Vistas de página en total

martes, 17 de junio de 2025

INTROSPECCIÓN SOBRE LA NOVELA BREVE "LA HUELGA DEL PANETTONE" -Final-

 

                             MALACOZZA ANNUNZIATA: 

ABANDERADA REPRESENTANTE DE PERSEVERANTE VOLUNTARIADO SOCIALMENTE REIVINDICATIVO A TRAVÉS DE UN RECORRIDO EJEMPLARIZADOR  DE UNA INOLVIDABLE "HUELGA DEL PANETTONE"

Malacozza Annunziata: Alfiere che rappresenta il volontariato tenace e socialmente impegnato attraverso un percorso esemplare di un indimenticabile "Sciopero del Panettone"

Malacozza Annunziata: Flag-bearer representing persistent, socially demanding volunteering through an exemplary journey of an unforgettable "Panettone Strike"


            CAESAR IN HOC POTUIT IURIS HABERE NIHIL...



"La Huelga del Panettone" de Tassilon-Stavros se erige como obra fresca y provocadora. La novela, con su título intrigante, invita al lector a zambullirse en una trama, que aunque aparentemente sencilla, se revela como un microcosmos de tensiones sociales, dilemas personales y una exploración profunda de la identidad de su principal protagonista, la resuelta, reivindicativa socialista de humilde condición obrera y de moral sólida Malacozza Annunziata, que no duda con todo su más encomiable aplomo socialista en montar una gran huelga antes de Navidad en una fábrica (Factoriía Mimo) de Torino donde se elaboran los típicos panettones que en Italia se expenden durante dicha fiesta de natividad, exportándose a toda Europa. 

Seguir la trayectoria reivindicativa de Malacozza Annunziata a través de esa explotación horaria y mal pagada a cuantas trabajadoras elaboran dicho símbolo de tradición gastromómica de pastelería italiana da como resultado una síntesis maravillosa y de rasgo humorístico, para no incidir en el drama más nervioso y efectista,  de dos apariencias humanas totalmente antagónicas: el orgullo despótico y  opresor de las viejas aristocracias adineradas, clase dominante de una plutocracia inmisericorde con la pobreza, y el tiranizado proletariado  industrial representado por las cientos de mujeres que viven del mísero salario de la Factoría Mimo.  La huelga por un mínimo aumento de sueldo que promueve y exige Annunziata, siempre impetuosa e independiente pese a su triste nivel económico, falta de salud, y carencias casi extremas, trasciende la mera  protesta para convertirse en una necesaria  metáfora del anhelo de cambio social y la búsqueda de dignidad en un mundo que, por lo general, tiende a ignorar las voces más vulnerables.
 


La prosa del autor es clara y evocadora, dotada de una capacidad casi cinematográfica para descubrir escenas que despiertan los sentidos. El lector se encuentra inmerso no sólo en la historia sino también en el ambiente que rodea a los personajes y siente la tensión palpable en el aire que respiran sus existencias, tanto las proletarias como las pudientes. Esta habilidad para crear una atmósfera rica y vivida es uno de los puntos fuertes de esta novela breve que únicamente en cuatro capítulos consigue acaparar al lector a través de una emergencia social de penurias que bordean magistralmente lo rídiculo sin caer en él, y se entremeten en lo humorístico por medio del magistral personaje que compone su reivindicativa protagonista femenina. Pero todo ello sucede sin pasar de largo de una crítica feroz de esos dos mundos jamás compensados como son el defensivo y el ofensivo. Esta "Huelga del Panettone" se convierte así en una acción tan imprescindible como la que siempre se pone al servicio de la lucha de clases. Abre sus puertas como objetora de conciencia al fracaso económico, a los trabajos truncados por la incomprensión del dirigente acomodado, y al mismo tiempo también se permite retratar el mediocre panorama familiar del jerarca, representado por un obeso, insultante y egoísta comendatore Favareto, cuya solvencia económica no impide el infortunio, por accidente automovilístico o drogadicción de dos de sus vástagos, sin que ello parezca importarle demasiado, aunque su dimensión sentimental sí se centre en la muerte de su perro que lo lleva al extremo de sufrir casi un fallo cardíaco. La diversidad de voces en la novela refleja por tanto la complejidad de la sociedad tanto actual como pasada, haciendo que cada lector pueda llegar a  encontrar  un fragmento de sí mismo en las páginas de la obra.


Además de su reivindicativa carga social, "La Huelga del Panettone" está impregnada de un estilo literario que cautiva desde el inicio. La prosa de Tassilon-Stavros fluye con un mágica musicalidad que embelesa sus vívidas descripciones y transmite las emociones de los personajes, haciendo que sus luchas e imperiosos enfrentamientos resuenen con mayor intensidad. Se siente, se sufre, y se comprende hasta la emoción y la angustia de Malacozza Annunzita, protagonista única de todos los instantes más críticos que propone la narración. Esta especie de danza descriptiva es un testimonio del talento del autor para mantener el interés logrando que cada capítulo invite a pasar al siguiente. Otro elemento destacable es la forma en que Tassilon- Stavros  teje una maraña de situaciones que no evita, como ya se ha indicado, que una pobre proletaria como Annunziata llegue a convertirse en una gran objetora de conciencia, no sólo ante los deshumanizados y bien remunerados abogados defensores de Don Favareto, violentando sus mezquinos principios basados en el dinero cuando les increpa con unas frases antológicas:  "¡Sois todos un disparate de la civilización! ¡Gentuza de los mandamases!... ¿Por qué no venís alguna vez a defendernos a nosotras en lugar de estar siempre de parte de los patrones? ¡Habría que envenenaros a todos!". Y que los leguleyos le responden como no puede ser de otra manera, dada su condición de siervos del dinero: "Querida señora Malacozza, a los abogados les paga el patrón". Es necesario así exaltar el ropaje heróico de  Annunziata y su ferocidad luchadora cuando decide presentarse en la gran mansión de su miserable patrón para llevar a cabo un casi paroxístico enfrentamiento, bravamente combativo con él, sin dudar, ofreciento una vindicativa dimensión tan social como sentimental cuando se deja convencer de que en efecto el cicatero don Favareto accede hipocritamente, a fin de poner fin a la huelga, a conceder a sus trabajadoras un aumento de 3 euros con cincuenta la hora de trabajo. Estas situaciones totalmente imprevisibles que puden surgir entre los conflictos de unos personajes ataviados siempre con sus ropajes desenmascaradores de la pudiente insinceridad y de la conciencia social más necesitada de comprensión otorga a la obra con un matiz de frescura y originalidad, alejándola de las convenciones narrativas más tradicionales.

 



"La huelga del Pannetone" de Tassilon-Stavros se convierte así en una novela que, pese a ser un relato breve de cuatro capitulos, trasciende más allá de su mera ficción Y nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas y nos recuerda la importancia de la humanidad en medio de las luchas cortidianas y más protectoras frente a las clases capitalistas,  nos acompaña con momentos de reflexión, risa y, ¿por qué no?, hasta esperanza, aunque esta última no consiga rellenar el hueco.de una justicia retributiva del cual el proletariado aquí reflejado es merecedor. Pero su  trayectoria de denuncia social, siempre enfrentada a la tiranía de los grandes empresarios, nunca deja por ello de detenerse, aunque acabe de forma devastadora y borrascosamente poniendo fin a dichas hostilidades. Es también por ello una lectura necesaria y relevante para cualquier amante de la literatura. Y sin lugar a dudas,  es "un libro para todas las estaciones" que abre un gran espacio para la resistencia ante la iniquidad e injusticia, y con el que compartir  un buen pedazo de sabroso panettone en la mesa de nuestra vida.




Y tampoco por ello debe asombrarnos que la conclusión más certera en lo que a la búsqueda de una nueva supervivencia más provechosa y menos esclavizada a las injusticias patronales se refiere por parte de la inolvidable Malacozza Annunziata fuese un nuevo mantenimiento social de defensa pasiva pero más paternalista,  rehabilitando las posibilidades de su supervivencia frente al desempleo y sus privaciones cuando esta maravillosa napolitana se instala en su Nápoles natal y logra poner en marcha una pequeña factoría expendedora de pizzas, ya fueran a la napolitana, a la hawaiana, o de cualquier otra variedad, del tipo de: 2x1, 3x2, 4x5, 7x10, y reparto gratuito de dichas pizzas a partir de las once de la noche para todos los parados y sintechos "acreditados" que rondaban por la villa napolitana, no menos maltratada por la crisis. Pero acreditándose también con un letrero único en su especialidad, una provocación sin reparos como nunca veremos en ningún otro lugar de Europa donde se expendan pizzas: "ESTE ESTABLECIMIENTO TIENE PROHIBIDA, POR ACUERDO CON LA PATRONA, LA EXPENDEDURÍA DE PIZZAS A GABINETES DE ABOGADOS" 

A QUESTO LOCALE È VIETATO, PER ACCORDO CON IL DATORE DI LAVORO, VENDERE PIZZE AGLI STUDI LEGALI

 
{"Lo Sciopero del Panettone" di Tassilon-Stavros si distingue per la sua freschezza e provocazione. Il romanzo, dal titolo intrigante, invita il lettore a immergersi in una trama che, sebbene apparentemente semplice, si rivela un microcosmo di tensioni sociali, dilemmi personali e una profonda esplorazione dell'identità della sua protagonista principale, la risoluta e vendicativa socialista di umili origini operaie e di forte moralità, Malacozza Annunziata, che, con tutto il suo encomiabile aplomb socialista, non esita a organizzare un grande sciopero prima di Natale in una fabbrica (Factoriía Mimo) di Torino, dove vengono prodotti ed esportati in tutta Europa i tipici panettoni venduti in Italia durante le festività natalizie.}
 

{Seguire il viaggio vendicativo di Malacozza Annunziata attraverso lo sfruttamento orario e mal pagato dei lavoratori che producono questo simbolo della tradizione gastronomica pasticcera italiana si traduce in una sintesi meravigliosa e ironica – per non soffermarci sul dramma più tagliente e sensazionalistico – di due aspetti umani totalmente antagonisti: l'orgoglio dispotico e oppressivo delle vecchie aristocrazie facoltose, la classe dirigente di una plutocrazia spietata verso la povertà, e il proletariato industriale tiranneggiato rappresentato dalle centinaia di donne che vivono dei magri salari della Fabbrica di Mimo. Lo sciopero per un aumento salariale minimo promosso e rivendicato da Annunziata, sempre impetuosa e indipendente nonostante la sua triste situazione economica, la salute cagionevole e le carenze quasi estreme, trascende la mera protesta per diventare una metafora necessaria dell'anelito al cambiamento sociale e alla ricerca di dignità in un mondo che generalmente tende a ignorare le voci più vulnerabili.}
 


{La prosa dell'autore è limpida ed evocativa, dotata di una capacità quasi cinematografica di svelare scene che risvegliano i sensi. Il lettore si ritrova immerso non solo nella storia, ma anche nell'atmosfera che circonda i personaggi e percepisce la palpabile tensione che respirano nelle loro vite, sia proletarie che agiate. Questa capacità di creare un'atmosfera ricca e vivida è uno dei punti di forza di questo breve romanzo, che in soli quattro capitoli riesce ad affascinare il lettore attraverso un'emergenza sociale di disagio che rasenta magistralmente il ridicolo senza caderci, e si intreccia con l'umoristico attraverso la magistrale personalità della sua vendicativa protagonista femminile. Ma tutto questo avviene senza trascurare una critica feroce di quei due mondi mai livellati: quello difensivo e quello offensivo. Questo "Sciopero del Panettone" diventa così un'azione essenziale come qualsiasi altra, sempre al servizio della lotta di classe. Apre le porte come obiettore di coscienza al fallimento economico, a lavori stroncati dall'incomprensione del ricco leader, e allo stesso tempo si permette di dipingere il mediocre panorama familiare del gerarca, rappresentato da un obeso, insultante ed egoista Commendatore Favareto, la cui solvibilità finanziaria non impedisce la sventura, dovuta a un incidente stradale o alla tossicodipendenza, di due dei suoi figli, senza sembrare preoccuparsene più di tanto, sebbene la sua dimensione sentimentale si concentri sulla morte del suo cane, che lo porta quasi a soffrire di infarto. La diversità di voci nel romanzo riflette quindi la complessità della società presente e passata, consentendo a ogni lettore di ritrovare un frammento di sé tra le pagine dell'opera.}
 

 
{Oltre al suo contenuto di forte connotazione sociale, "Lo Sciopero dei Panettoni" è permeato da uno stile letterario che cattura fin dall'inizio. La prosa di Tassilon-Stavros scorre con una magica musicalità che cattura le sue vivide descrizioni e trasmette le emozioni dei personaggi, facendo risuonare con maggiore intensità le loro lotte e i loro avvincenti confronti. Si percepisce, si soffre e si comprende persino l'emozione e l'angoscia di Malacozza Annunzita, unica protagonista di tutti i momenti più critici presentati nella storia. Questa sorta di danza descrittiva è una testimonianza del talento dell'autore nel mantenere vivo l'interesse, assicurando che ogni capitolo inviti a passare al successivo. Altro elemento degno di nota è il modo in cui Tassilon-Stavros tesse una rete di situazioni che, come già accennato, non impedisce a una povera proletaria come Annunziata di trasformarsi in una grande obiettore di coscienza, non solo di fronte ai disumanizzati e ben pagati avvocati difensori di Don Favareto, violandone i meschini principi basati sul denaro quando li rimprovera con frasi antologiche: "Siete tutti un'assurdità di civiltà! Feccia dei padroni!... Perché non venite qualche volta a difenderci invece di schierarvi sempre dalla parte dei padroni? Bisognerebbe avvelenarvi tutti!". E gli avvocati rispondono come non potrebbe essere altrimenti, data la loro condizione di servi del denaro: "Cara signora Malacozza, gli avvocati sono pagati dal padrone". È dunque necessario esaltare l'eroico abbigliamento di Annunziata e il suo feroce spirito combattente quando decide di presentarsi alla grande dimora del suo miserabile datore di lavoro per affrontare con lui uno scontro quasi parossistico, coraggiosamente combattivo, senza esitazione, offrendo una dimensione vendicativa tanto sociale quanto sentimentale quando si lascia convincere che l'avaro Don Favareto abbia effettivamente acconsentito ipocritamente, per porre fine allo sciopero, a concedere ai suoi operai un aumento di 3,50 euro l'ora. Queste situazioni del tutto imprevedibili che possono sorgere tra i conflitti di personaggi sempre vestiti nei loro abiti, smascherando l'insincerità dei ricchi e la coscienza sociale più bisognosa di comprensione, conferiscono all'opera un tocco di freschezza e originalità, distanziandola dalle convenzioni narrative più tradizionali.}
 

