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domingo, 17 de agosto de 2025

La Torre Vigía


 


 

 

 

 

 

Autor: Tassilon-Stavros

 

 

 

 

 

 

 

 

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 Una novela de ANA MARÍA MATUTE

 

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"Cuando el viento cesó, la última arena bajó en seca llovizna. Desaparecieron enemigos y glorias, tal y como desaparece en el polvo toda huella de pasos. Frenando su montura, Krim-Guerrero y yo a su grupa avanzamos en un blando trote, estremecidos de silencio y soledad absolutos. La estepa se ofrecía a mis ojos y a mi oído como un sordo retumbar de cuero golpeado: las chatas muelas de pìedra que alzábanse aquí y allá entre matorrales se me antojaban redobles visibles de algún acechante timbal de guerra. O acaso el remedo de antiguos galopes. A despecho de la desaparición de los guerreros celestes, creí seguir oyéndolos: aunque los sabía arrebatados al vacío de una inmensa derrota, tan inútil ya como la gloria"


Contar uno de los periodos más difíciles de la humanidad, especialmente en aquella arcaica Europa que dejaba ya tras de sí las grandes y terribles gestas imperialistas, tan cívicas como bárbaras, de la romanización, para caer casi durante casi setecientos años en la más completa de las decadencias como la que supuso el siguiente transcurso de acontecimientos históricamente auténticos y que todos conocemos  como Edad Media,  es tratar de adentrarse en un nuevo y demencial torrente de la existencia humana y de sus consecutivos traumas por una supervivencia casi imposible. En consecuencia, si nos atenemos a la historia, no podemos pasar de largo de la desaparición del Imperio Romano, de los siguientes aluviones devastadores de las invasiones bárbaras,  de las terribles epidemias y enfermedades de todo tipo que asolaron la única Tierra conocida como fue por aquel tiempo nuestro continente, hasta llegar al nacimiento de flamantes naciones que conocieron también un consecutivo e infinito ciclo de guerras, terror e ignorancia, obligando con ello a Europa a recurrir con desesperada  frecuencia a aceptar las falsedades y pesadillas más absurdas que se mantuvieron a través de un recurrente torbellino de irracionalidad y creencias capaces de marcar tiempo y espacio durante tan oscuro y tenebroso Medioevo europeo.
 

 


Dicho Medioevo, durante sus seis o casi siete siglos, acabó así convirtiéndose en un enmarañado universo  de anhelos y heroicidades físicas que abarcaron la más siniestra y dura inmensidad de desolación emocional de los hombres y mujeres que lo habitaron y sufrieron. Y nunca acabaríamos de desenredar la informe madeja de sus acontecimientos, unas veces reconstruidos entre las situaciones reales en que se vivía, y  otras creados por inacabables cadenas de creencias cimentadas entre los sentimientos terroríficos de las religiones más intolerantes, las violencias guerreras, y las supersticiones más irracionales con sus elementos de fantasías más temidas no sólo por el pueblo llano, siempre afligido por el hambre y las pandemias, sino también por reyes y caballeros atrincherados en sus feudos protectores y sus castillos defensivos. Y por ello, para cualquiera que trate de introducirse en la profundidad de esa demasiado amplia casi anti-civilización que significó la Edad Media europea, se necesita naturalmente conocer muy bien la Historia, y verla en su gigantesca proporción de la forma más fácil y clara posible;  o, como se ha venido haciendo durante muchos siglos posteriores, contarla como si de un cuento para soñadores se tratase, hasta convertirla casi en una especie de infanticidio histórico. Resulta igualmente preciso que para tirar de ese pesado carro medieval y de sus no menos ilimitadas e irrefutables verdades, sea necesario retrotraerse también a las civilizaciones griegas y romanas impregnadas por las mitologías de sus dioses y héroes inexistentes. Iluminar, por tanto, a los ojos de los amantes de la historia lo que durante siglos se pudo mantener en la más completa oscuridad, es también realizar uno de los más inmensos servicio a esa cultura (a veces tratada como “media”) y que en infinidad de ocasiones, casi culpablemente, fue abandonada para acabar aceptando únicamente los puntos de vista novelísticos que pudieran alejarnos de esa perfecta identidad que definió el Medioevo.    


