivificante trigo, como molino entre los álamos.
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Tapizo mi lengua con terciopelo sumiso y blando. La entrego a mis voluntades. Pero sin convertirla en una magnitud que nunca tuviera vida. No hago de su muerte jerarquía. Tela de araña, a mis sorprendidos ojos que escarban letras, no busques afiladas puntas ni engaños, porque son pórticos que contienen milagros. Y en su divinidad no hallarás herejía. Pertenezco a un festín de belleza y de ternura. Y del vocablo, ya tan viejo tan sufrido, hago juego festivo. Mi palabra no es lluvia en el agua. Y sobre un mar de insidia, sin sus paisajes frondosos, tan sólo orfandad sufriría.
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Si he de volver al origen, trato de ser deleitoso, breve y extenso, como mis sueños deseen. Nunca comparativo, ni me despido superlativo. Que sea dócil mi pensamiento. Así como mi conquista y resistencia. Y que mis dedos pastorales, los que mueven olvidos, promesas y conciencias, no se aherrojen entre los mitos. Que desborden las mieles de sus huellas, y por las hojas paseen sus escritos. Que velen mis oídos. Y avancen con las manos juntas frente al ahogo apasionado de la musa. Sepan a bálsamo mis labios, porque son besos que se turban, delicadas pasiones que buscan su luz difusa.
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Tela de araña, tras tu umbría engañosa, se alza un cementerio fantasma, donde gimen, de las palabras, sus lápidas. Pero no te ofrendo jaculatorias, ni me encierro en tus crisálidas. Aún guardo un cofrecillo de joyas. Un afán luminoso que me aparta de la negrura. Vivo en una callejita sin tapiales, en un huerto de naranjos. Y me viste el desnudo latido de las estrellas. Soy el eterno fámulo de las letras. Y siempre, aunque te duela tela de araña, busco el arca perdida de mi cura.
 
 
 
 
 

 


 
 

domingo, 9 de mayo de 2010

Nana de los hijos

 



Autor: Tassilon-stavros

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NANA DE LOS HIJOS


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Antes del alba, resonancia íntima entre las galas místicas de las sombras.
Temblando el firmamento, mi cancioncilla henchida os velaba melancólica.
Respiración perezosa, párpados trémulos en el luto de la enredadera fosca.
Rizado medallón de niños, ángeles frágiles en la tierra, mirto de luna entre las ramas.
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Vislumbre del poniente, faro anochecido con la pureza helada del agua.
Y en mis tierras rojas, quietud de olivares, de hortalillos y almendrales verdes.
Pórtico de sueños, alameda de sosiego donde los niños paladean sus mieles.
Blancuras de infancia, cansancio loco del juego, sueños de oro en su fragua.
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Noria del río, monte plantado de viñas, vestiduras de naranjos tras las tapias.
Mi cautela se recoge, ya cumplida la jornada, en el rubio trigal de vuestras muecas.
Vaho azul de la fronda, surco de sonrisa, pliegue tierno como seda entre las ruecas.
Germen de dos sangres, cimbalillo matinal, tibios velloncillos nacidos de mis ansias.
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Niños en su jardín, huerto de algarabía, cuento que sosiega en el suspiro de la lectura.
Mis avecillas dulces, coro radiante de voces dormidas, palomas huidas tras el carro de Afrodita.
Amor que conforta mi espíritu, verbena del sueño, luz que en mi retablo palpita.
Sutil donaire que glosa la ingenuidad, gala del antojo, niñez reverdecida de mi ternura.