{"Lo Sciopero del Panettone" di Tassilon-Stavros diventa così un romanzo che, pur essendo un racconto breve di quattro capitoli, trascende la sua mera finzione. Ci invita a riflettere sulle nostre vite e ci ricorda l'importanza dell'umanità nel mezzo delle lotte quotidiane, più protettive, contro le classi capitaliste. Ci accompagna con momenti di riflessione, risate e, perché no, persino di speranza, sebbene quest'ultima non riesca a colmare il vuoto di giustizia retributiva che il proletariato qui rappresentato merita. Ma la sua traiettoria di denuncia sociale, sempre a confronto con la tirannia delle grandi imprese, non cessa di fermarsi, anche se si conclude in modo devastante e tempestoso, ponendo fine a tali ostilità. Anche per questo è una lettura necessaria e attuale per ogni amante della letteratura. E senza dubbio, è "un libro per tutte le stagioni" che apre un grande spazio di resistenza all'iniquità e all'ingiustizia, e con cui condividere una buona fetta di gustoso panettone alla tavola delle nostre vite. E non dovrebbe sorprendere che la conclusione più azzeccata riguardo alla ricerca di una nuova sopravvivenza più redditizia e meno schiava delle ingiustizie padronali da parte dell'indimenticabile Malacozza Annunziata sia stata una nuova difesa sociale di tipo passivo ma più paternalistico, riabilitando le possibilità della sua sopravvivenza di fronte alla disoccupazione e alle privazioni quando questa meravigliosa donna napoletana si stabilì nella sua Napoli natale e riuscì ad avviare una piccola fabbrica di vendita di pizze, napoletane, hawaiane o di qualsiasi altra varietà, del tipo: 2 per 1, 3 per 2, 4 per 5, 7 per 10, e distribuzione gratuita di dette pizze dalle undici di sera a tutti i disoccupati e i senzatetto "accreditati" che bazzicavano la cittadina partenopea, non meno martoriata dalla crisi. Ma anche accreditandosi di un cartello unico nella sua specialità, una provocazione senza remore come non vedremo mai in nessun altro locale d'Europa dove si vendono pizze: "A QUESTO LOCALE È VIETATO, PER ACCORDO CON IL DATORE DI LAVORO, VENDERE PIZZE AGLI STUDI LEGALI" }
 

[Tassilon-Stavros's "The Panettone Strike" stands out as a fresh and provocative work. The novel, with its intriguing title, invites the reader to immerse themselves in a plot that, although seemingly simple, reveals itself to be a microcosm of social tensions, personal dilemmas, and a profound exploration of the identity of its main protagonist, the resolute, vindictive socialist of humble working-class background and strong morals, Malacozza Annunziata, who, with all her commendable socialist aplomb, does not hesitate to organize a major strike before Christmas at a factory (Factoriía Mimo) in Turin where the typical panettones sold in Italy during the Christmas holiday are produced and exported throughout Europe.]
 

[Following the vindictive journey of Malacozza Annunziata through the hourly and poorly paid exploitation of the workers who make this symbol of Italian pastry gastronomy tradition results in a wonderful and humorous synthesis—so as not to dwell on the more edgy and sensationalist drama—of two totally antagonistic human appearances: the despotic and oppressive pride of the old wealthy aristocracies, the ruling class of a plutocracy merciless toward poverty, and the tyrannized industrial proletariat represented by the hundreds of women who live off the meager wages of the Mimo Factory. The strike for a minimal pay raise promoted and demanded by Annunziata, always impetuous and independent despite her sad economic status, poor health, and almost extreme deficiencies, transcends mere protest to become a necessary metaphor for the yearning for social change and the search for dignity in a world that generally tends to ignore the most vulnerable voices.]
 

[The author's prose is clear and evocative, endowed with an almost cinematic ability to uncover scenes that awaken the senses. The reader finds themselves immersed not only in the story but also in the atmosphere surrounding the characters and feels the palpable tension in the air they breathe in their lives, both proletarian and wealthy. This ability to create a rich and vivid atmosphere is one of the strengths of this short novel, which in just four chapters manages to captivate the reader through a social emergency of hardships that masterfully borders on the ridiculous without falling into it, and intertwines with the humorous through the masterful character of its vindictive female protagonist. But all this happens without neglecting a fierce critique of those two never-equalized worlds: the defensive and the offensive. This "Panettone Strike" thus becomes an action as essential as any that is always at the service of the class struggle. She opens her doors as a conscientious objector to economic failure, to jobs cut short by the incomprehension of the wealthy leader, and at the same time she also allows herself to portray the mediocre family panorama of the hierarch, represented by an obese, insulting and selfish Commendatore Favareto, whose financial solvency does not prevent misfortune, due to a car accident or drug addiction, of two of his offspring, without seeming to care too much, although her sentimental dimension does focus on the death of his dog, which brings him to the point of almost suffering heart failure. The diversity of voices in the novel therefore reflects the complexity of society both present and past, allowing each reader to find a fragment of themselves in the pages of the work.]
 

[In addition to its socially charged content, "The Panettone Strike" is imbued with a literary style that captivates from the start. Tassilon-Stavros's prose flows with a magical musicality that captivates his vivid descriptions and conveys the characters' emotions, making their struggles and compelling confrontations resonate with greater intensity. One feels, suffers, and understands even the emotion and anguish of Malacozza Annunzita, the sole protagonist of all the most critical moments presented in the story. This kind of descriptive dance is a testament to the author's talent for maintaining interest, ensuring that each chapter invites one to move on to the next. Another noteworthy element is the way in which Tassilon-Stavros weaves a web of situations that, as already indicated, does not prevent a poor proletarian like Annunziata from becoming a great conscientious objector, not only before Don Favareto's dehumanized and well-paid defense lawyers, violating their petty principles based on money when she rebukes them with some anthological phrases: "You are all a nonsense of civilization! Scum of the bosses!... Why don't you come sometime to defend us instead of always siding with the bosses? You should all be poisoned!" And the lawyers respond as it could not be otherwise, given their condition as servants of money: "Dear Mrs. Malacozza, lawyers are paid by the boss." It is thus necessary to exalt Annunziata's heroic attire and her ferocious combative spirit when she decides to appear at the grand mansion of her miserable employer to carry out an almost paroxysmal confrontation, bravely combative with him, without hesitation, offering a vindictive dimension as social as it is sentimental when she allows herself to be convinced that the miserly Don Favareto has indeed hypocritically agreed, in order to end the strike, to grant his workers a raise of 3.50 euros per hour. These totally unpredictable situations that can arise between the conflicts of characters always dressed in their attire, unmasking the insincerity of the wealthy and the social conscience most in need of understanding, give the work a touch of freshness and originality, distancing it from the most traditional narrative conventions.]
 

[
Tassilon-Stavros's "The Pannetone Strike" thus becomes a novel that, despite being a short story of four chapters, transcends its mere fiction. It invites us to reflect on our lives and reminds us of the importance of humanity in the midst of everyday, more protective struggles against the capitalist classes. It accompanies us with moments of reflection, laughter, and, why not, even hope, although the latter fails to fill the void of retributive justice that the proletariat reflected here deserves. But its trajectory of social denunciation, always confronting the tyranny of big business, never ceases to pause, even if it ends in a devastating and stormy way, putting an end to said hostilities. It is also for this reason a necessary and relevant read for any literature lover. And without a doubt, it is "a book for all seasons" that opens a great space for resistance to iniquity and injustice, and with which to share a good piece of tasty panettone at the table of our lives. And it should not surprise us that the most accurate conclusion regarding the search for a new, more profitable survival less enslaved to the injustices of the bosses on the part of the unforgettable Malacozza Annunziata was a new social maintenance of passive but more paternalistic defense, rehabilitating the possibilities of her survival in the face of unemployment and deprivation when this wonderful Neapolitan woman settled in her native Naples and managed to start a small factory selling pizzas, whether Neapolitan, Hawaiian, or any other variety, of the type: 2 for 1, 3 for 2, 4 for 5, 7 for 10, and free distribution of said pizzas from eleven at night to all the "accredited" unemployed and homeless who were hanging around the Neapolitan town, no less battered by the crisis. But also accrediting itself with a sign unique in its specialty, a provocation without qualms like we will never see anywhere else in Europe where pizzas are sold: "THIS ESTABLISHMENT IS PROHIBITED, BY AGREEMENT WITH THE EMPLOYER, FROM SELLING PIZZAS TO LAW FIRMS"

 



                         LA HUELGA DEL PANETTONE

 

-¿Adónde me lleváis? ¿Qué es eso, el hospital?- inquirió Annunziata- ¡Que no vengan mis hijos!

-No, mujer, la taberna. Tienes que tomar algo para que entres en calor- le aclaró uno de los acompañantes.

-¡Ah, bueno!- aceptó Annunziata- Debo de estar muy mal porque no veo nada. ¡Ay madre mía, cómo me duele todo!... ¿Y mi bicicleta?- añadió presurosamente, temiendo haberse quedado sin ella.

-La bicicleta está bien. La lleva pipistrello.

Al oír su apodo, empezó a reír y a saludar a todo el mundo.

-Cuidado con ése, que tiene la mano larga- objetó nerviosa Annunziata.

Una vez en el interior, tumbaron a la accidentada en un largo banquillo que se hallaba junto a la pared.

-¡No, aquí no! Que todavía no me he muerto- se opuso Annunziata- Allí, en la silla. ¡Ahh, caugh, caugh! -tosió- me duelen todas las costillas, y el brazo derecho,... lo tengo roto, estoy segura. -se abrió el anorak como pudo y empezó a sacar de debajo del mismo un montón de papeles de periódico.

-Pero, ¿qué llevas ahí, todos los periódicos de Torino?- preguntó uno, entre las risas de los demás.

-¡A ver!, ¿qué quieres? Es lo único que la abriga a una contra este maldito frío- aclaró Annunziata- ¡Tonino! -al camarero-, ponme una grappa, a ver si me entono.

-Cuidado, que la vas a pillar- advirtió con voz angelical el cura.

-Está acostumbrada- replicó sonriente Tonino- La conozco bien. El día de su primera comunión entre ella y su abuela se bebieron más de veintidós chatos.

Annunziata, embocándose el vaso de grappa, empezó con su clásico revoleo de mano (esta vez la izquierda, porque la derecha no la podía mover) y exclamó:

-En cuanto a esos cabrones, ¡millones, millones me tendrán que pagar!... ¿Habéis avisado a Guido?

-No, mujer. Guido no se ha enterado de nada, y tus hijos tampoco.

-Mejor.

Tras el anuncio del suceso, había acudido a la taberna un carabiniere para oír la explicación de la accidentada.

-Pero, ¿vamos a ver?- inquirió- ¿Has reconocido el vehículo que te ha embestido?

-¡Claro que lo he reconocido!- admitió ufana Annunziata- Era la furgoneta de la levadura. La de la fábrica de panettones. ¡Quería atropellarme aquel criminal... quería acabar conmigo!

-¿Estás segura de lo que dices? ¿No te estarás confundiendo?

Ufa, con el carabiniere! - exclamó Annunziata- ¡No, yo no me confundo! ¿Y sabéis por qué? Porque soy yo, ¿me oís todos?, yo misma quien descarga todas las mañanas esa furgoneta que parece un tanque, y conozco muy bien al chófer. Un lameculos al que llaman el Binladen porque explotó una botella de butano cuando lo echaron de su casa y derrumbó medio edificio.

-¿Y no fue a la cárcel?

-¿A la cárcel, ése? ¡Y un cuerno! El comendatore Favareto, que es un mafioso, se encargó de que no lo trincaran, y encima -alzándose de la silla y parodiando gestos de servilismo: "gracias, gracias, querido comendatore"- nos lo instaló en la fábrica para que nos espiara a todas, y de camino hacerle los trabajitos fáciles al jefazo. Lo que ya os he dicho, un criminal en toda regla,... bueno, mejor dicho, ¡dos!, si añadimos al comendatore. ¡Y ese, ese y no otro es el hijo de mala madre que ha tratado de matarme esta tarde!

-Pero, ¿tú cómo puedes estar segura? ¿Le has visto la cara?

-No, la cara no, pero lo que es la furgoneta...

-¿No tendrá este Binladen alguno motivo de venganza contra ti? ¿De celos?

-¿De celos? ¡Qué celos ni qué mierda!... Y os digo más. Ha sido el comendatore Favareto, el dueño de la fábrica. ¡Él es el que ha dado la orden de atropellarme.

-¿El comendatore Favareto?

-Sí, ese gordinflas con cara de cerdo, que ya intentó meterme en la cárcel durante la huelga del invierno pasado. Antes de la huelga me hizo la pelota. Me llamó a su despacho y me dijo: "Bambina mía, bonita, si eres buena y nos ponemos de acuerdo, te hago jefa de sección" ¡Y un cuerno! -corte de mangas de Annunziata- ¡Ay, madre mía, mi brazo, que ya no me acordaba!

-Y como en lugar de eso, tú has seguido organizando huelgas, él ha intentado...

-Sí, sí, porque como lo he mandado a la mierda más de una vez, ha sido él quien ha ordenado al Binladen que me aplastara debajo de las ruedas de su tanque.

-Pero, a ver, signora Malacozza, ¿tiene usted algún testigo del hecho?- se impacientaba ya el carabiniere.
 
-Si, lo tengo- movió Annunziata la cabeza con un ademán desesperanzado, indicando a Pipistrello- ¡Ése! Pero es un pobre idiota que no sabe ni hablar- Pipistrello seguía babeando, riendo y saludando- ¿Lo veis? 
 
 

{-Dove mi porti? Cos'è, l'ospedale?- chiese Annunziata.-Non far venire i miei figli!. 
 
 -No, donna, l'osteria. Hai bisogno di qualcosa per scaldarti.- spiegò una delle compagne. 
 
-Vabbè- concordò Annunziata-Devo essere messa proprio male perché non vedo niente. Oddio, mi fa così male tutto! E la mia bici?- aggiunse in fretta, temendo di averla persa. 
 
-La bici va bene. La guida Pipistrello. 
 
Sentendo il suo soprannome, iniziò a ridere e a salutare tutti. 
 
-Fate attenzione a quello, ha la mano lunga- obiettò Annunziata nervosamente. 
 
Una volta dentro, adagiarono la donna ferita su una lunga panca contro il muro. 
 
-No, non qui! Non sono ancora morta- obiettò Annunziata.-Lì, sulla sedia. Ahh, taugh, taugh!- tossì.-Mi fanno male tutte le costole, e il braccio destro... è rotto, ne sono sicura- Aprì l'anorak meglio che poté e cominciò a tirar fuori una pila di giornali da sotto. 
 
-Cosa porti lì, tutti i giornali di Torino?- chiese uno di loro, tra le risate degli altri. 
 
-Vediamo! Cosa vuoi? È l'unica cosa che ti tiene al caldo da questo maledetto freddo- chiarì Annunziata. -Tonino!- chiese al cameriere -Dammi una grappa, vediamo se riesco a sbrigarmi. 
 
Attento, la prendi- avvertì il prete con voce angelica. 
 
-Ci è abituata-rispose Tonino sorridendo.-La conosco bene. Il giorno della sua Prima Comunione, lei e sua nonna ne hanno bevuti più di ventidue bicchieri. 
 
Annunziata, vuotando il bicchiere di grappa, iniziò il suo classico gesto di saluto con la mano (questa volta con la sinistra, perché non riusciva a muovere la destra) ed esclamò: 
 
-Quanto a quei bastardi, mi dovranno dare milioni!... Hai avvisato Guido? 
 
-No, donna. Guido non l'ha saputo, e nemmeno i tuoi figli. 
 