"... Según vi de inmediato, dos mujeres, madre e hija, que habitaban en la linde de los bosques, no dependían de señor alguno, por lo que su existencia de villanas libres era mucho más dura que la del último siervo. Sólo poseían una cabra, de cuya leche y quesos se alimentaban, y solían dedicarse a cortar y vender leña, por cuyo beneficio debían pagar tributo a mi padre. En tiempo de revueltas y tropelías, o en el curso de ataques a las villas por las bandas de forajidos que infestaban nuestros bosques, no tenían quien las cobijase tras la muralla del castillo o mansión. Sólo el Abad las acogía en los recintos del Monasterio. A pesar de tan calamitosa existencia, no movían a las gentes a compasión alguna, sino todo lo contrario. Y no había robo de gallina u otro animal cualquiera del que no se las culpara. Puede asegurarse que de tales  acusaciones y juicios salían maltrechas y apaleadas y aún recuerdo cómo, en cierta ocasión, dos labriegos enfurecidos por la muerte de una cabra cortaron a la más vieja de las mujeres tres dedos de la mano derecha.
 
En aquella ocasión acusábanlas de brujería, mal de ojo y pactos inconfesables con el Señor de Los Abismos, pues de un tiempo a aquella parte venían acumulándose en nuestro lugar muchas desgracias: una desconocida epidemia diezmó los rebaños de cabras, cierta lluvia seca y amarilla -Rocío de Satanás- cubría gran parte de los racimos de las viñas y para colmo, en el intervalo de pocos días, se produjeron varias muertes de niños, totalmente inesperadas. Niños que aún no habían abandonado las cunas donde les sorprendiera semejante fulminación. Los ánimos rebullían muy exasperados. Una oscura sangre de cuya existencia jamás dudé fluía soterradamente bajo los viñedos, amenazaba saltar y verterse sobre la tierra en cualquier instante. Quién sabe bajo que astutas persuasiones se logró arrancar a ambas mujeres la confesión y reconocimientos de culpa de tamaños desmanes: lo cierto es que así fue. Y acto seguido, una sensual ferocidad agitó el apretado bosque de conciencias, y creí percibir un aleteo, innumerable y ronco, sobre la fiesta de las uvas. Cien, doscientos dedos, rugosos y oscuros como sarmientos señalaron a las dos mujeres. Y la sentencia no se hizo esperar... Ya estaban apilados la estopa, la paja y los sarmientos bajo los pies de las dos brujas y el herrero suplicaba le fuese permitido acercar a la hoguera la primera llama, la que empezara y acabase con tanta superchería... Un fuerte olor a tierra y uvas se mezcló al doblar la campana que en la capilla de mi padre zarandeaba el fraile. Ascendió a todo mi ser  un olor a sarmientos quemados, a cielo mojado por la lluvia, a vino. Se introdujo por todo mi cuerpo y mi ánimo. Y ése será para mí, por siempre y siempre, el olor y el sabor del día en que nací"

 

Pero existe toda una tradición novelística que ha conjugado con éxito, de mil modos y maneras, la literatura más popular situándola en la Edad Media. Se llegó así a dar forma, a través de ese oscuro período de la vida en Europa y su constante y enriquecida temática, una bien probada eficacia indagadora de personajes heroicos siempre entregados a la protección de los desvalidos y lograr con ello que imperase la justicia. Caben, naturalmente, miles de variaciones sobre el tema de la heroicidad o la maldad de caballeros y villanos, del amor y de la aventura en ese período siempre nebuloso de nuestro Medioevo europeo. Estos esquemas perturbadores de la existencia  son sin duda alguna tan viejos como el mundo. Ya aparecieron en la antigua Grecia con Homero, y en la hoy ya más conocida literatura oriental. La razón de esta constancia hay que buscarla siempre en las capas más profundas del subsconciente humano, porque el esquema planteado es también, en toda su elementalidad, el eterno combate entre  las fuerzas puras del bien y del mal. Y fácilmente posicionarlo entre las antiquísimas mitologías que nos han deparado las no menos primitivas fantasías como fueron los duelos de Ormuz y Ahriman (Ahura Mazda y Angra Mainyu, el espíritu bueno y el espíritu malo), como  figuras mitológicas centrales de la religión zoroástrica de Mesopotamia, Osiris y Set en Egipto, Caín y Abel en la Biblia Hebrea, o Balder y Loki en la mitología escandinava. Estas luchas sublimaron y condensaron durante cientos de años las apetencias  más irracionales y secretas del hombre, y con ello las citadas imágenes del "héroe" y del "villano" que eternamente se fusionaron y trastocaron todo tipo de valores éticos y turbios presentes en esas viejas mitologías ya citadas, y cuyos matices y aristas postularon de forma inequívoca durante la Edad Media hasta las últimas guerras mundiales del siglo XX todos los males que asolan a la humanidad, y con ello, la felicidad o infelicidad de hombres y mujeres.

