viernes, 11 de noviembre de 2011

Nilo





Autor: Tassilon-Stavros





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NILO



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De tu secreto envejecido, ascua azul entre sepulturas, parten fantasmas viajeros que la noche del desierto vela como lengua de limpia estirpe, memoria desbordante de fuentes y hontanares. Ecos y calcinación, pueblo y sacerdocio, casta de arenales. Siembra de espejismos, latidos que se colman de tenebrosas inquietudes, de sacrificios irremediables y de voluptuosidades maltratadas. Dolientes gracias humanas que ante la mirada terca y adusta de las dunas quedaron extraviadas.

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Nilo tatuado de azul, estrépito de misericordia de tu vivir encerrado entre palmeras. Antojo primigenio de imperios, sueño de los tiempos rendido entre los orígenes paganos de Amón. Guarda y salvación. Anhelo de un dios... ¡Nada podrá borrarte de mi vida, herida de luz, cruda claridad abrasada! Fuego y ahogo suntuario de todo cuanto me es sagrado. Túnica del misterio, pórtico púrpura del crepúsculo, pupila de crisolito que hasta Egipto baja huida, afanosa como águila, implacable como león.

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Consumación de un amor inocente, que pone su bendición sobre mi frente. Hebra de lumbre poseedora de una vida que entre la fastuosidad carnosa de la tierra deposita la doctrina milagrosa de sus dones. Río andariego, felino, blando y campesino. Oasis de aves solitarias, dócil linaje de tiempos prometidos. Deificado por los secretos del crimen legendario; del hombre clamor litúrgico, y frente al paisaje de arena y piedra, afirmación de raza y tradiciones.

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Nilo, fruto del desierto, halcón despacioso de párpados ungidos, agua de los fangos, tierra de sangre donde las palmas granan sus ascuas de verdor... Miedo tengo de mis días cortos cuando me alejo sin huirte. Servidumbre de Egipto, pechos de madre, exquisito dolor. Y vuelan mis complacencias silenciosas, las memorias que me angustian, hasta la negrura de acero que ondula en tu valle íntimo, de peldaños fértiles y ruinas roídas por los testimonios. Tu cicatriz de río sajado por luna delirante, y tu gigantesca hornacina del papiro y del loto siguen al dios de la noche. Dardo antojadizo lanzado en un jardín de fatigada belleza, maltratado por las enseñanzas quiméricas de los sacerdocios.

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Nilo de los hombres dioses, de los cánticos recios y altivos de la espera, del carbunclo destilado por la tierra, de las aguas del berilo, del rizo sacrílego e incestuoso de sus coronados siglos. Nilo de los imperios, de las escalinatas torrenciales de los mármoles blancos, de los cromáticos mosaicos faraónicos al abrigo de los templos, de los ergástulos y tormentos, de las mieses que granan en los vergeles fangosos... Río de los barrios de adobe, de la transportada roca sepulcral, y de la ensalzada santidad eterna de los jeroglíficos. Agua de la sed, pozo patriarcal, espejo extenuado, hondo latido de las lejanías. Nilo azul, inocencia del agua, carnalidad verde, aliento divinizado, emisario de luna entre valles rubios, maduros y olorosos.