-Meglio. 
 
Dopo la notizia dell'incidente, un agente di polizia era venuto all'osteria per ascoltare la spiegazione della vittima. 
 
-Ma vediamo?- chiese- Hai riconosciuto il mezzo che ti ha investito? 
 
-Certo che l'ho riconosciuto!- ammise Annunziata con orgoglio- Era il furgone del lievito. Quello della fabbrica di panettoni. Quel criminale voleva investirmi... voleva finirmi! 
 
-Sei sicura di stare parlando di questo? Non ti sbagli?  
 
-Ufa, con il carabiniere!- esclamò Annunziata-No, non sono confuso! E sapete perché? Perché sono io, mi sentite tutti? Sono io quello che scarica quel furgone simile a un carro armato ogni mattina, e conosco molto bene l'autista. Un leccapiedi che chiamano Bin Laden perché ha fatto esplodere una bombola di butano quando lo hanno sfrattato da casa sua e hanno fatto crollare metà dell'edificio. 
 
-E non è andato in prigione? Prigione, quello? Cavolo! Il Commendatore Favareto, che è un mafioso, ha fatto in modo che non lo prendessero, e per giunta– alzandosi dalla sedia con aria beffarda e servile – "Grazie, grazie, caro Commendatore" – lo ha piazzato in fabbrica così poteva spiarci tutti e, strada facendo, fare il lavoro facile per il capo. Quello che ti ho già detto, un criminale a tutti gli effetti... beh, meglio dire, due! Se aggiungiamo il Commendatore. E quello, quello e nessun altro, è il figlio di puttana che ha cercato di uccidermi questo pomeriggio! 
 
-Ma come fai a esserne sicuro? Hai visto la sua faccia? 
 
-No, non la sua faccia, ma il furgone... 
 
-Questo Bin Laden non ha qualche motivo per vendicarsi di te? Gelosia? 
 
-Gelosia? Gelosia, no!... E ti dirò di più. Era il Commendatore Favareto, il proprietario della fabbrica. È lui che ha dato l'ordine di investirmi. 
 
-Commendatore Favareto? 
 
-Sì, quel tizio grasso con la faccia da porco, che ha già cercato di farmi mettere in prigione durante lo sciopero dell'inverno scorso. Prima dello sciopero, mi ha leccato il culo. Mi chiamò nel suo ufficio e disse: "Mia cara, bella ragazza, se fai la brava e ci mettiamo d'accordo, ti faccio capo sezione. Cavolo!- Annunziata fece un gesto di disapprovazione- Oh cielo, il braccio, me n'ero dimenticata! 
 
-E siccome invece hai continuato a organizzare scioperi, lui ha provato... 
 
-Sì, sì, perché gli ho mandato al diavolo più di una volta, è stato lui a ordinare a Bin Laden di schiacciarmi sotto le ruote del suo carro armato. 
 
-Ma, sentiamo, signora Malacozza, ha testimoni dell'accaduto?- il carabiniere si stava spazientindo. -
 
Sì, ce l'ho -Annunziata scosse la testa con un gesto disperato, indicando Pipistrello- Quello! Ma è un povero idiota che non sa nemmeno parlare- Pipistrello continuò a sbavare, ridere e salutare.-Capisce?}
 

[-Where are you taking me? What's that, the hospital?- Annunziata inquired- Don't let my children come!
 
-No, woman, the tavern. You need something to warm you up-one of the companions explained. 
 
-Oh, well," Annunziata agreed- I must be in really bad shape because I can't see anything. Oh my goodness, everything hurts so much! And my bike?- she added hastily, fearing she might have lost it.   
 
-The bike's fine. Pipistrello rides it.
 
Hearing her nickname, she started laughing and waving to everyone.  
 
-Be careful with that one, he has a long hand-  Annunziata objected nervously.
 
Once inside, they laid the injured woman down on a long bench against the wall. 
 
-No, not here! I'm not dead yet- Annunziata objected- There, on the chair. Ahh, caugh, caugh!- she coughed.- All my ribs hurt, and my right arm... it's broken, I'm sure of it- She opened her anorak as best she could and began to pull out a pile of newspapers from under it.
 
-What are you carrying there, all of Turin's newspapers?- one of them asked, amid the laughter of the others. 
 
-Let's see! What do you want? It's the only thing keeping you warm against this damn cold- Annunziata clarified- Tonino!- she asked the waiter- Give me a grappa, let's see if I can get a move on.
 
-Careful, you'll catch her- the priest warned in an angelic voice.     
 
-She's used to it- Tonino replied, smiling- I know her well. On the day of her First Communion, she and her grandmother drank more than twenty-two glasses.
 
Annunziata, draining her glass of grappa, began her classic hand-waving gesture (this time with her left hand, because she couldn't move her right hand) and exclaimed:   
 
-As for those bastards, they'll have to pay me millions!... Have you notified Guido?
 
-No, woman. Guido didn't find out, and neither did your children.
 
-Better.    
 
After the incident was announced, a police officer had come to the tavern to hear the victim's explanation.
 
-But let's see?"-he asked.- Did you recognize the vehicle that hit you?   
 
-Of course I recognized it!- Annunziata admitted proudly- It was the yeast van. The one from the panettone factory. That criminal wanted to run me over... he wanted to finish me off!.
 
-Are you sure you're talking about this? Aren't you mistaken?  
 
-Wow, with the carabiniere!- Annunziata exclaimed- No, I'm not confused! And do you know why? Because it's me, do you all hear me? I'm the one who unloads that tank-like van every morning, and I know the driver very well. A bootlicker they call Bin Laden because he exploded a butane cylinder when they evicted him from his house and brought down half the building.
 
-And he didn't go to jail?
 
-Jail, that one? Hell of it! Commendatore Favareto, who's a mobster, made sure they didn't catch him, and on top of that"—rising from his chair and mockingly servile, "Thank you, thank you, dear Commendatore"—he installed him in the factory so he could spy on us all, and on the way, do the easy work for the boss." What I've already told you, a full-fledged criminal... well, better said, two! If we add the Commendatore. And that one, that one and no other, is the son of a bitch who tried to kill me this afternoon! 
 
-But how can you be sure? Have you seen his face? 
 
-No, not his face, but the van... 
 
-Doesn't this Bin Laden have some motive for revenge against you? Jealousy?
 
-Jealousy? Jealousy, no shit!... And I'll tell you more. It was Commendatore Favareto, the owner of the factory. He's the one who gave the order to run me over.
 
-Commendatore Favareto?
 
-Yes, that fat, pig-faced fellow, who already tried to put me in jail during last winter's strike. Before the strike, he sucked up to me. He called me into his office and said, "My dear, pretty girl, if you're good and we come to an agreement, I'll make you section chief." Hell of it!- Annunziata flipped off her hand- Oh my goodness, my arm, I'd forgotten!
 
-And since instead of that, you've continued organizing strikes, he tried...
 
-Yes, yes, because I've told him to go to hell more than once, he was the one who ordered Bin Laden to crush me under the wheels of his tank.
 
-But, let's see, Signora Malacozza, do you have any witnesses to the incident?- the carabiniere was getting impatient. 
 
-Yes, I do- Annunziata shook her head in a hopeless gesture, indicating Pipistrello- That one! But he's a poor idiot who can't even speak.-Pipistrello continued drooling, laughing, and waving-Do you see?]
 
 

Fue toda una manifestación furiosa y amenazadora que encabezaba Malacozza Anunziata con el brazo derecho en cabestrillo (su propia bufanda). Un gran desbordamiento compuesto por rostros que temblaban de frío y de ira. La repulsa femenina iba acompañada además de grandes pasquines (cartones clavados sobre palitroques) que sobresalían por entre el pandemónium de cabezas, y cuyos testimonios escritos parecían poseer voz propia entre aquella atmósfera de resonancia profunda y reivindicativa: "El comendatore Favareto es un puerco", "La mujer del comendatore es una repipi que le pone los cuernos al comendatore hasta con Berlusconi", "La hija del comendatore toma drogas", "El patrón nos niega el aumento y con lo que nos roba engorda a la piara de cerdos de sus abogados"... Y cuando uno de los letrados, adiposo y con los mofletes sonrosados, salió del coche, además de abucheado fue recibido por tal lluvia de podridas hortalizas de todo tipo que las pleiteantes no pudieron por menos que lanzar sonoras carcajadas, pese a que la esencia de la amenaza de que sus demandas no fueran escuchadas y ni mucho menos aceptadas parecía definitiva con la presencia de las "esquirolas" y los dos juristas cabreados. Era como si entre las huelguistas y el universo existiera ahora una muralla invisible que las protegiera momentáneamente del miedo. Pero en verdad eran sus gritos reivindicativos los que aumentaban el tamaño de la muralla, rodeándolas así de otra protección más sutil.

-¡¡Tenemos hambre!! ¡¡Ya estamos cansadas!! ¡¡Basta, basta!!...¡¡Queremos el aumento!! ¡¡Que el puerco del comendatore deje de explotarnos!! ¡¡Hijos de mala madre, dadnos nuestro dinero!!
 
-¿Y quién es la responsable del Comité de la fábrica?

-Yo, Malacozza Annunziata.

-Bien, en vista de la insostenible tensión que se ha provocado, el comendatore Favareto ha decidido negociar con vosotras personalmente y os espera en su despacho de Torino.

-¿Que os había dicho yo? - se iluminó el rostro aterido de Annunziata, volviéndose hacia sus compañeras- ¡Se ha cagado en los pantalones!

-... Y ha puesto a vuestra disposición su coche- siguió el abogado, haciendo caso omiso del contento esperanzado de las huelguistas- Así iremos más deprisa..

-¡No!- exclamó Annunziata, renunciando a la proposición del jurista con un movimiento brusco y repetido del dedo índice de su mano izquierda- Nosotras no subimos en los coches de los patrones. ¿Qué os habéis creído? Nosotras vamos en bicicleta. Y aunque el aire huela a mierda, es mejor eso que contaminarse con vuestros coches perfumados con los purazos que os mete en la boca el patrón. Además, no os necesitamos, conocemos muy bien el despacho del comendatore... ¡Vámonos! Y vosotras (al resto de las huelguistas), aquí quietas, sin hacer jarana. Pero no perdáis de vista el camión de las "esquirolas", que para eso tenemos piedras de repuesto.
 
 
...Comenzó la marcha en bicicleta hasta Torino. Las tres mujeres contenían la respiración. La carrera era agotadora, el frío excesivo. Y la conmoción que significaba supeditarse de nuevo a las injustas exigencias que sin duda esgrimiría el comendatore iba cuidadosamente clasificada en la mente de Annunziata, porque el recuerdo de las entrevistas anteriores no dejaba de incrementar la tensión nerviosa y mental a la que parecía tener que andar sometida de por vida. Además, no se engañaba, sabía que era absurdo hacerse ilusiones porque la huelga, a todas luces insostenible y la hostilidad del comendatore, las estaba echando a empujones de la fábrica. Ciertamente, ese Dios del que tantas veces le habían hablado en su lejana infancia, parecía realmente haber vivido, siglo tras siglo y oculto siempre a la mirada humana, en un circo (al que todos llamamos mundo), donde siempre luchaban el Bien y el Mal. Y cuando por fin se daba a conocer a la gente, tenía forma de toro con malas pulgas, poco dado a la generosidad y siempre pidiendo cuentas de nuestros actos, incluso de los más simples. Ese Dios en forma de toro era el comendatore Favareto.

El despacho de los leguleyos de Don Favareto era una sala enorme, bien caldeada, capaz de sugestionar y acobardar al más pintado. Enormes ventanales acortinados, puertas por todas partes que parecían crear un reino de misterios porque resultaba imposible saber a dónde conducían, estanterías con miles de libros aptos tan sólo para aquellos amos de la tierra, y una mesa desmesurada con amplias butacas en las cuales se sentaban los seis juristas. No hacía falta tener ojo clínico para advertir que aquella camarilla de prepotentes y bien remunerados picapleitos pertenecían, por decirlo de alguna manera, "al mismo tipo racial que Don Favareto": todos tenían pintas de osos gordinflones con sus ojillos perdidos entre la maraña de unas cejas caídas y espesas. El humo de sus puros se convertía además en una tortura de difícil solución para las recién llegadas, en especial para Annunziata que no cesaba de toser. Las tres mujeres fueron invitadas a tomar asiento frente a los rostros intranquilizadores de los abogados y observaron con recelo que el patrón no aparecía por ninguna parte.

-¿Dónde está, caugh, caugh, el comendatore?- inquirió la voz un tanto afónica de Malacozza Annunziata, oliéndose el chanchullo.

-Temo que no intervenga para nada- repuso uno de los abogados.
 
La figura inmóvil de Malacozza Annunziata encaró los rostros inmisericordes de los leguleyos, y les espetó exultante de odio una frase que había oído no sabía donde:

-¡Sois todos un disparate de la civilización! ¡Gentuza de los mandamases!... ¡Caugh, caugh!... ¿Por qué no venís alguna vez a defendernos a nosotras en lugar de estar siempre de parte de los patrones? ¡Habría que envenenaros a todos!

-Querida señora Malacozza, a los abogados les paga el patrón, y si no dejáis pasar el camión de las "esquirolas", como vosotras las llamáis, en base al artículo de la ley que acabáis de escuchar, nos veremos obligados a hacer intervenir a las furgonetas de la policía. ¿Está lo bastante claro?

-Siempre es lo mismo- repuso Annunziata, tragando saliva precipitadamente para no toser- Empiezan con el Niño Jesús y acaban con la policía.

-¿Diga entonces, señora Annunziata? ¿Podemos llegar a un acuerdo?

-¡No, no hay acuerdo que valga! Yo con los abogados no quiero negociar... Yo he venido a hablar con el comendatore Favareto...

-También os podemos llevar a los tribunales por difamar el nombre de Don Favareto, de su hija y de su esposa. ¡Hemos leído vuestros pasquines llenos de infamias!

-¡Váyanle con ese cuento de sus códigos y tribunales a los periódicos, que son los que las publican. Nosotras no hemos inventado nada... Y lo digo por última vez: si el comendatore Favareto no viene, yo ya no vuelvo a abrir la boca. ¿Está claro?

-Es inútil que esperes porque vuestro patrón no se va a rebajar a venir para hablar con vosotras- aclaró con tono hiriente otro de los juristas- Es más, ¿sabes que me ha dicho refiriéndose a ti, Malacozza Annunziata?


-¿Qué?...- sostuvo Annunziata la mirada fría del abogado.

-"Yo con esa zorra asquerosa no pienso hablar"

-¿Qué dice que ha dicho?- a Annunziata se le encogió el corazón.

-Que eres una zorra asquerosa y no se va a molestar en hablar contigo.

-¿Ah, sí?... Pues si ese hijo de mala madre no viene aquí, iré yo a su casa, y os aseguro que hablará con la zorra- aseguró Annunziata no sin humor, decidida a poner toda la carne en el asador- ¡Andando! (a sus compañeras).
 