 



En toda novela medieval aparecerá sin duda un Georgius, también Giwargis, o un Jorge de Capadocia,  caballeresco y heroico, en lucha contra el dragón mitológico, mientras una aterrorizada y delicada doncella aguarda expectante el resultado del combate, como asistiendo de nuevo también a los arcaicos mitos griegos de Teseo contra el Minotauro (del que derivó la leyenda medieval de Georgius y el dragón) como si abriesen una válvula de escape a las angustias cotidianas de cuantos ávidos lectores recorrieran páginas y páginas de reiteradas ensoñaciones imposibles pero estables de estas literaturas medievales. España contó con casi 1.000 años de historia medieval, desde el siglo XIII y durante la misma Edad Media:  "El Mester de Clerecía" y las "Cantigas" que se desarrollaron hasta el siglo XV, y conocieron su fin con la obra de Fernando de Rojas: "La Celestina". Un amplio repertorio que conoció su gloria desde el anonimato con "El cantar del Mio Cid", copiado por Per Abbat y que fue escrito alrededor de 1207. "Las Cantigas de Santa María" de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla (1221-1284). "Libro del Buen Amor" de Juan Ruiz, conocido mayormente como el Arcipreste de Hita (1283-1350), basado en una supuesta autobiografía donde el protagonista llamado Don Melón de la Huerta representa a todas las capas de la sociedad bajomedieval española, y de una forma muy particular: a través de sus amantes. Pedro López de Ayala, (1332-1407) famoso por su obra satírica y didáctica, que describió con ironía la sociedad de su época y fue cronista de excepción de los reyes: Pedro I de Castilla, Enrique de Trastámara y Juan I de Castilla, y del rigor a la hora de describir a los personajes y el entorno que les rodeó. Alfonso Martínez de Toledo-Arcipreste de Talavera (1398-1468), autor entre otras obras de una recopilación histórica que recogía la época desde los Reyes Godos hasta Enrique III de Castilla y el tratado moral titulado "El Corbacho" o "Reprobación del amor mundano" escrito en 1438 y que tuvo por objeto explicar con detalle los perniciosos efectos del amor mundano y la lujuria. Juan de Mena (1411-1456), cuya obra "La Coronación del marqués de Santillana" publicado en 1499, con alusiones a todo lo divino y humano, fue ampliamente divulgado en su época, y su "Laberinto de Fortuna o "Las Trescientas", un poema dedicado al Rey Juan II e inspirado en el "Paraíso" de Dante Alighieri Fernando de Rojas (1470-1541), autor de "La Celestina", comedia humanística que  fue escrita durante el reinado de los Reyes Católicos y prohibida en 1792 por inmoral.

Los velos mixtificadores de la Edad Media apuntaron siempre hacia una especie de valor catártico de las tragedias cotidianas de tan dura época, y cientos de autores europeos se aprestaron por tanto a llenar  páginas y más páginas con los enfrentamientos de dos de las actitudes  humanas más características: el conformismo con su aceptación de una realidad tal cual pudo llegar a ser, y las exigencias de una evolución histórica y social siempre estimulada por la lucha y el deseo de hallar la rectitud probablemente inherente en el hombre frente a sus injusticias e imperfecciones, valiéndose de la rebeldía y la audacia aventurera para tratar de superarlas. Sobresalen entre cientos de obras, a través de la tradición anglo-germánica el "Beowulf" o "El Cantar de los Nibelungos", "El Cantar de Roldán" o el "Digenis Acritas" sobre la llamada Materia de Francia, y las canciones acríticas respectivamente, y los amoríos corteses que tratan sobre la Materia de Bretaña y la Materia de Roma, no únicamente como  cantares de gesta por los temas tratados, sino también por su énfasis en el amor y en el código de honor de la caballería, en lugar de centrarse en acciones de guerra. 
 

