Autor: Tassilon-Stavros
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Ε Λ Π Ι Σ
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Yo soñaba frente al riachuelo
donde rebullen las libélulas y se alborota el filo de la caña buscando el
cielo. Aquél cuya corriente incesante serpentea hacia tu recuerdo en mi
laberinto de ermitaño. Y allí junté mis manos, en silencio y soledad, porque
creí cumplida mi obra en este mundo. Apartado de soles y bullas. Relegado ya el
porqué de todos mis viajes.
*
Pero no dejé de olvidarte ni un
solo instante. Y cuando las gentes me insultaron, riéndose de mi pequeñez
cotidiana, vino a mí tu canto, afanoso y compadecido. ¡Ay, azul lejanía
danzante! Fuiste mi gaviota temblorosa, femenina como linfa, volviendo al nido.
Ave mendiga de mi tiempo, arrullo entre las sombras. Limosna prometida entre
ramblas de mensajes.
*
Yo me estremecía en la cerrazón
del crepúsculo. Y allí, donde una vez me dejaste tu sello de eternidad,
encontré albergue donde guarecerme. Estampa de campo y temblor del agua.
Perennemente anclado en un espacio donde tu imagen se volvía ahora el único
objeto de mi deseo. Y te soñaba, en un tiempo que ya no existía, sufriendo como
un ave agonizante. Mas, nunca apagué mi lámpara de soñador solitario, por si tú
aparecías en el carro de las nubes. Y aislada quedó en un rincón de la choza mi
noctámbula melodía, inofensiva y rumorosa.
*
Pero fui vagabundo del viento, y
mi oración jugaba a perderse entre las brisas del invierno, como herida raíz
frente a las veredas antiguas del recuerdo. Se cerraron para mí todas las
puertas de la aldea. Y me llamaron insolente por esperarte en mi sendero yermo.
Sigo siendo tu prisionero, forzando aún mi débil espíritu para adorarte. Y
espero tu carroza, cuando salgo solo, durante la noche, a tu soñada cita,
sumido en mi oscuridad silenciosa.
*
¡Sueños, viejos sabores de
paraíso, amuletos modelados de la memoria, que, aun viviendo de la lírica de
nuestra naturaleza, amortajáis nuestras verdades absolutas, no creáis que he
visto por última vez el mundo! No os alejéis de mi puerta, ni rodeéis la loma
del dulce descuido, porque yo vivo en la suave frescura de mis evocaciones, en
la enramada de mis mañanas primaverales, en los nacarados haces de la luna
nueva, y en cada grano de trigo desperdigado.
*
Y mendigo en la Esperanza. En el
alborozo que mana del cielo al alba. Y guardo en mí, tras este rostro marchito,
mi hora vieja de humanidad, mi fuente íntima de romances. Nada pido. Ni dejo mi
eremítica sed de pobre caminante perdida en dolorosos pensamientos. Espero que
cante el pájaro en su sombra invisible. Y, callado, aguardaré la dádiva. Sé que
llegará a mí como señora del silencio, entre su lluvia de misericordia,
iluminando mi choza donde siempre la esperé entre mi ímpetu contenido y
desvelado.
-¡¡Elpis!! ¡¡Elpis!!...