{
Fu una manifestazione furiosa e minacciosa, guidata da Malacozza Anunziata, con il braccio destro al collo (la sua sciarpa). Un'ondata di volti tremanti di freddo e rabbia. Il rifiuto femminile era accompagnato anche da grandi manifesti (pezzi di cartone inchiodati a bastoni) che si distinguevano dal pandemonio di teste, e le cui testimonianze scritte sembravano avere una propria voce in quell'atmosfera di profonda e vendicativa risonanza: "Il commendatore Favareto è un porco", "La moglie del commendatore è una snob che lo tradisce anche con Berlusconi", "La figlia del commendatore si droga", "Il capo ci nega l'aumento e con quello che ci ruba ingrassa la mandria di porci che sono i suoi avvocati"... E quando uno degli avvocati, grasso e con le guance rosee, scese dall'auto, non solo fu fischiato ma accolto da una tale pioggia di verdure marce di ogni tipo che i litiganti non poterono fare a meno di scoppiare a ridere, nonostante il fatto che la sostanza della minaccia che le loro richieste non sarebbero state ascoltate, tanto meno accettate, sembrasse definitiva con la presenza dei "crumiri" e dei due avvocati arrabbiati. Era come se un muro invisibile si fosse ormai creato tra gli scioperanti e l'universo, proteggendoli momentaneamente dalla paura. Ma in realtà, furono le loro grida di protesta ad aumentare le dimensioni del muro, circondandoli così di un'altra, più sottile protezione. 
 
--Abbiamo fame!! Siamo stanchi!! Basta, basta!!... Vogliamo un aumento!! Che quel porco del Commendatore la smetta di sfruttarci!! Figli di puttana, dacci i nostri soldi!
 
-E chi è a capo del comitato di fabbrica? 
 
-Io, Malacozza Annunziata. 
 
-Ebbene, vista l'insopportabile tensione che si è creata, il Commendatore Favareto ha deciso di trattare personalmente con voi e vi aspetta nel suo ufficio a Torino. 
 
-Cosa vi avevo detto?"-Il volto impassibile di Annunziata si illuminò, rivolgendosi ai colleghi- Se l'è fatta addosso!
 
-...E vi ha messo a disposizione la sua macchina- continuò l'avvocato, ignorando la gioia speranzosa degli scioperanti.- Così andiamo più veloci.
 
-No!- esclamò Annunziata, respingendo la proposta dell'avvocato con un movimento secco e ripetuto dell'indice sinistro- Noi non saliamo sulle macchine dei padroni. Che ne dite? Andiamo in bicicletta. E anche se l'aria puzza di merda, è meglio che essere contaminati dalle vostre macchine profumate con i sigari che il padrone vi infila in bocca. E poi, non abbiamo bisogno di voi; conosciamo bene l'ufficio del Commendatore... Andiamo! E voi (il resto degli scioperanti), restate qui, non fate storie. Ma tenete d'occhio il camion dei "crumiri", perché abbiamo pietre di riserva per quello.
 
...Iniziò il viaggio in bicicletta verso Torino. Le tre donne trattennero il respiro. La pedalata era estenuante, il freddo eccessivo. E lo shock di sottomettersi ancora una volta alle ingiuste pretese che il Commendatore avrebbe indubbiamente avanzato fu accuratamente classificato nella mente di Annunziata, perché il ricordo dei colloqui precedenti non faceva che aumentare la tensione nervosa e mentale a cui sembrava essere sottoposta per tutta la vita. D'altronde, non si lasciava ingannare; sapeva che era assurdo nutrire illusioni perché lo sciopero, palesemente insostenibile, e l'ostilità del Commendatore le stavano costringendo a lasciare la fabbrica. Certo, quel Dio di cui aveva sentito parlare tante volte nella sua lontana infanzia sembrava essere vissuto davvero, secolo dopo secolo, sempre nascosto alla vista umana, in un circo (che tutti chiamiamo mondo), dove il Bene e il Male si battevano senza sosta. E quando finalmente si fece conoscere al popolo, assunse la forma di un toro irascibile, poco generoso e sempre esigendo conto delle nostre azioni, anche le più semplici. Quel Dio in forma di toro era il Commendatore Favareto.
 
Lo studio legale di Don Favareto era un'enorme stanza ben riscaldata, capace di incuriosire e intimidire anche i più esperti. Enormi finestre con tende, porte ovunque che sembravano creare un regno di mistero perché era impossibile sapere dove conducessero, scaffali con migliaia di libri adatti solo a quei padroni della terra, e un tavolo enorme con ampie poltrone dove sedevano i sei avvocati. Non ci voleva un occhio attento per capire che questa cricca di avvocati arroganti e ben pagati apparteneva, per così dire, "alla stessa razza di Don Favareto": sembravano tutti orsi grassi con i loro piccoli occhi persi in un groviglio di sopracciglia folte e cadenti. Anche il fumo dei loro sigari divenne una dura tortura per i nuovi arrivati, soprattutto per Annunziata, che non riusciva a smettere di tossire. Le tre donne furono invitate a sedersi davanti ai volti inquieti degli avvocati e osservarono con sospetto l'assenza del capo.
 
-Dov'è il Commendatore, caugh, caugh?- chiese la voce un po' roca di Malacozza Annunziata, intuendo un imbroglio.  
 
-Temo che non interverrà affatto-, rispose uno degli avvocati. 
 
La figura immobile di Malacozza Annunziata affrontò i volti spietati degli avvocati e, esultando d'odio, scagliò loro una frase che aveva sentito da qualche parte: 
 
-Siete tutti una follia di civiltà! Masnada di padroni!... Caugh, caugh!... Perché non venite a difenderci qualche volta invece di schierarvi sempre dalla parte dei padroni? Bisognerebbe avvelenarvi tutti!  
 
-Cara signora Malacozza, gli avvocati sono pagati dal padrone e se non lasciate passare il camion dei "crumiri", come li chiamate voi, in base all'articolo di legge che avete appena sentito, saremo costretti a chiamare le volanti della polizia. È abbastanza chiaro? 
 
-È sempre la stessa storia- rispose l'Annunziata, deglutendo velocemente per evitare di tossire- Cominciano con Gesù Bambino e finiscono con la polizia.
 
-Allora, signora Annunziata, possiamo trovare un accordo? 
 
-No, nessun accordo! Non voglio negoziare con gli avvocati... Sono venuto a parlare con il Commendatore Favareto...
 
Possiamo anche portarla in tribunale per diffamazione del nome di Don Favareto, di sua figlia e di sua moglie. Abbiamo letto i suoi opuscoli pieni di infamia! 
 
-Vada pure a raccontare ai giornali quella storia dei suoi codici e dei suoi tribunali, sono loro che li pubblicano. Non abbiamo inventato niente... E lo ripeto per l'ultima volta: se il Commendatore Favareto non viene, non apro più bocca. È chiaro? 
 
-È inutile che aspetti, perché il tuo capo non si degnerà di venire a parlare con te-chiarì un altro giurista con tono offensivo- Inoltre, sai cosa mi ha detto, riferendosi a te, Malacozza Annunziata?
 
-Cosa?- Annunziata sostenne lo sguardo gelido dell'avvocato. 
 
-Non parlo con quella schifosa stronza. 
 
-Cosa dice di aver detto?- Il cuore di Annunziata sprofondò. 
 
-Che sei una schifosa stronza e che non si prende la briga di parlarti. 
 
-Ah, davvero? Beh, se quel figlio di puttana non viene qui, andrò io a casa sua e ti assicuro che parlerà con quella stronza-assicurò Annunziata, non senza umorismo, decisa a mettere tutte le uova nello stesso paniere. Andiamo! (rivolta alle sue compagne)-}
 
[
It was a furious and threatening demonstration led by Malacozza Anunziata, his right arm in a sling (his own scarf). A great outpouring of faces trembling with cold and anger. The female rejection was also accompanied by large posters (cardboard pieces nailed to sticks) that stood out from the pandemonium of heads, and whose written testimonies seemed to have their own voice in that atmosphere of deep and vindictive resonance: "Commendatore Favareto is a pig", "The Commendatore's wife is a snob who cheats on him even with Berlusconi", "The Commendatore's daughter takes drugs", "The boss denies us a raise and with what he steals from us he fattens the herd of pigs that are his lawyers"... And when one of the lawyers, fat and with rosy cheeks, got out of the car, not only was he booed but received by such a shower of rotten vegetables of all kinds that the litigants could not help but burst out laughing, despite the fact that the essence of the threat that their demands would not be heard, much less accepted, seemed definitive with the presence of the "scabs" and the two angry lawyers. It was as if an invisible wall now existed between the strikers and the universe, momentarily protecting them from fear. But in truth, it was their cries of protest that increased the wall's size, thus surrounding them with another, more subtle protection.  
 
-We're hungry!! We're tired!! Enough, enough!!... We want a raise!! Let that swine Commendatore stop exploiting us!! Sons of bitches, give us our money! 
 
-And who's in charge of the factory committee? 
 
-Me, Malacozza Annunziata.
 
Well, in view of the unbearable tension that's been created, Commendatore Favareto has decided to negotiate with you personally and is waiting for you in his office in Turin. 
 
-What did I tell you?- Annunziata's frozen face lit up, turning to her colleagues- He shat his pants! 
 
...And he's put his car at your disposal- the lawyer continued, ignoring the strikers' hopeful glee.-That way we'll go faster. 
 
-No! Annunziata exclaimed, rejecting the lawyer's proposal with a sharp and repeated movement of her left index finger-We don't ride in the bosses' cars. What do you think? We ride bicycles. And even if the air smells like shit, it's better than being contaminated by your cars perfumed with the cigars the boss shoves in your mouths. Besides, we don't need you; we know the Commendatore's office very well... Let's go! And you (the rest of the strikers), stay put here, don't make a fuss. But keep an eye on the "scab" truck, because we have spare rocks for that.
 
...The bicycle journey to Turin began. The three women held their breath. The ride was exhausting, the cold excessive. And the shock of once again submitting to the unjust demands the Commendatore would undoubtedly make was carefully classified in Annunziata's mind, because the memory of the previous interviews only increased the nervous and mental tension she seemed to be subjected to for life. Besides, she wasn't fooled; she knew it was absurd to harbor any illusions because the strike, clearly unsustainable, and the Commendatore's hostility were forcing them out of the factory. Certainly, that God he had heard of so many times in his distant childhood seemed to have truly lived, century after century, always hidden from human sight, in a circus (which we all call the world), where Good and Evil were always battling. And when he finally made himself known to the people, he took the form of a bad-tempered bull, not given to generosity and always demanding an account of our actions, even the simplest. That God in the form of a bull was Commendatore Favareto.
 
Don Favareto's lawyers' office was an enormous, well-heated room, capable of intriguing and intimidating even the most experienced. Enormous curtained windows, doors everywhere that seemed to create a realm of mystery because it was impossible to know where they led, shelves with thousands of books fit only for those masters of the land, and an oversized table with wide armchairs where the six lawyers sat. It didn't take a keen eye to realize that this clique of arrogant and well-paid lawyers belonged, so to speak, "to the same racial type as Don Favareto": they all looked like fat bears with their little eyes lost in a tangle of thick, drooping eyebrows. The smoke from their cigars also became a difficult torture for the newcomers, especially for Annunziata, who couldn't stop coughing. The three women were invited to sit down, facing the uneasy faces of the lawyers, and they watched suspiciously as the boss was nowhere to be seen. 
 
-Where is the Commendatore, caugh, caugh?- asked the somewhat hoarse voice of Malacozza Annunziata, sensing a scam.
 
-I'm afraid he won't intervene at all- one of the lawyers replied. 
 
The motionless figure of Malacozza Annunziata faced the merciless faces of the lawyers, and, exulting with hatred, he hurled at them a phrase he had heard somewhere:
 
-You are all a civilizational folly! You scumbags of bosses!... Caugh, caugh!... Why don't you come and defend us sometime instead of always siding with the bosses? You should all be poisoned!
 
-Dear Mrs. Malacozza, lawyers are paid by the boss, and if you don't let the truck of the "scabs," as you call them, pass, based on the article of the law you just heard, we will be forced to call in the police vans. Is that clear enough?
 
-It's always the same- Annunziata replied, swallowing quickly to avoid coughing- They start with the Baby Jesus and end with the police.
 
-So, Mrs. Annunziata, can we reach an agreement? 
 
-No, there's no agreement! I don't want to negotiate with the lawyers... I've come to speak with Commendatore Favareto... 
 
-We can also take you to court for defaming the name of Don Favareto, his daughter, and his wife. We've read your pamphlets full of infamy! 
 
-Go ahead and spread that story about your codes and tribunals to the newspapers, they're the ones who publish them. We haven't invented anything... And I'll say this for the last time: if Commendatore Favareto doesn't come, I'm not going to open my mouth again. Is that clear? 
 
-It's useless for you to wait because your boss won't demean himself to come and talk to you- another of the lawyers clarified in a hurtful tone- What's more, do you know what he said to me referring to you, Malacozza Annunziata? 
 
"What?- Annunziata held the lawyer's cold gaze. 
 
-I'm not talking to that disgusting bitch."
 
-What does she say she said?- Annunziata's heart sank. 
 
-That you're a disgusting bitch and she won't bother talking to you. 
 
-Oh, really? Well, if that son of a bitch doesn't come here, I'll go to his house, and I assure you, he'll talk to the bitch- Annunziata assured, not without humor, determined to put all her eggs in one basket- Let's go!" (to her companions)-]
 
 

 

 

 
-"Y ésta debe ser la drogadicta. ¡Anda que menuda familia!"- caviló Annunziata.

La joven se aproximó a la visitante con mirada errática, como quien echa una ojeada al vacío. Y observó a Annunziata al igual que se distingue a un espécimen extraño en el fondo arenoso del agua en calma. Cuando por fin se decidió a hablar, su voz, que tenía una inflexión mortecina que temblara al viento de invierno, inquirió:

-¿Quién es usted?

-¡Caugh, caugh!- tosió Annunziata, intentando luego calmar sus jadeos con la mano izquierda apoyada en el pecho y explicó- Yo... soy la representante, ¡caugh, caugh!... la representante del Comité de Empresa.

-¿Y eso qué es?- preguntó la muchacha con un destello de estulticia en la mirada.

-Déjelo... No importa. Por más que se lo explique, usted no va a entender nada- desistió Annunziata, jadeando todavía- Yo,... la verdad, es que he venido aquí a hablar con el comendatore Favareto.

-Pero es que papaíto no está en casa.

-¿Conque papaíto no está en casa? ¡Caugh, caugh!

-No, y estamos temiendo que llegue- aventuró la joven, no sin estremecerse.

-No me extraña. ¡Ogro hasta en su casa!

-¿Qué dice usted?- volvió la muchacha a observar fijamente a Annunziata mientras le asestaba una profunda calada al cigarrillo (un porro a todas luces), echando la cabeza hacia atrás con los ojos en blanco- ¿Va usted a esperarlo?

-Pues, ¿qué quiere que le diga? ¡Sí! ¡Caugh, caugh! Claro que lo espero. No tengo ninguna prisa.

-¡Ah bueno! Avisaré a Florindo.

-Pues avíselo.

No muy lejos de allí un hombre de unos sesenta años, con pulcro atuendo de sirviente, parecía atender a un precioso dóberman que se hallaba desplomado sobre el césped.