Pero para conceder agilidad a cuanto legado nos llegó de los oscuros siglos medievales, repletos de reminiscencias  y las sombras amenazadoras de la fantasías y las leyendas, la cúspide de títulos famosos se halló servida por un impresionante despliegue de obras como el anónimo "Amadís de Gaula", "La Alexiada" de Anna Comnena, el "David de Sassoun", de un autor anónimo de Armenia, "El libro del hombre civilizado", de Daniel de Beccles, "El libro de Margery Kempe", propio de dicha autora, "Los Cuentos de Canterbury,  de Geoffrey Chaucer, "El Decameron" de Giovanni Bocaccio, "La Divina Comedia" de Dante Alighieri, "Sir Gawain y el Caballero Verde" de autor inglés anónimo, "El caballero en la piel del tigre", de Shotá Rustaveli, "The Letters of Abelard and Helloise", "La Morte d'Arthur" de Thomas Malory, "Saga de Njál", de autor islandes anónimo, "Parzival" de Wolfram von Eschenbach, "Pedro el labrador" de William Langlan, "Proslogium" de Anselmo de Canterbury, "Roman de la Rose", de Guillaume de Lorris y Jean de Meun, "Sic et Non", de Pedro Abelardo, "Cantar de las huestes de Ígor", anónimo eslavo, "Tirant lo Blanc" de Joanot Martorell, "Los viajes de Marco Polo", del propio autor, e "Yvain, el caballero del León", de Chrétien de Troyes


La irrupción novelística emplazada en una Edad Media caballeresca, heroica y sensual reaparece con  "Ivanhoe" del escritor escocés Walter Scott [nacido en Edimburgo, Escocia, el 15 de agosto de 1771-F. en Abbotsford House, 21 de septiembre de 1832] creador del Romanticismo de Acción, que dio vida a una de las primeras y más aclamadas obras del género medieval. Escrita en 1819 y ambientada en la Inglaterra del siglo  XII, el protagonista de la acción es Wilfredo de Ivanhoe, un joven y valeroso caballero sajón. Historia de una de las familias nobles sajonas  en un momento en que la nobleza en Inglaterra era abrumadoramente normanda, tras la derrota sajona en la batalla de Hastings, de 1066.  Sir Wilfred de Ivanhoe, que ha caído en desgracia con su padre por su lealtad al rey normando Ricardo Corazón de León, que en su viaje de regreso a Inglaterra tras la fallida Tercera Cruzada, cae prisionero de Leopoldo de Austria. El legendario Robin Hood  inicialmente bajo el nombre de Locksley, es también un personaje de la historia. Otros personajes importantes incluyen al intratable padre de Ivanhoe, Cedric, uno de los pocos señores sajones que quedaban; varios Caballeros Templarios, entre los cuales destaca Brian de Bois-Guilbert, principal rival de Ivanhoe; un buen número de clérigos; forajidos y un juicio a brujas. Los siervos leales: Gurth, el porquerizo y el bufón Wamba, así como el prestamista judío  Isaac de York y su hermosa hija, Rebecca. Además de Lady Rowena noble sajona, de cautivadora belleza, adoptada por Cedric y prometida de Ivanhoe.Y por supuesto el usurpador del trono de su hermano Ricardo, Juan Sin Tierra. El libro fue escrito y publicado durante un período de creciente lucha por la emancipación de los judíos en Inglaterra y a las frecuentes injusticias cometidas contra ellos. Fue publicada en tres volúmenes, con una extensión de 401 páginas.


Y llevada a la pantalla cinematográfica en 1952, por MGM y dirigida por Richard Thorpe, con Robert Taylor, Elizabeth Taylor, Joan Fontaine, Finlay Currie, George Sanders, Emlym Williams, Felix Aylmer y Robert Douglas. La película fue un grandioso éxito comercial. También fue el segundo filme más taquillero de Estados Unidos en 1952.