-¡Florindo!... ¡Florindo!- suspiró más que llamó la joven, que parecía hallarse en trance.

-¿Dígame, señorita?- acudió con premura el criado.

-Aquí hay una mujer muy extraña y enferma que pregunta por papaíto. Dice que es una representante de no sé qué... Será mejor que la lleves con mamaíta a ver si ella puede enterarse de lo que quiere- se volvió cariacontecida hacia Annunziata- Yo tengo que dejarla, ¿sabe?..., porque se nos ha muerto el perro... y cuando papaíto se entere va a sufrir mucho.

-¡Qué pena!- ironizó Annunziata, gesticulando.

 



 -¡Ay!, querida, todos hablan de los problemas de los pobres- exclamó entonces la señora Favareto con un profundo suspiro- Pero si supieras lo desgraciados que somos nosotros, los ricos. Ya ves, un hijo sin piernas; otro, mi Robertino, el mayor, un cabeza loca al que no hay manera de meter en cintura, y mucho me temo que cualquier día de estos nos vuelva a dar un susto de muerte; y de mi pobre hija, mi Gigi... dicen que toma drogas, incluso lo han publicado en los periódicos. Y hoy, tres días antes de Navidad, se nos ha muerto el perro, nuestro pobre Febo... Vosotros sois pobres, pero al menos tenéis salud.


-¿Salud? ¿Nosotros? Pero, ¿qué me está usted diciendo, señora? ¡Ojalá... Yo, ¡caugh, caugh, caugh!, tengo bronquitis crónica, mi hija de tres años tiene fiebre reumática, y además de que soy viuda con tres hijos que mantener, tengo a mi cargo a un cuñado medio tonto y sordo porque le explotó una mina en el tímpano, en la misma cantera donde murió mi marido aplastado por un pedrusco. ¡Una tortilla humana que no lo habría reconocido ni su madre! ¿Salud los pobres? ¡Venga ya...!

Apareció de nuevo Florindo para informar a su señora de que cierto ingegnere se hallaba al teléfono.

-¿Sí? Dígame ingegnere Blassetti. Ah, el comendatore,... que ya viene hacia casa. ¿Le habéis comunicado la desgracia?... Pero, ¿cómo? ¿Sois un montón de hombres, y es posible que ninguno haya tenido el valor de decírselo?... ¡Está bien, está bien!... ¡San Giovanni Battista nos valga!- se santiguó la anfitriona invocando al Santo Patrón de Torino.

Luego permaneció pensativa unos instantes y adoptando un nuevo gorjeo comprensivo y no menos melifluo, dijo:

-Me hago cargo de tu enorme problema en la fábrica, querida Annunziata. ¡Una huelga, qué horror!... Yo podría intentar ayudarte, pero tú tendrías que hacerme también un pequeño favor.

-¿Yo, un favor, a usted? ¡Caugh, caugh! ¡Menudo disparate!- replicó atónita Annunziata- Aunque si está en mi mano... por mí...

-Verás, el comendatore ya viene para casa. Y tú que eres una mujer tan fuerte y tan animosa, digna de toda mi admiración aunque seas pobre, ¿por qué no le dices a mi esposo que ha muerto el perro?

-¿Yo? ¿Y por qué yo?- movió la cabeza Annunziata, y estiro los labios resoplando con una expresión sumamente contrariada- ¡Era lo que me faltaba! ¡Caugh, caugh!... ¿Qué tengo yo que ver con el dichoso perro? Además, ¿se ha olvidado usted de que su marido no me puede ver?

-Te lo ruego, querida.

-Me lo ruega, me lo ruega. ¿Y a mí que me va ni me viene con el perro del comendatore?... ¿Y qué va a pasar con la fábrica como se ponga hecho un basilisco?

-Yo abogaré en tu favor con el problema de la huelga.

-¿Que abogará? ¿Usted también?

-Sí, pero será para ayudarte, querida. Pero tú ahora busca las palabras precisas.

-¿Que busque yo las palabras? ¿Qué palabras?

-Sí, querida Annunziata, tú sabrás hacerlo, pero recuerda que el comendatore sufre del corazón, y ese perro era la cosa que él más quería en este mundo.

-Pues, no sé, señora. ¿Qué quiere que le diga? Al comendatore, si tanto quería a su perro, le va a dar un pasmo se lo diga como se lo diga. ¿Y si se muere?...

-No se morirá... Pero tú intenta decírselo con un poco de tacto.

-Tacto, tacto, ¡caugh, caugh! ¡Y un cuerno!... A ver, señora, le advierto que cómo le dé el arrechucho, luego no vengan echándome las culpas a mí.

-No, no, querida Annunziata. Te lo prometo- la señora Favareto se hallaba ahora observando el exterior desde el gran ventanal del salón- Mira, ahí llega... Ve, querida... Todo saldrá bien, ya lo verás. Puedes salir por esta otra puerta... Va directamente al garaje.

-Ya, ya. ¡Caugh, caugh!... "Pero, ¡cómo se arme, toda la jarana va a ser para mí!... ¡Y todo por un perro. Claro que si se muere, todos saldremos ganando"- musitó para sus adentros Annunziata.

 

{"E questo dev'essere il tossicodipendente. Che famiglia!"- rifletté Annunziata. 

La giovane si avvicinò alla visitatrice con uno sguardo vagante, come se fissasse il vuoto. E osservò Annunziata come si potrebbe individuare uno strano esemplare sul fondo sabbioso di un'acqua calma. Quando finalmente si decise a parlare, la sua voce, con un'inflessione senza vita che tremava nel vento invernale, chiese:

-Chi sei?

-Caugh, caugh!-Annunziata tossì, poi cercò di calmare il respiro affannoso con la mano sinistra sul petto e spiegò: Io... io sono la rappresentante, cauch, caugh!... la rappresentante del Consiglio di Fabbrica. 

-Cos'è?- chiese la ragazza, con un lampo di stupidità negli occhi. 

-Lascia stare... Non importa. Per quanto te lo spieghi, non capirai niente- si arrese Annunziata, ancora ansimante- Io... la verità è che sono venuta qui per parlare con il Commendatore Favareto.

-Ma papà non è in casa. 

-Quindi papà non è in casa? Caugh, caugh! 

-No, e temiamo il suo arrivo- azzardò la giovane, non senza un brivido. 

-Non mi sorprende. Un orco persino in casa sua! 

 -Cosa stai dicendo?- La ragazza fissò di nuovo Annunziata mentre tirava una lunga boccata di sigaretta (una canna, a quanto pare), gettando la testa all'indietro e roteando gli occhi- Lo aspetterai?

 -Beh, cosa vuoi che ti dica? Sì! Caugh, caugh! Certo che lo aspetterò. Non ho fretta. 

-Vabbè! Chiamerò Florindo. 

-Allora fallo sapere.

Poco lontano, un uomo sulla sessantina, vestito con un elegante abito da servitore, sembrava accudisse un bellissimo dobermann che si era accasciato sull'erba. 

-Florindo! Florindo!- sospirò la giovane donna, che sembrava in trance, anziché chiamare. 

-Mi dica, signorina?- rispose in fretta il servitore. 

-C'è qui una donna molto strana e malata che chiede di papà. Dice di essere la rappresentante di non so cosa... Faresti meglio a portarla dalla mamma per vedere se riesce a scoprire cosa vuole- si rivolse tristemente ad Annunziata.- Devo lasciarla, sai... perché il nostro cane è morto... e quando papà lo scoprirà, soffrirà molto. 

-Che tristezza!- scherzò Annunziata, gesticolando.}

["And this must be the drug addict. What a family!"- Annunziata mused. 

The young woman approached the visitor with a wandering gaze, like someone staring into space. And she observed Annunziata like one might spot a strange specimen on the sandy bottom of calm water. When she finally decided to speak, her voice, which had a lifeless inflection that trembled in the winter wind, inquired: 

-Who are you?

-Caugh, caugh!- Annunziata coughed, then tried to calm her panting with her left hand on her chest and explained- "I... I'm the representative, caugh, caugh!... the representative of the Works Council. 

-What's that?- the girl asked, a flash of stupidity in her eyes. 

-Leave it... It doesn't matter. No matter how much I explain it to you, you won't understand a thing- Annunziata gave up, still panting- I... the truth is, I came here to talk to Commendatore Favareto.

-But daddy isn't home.

-So daddy isn't home? Cough, cough!

-No, and we're dreading his arrival- the young woman ventured, not without a shudder. 

-I'm not surprised. An ogre even in his own house! 

-What are you saying?- the girl stared at Annunziata again as she took a deep drag on her cigarette (a joint, by all accounts), throwing her head back with her eyes rolling- Are you going to wait for him? 

-Well, what do you want me to say? Yes! Cough, cough! Of course I'll wait for him. I'm in no hurry.

-"Oh, well! I'll call Florindo. 

-Then let him know.

Not far away, a man in his sixties, dressed in a neat servant's outfit, seemed to be tending to a beautiful Doberman pinscher that had collapsed on the grass. 

Florindo! Florindo!- the young woman, who seemed to be in a trance, sighed rather than called. 

-Tell me, miss?- the servant hurriedly answered. 

-There's a very strange, sick woman here asking for Daddy. She says she's a representative of something or other... You'd better take her to Mommy to see if she can find out what she wants- She turned sadly to Annunziata- I have to leave you, you know... because our dog has died... and when Daddy finds out, he's going to suffer a lot. 

-How sad!- Annunziata quipped, gesticulating.]



... Tras aparcar su lujoso Ferrari plateado, el comendatore Favareto no dio crédito a sus ojos viendo ante sí a Malacozza Annunziata. La animadversión que la viuda le producía era evidente.

-¡Ah, no! Pero ¿qué haces tú aquí, zorra asquerosa?- protestó el comendatore, masticando con manifiesta ira el gran puro que sobresalía de su boca.

El aspecto de Don Favareto, por nombre Benedicto, para más inri, no podía resultar más desagradable. De estatura bastante baja y atocinada, tan ancho de espaldas como desproporcionado de pecho y vientre. Enorme cabeza sobre un cuello de toro, nariz algo chata, escasa barbilla, boca de labios abultados con buena dentadura, y pómulos muy salientes y sonrosados. Sus ojos, negrísimos, siempre entrecerrados y de aspecto felino. La pelambrera, no excesivamente canosa, ornando su desmesurado cráneo, tan lacia y repeinada que semejaba una peluca... Llevaba su abrigo y chaqueta abiertos, mostrando todo su abultado cuerpo embutido como una típica mortadela italiana desde la cintura hasta el tiro del calzoni, y de la línea de tiro hasta la entrepierna, para acabar con las rodillas y las piernas igualmente presas y muy apretadas hasta el bajo de su exorbitante pantalón. Sus gestos eran imperiosos, y como todos los hombres de poca estatura, caminaba con el pecho muy salido, sabedor de su potestad e importancia. Su orgullo se semejaba a su mezquindad, que era inmensa. Y su autoridad se basaba tan sólo en la aversión que inspiraba. En consecuencia, alrededor de él no había ni entusiasmos ni afectos sinceros, sino únicamente miedo. Los comentarios envenenados de sus empleados en las cuatro fábricas que poseía lo catalogaban como un tipo repugnantemente artero, vengativo, inmisericorde y cruel. Experto en toda clase de engaños y triquiñuelas para no rascarse el bolsillo. Pese a todo, y al contrario de cuanto se pudiera imaginar observando aquel mamarracho humano, altanero y prepotente, su voz causaba cierta risa, porque no poseía ni la fuerza ni la cavernosidad parangonable a su aspecto despótico. Su tono era ridículamente aflautado, y por los labios siempre entreabiertos, puro en ristre, emitía una especie de alternativo silbido con las "eses".

-¿No te basssta con la que me lías cada año en la fábrica, que también tienes que venir a tocarme las narices a mi propia casa?- siguió Don Favareto con su retahila, dándole la espalda a su empleada tras apartarla violentamente de su camino- ¡Napolitana tenías que ser!... Ya me advirtieron mis abogados que no contratara a napolitanos..., que sois todos unos huelguistas hijos de puta. Pero a ti se te va a acabar el jolgorio muy pronto, ¿me oyes, zorra?

-¡Sí, sí, le oigo! Ya me vino con el mismo cuento el año pasado- exclamó Annunziata, que giró sobre sí misma, y alzando el puño izquierdo, aún murmuró: -"¡La madre que...! ¡Te vas a enterar...!"

-Pues prepárate, porque este año te va a caer la negra. Te aseguro que esta a va a ser la última huelga que me montas. No pienso tragarme más marrones de una zorra desssagradecida como tú.

La inquina entre aquellos dos seres era mutua. No hay para que contarlo. Pero Annunziata, sin amilanarse ni un ápice, insistió con voz estridente, mientras seguía a Don Favareto hacia la zona ajardinada frontal al caserón, con una tensión ahora apremiante, y, por supuesto, gozosamente malintencionada.

Comendatore,... caugh, caugh, escúcheme,... que le conviene!.

 



El enfrentamiento entre ambos había llegado a concretarse finalmente, y era Annunziata la portadora del dardo envenenado.
-Ha ocurrido una desgracia,... y gorda.

-¿Una desssgracia? ¿Dónde? ¿En la fábrica?

-¡¡No, aquí... aquí mismo, en su casa!!- ratificó Annunziata abiertamente.

-Entonces será que Robertino se la ha pegado con el coche o que Gigi se ha metido una sobredosssis. ¡Bah! ¡Déjame en paz! ¡Qué les den a todos!- restó así importancia, con su habitual despotismo, a la actitud alarmista de Annunziata.

-"¡Eso es lo que a usted le gustaría, pero se va a jorobar!"- se dijo para sí Annunziata echando fuego por los ojos y concediéndole a su pensamiento ese énfasis característico de las máximas perversas, pero que también promueven los más apetecibles arranques de franqueza, y más si iban dirigidos a un endriago, tipo Don Benedicto Favareto.

El momento crítico se avecinaba, porque Malacozza Annunziata se plantificó por fin delante del orangután de su patrón, y con la palma de su mano levantada y la cara de los días en que a uno no le da la gana de pintar la vida con colores halagüeños, exclamó:

-La desgracia, ya se lo he dicho, no es gorda sino ¡gordísima!... Se trata de su perro...

-¿De mi Febo?- resonó como un campanillazo la vocecilla atiplada del comendatore- ¿Que le ha passsado a mi Febo?

-Pues que se ha muerto... ¡así, pataplaf!  Le ha dado un telele de repente... y se ha quedado frito- La falta de retórica no admite inmoralidad en los héroes. Y Annunziata lo era.

-¿Quéee? ¿Mi Febo! ¿Muerto? ¡No... essso no puede ser, zorra asquerosa!

Frente a la aplicación exacta de lo inevitable aparecen combinaciones vindicativas que aseguran que ese gusto es el "gustazo supremo y verdadero". A Don Favareto, al contrario que a Annunziata, que ya tenía bastante con su bronquitis, se le revolvieron de tal forma las bilis que probablemente se le declaró allí mismo un ataque de ictericia.

-¡Pues sí, comendatore, su perrazo, su "Febo querido"- remarcó con un gorjeo cursilón al estilo de la señora Favareto- la ha "espichao", así como suena! ¿Qué quiere? ¡Es la vida! No todas las desgracias van a ser para nosotros, los pobres, ¡qué cuerno!