                                        RENACIMIENTO

"Ivanhoe"
y sus páginas renacieron así como una flamante y purísima emoción  desprendída de este simple relato de audacias medievales, y contribuyó a revalorizar la inventiva casi visual que desencadenaba el libro al girar  también en torno a personalidades históricamente tan decisivas como Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra que pivotaban entre sus páginas como un espléndido retablo sobre los acontecimientos históricos en la Inglaterra secularmente enfrentada entre sajones y normandos. A partir de ahí, la ejemplar sobriedad de esta nueva odisea medieval creada por Walter Scott, con sus pinceladas individuales aptas para humanizar a sus personajes ficticios, se crearía un nuevo movimiento determinado en la evolución histórica de la novela de aventuras enclavadas en la Edad Media europea. Sin poderse considerar como un jalón decisivo en la evolución histórica y dramática de sus casi setecientos años de duración, un Medioevo que todavía parecía conservar una especie de fase adolescente de implacables formas de vida y exigencias veristas basadas en guerras continuas que hacían tambalear seriamente la supervivencia del hombre frente a los exponentes más característicos de la crueldad y la ignorancia, fue inminentemente sacudida por el movimiento renacentista [
Rinascimento] italiano que inició un período de grandes logros y cambios culturales que se extendieron desde Italia hacia finales del siglo XIV hasta alrededor de 1600, constituyendo la importantísima transición entre el Medioevo y la Europa Moderna. El Renacimiento iba a ofrendar a nuestro continente  europeo sumido todavía en las tinieblas de la barbarie lo que 300 años después expresaría el gran escritor ruso Lev Nikoláievich Tolstói​ (León Tolstoi): "La verdad  de la cultura contra la ignorancia, y de la manera más exactas en todas sus formas" El renacimiento italiano fue por tanto bien conocido por sus logros culturales, incluendo en su extraordinaria evolución a escritores como Francesco Petrarca (1304-1374), Baldesar Castiglione [Baltasar  Castiglione] (1478-1529) y Niccolò di Bernardo dei Machiavelli [Nicolás Maquiavelo] (1469-1527), obras de arte de Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni [Miguel Ángel] (1475-1564) y Leonardo di ser Piero da Vinci [Leonardo de Vinci] (1452-1519), y grandes obras de arquitectura, como la iglesia de Santa María del Fiore en Florencia y la Basílica de San Pedro en Roma. Las ideas e ideales del Rinascimento se difundieron con gran éxito y reformas en la vida cultural de las nuevas naciones europeas, posibilitando y facilitando el Renacimiento Español, el Renacimiento Francés,  el Renacimiento Inglés y el Renacimiento Nórdico.

Pero
la Edad Media en Europa se vio otra vez destinada a convertirse por bastantes años en un consecutivo movimiento literario acelerado que iban a presidir nuevos escritores que, impregnados por la gran tradición  de las pasadas gestas reales y ficticias atribuidas al extenso periodo medieval, pondrían  nuevamente en marcha los resortes más atractivos de la invención frente a aquella sociedad maltratada por innumerables fantasías, leyendas, intolerancias y terrores sin cuento, hasta lograr revitalizar un mundo que creyó vivir durante seis o siete siglos entre "un orden establecido" por el Poder y la Fuerza. Autores apasionados por la historia que no dudaron en transmitir a través de sus escritos lo que hoy podría denominarse como la mejor "vía simbólica" o la "mejor eficacia crítica" de una época  socialmente desestabilizada como fue aquella Edad Media, sin lugar a dudas débil y vulnerable, pero que se convertía de nuevo en el gran sujeto dramático de la flamante literatura que viera la luz a partir de los siglos XIX y XX.  
 

El gran autor francés Victor Hugo [Victor Marie Hugo, Besanzón, 26 de febrero de 1802 ‑ París, 22 de mayo de 1885] con su genial "Nuestra Señora de París" ("Nôtre-Dame de Paris"), de 1831, rompió las últimas ligaduras caballerescas que ataron a Walter Scott y a su "Ivanhoe", y recorriendo la senda de un nuevo realismo social-histórico-medieval, hizo transitar al lector por un París gótico del año 1450. Un París todavía sumido en pleno Medioevo de inmensa rusticidad e intolerancia que abarcaba las más escalofriantes emociones de la vida de sus habitantes, convirtiéndola en una ciudad que, aunque destinada a lucrarse de un gran destino, también se erigía en un tortuoso camino de resentimientos y venganzas. En un cauce inhóspito que inoculaba en el aire viciado de sus callejuelas volutas gigantescas de cinismo y crueldad. Y cuya idea de Dios se mezclaba en un juego maligno de prestidigitación lujuriosa y nigromántica. Pero también en un castigo a la caridad. Como si la misma catedral de Nôtre Dame se constituyera en un obsesión mental destinada a la fatalidad, o en un ojo deletéreo del más bárbaro feudalismo medieval.
 