-¡Y yo te mataré a ti, Annunziata, pedazo de zorra...

-¡Y dale...!¡¡Ufa!!- ofrendó Annunziata su característico revoloteo de mano, aunque sonriente y dichosa.

-...Como me estés engañando! ¡Mi Febo no puede haber muerto!

-¿Ah, no? Pues, mire, ahí viene su Florindo. No tiene más que verle la cara.

Cuando Don Favareto observó el rostro compungido del fámulo, sus adiposos pómulos perdieron su habitual color sonrosado, cobrando al mismo tiempo toda su tez un tono completamente amarillento, con toda seguridad debido al aumento de la bilirrubina de la ictericia que acababa de contraer.

-¡¡No, nooooo!!- se llevó las manos a su prominente caja torácica y exclamó: -¡¡Mi corazón,... mi corazón!!

Y entrecerrados sus párpados, los labios temblorosos, el puro caído y corriéndole por la barbilla varios hilillos de baba, cayó cuán redondo era,  sobre uno de los húmedos cuadriláteros ajardinados que se repartían por toda la zona y que recordaban las casillas de un inmenso ajedrez, y allí siguió desgañitándose "¡¡¡No, mi Febo nooo,... mi Febo nooooo!!!", pero sin morirse.

Florindo, que había retrocedido unos pasos, parecía entregarse a la danza de San Pascual Bailón, ora sumergiéndose en un rapto de mutismo, ora en un éxtasis horripilado sin poder respirar, y  tan sólo las voces de Don Favareto y Annunziata parecían atestiguar la existencia de vida y de presencias humanas en aquel colosal jardín, porque la señora Favareto y su hija Gigi se mantenían tras el cerrado ventanal del gabinete de la casona contemplando el patatús del dueño de sus existencias como seres inermes, sin decir esta boca es mía, y volatilizadas en el espacio interior de su protectora envoltura de cristal.

Annunziata, como un eco que nunca se agota, como el roce acariciador de una apetecible tempestad que azotara por fin el caserón de los ricachones Favareto, o los soplidos de un viento que llega de lejos y no apaga el fuego de vengadoras brasas que ella misma había encendido, fingió tranquilizar a su patrón inclinándose sobre él y exclamando con acelerado ritmo de alegría:

-¡Venga ya, comendatore,... que parece usted una plañidera! Pero si sólo era un perro...



-Mira a mi pobre Febo, Annunziata- se desbordaban los lagrimones desde los ojos siempre entornados del comendatore, llanto que restañaba con su pañuelo ininterrumpidamente- Hace sólo tres horas essstaba por ahí jugueteando en el jardín, y ahora essstá muerto. ¡Él sí que era una criatura buena! Fiel, sin malicia..., me lo daba todo sin pedirme nada.

-Entonces es que era demasiado bueno, porque a usted mientras no le pidan...- dijo suspirando Annunziata.

-Lo ves, Annunziata, nos hacemosss la guerra, nos enfadamos por dos euros de aumento la hora...

-¡No, comendatore, por cinco euros la hora!

-Y luego, ya ves, todo queda en nada.

-¿Cómo que en nada, comendatore?

-¡Essstá la muerte!

-¡Ah!, la muerte. ¡Sí, claro...! En fin...

-Se dice rápido: aquél es rico, aquél es pobre, y luego son todo palabras huecas.

-¿Huecas? ¡Y un cuerno!

-¡Mi pobre Febo!, que comía carne de primera calidad, que no le faltaba de nada, y que tenía toda esssta enorme casa a su disposición, ahora essstá muerto.

-Que sí, comendatore, que era un perro con suerte, pero por eso no iba a librarse de espicharla como todo el mundo. Además, así es la vida. Unos ladran, no trabajan y además comen carne de primera, y otros se desgañitan, se desloman haciendo pasta de panettones de la mañana a la noche, y no comen más que spaghettis. Y al final, seas pobre o rico, no nos queda más que palmarla.

-Sí, Annunziata, entonces por qué preocuparssse tanto, y hacerse la guerra por tres euros de aumento.

-¡Cinco euros, comendatore!...

-Siéntate, siéntate a mi lado, Annunziata.

-Como no me siente en la hierba. ¡Y con este frío! ¿No ve usted que estoy tiritando?

-Necesssitas abrigarte más. ¿Quieres que Florindo te traiga una manta?

Ufa, que la que se ha muerto no soy yo!... Así que déjese usted de mantas, que ya voy bien abrigada. Tengo debajo del anorak más periódicos que un quisco de Torino. Y no me cambie usted el tema, comendatore, que lo conozco. ¡Yo lo que necesito es que usted me suba el sueldo y que no me maree más la gallina con tanto regateo!- arguyó Annunziata- ¡Caugh, caugh!... ¡Puerca miseria!

-¿Qué gallina?...

-¡Gallina o perdiz, qué más da!... Oiga, comendatore, no es que yo quiera lloriquearle como una muerta de hambre, pero usted siempre anda con el puño cerrado, y no quiere enterarse de que con lo que nos paga no tenemos más que para spaghettis, y que hace años que ni yo, ni mis hijos ni ninguna de sus empleadas prueban un "bisteque" de esos que usted le daba a su perro. ¿Prefiere usted que le digamos "¡guau guau!" en lugar de pedirle un aumento? Pues, mire, comendatore, "¡guau guau!", y suéltenos usted de una vez  los cinco euros por hora que tanta falta nos hacen.

-Tenemos que ser amigos de una vez, Annunziata, y acabar poniéndonos de acuerdo, porque antes o después acabaremosss todos como mi pobre Febo...- Se hizo de nuevo el desentendido Don Favareto, sonándose estrepitosamente-  ¿Estás herida?... ¿Qué te ha passsado en el brazo?

-Nada, nada... que se me echó encima un "chalao" con su furgoneta- dijo Annunziata con segundas observando el rostro de Don Favareto, que no se inmutó- Me pegué un culetazo y se me "contursionó" el brazo. ¡Caugh, caugh!

-Tienes que cuidarte más, Annunziata. Esssa tos no es buena. Además, montar en bicicleta con essstos fríos, con esas carreteras heladas por las que corren tantos locos como mi Robertino.

-¡Sí, sí, locos!... ¡Venga, comendatore, a otro perro con ese hueso!- gesticuló Annunziata.

-¡Ah!, ¿pero también tú tienes un perro?- divagó Don Favareto.

-¿Yo? ¿Un perro? ¡Era lo que me faltaba!

-Mira, Annunziata. La fábrica es tu mejor refugio. Allí, por lo menos, tienesss calefacción y un sueldo digno.

-Mire, comendatore, lo de digno vamos a dejarlo... ¡A usted se le olvida lo que quiere! Pero a mí no me importa refrescarle la memoria cada año si hace falta, porque mis compañeras y yo hace tiempo ya que formamos parte de lo que los Sindicatos llaman "empleadas pobres"... Pero, es verdad, para que voy a andarme con más cuentos. Yo también quiero volver a la fábrica... y las demás mujeres... Ya estamos hartas de todas estas jaranas. Pero usted tendría que ponerse de nuestra parte alguna vez, en lugar de echarnos encima a sus seis elefantes. Pongamos tres euros con cincuenta de aumento la hora. ¡Sea usted generoso como lo era con su pobre perro! Así usted no pierde la partida y yo no tengo que pasar la vergüenza ante mis compañeras de la fábrica por haber hecho una huelga inútil y sin ayuda del Sindicato Obrero. ¡Eh, comendatore! ¿Qué le parece?

-Muy bien, Annunziata. Tú siempre tan lisssta. Me has cogido en un momento de debilidad...

-¡No, no, comendatore! No es que yo quiera aprovecharme de la muerte de su perro. Pero piense por una vez en nosotras, que nos partimos los riñones todo el año con sus dichosos panettones para que usted se forre, y cuando le pedimos un pequeño aumento, porque nos morimos de hambre, usted aprieta el puño y nos echa encima la "cavalleria cantamañanas" esa, o como se llame.

-Eres buena, Annunziata. Y, ya vesss, me veo obligado a decirte que sí.

-¿De verdad, comendatore? ¡Así que estamos de acuerdo!

-De acuerdo -se sonó de nuevo atronadoramente Don Favareto, sorbiendo el último resto de lagrimones- ¡Anda, ve,... ve, vuelve a la fábrica!

-¡Mi madre, tres euros con cincuenta de aumento!...- no cabía en sí de contento Malacozza Annunziata, que, bajo el poder de aquel hechizo mágico que significaba la palabra "aumento", se sintió ahora agitada por algún instinto misterioso de fugaz afecto hacia el gordinflas llorón de Don Favareto.

-Y dile a tus compañeras que mañana iré yo a la fábrica, y lo arreglaré todo... Ahora tengo que ocuparme del entierro de mi pobre Febo.

-¡Sí, sí, claro, entiérrelo usted al pobrecillo, que con este frío se va a quedar más tieso todavía! ¡Y muchas,... muchas gracias, comendatore, de parte de todas mis compañeras y del Comité de Empresa!

 


-¡¡Compañeras!!, fui a su casa (refiriéndose al comendatore), lo puse entre la espada y la pared, y he conseguido un aumento de tres euros con cincuenta la hora!!- El griterío de aprobación fue unánime- ¡¡El patrón me ha prometido que mañana, llueva o truene, firmará el aumento poniendo fin de una vez a la huelga!! ¡Caugh, caugh! ¡¡Así que el muy tacaño se ha tenido que jorobar y ceder a nuestra petición gracias a nuestro derecho legal de cantarle las cuarenta para que se afloje el bolsillo y no siga matándonos de hambre!!...

...  La mañana del 23 de diciembre el aire seguía siendo muy frío, pero afortunadamente los aguaceros habían pasado, y el decrépito sol de invierno se mostraba desconfiado, replegándose una vez y otra en una sombría indiferencia de nubes compactas. Eran ya casi las ocho y la fábrica "Panettone Mimo" seguía cerrada a cal y canto como un templo de dioses ultrajados que, aun recogiéndose en un dulce sahumerio con aromas a festiva bizcochería de la que los mortales de este mundo consumían en sus denominadas "parafernalias navideñas", parecían haber vuelto la espalda con su consabido desdén, arbitrariamente plenipotenciario, dada su divina potestad, al ingente grupo de trabajadoras lideradas por Malacozza Annunziata, que iban y venían frente al descomunal enverjado que bordeaba gran parte de los edificios acristalados que constituían la factoría "Mimo". El frío y la humedad se detenía, como una caricia perversa, en las manos, mejillas, narices y ropas de las desesperadas empleadas de la fábrica que aguardaban la apertura de la misma y la aparición del comendatore Favareto.  Finalmente, el comendatore apareció en su plateado Ferrari, hizo caso omiso de las huelguistas, se introdujo en la factoría, y la pobre Annunziata corrió tras él sin obtener resultado alguno, salvo que la reja de la fábrica se cerró ante ella. Y el prometido aumento de sueldo se vio incumplido así por el despótico y falsario Don Favoreto.
 
-¡Annunziata,... Annunziata, espera...! ¡Vienen tres camiones enormes!...- exclamó una de las compañeras.

Aparecieron, en efecto, tres especies de grandes furgones frigoríficos de color blanco en cuyas entrepaños laterales rezaba esta publicidad: "PLANCHADELL Y CALABUIG"- "LOS TURRONES DE ESPAÑA" -XIXONA- ALICANTE.
 

-¡La madre que...!- exclamó Annunziata, que no daba crédito a sus ojos- ¡El muy cabrón del comendatore se ha vendido a los españoles...

-¿Qué quieres decir, Annunziata?... ¿A que vienen esos camionarros?... ¿Quiénes son?- inquirieron a la vez algunas de sus compañeras.

-¿Es que no lo veis? ¡El puerco del comendatore, así lo parta un rayo, se ha asociado con los turroneros españoles, y ahora en lugar de panettones nos va a refregar el turrón por las narices! ¡¡Y eso significa portazo y a la calle para todas!!...

-¡¡Annunziata, la policía!!...- sonó ahora otra voz aterrada, mientras el grito del resto de las mujeres se volvía a cerrar alrededor de su adalid, con sus mil voces indescriptiblemente angustiadas oprimiéndoles el corazón- ¡¡Qué hacemos!!...

Malacozza Annunziata veía ahora todo aquello como una fantasmagoría que aboliera para ella la diferencia entre la vida y la muerte. No soltó ningún grito de pavor.
 
Annunziata, ante el avance irrefrenable de la policía, retrocedió junto a varias compañeras.

-¡¡¡Annunziataaaa,... Annunziataaaa!!!-

Y cuando quiso avanzar hacia aquellas voces delirantes, un eco sin rumbo con sus mil gritos gemebundos volvió a cerrarse a su alrededor. Luego perdió el equilibrio y cayó... 
 

{...Dopo aver parcheggiato la sua lussuosa Ferrari argentata, il Commendatore Favareto non poteva credere ai suoi occhi quando si vide davanti Malacozza Annunziata. L'animosità che provava per la vedova era evidente. 

-Oh no! Che ci fai qui, schifosa stronza?- protestò il Commendatore, masticando con evidente rabbia il grosso sigaro che gli sporgeva dalla bocca. 

 L'aspetto di Don Favareto, soprannominato Benedicto, a peggiorare le cose, non avrebbe potuto essere più sgradevole. Era piuttosto basso e tozzo, con spalle larghe quanto un petto e un ventre sproporzionatamente alti. Aveva una testa enorme su un collo taurino, un naso un po' schiacciato, un mento stretto, una bocca con labbra carnose e denti ben definiti, e zigomi rosei e molto pronunciati. I suoi occhi neri come la pece erano sempre socchiusi e felini. I suoi capelli, non eccessivamente grigi, adornavano la sua testa eccessivamente grande, così dritta e pettinata da sembrare una parrucca... Portava il cappotto e la giacca aperti, rivelando tutto il suo corpo massiccio, compresso come una tipica mortadella italiana dalla vita al cavallo dei suoi calzoni, e dal cavallo al cavallo, finendo con ginocchia e gambe altrettanto strette fino al fondo dei suoi pantaloni esorbitanti. I suoi gesti erano imperiosi e, come tutti gli uomini di bassa statura, camminava a petto in fuori, consapevole del suo potere e della sua importanza. Il suo orgoglio era pari alla sua meschinità, che era immensa. E la sua autorità si basava esclusivamente sull'avversione che ispirava. Di conseguenza, non c'era né entusiasmo né affetto sincero intorno a lui, ma solo paura. I commenti velenosi dei suoi dipendenti nelle quattro fabbriche di sua proprietà lo classificavano come un uomo disgustosamente astuto, vendicativo, spietato e crudele. Un esperto in ogni sorta di trucchi e stratagemmi per evitare di andare in rovina. Nonostante tutto, e contrariamente a quanto si potrebbe immaginare osservando quella mostruosità umana altezzosa, prepotente e arrogante, la sua voce era alquanto ridicola, perché non possedeva né la forza né la cavernosità che si addicevano al suo aspetto dispotico. Il suo tono era ridicolmente stridulo, e dalle labbra sempre dischiuse, con il sigaro in mano, emetteva una specie di fischio alternato a "s". 