 
 
 

También la eximia autora belga Marguerite Yourcenar [Marguerite Cleenewerck de Crayencour, Bruselas, 1903-Maine, 1987] con su novela "Opus nigrum" (en el original francés, "L'oeuvre au noir") llevó a cabo una descripción de la vida ficticia de un médico y alquimista del siglo XVI llamado Zenón, exhaustiva, nebulosa,  mitificadora de los horrores inquisitoriales y con la inclusión de una terrible epidemia de peste en todo el continente te europeo, recreando así una Europa con características que oscilaban de forma extraordinaria entre la Edad Media y el Renacimiento. Comenzada en 1921, conoció múltiples reelaboraciones hasta su publicación en 1968. Ese mismo año recibió en Francia el premio Fémina, y fue considerada, junto con "Mémoires d'Hadrien" ("Memorias de Adriano"), también de Yourcenar, una de las grandes novelas del siglo XX
 


 


Y en pleno siglo XX, el gran Umberto Eco [Alessandria, 5 de enero de 1932 - Milán, 19 de febrero de 2016] semiólogo, filósofo y escritor italiano, para goce de sus ávidos lectores, con su novela de 1980 "Il nome della Rosa" ("El nombre de la Rosa"),  desangró el temporal concepto de tan terrorífico y siniestro ciclo europeo, convirtiéndolo en un Medioevo tan filosófico como histórico y policíaco. Tras Eco nos quedaron, ya para siempre, dos Medioevos: el de antes de su "Nombre de la Rosa", y el de después de ella. El primero ya no pareció a partir de ese momento interesar demasiado; y fue el segundo el que siguió sangrándonos a todos con sus espinas. ¿Sería posible, por tanto, que el único Medioevo creíble nos siga pareciendo, en el hoy por hoy, el de el gran Umberto Eco? En cuanto a la época en que se desarrollan los acontecimientos descritos por Eco, y que el escritor pone en boca de un autor ficticio que explica  haber sido novicio en un terrorífico monasterio de 1327, y que cuando redacta sus memorias, afirma que no tardará en morir, podemos conjeturar que el manuscrito que da lugar a la obra literaria parece compuesto hacia los últimos diez o veinte años del siglo XIV, cuando el Renacimiento italiano ya estaba abriendo sus puertas a la nueva sociedad europea.
 


"... Vi tres rostros crispados sobre el mío, y noté en mi garganta el filo cortante, de forma que relajé los músculos y aguanté, jadeando como perro. Sentí entonces una gran amargura y esa amargura me avisaba de algo que había en el mundo, o en los hombres, que manaba veneno suficiente para corroer los más inocentes hechos,o, incluso los más hermosos: tal como podía serlo, acaso, el amor entre hermanos. "Óyeme bien, engendro de senil lujuria- mi hermano arrastraba  sus palabras de odio tan maduro que adivinábase largamente acariciado- No vuelvas a interponerte en nuestro paso; deja el castillo y abandona al Barón antes de que te degollemos como a un cerdo. Ten por seguro que, si no lo haces, la muerte que te daremos será peor que la de tu antecesor, pues música de arpas celestes parecerá la de aquel desdichado, al lado de la que te propine nuestra mano"

"... Entonces oí los gritos de los primeros tordos, el suave rastrear de la culebra en las ortigas,; varias salamandras me contemplaban, con sus ojos de oro: ínfimos dragones, desprovistos de todo poderío. De alguna forma, me vi inclinado sobre el agua, que se tiñó de rojo. En el centro de aquella sangre vi, flotando, mi cabeza degollada.... Después, tropezaron mis manos con el pomo de mi espada, y acto seguido la oí, golpeando contra los escalones de la torre vigía. Porque, si bien mi cuerpo habíase liberado de todo peso, ella arrastraba de mi cinto, y chocaba y rebotaba en todos los peldaños. En algún lugar persistía el enfurecido piafar de negros y blancos animales: agrediéndose, aún, tras las muerte de los hombres. Pero yo alcé mi espada cuanto pude, decidido a abrir un camino a través de un tiempo en que... Un tiempo... A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve."