-Non ti stanchi del casino che fai con me ogni anno in fabbrica, di dover venire a darmi fastidio anche a casa mia?- Don Favareto continuò la sua tirata, voltando le spalle alla sua dipendente dopo averla spinta via con violenza. -Dovevi essere napoletana! I miei avvocati mi hanno già avvisato di non assumere napoletani... che siete tutti fottuti scioperanti. Ma il tuo divertimento finirà molto presto, mi senti, stronza?

-Sì, sì, lo sento! È già venuto da me con la stessa storia l'anno scorso.- esclamò Annunziata, girandosi di scatto, alzando il pugno sinistro e continuando a borbottare:"Santo cielo! Lo scoprirai...

-Beh, preparati, perché quest'anno ti colpirà l'inferno. Ti assicuro che questo sarà l'ultimo sciopero che farai contro di me. Non sopporterò più niente del genere da una stronza ingrata come te. 

L'animosità tra quei due esseri era reciproca. Non c'è bisogno di dirlo. Ma Annunziata, imperterrita per niente, insistette con voce stridula, mentre seguiva Don Favareto verso il giardino antistante la villa, con una tensione ora pressante e, naturalmente, gioiosamente maligna. 

-Commendatore... caugh, caugh, ascoltami... ti fa bene!}

 


{Il confronto tra i due era finalmente giunto a compimento, e Annunziata era quella che portava il dardo avvelenato. 

-È accaduta una tragedia... e una tragedia grave. 

-Una tragedia? Dove? In fabbrica? 

-No, qui... proprio qui, a casa sua!- confermò apertamente Annunziata. 

-Allora Robertino deve aver avuto un incidente con la macchina o Gigi è andato in overdose. Bah! Lasciatemi in pace! Che si fottano tutti!- Con il suo solito dispotismo, minimizzò l'atteggiamento allarmista di Annunziata. 

-È quello che vorresti, ma sarai fottuta!- si disse Annunziata, con gli occhi fiammeggianti e i pensieri permeati da quell'enfasi caratteristica delle massime perverse, ma che alimenta anche i più desiderabili scoppi di franchezza, soprattutto quando diretti a un mostro come Don Benedicto Favareto. 

Il momento critico si avvicinava, perché Malacozza Annunziata si trovò finalmente davanti all'orango del suo capo e, con il palmo alzato e un'espressione come quelle volte in cui non si ha voglia di dipingere la vita con colori lusinghieri, esclamò: 

-La disgrazia, te l'ho già detto, non è grave, ma gravissima!... Riguarda il tuo cane...

 -Il mio Febo?-  la voce acuta del Commendatore risuonò come una campana- Che fine ha fatto il mio Febo? 

-Beh, è ​​morto... così, pataplaf! Ha avuto un attacco... ed è svenuto.-La mancanza di retorica non ammette immoralità negli eroi. E Annunziata era uno di loro. 

-Cosssa? Il mio Febo! Morto? No... non può essere, sporca stronza!

Di fronte all'applicazione esatta dell'inevitabile, compaiono combinazioni vendicative, che sostengono che questo piacere sia il "supremo e vero piacere". Don Favareto, a differenza di Annunziata, che ne aveva già abbastanza della bronchite, era così bile che probabilmente gli venne subito un attacco di itterizia. 

-Sì, Commendatore, il tuo cagnone, il tuo 'caro Febo'", osservò con un cinguettio sdolcinato alla signora Favareto, "è 'morto', così, così! Cosa vuole? È la vita! Non tutte le disgrazie saranno per noi, poverini, che diavolo!

-E ti ammazzo, Annunziata, stronza...

-Dai...! Uffa!" Annunziata gli offrì il suo caratteristico svolazzare di mano, pur sorridendo e felice. 

-...Se mi prendi in giro! Il mio Febo non può essere morto!

-Oh, no? Beh, guarda, arriva il tuo Florindo. Basta che gli vedi la faccia.

Quando Don Favareto guardò il volto addolorato del servo, gli zigomi adiposi persero il loro solito colorito roseo, mentre tutta la sua carnagione assunse una tonalità completamente giallastra, molto probabilmente a causa dell'aumento di bilirubina dovuto all'itterizia appena contratta. 

-No, nooooo!- Si portò le mani al petto prominente ed esclamò: -Cuore mio... cuore mio! 

E con le palpebre socchiuse, le labbra tremanti, il sigaro che gli sbavava e diversi rivoli di bava che gli colava lungo il mento, cadde, di colpo, su uno dei quadranti umidi e curati disseminati nella zona, che ricordavano le caselle di un'immensa partita a scacchi. Lì continuò a urlare: -No, Febo mio nooo... Febo mio nooooo!!!- ma senza morire. 

Florindo, che aveva fatto qualche passo indietro, sembrava abbandonarsi alla danza di San Pasquale Baylon, a volte sprofondando in un rapimento di silenzio, a volte in un'estasi di orrore, incapace di respirare. Solo le voci di Don Favareto e Annunziata sembravano attestare l'esistenza di vita e presenza umana in quel colossale giardino. La signora Favareto e sua figlia Gigi rimasero dietro la finestra chiusa dello studio della villa, a contemplare la frenesia del padrone delle loro esistenze come esseri inerti, senza dire una parola, vaporizzati nello spazio interno del loro involucro di vetro protettivo. Annunziata, come un'eco che non si spegne mai, come il tocco carezzevole di una tempesta che finalmente si abbatte sulla dimora della ricca famiglia Favareto, o il soffio di un vento che viene da lontano e non spegne il fuoco di braci vendicatrici che lei stessa aveva acceso, finse di rassicurare il suo datore di lavoro chinandosi su di lui ed esclamando con un rapido ritmo di gioia: 

-Ma dai, Commendatore... sembra un dolente! Ma era solo un cane...}


{-Guarda il mio povero Febo, Annunziata- le lacrime sgorgavano dagli occhi sempre chiusi del Commendatore, lacrime che asciugò con il fazzoletto- Ssolo tre ore fa giocava in giardino, e ora è morto. Era proprio una brava creatura! Fedele, sssenza malizia... mi ha dato tutto sssenza chiedere nulla.

-Allora era troppo buono, perché finché non te lo chiedono...-sospirò Annunziata. 
 
-Vede, Annunziata, andiamo in guerra, ci arrabbiamo per un aumento di due euro all'ora... 
 
-No, Commendatore, per cinque euro all'ora!-
 
-E poi, vede, finisce tutto in niente. 
 
Cosa intende dire, niente, Commendatore?
 
-C'è la morte!
 
-Ah, la morte. Sì, certo...! Comunque...
 
-Si dice in fretta: questo è ricco, quello è povero, e poi sssono tutte parole vuote. 
 
-Parole vuote? Cavolo! 
 
-Povero Febo! Mangiava carne di prima qualità, non gli mancava nulla e aveva tutta questa casa enorme a sssua disposizione, ora è morto. 
 
-Sì, Commendatore, è stato un cane fortunato, ma questo non lo salverà dalla morte come tutti gli altri. Del resto, la vita è questa. Alcuni abbaiano, non lavorano e mangiano ancora carne di prima qualità, e altri urlano a squarciagola, si spaccano la schiena a fare il panettone dalla mattina alla sera e non mangiano altro che spaghetti. E alla fine, poveri o ricchi che si sia, non abbiamo altra scelta che morire.
 
-Sì, Annunziata, allora perché preoccuparsi tanto e andare in guerra per un aumento di tre euro?
  
-Cinque euro, Commendatore!
 
-Sssiediti, sssiediti accanto a me, Annunziata. 
 
-Se non mi siedo sull'erba. E con questo freddo! Non vedi che tremo? 
 
-Hai bisogno di più vestiti. Vuoi che Florindo ti porti una coperta? 
 
-Ufa, non sono mica morta io! Allora, lascia perdere le coperte, sono già bella calda. Ho più giornali sotto l'anorak di un'edicola di Torino. E non cambiare argomento, Commendatore, ti conosco. Non provare nemmeno a prendermi in giro, e  non vuoi vendermi il pollo. Ho solo bisogno che mi aumenti lo stipendio e che la smetta di farmi girare la testa con tutte queste contrattazioni!- ribatté Annunziata.- Caugh, caugh... Che miseria schifosa! 
 
-Che pollo?... 
 
-Pollo o pernice, che importa!... Senta, Commendatore, non è che io voglia piagnucolare con lei come una affamata, ma lei sta sempre con i pugni chiusi, e non vuole sapere che con quello che ci paga abbiamo solo il necessario per gli spaghetti, e che da anni né io, né i miei figli, né alcuno dei suoi dipendenti assaggia una di quelle "bistecche" che dava al suo cane. Preferirebbe che dicessimo "guau, guau!" invece di chiedere un aumento? Bene, senta, Commendatore, "guau, guau!" e ci dia i cinque euro l'ora di cui abbiamo tanto bisogno. 
 
-Dobbiamo essere amiche una volta per tutte, Annunziata, e finalmente metterci d'accordo, perché prima o poi faremo tutti la fine del mio povero Febo... -Don Favareto fece di nuovo finta di non accorgersene, soffiandosi il naso rumorosamente- Si è fatto male? Che le è successo al braccio?
 
-Niente, niente... un pazzo mi ha urtato con il furgone-, disse Annunziata con un secondo fine, osservando la faccia di Don Favareto, che non batté ciglio -Mi sono fatta male al sedere e mi sono fatta un livido sul braccio. Caugh, caugh! 
 
-Devi prenderti più cura di te, Annunziata. Quella tosse non fa bene. E poi, andare in bici con questo freddo, su quelle strade ghiacciate dove vanno in giro tanti pazzi come il mio Robertino. 
 
-Sì, sì, pazzi!... Dai, Commendatore, dai quell'osso a un altro cane!- fece un gesto Annunziata. 
 
-Oh, ma hai anche un cane?- rifletté Don Favareto.

-Io? Un cane? Mi serviva proprio!

 -Guarda, Annunziata. La fabbrica è il tuo rifugio migliore. Lì, almeno, hai il riscaldamento e uno stipendio decente. 

-Guarda, Commendatore, la parte decente la lasciamo... Dimentichi quello che vuoi! Ma non mi dispiace rinfrescarti la memoria ogni anno, se necessario, perché io e i miei colleghi facciamo parte da tempo di quelli che i sindacati chiamano "poveri dipendenti"... Ma, è vero, perché preoccuparsi di altre storie? Voglio tornare anch'io in fabbrica... e dalle altre donne... Siamo già stufe di tutta questa baldoria. Ma dovresti schierarti dalla nostra parte prima o poi, invece di tirarci addosso i tuoi sei elefanti. Diamoci un aumento di tre euro e cinquanta all'ora. Sii generoso come lo sei stato con il tuo povero cane! Così non perdi la partita, e io non devo vergognarmi davanti ai miei colleghi operai per aver fatto uno sciopero inutile senza l'aiuto del Sindacato. Ehi, Commendatore! Che ne pensi? 

-Benissimo, Annunziata. Sei sempre così sdolcinata. Mi hai colto in un momento di debolezza...

-No, no, Commendatore! Non è che voglia approfittare della morte del tuo cane. Ma pensa per una volta a noi, che ci lavoriamo il culo tutto l'anno per i tuoi maledetti panettoni solo per riempirti le tasche, e quando ti chiediamo un piccolo aumento perché stiamo morendo di fame, stringi il pugno e scateni contro di noi quella "cavalleria urlante", o come si chiama. 

-Sei brava, Annunziata. E, vedi, sssono costretto a dire di sì.

-Davvero, Commendatore? Allora siamo d'accordo! 

-Va bene," Don Favareto si soffiò di nuovo il naso fragorosamente, trattenendo con il naso le ultime lacrime. -Vai, vai... vai, torna in fabbrica! 

-Mamma mia, un aumento di tre euro e mezzo!" Malacozza Annunziata era fuori di sé dalla gioia e, sotto il potere di quella formula magica che la parola "aumento" significava, ora si sentiva agitata da un misterioso istinto di affetto fugace per il paffuto e lagnoso Don Favareto. 

-E di' ai tuoi colleghi che domani andrò in fabbrica a sssistemare tutto... Ora devo occuparmi della sssepoltura del mio povero Febo. 

-Sì, sì, certo, seppelliscilo, poverino, con questo freddo diventerà ancora più rigido! E tante, tante grazie, Commendatore, da parte di tutti i miei colleghi e del Consiglio di Fabbrica!}


{-Compagni!!, sono andato a casa sua (riferendosi al Commendatore), l'ho messo tra l'incudine e il martello e ho ottenuto un aumento di tre euro e cinquanta centesimi l'ora!" Le grida di approvazione erano unanimi. "Il capo mi ha promesso che domani, con il sole o con la pioggia, firmerà l'aumento, ponendo fine allo sciopero una volta per tutte!! Ehm, ehm! Così il tirchio ha dovuto soccombere e cedere alle nostre richieste grazie al nostro diritto legale di rimproverarlo perché allentasse i cordoni della borsa e la smettesse di farci morire di fame!

... La mattina del 23 dicembre l'aria era ancora molto fredda, ma per fortuna i rovesci erano passati e il decrepito sole invernale era diffidente, ritirandosi ripetutamente nella cupa indifferenza delle nuvole compatte. Erano quasi le otto, e la fabbrica del "Panettone Mimo" era ancora chiusa ermeticamente, come un tempio di dei oltraggiati che, mentre si crogiolavano nel dolce incenso dei biscotti festivi che i mortali di questo mondo consumavano nei loro cosiddetti "parafernalia natalizi", sembravano aver voltato le spalle con il solito sdegno, arbitrariamente plenipotenziari, data la loro autorità divina, all'enorme gruppo di operai guidati da Malacozza Annunziata, che andava e veniva davanti all'enorme cancellata che circondava gran parte dei capannoni di vetro che costituivano la fabbrica del "Mimo". Il freddo e l'umidità indugiavano, come una carezza perversa, sulle mani, sulle guance, sui nasi e sui vestiti degli operai disperati che attendevano l'apertura della fabbrica e l'apparizione del Commendatore Favareto. Finalmente, il Commendatore apparve sulla sua Ferrari argentata, ignorò gli scioperanti, entrò in fabbrica, e la povera Annunziata gli corse dietro senza alcun successo, se non che i cancelli della fabbrica si chiusero davanti a lei. E l'aumento promesso fu così rinnegato dal dispotico e ingannevole Don Favoreto. "

-¡Annunziata... Annunziata, aspetta...! Stanno arrivando tre enormi camion!- esclamò uno dei colleghi. 

Erano comparsi infatti tre grandi furgoni refrigerati bianchi, con sui ripiani laterali questa pubblicità: "PLANCHADELL & CALABUIG" - "I TURRONES DI SPAGNA" - XIX SECOLO - ALICANTE. 

-Santo cielo!- esclamò Annunziata, incapace di credere ai suoi occhi. -Quel bastardo del Commendatore si è venduto agli spagnoli...
 
-Cosa intendi, Annunziata?... Perché sono qui quei camionisti?... Chi sono?- chiesero alcune delle sue compagne contemporaneamente. "Non vedi? Quel porco del Commendatore, perdiana, si è alleato con i torronai spagnoli, e ora invece del panettone ci sbatterà il torrone in faccia! E questo significa sbattere la porta e scendere in piazza per tutti!... 
 