"La Torre Vigía"
de 1971, fue la primera novela de la trilogía medieval que, junto con "Olvidado Rey Gudú" de 1996, y
"Aranmanoth", del 2000, la gran escritora española Ana María Matute emprendió en los últimos años de su extensa carrera novelística. Ambientada en una Edad Media mítica, sensual y cruel, la autora parece querer reafirmarse en una auténtica admiración hacia las aventuras medievales descritas por Walter Scott, pero con una estremecedora visión medieval que también  impone de modo definitivo un impacto similar al caballero "Ivanhoe" tan épico y solemne que nos ofrendara el autor escocés.  No obstante, toda la novela es un cúmulo de símbolos Y el aprendizaje y audacia del joven caballero Krim que también recorre las páginas de esta "torre vigía" se establece con una imagen de exaltación aria, que él mismo narra, dispuesto a enfrentarse a los vientos premonitorios de cuanta  tragedia significara vivir en una sociedad medieval moralmente sumergida en la superstición, las intolerancias de los nobles, la brujería, la inquisitiva arbitrariedad de la Iglesia, las guerras fratricidas y las barbaries más sangrientas. Pero también narra en primera persona y con una sensibilidad moderna, los años de formación y aprendizaje del joven caballero Krim a lo largo de una trama repleta de heroísmos y peligros. Ana María Matute, de modo análogo a esos conflictos dantescos que presidieran el Medioevo europeo, con caballeros y escuderos, condes degenerados y condesas lascivas, bárbaros salvajes, violencia y animalidad que son los elementos fundamentales de la ambientación, nos asombra por haber sido capaz de desarrollar sus páginas sobre realidades tan brutales como las que.jalonan la historia de Krim, que van desde la memoria de su infancia, sus añoranzas y una no menos dura adolescencia, hasta verse definitivamente sumido entre los instintos primitivos y febriles de su tiempo, y donde el amor, el odio, la violencia, la soledad, la crueldad y la muerte se alternan para ofrecer el retrato de un universo medieval tan siniestro y misterioso, tan emocionalmente desolador, y, al mismo tiempo, tan salvaje y pasional. Por sus páginas desfilarán así un cierto grado de bestialidad entre las sangrientas costumbres ancestrales, ecos de ritos pasados de divinidades ávidas de sangre, que apenas han recibido un ligero barniz de civilidad con la aparición del cristianismo, religión que convive en la novela con creencias míticas, con seres fabulosos y costumbres sacrílegas. Ogros y ogresas, dragones, seres tránsfugos y apariciones inquietantes, que semejan seres huidos de las pesadillas que acometen a su narrador. Y todo el recorrido de Krim se desarrollará en servicio de un lejano e inaccesible Gran Rey, que nadie ha visto, como una referencia nuevamente cargada de simbolismo.


Ana María Matute también juega brillantemente con la temporalidad, creando una atmósfera  en la que el pasado se entrelaza con el presente. Y con esa sensación universal de que, a pesar de los momentos vividos, existe un hilo invisible que nos ata a aquello que no nunca pudo ser, como si invitara a cada lector que recorra sus páginas a una experiencia individual para poder asomarse a su propia torre vigía, que como símbolo central de la novela es particularmente reveladora es este espacio, elevado y aislado, que se convierte  en un refugio y al mismo tiempo en una prisión, donde el protagonista se pierde en el tiempo, o en las visiones a las que accede desde tal atalaya. como él mismo nos dice "A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve." Finaliza así su mundo de héroe caballeresco que a lo largo de su existencia ha vivido atrapado en un entorno de tiranía, atrocidades guerreras y anhelos nunca alcanzados. En contrapartida a la tristeza, el horror y la melancolía en el que  los recuerdos y las ilusiones a menudo chocan brutalmente con la cruda realidad de aquel inexorable mundo medieval, la difícil concepción temática de la novela se enriquece con la prosa evocadora y lírica de Ana María Matute y su gran ingenio creador y de inventiva modélica que casi convierte  su "Torre Vigía" en un soberbio poema visual de aquella, hoy, casi mitológica y panteísta Edad Media Europea.

 
[
Ana María Matute Ausejo, nacida en Barcelona, 26 de julio de 1925- Fallecida en Barcelona, 25 de junio de 2014 a causa de infarto a la edad de 89 añosd]
Como Miembro de la Real Academia Española, ocupó el asiento "K" En en 2010 obtuvo el Premio Cervantes, Propuesta para el galardón del Premio Nobel {que no llegó a serle concedido}fue considerada  como una de las mejores novelistas de la novela española de posguerra. Fue la segunda de 5 hijos de una familia de la pequeña burguesía catalana, conservadora y religiosa. Su padre, Facundo Matute, era un catalán propietario de la fábrica de paraguas Matute S.A., y su madre fue María Ausejo Matute.  Durante su niñez, Matute vivió un tiempo considerable en Madrid, cuyas experiencias vividas en la capital de España apareció en pocas de sus historias. A los cuatro años cayó gravemente enferma.  Y su familia la llevó a vivir al pueblo natal de sus abuelos, Mansilla de la Sierra, en La Rioja, pueblo y habitantes que influyeron en su obra "Historias de la Artámila", de 1961, así como en "Paulina", 1960 obra infantil en la que presenta influencias de "Heidi", 1880, de la escritora suiza Johanna Spyri.

Vivió los horrores bélicos de la Guerra Civil españolas cuando contaba once años. El trauma de la guerra y las consecuencias psicológicas del conflicto y la posguerra influyeron de forma decisiva en sus primeras novelas de características neorrealistas, como "Los Abel", 1948, "Fiesta al Noroeste", 1953, "Pequeño teatro",  1954 {novela que recibió el Premio Planeta], "Los hijos muertos", 1958, "Primera memoria", 1960 [galardonada con el Premio Nadal], o "Los soldados lloran de noche",1964. Novelas que se inician con un profundo sentido del lirismo para sumergirse poco a poco en un realismo exacerbado.


En  Madrid asistió a un colegio religioso. En 1949 optó al Premio Nadal con su novela" Luciérnagas" pero fue eliminada en una de las rondas finales. Y la censura franquista prohibió su publicación. Sus problemas con la dictadura franquistano se limitaron a este aspecto, ya que en mayo de 1972, se le aplicó una prohibición de salida al extranjero, impidiéndole ir a un congreso de literatura infantil en Niza ["La censura tenía oprimidos a los escritores. La censura era totalmente estúpida y arbitraria. Era algo demencial. Teníamos que vivir así los que queríamos escribir, inventando argucias y trucos"-Declaró en una entrevista a Gazarian-Gautier, Marie-Lise en 1997] Contrajo matrimonio el 17 de noviembre de 1952 con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, de cuyo enlace nació su único hijo Juan Pablo.en 1954,  al que dedicó gran parte de sus obras infantiles.Tras su separación matrimonial en 1963 las leyes españolas, concedieron la tutela del su hijo al marido y esto le provocó problemas emocionales.Volvió a casarse con el empresario francés Julio Brocard, que falleció en 1990, el 26 de julio, día del cumpleaños de Matute, sumiendo a la escritora en una penosa depresión. Tras varios años de silencio como escritora, en 1984, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. En 1971, volvió a escribir y publicó "La Torre Vigía", Una trilogía medieval que se completó con "Olvidado Rey Gudú" de 1996 y "Aranmanoth", del 2000. En En 2007, recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas al conjunto de su labor literaria.Y en noviembre de 2010, se le concedió el Premio Cervantes, el más prestigioso de la lengua castellana,que se le entregó en Alcalá de Henares el 27 de abril de 2011. Fue  profesora de la Universidad, dio conferencias literarias en diversos países así como en Estados Unidos. Gran defensora de los cambios emocionales del ser humano, y en sus enseñanzas universitarias insistía a sus alumnos en afirmar que la inocencia nunca se pierde completamente. El pesimismo presidió casi siempre su obra literaria, aunque con ello pretendía demostrar una sensatez más clara que la realidad de la vida.