-Annunziata, la polizia!...- risuonò ora un'altra voce terrorizzata, mentre le urla delle altre donne si stringevano di nuovo intorno alla loro capo, le loro mille voci indescrivibilmente angosciate che opprimevano i loro cuori. -Cosa possiamo fare?
 
Malacozza Annunziata ora vedeva tutto come una fantasmagoria che aboliva, per lei, la distinzione tra la vita e la morte. Non lanciò un solo grido di terrore. 
 
Annunziata, di fronte all'avanzata inarrestabile della polizia, si ritirò con alcuni dei suoi compagni. 
 
-Annunziataaaa,... Annunziataaaa!!! 
 
 E quando cercò di avanzare verso quelle voci deliranti, un'eco senza direzione con i suoi mille lamenti la avvolse di nuovo. Poi perse l'equilibrio e cadde...}
 
 
[...After parking his luxurious silver Ferrari, Commendatore Favareto couldn't believe his eyes when he saw Malacozza Annunziata standing before him. The animosity he felt for the widow was evident. 

-Oh no! What are you doing here, you disgusting bitch? protested the Commendatore, chewing with obvious anger on the large cigar protruding from his mouth. 

Don Favareto's appearance, nicknamed Benedicto, to make matters worse, couldn't have been more unpleasant. He was rather short and squat, as broad-shouldered as he was disproportionately tall in the chest and stomach. He had an enormous head on a bull's neck, a somewhat flat nose, a narrow chin, a mouth with full lips and good teeth, and very prominent, rosy cheekbones. His pitch-black eyes were always squinting and feline-like. His hair, not excessively gray, adorned his excessively large head, so straight and combed that it resembled a wig... He wore his coat and jacket open, revealing his entire bulky body, packed like a typical Italian mortadella from the waist to the crotch of his calzoni, and from the crotch to the crotch, ending with his knees and legs equally tightly crammed down to the bottom of his exorbitant trousers. His gestures were imperious, and like all men of short stature, he walked with his chest out, aware of his power and importance. His pride was matched by his pettiness, which was immense. And his authority was based solely on the aversion he inspired. Consequently, there was neither enthusiasm nor sincere affection around him, but only fear. The poisonous comments of his employees in the four factories he owned classified him as a disgustingly cunning, vindictive, merciless, and cruel man. An expert in all kinds of tricks and ruses to avoid breaking the bank. Despite everything, and contrary to what one might imagine from observing that haughty and overbearing human monstrosity, his voice was somewhat laughable, because it possessed neither the strength nor the cavernousness comparable to his despotic appearance. His tone was ridiculously high-pitched, and through his always parted lips, cigar in hand, he emitted a kind of alternating whistle with "s"s. 

-Aren't you ssick of the mess you make with me every year at the factory? You have to come and annoy me in my own house too?- Don Favareto continued his tirade, turning his back on his employee after violently pushing her out of his way. -You had to be a Neapolitan!... My lawyers already warned me not to hire Neapolitans... that you're all ssstriking sons of bitches. But your fun is going to end very soon, do you hear me, bitch?

-Yes, yes, I can hear you! You already told me the same story last year- exclaimed Annunziata, who spun around and, raising her left fist, muttered- Holy crap! You're going to find out...

-Well, get ready, because this year you're going to get screwed. I assure you, this is going to be the last strike you ever stage against me. I'm not going to put up with any more of this from an ungrateful bitch like you.

The animosity between those two beings was mutual. There's no need to tell it. But Annunziata, without flinching in the slightest, insisted in a shrill voice as she followed Don Favareto toward the garden area in front of the mansion, her tension now urgent, and, of course, joyfully malicious. 

-Commendatore... caugh, caugh, listen to me... it's good for you!]


[The confrontation between the two had finally come to fruition, and Annunziata was the one carrying the poisoned dart. 

-A tragedy has occurred... and a big one.

-A tragedy? Where? At the factory? 

-No, here... right here, in his house- Annunziata openly confirmed. 

-Then Robertino must have crashed his car or Gigi overdosed. Bah! Leave me alone! Screw them all!- with her usual despotism, she downplayed Annunziata's alarmist attitude. 

-That's what you'd like, but you'll be screwed!- Annunziata said to herself, her eyes blazing and her thoughts imbued with that emphasis characteristic of perverse maxims, but which also provoke the most desirable bursts of frankness, especially when directed at a monster like Don Benedicto Favareto. 

The critical moment was approaching, because Malacozza Annunziata finally stood before her boss's orangutan, and with her palm raised and a face like those days when one doesn't feel like painting life in flattering colors, she exclaimed: 

-The misfortune, I've already told you, is not serious, but very serious!... It's about your dog...

-My Phoebus?" the Commendatore's high-pitched voice rang out like a bell- What's happened to my Phoebus?

-Well, he's dead... just like that, pataplaf! He suddenly had a fit... and he's passed out.- Lack of rhetoric doesn't allow for immorality in heroes. And Annunziata was one. 

-What? My Phoebus! Dead? No... that can't be, you filthy bitch! 

In the face of the exact application of the inevitable, vindictive combinations appear, claiming that this pleasure is the "supreme and true pleasure." Don Favareto, unlike Annunziata, who already had enough with his bronchitis, was so bile that he probably suffered a jaundice attack right there. 

-Yes, Commendatore, your big dog, your "dear Phoebus," -she remarked with a cutesy chirrup in the style of Mrs. Favareto, -has 'gone dead' you, just like that! What does he want? It's life!" Not all the misfortunes will be for us, the poor, what the hell! 

-And I'll kill you, Annunziata, you bitch...

-Come on...! Ufa!- Annunziata offered her characteristic fluttering hand, although smiling and happy. 

-... If you're fooling me! My Phoebus can't be dead! 

-Oh, no? Well, look, here comes your Florindo. You just have to see his face.

When Don Favareto looked at the servant's sorrowful face, his fat cheekbones lost their usual rosy color, while his entire complexion took on a completely yellowish hue, most likely due to the increased bilirubin from the jaundice he had just contracted. 

-No, nooooo!- He placed his hands on his prominent ribcage and exclaimed: My heart... my heart! 

And with his eyelids half closed, his lips trembling, the cigar fallen and several trickles of drool running down his chin, he fell, round and round, onto one of the damp garden quadrangles that were scattered throughout the area and that resembled the squares of an immense chess game, and there he continued to scream -No, my Phoebus nooo,... my Phoebus nooooo!!!- but without dying.  

Florindo, who had taken a few steps back, seemed to be surrendering to the dance of Saint Paschal Baylon, sometimes sinking into a rapture of silence, sometimes into a horrified ecstasy, unable to breathe. Only the voices of Don Favareto and Annunziata seemed to attest to the existence of life and human presence in that colossal garden. Mrs. Favareto and her daughter Gigi remained behind the closed window of the mansion's study, contemplating the frenzy of the master of their existences like inert beings, without saying a word, and vaporized within the interior space of their protective glass envelope. 

Annunziata, like an echo that never fades, like the caressing touch of a tempest that finally batters the rich Favareto family's mansion, or the blowing of a wind that comes from afar and doesn't extinguish the fire of avenging embers that she herself had lit, pretended to reassure her employer by leaning over him and exclaiming with a rapid rhythm of joy: 

-Come on, Commendatore... you look like a mourner! But it was only a dog...]


[-Look at my poor Phoebus, Annunziata- tears spilled from the Commendatore's always-closed eyes, tears he sssssed back with his handkerchief. "Only three hours ago hesss was out there playing in the garden, and now hesss dead. He was a good creature! Faithful, without malice... he gave me everything without asking for anything.

-Then he was too good, because as long as you're not asked... Annunziata sighed. 

-You see, Annunziata, we go to war, we get angry over a two-euro raise an hour...

-No, Commendatore, for five euros an hour!

-And then, you see, it all comes to nothing.

-What do you mean, nothing, Commendatore?

-There's death! 

-Ah, death. Yes, of course... Anyway... 

-It's said quickly: this one is rich, that one is poor, and then it's all empty words.

-Empty words? Hell of it! 

-My poor Phoebus! He ate top-quality meat, lacked nothing, and had this whole enormous house at his disposal, now he's dead.

-Yes, Commendatore, he was a lucky dog, but that wouldn't save him from dying like everyone else. Besides, that's life. Some bark, don't work, and still eat top-quality meat, and others scream their heads off, bust their backs making panettone pasta from morning to night, and eat nothing but spaghetti. And in the end, whether you're poor or rich, we have no choice but to die.

-Yes, Annunziata, then why worry so much and go to war for a three-euro raise?

-Five euros, Commendatore!

-Ssit down, ssit next to me, Annunziata.

-If only I'd sit on the grass. And in this cold! Can't you see I'm shivering?

-You need to wrap up warmer. Do you want Florindo to bring you a blanket?

-Ufa! It's not me who died!... So, get rid of the blankets, I'm already nice and warm. I have more newspapers under my anorak than a kiosk in Turin. And don't change the subject, Commendatore, I know you. What I need is for you to raise my salary and stop making me dizzy with so much haggling! And don't sell me the chicken anymore.- Annunziata argued- Cough, cough!... Filthy misery!

-Which chicken?

-Chicken or partridge, what does it matter!... Listen, Commendatore, it's not that I want to whine to you like a starving woman, but you always walk around with your fist clenched, and you don't want to know that with what you pay us we only have enough for spaghetti, and that for years neither I, nor my children, nor any of your employees have tasted one of those "steaks" you used to give to your dog. Would you prefer we say "guau, guau!" instead of asking for a raise? Well, look, Commendatore, "guau, guau"," and give us the five euros an hour we need so badly. 

-We have to be friends for once, Annunziata, and finally reach an agreement, because sooner or later we'll all end up like my poor Phoebus...-Don Favareto acted oblivious again, blowing his nose loudly.-Are you hurt? What happened to your arm?

-Nothing, nothing... some crazy guy ran into me with his van- Annunziata said with a hidden agenda, observing Don Favareto's face, who didn't flinch.- I hit my butt and my arm got bruised. Cough, cough! 

-You have to take better care of yourself, Annunziata. That cough isn't good. Besides, riding a bicycle in sssuch cold weather, on those icy roads where so many crazy people like my Robertino ride. 

-Yes, yes, crazy people!... Come on, Commendatore, let's get another dog with that bone!-Annunziata gestured. 

-Oh, but you have a dog too?- Don Favareto mused. 

-Me? A dog? That's all I needed!

-Look, Annunziata. The factory is your besst refuge. There, at least, you have heating and a decent salary. -

-Look, Commendatore, let's leave the decent part... You forget what you want! But I don't mind refreshing your memory every year if necessary, because my colleagues and I have long since been part of what the unions call "poor employees"... But, it's true, why bother with more stories? I want to go back to the factory too... and the other women... We're fed up with all this revelry. But you should take our side sometime, instead of throwing your six elephants at us. Let's give us a three-and-a-half euro raise an hour. Be as generous as you were with your poor dog! That way you won't lose the game, and I won't have to be embarrassed in front of my fellow factory workers for having gone on a useless strike without any help from the Workers' Union. Hey, Commendatore! What do you think?

-Very well, Annunziata. You're always so lisssty. You caught me in a moment of weakness...

-"No, no, Commendatore! It's not that I want to take advantage of your dog's death. But think for once about us, who work our asses off all year long on your damn panettones so you can line your pockets, and when we ask for a small raise because we're starving, you clench your fist and unleash that "screaming cavalry," or whatever it's called, on us.

-You're good, Annunziata. And, you see, I'm forced to say yes.

-Really, Commendatore? So we're in agreement!

-All right," Don Favareto blew his nose again thunderously, sniffing back the last of his tears-"Go on, go... go, go back to the factory!

-My mother, a three and a half euro raise! Malacozza Annunziata was beside herself with joy, and under the power of that magic spell meant by the word "raise," she now felt stirred by some mysterious instinct of fleeting affection for the chubby, whiny Don Favareto. 

-And tell your colleagues that I'll go to the factory tomorrow and ssort everything out... Now I have to take care of my poor Phoebus's burial. 

-Yes, yes, of course, bury the poor thing, because in this cold he'll only get even stiffer! And many, many thanks, Commendatore, from all my colleagues and the Works Council!]


[-Comrades!!, I went to his house (referring to the Commendatore), I put him between a rock and a hard place, and I got a raise of three euros and fifty cents an hour! -The shouts of approval were unanimous- The boss promised me that tomorrow, rain or shine, he'll sign the raise, putting an end to the strike once and for all!! Cough, cough! So the cheapskate had to succumb and give in to our demand thanks to our legal right to tell him off so he'd loosen his purse strings and stop starving us! 

... On the morning of December 23rd, the air was still very cold, but fortunately the downpours had passed, and the decrepit winter sun was distrustful, retreating again and again into the somber indifference of compact clouds. It was almost eight o'clock, and the "Panettone Mimo" factory was still locked tight, like a temple of outraged gods who, while basking in the sweet incense of festive biscuits that the mortals of this world consumed in their so-called "Christmas paraphernalia," seemed to have turned their backs with their usual disdain, arbitrarily plenipotentiary, given their divine authority, on the huge group of workers led by Malacozza Annunziata, who were coming and going in front of the enormous fence that surrounded a large part of the glass buildings that made up the "Mimo" factory. The cold and dampness lingered, like a perverse caress, on the hands, cheeks, noses, and clothes of the desperate factory employees who awaited the opening of the factory and the appearance of Commendatore Favareto. Finally, the Commendatore appeared in his silver Ferrari, ignored the strikers, entered the factory, and poor Annunziata ran after him without any success, except that the factory gates closed in on her. And the promised pay raise was thus violated by the despotic and deceitful Don Favoreto. 

"-Annunziata... Annunziata, wait...! Three huge trucks are coming!- exclaimed one of her companions. 

Indeed, three large white refrigerated vans appeared, their side shelves bearing this advertisement: "PLANCHADELL Y CALABUIG" - "THE TURRONES OF SPAIN" - XIX - ALICANTE. 

-Holy crap!- exclaimed Annunziata, unable to believe her eyes- That bastard Commendatore has sold out to the Spanish...

-What do you mean, Annunziata?... Why are those truckers coming?... Who are they?- some of her companions asked simultaneously. 

-Can't you see? The Commendatore's swine, strike him down, has teamed up with the Spanish nougat makers, and now instead of panettones, he's going to shove nougat in our faces! And that means slam the door and back out for everyone!... 

-Annunziata, the police!...- another terrified voice now sounded, while the screams of the rest of the women closed around their leader again, their thousand indescribably anguished voices oppressing their hearts- What are we going to do?!

Malacozza Annunziata now saw all this as a phantasmagoria that abolished for her the distinction between life and death. She didn't utter a single cry of terror. 

Annunziata, faced with the unstoppable advance of the police, retreated with several of her companions. 

-Annunziataaaa,... Annunziataaaa!!! 

And when he tried to advance toward those delirious voices, a directionless echo with its thousand wailing cries closed around him again. Then he lost his balance and fell...]



                              MALACOZZA ANNUNZIATA