Autor Tassilon-Stavros
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MARTÍN LUTERO Y LOS
ENFRENTAMIENTOS
DE LA CONCIENCIA CRISTIANA
A CAUSA DE LAS INDULGENCIAS
DE LEÓN X -4-
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EL GRAN ALZAMIENTO
En 1525 los campesinos alemanes tomaron las
armas para rechazar los abusos que sufrían por parte de los señores
feudales, provocando una represión implacable en la que participó
Lutero
Lutero había emprendido el camino de Wittenberg sin ninguna seguridad de llegar.Ignoraba que entre tanto el Papa León, con una integridad que le hace honor, había recomendado a Carlos que respetase el salvoconducto. Pero como esto no se sabía aún el duque Federico persuadió a Lutero para que se dejara raptar por el camino por hombres de su confianza y se "emboscara" en el castillo de Wartburg. Hay que preguntarse si el joven emperador creyó en el fingido rapto. Lo único que se sabe es que después de declararlo hereje no hizo nada por averiguar a dónde había ido a parar el rebelde monje, ni tampoco el Papa León solicitó información alguna. Los dos estaban ocupados únicamente en la guerra con Francia y a ninguno le agradaba el papel de perseguidor. Apoyada en lo alto de una colina, Wartburg no era una residencia agradable. La única compañía de Lutero era la de un grupo de guardias y la caza su única distracción. Para no hacerse reconocer había cambiado su nombre por el de Junker Jörg y había abandonado el hábito y estrenado una espesa barba. La inactividad le producía insomnios y pesadillas.

Aquellas cartas le llevaban buenas noticias. Los frailes del convento agustino donde había militado habían abrazado el luteranismo. Melanchton estaba componiendo un tratado de dogmática. Carlstadt, promovido a archidiácono de la catedral, oficiaba en alemán, y había puesto en práctica las teorías de Lutero según las cuales los curas podían casarse, y a los cuarenta años había desposado a una muchacha de quince. Lutero se sintió muy satisfecho, pero escribió: "Santo cielo, ¿es verdad que nuestros bravos wittemburgueses están dispuestos a dar a sus hijas a los monjes?" Parecía que sí, puesto que los agustinos de su convento se habían casado sin dificultad.
Sin embargo, entre estas nuevas alentadoras, había otras inquietantes. Algunos estudiantes y ciudadanos habían arrojado a los sacerdotes ortodoxos de los altares donde oficiaban, habían lapidado a algunos y habían saqueado el monasterio franciscano. Lutero comprendió inmediatamente el peligro. Como todas las revoluciones, también la suya corría el riesgo de caer presa de los elementos más extremistas y subversivos. Entonces, abandonando toda prudencia, marchó a Wittemberg y se reunió en consejo con los suyos para ponerlos en guardia contra aquellos excesos. Pero no todos se mostraron dispuestos a ello, y entre los irreductibles se contaba Carlstadt. Después de volver a Wittemberg con muchas precauciones, Lutero inundó con cartas media Alemania para reclamar orden a los desviacionistas. En Zwickau, uno de los mayores centros industriales, la Reforma religiosa se había confundido con una especie de movimiento socialista inspirado en los mismos principios del que se había producido en Bohemia. Pretendidos apóstoles del nuevo credo recorrían Alemania instigando a los oyentes a destruir los frescos de las iglesias y hasta los órganos, a abandonar las escuelas y a intentar los más arriesgados experimentos sociales. La Reforma corría el peligro de descomponerse en una galaxia de sectas en disputa unas con otras. Y esto era lo que Roma esperaba.
Lutero abandonó definitivamente su refugio, se cortó la barba, volvió a vestir el sayo, reapareció en el púlpito de Wittemberg y en ocho días pronunció ocho sermones, que representan las perlas de su riquísima oratoria: "Escuchadme. Yo soy el primer que recibió el mensaje del Señor, el único al que ha revelado el sentido de Sus palabras" Le objetaron que después de haber despotricado tanto contra el Papa, hablaba como el Papa, pero finalmente su poder de persuasión convenció a todos, menos a Carlstadt. que dimitió de su puesto y se retiró a Orlanmünde, desde donde fulminó a su antiguo maestro llamándolo "el nuevo infalible de Wittemberg" Este apasionado y turbulento cuáquero antes de tiempo oficiaba vestido de paisano, rehusaba toda recompensa por su ministerio, se ganaba la vida trabajando como campesino y anticipó la Christian Science no reconociendo otro poder curativo que la oración, incluso para las enfermedades del cuerpo. Perseguido por la Policía por instigación a la revuelta, finalmente volvió a buscar refugio junto a Lutero, que lo acogió fraternalmente y le procuró un puesto de profesor en Basilea.



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"Vosotros, príncipes abandonad vuestra obstinación renunciando un poco a vuestros poderes y a vuestros patrimonios de modo que la gente pobre pueda vivir y respirar. Y vosotros campesinos, abandonad las exigencias incompatibles con la legalidad", proclamó Lutero.
Afortunadamente para él, Wittemberg le permaneció fiel. El amable y leal duque Federico había muerto, pero su sucesor, Juan, apodado el Constante [en alemán: Johann der Beständige; Meissen, 30 de junio de 1468 - Schweinitz, 16 de agosto de 1532] que continuó la política de Federico en la defensa de Lutero y la Reforma. (En 1527 fundó la Iglesia Evangélica-Luterana de Sajonia (Evangelisch-Lutherische Landeskirche), de la cual el propio elector Johann se erigió en el primer obispo supremo (oberster Bischof). Por lo tanto Lutero estaba seguro dentro de los muros de la ciudad, pero no se atrevía a poner los pies fuera de ella ni siquiera para visitar la tumba de su padre, como había hecho siempre.
La amargura y la desilusión le inspiraron terribles libelos, en especial contra los campesinos que habían renegado de él convencidos de que los había abandonado. "Considero preferible -escribió a un amigo- que perezcan ellos antes que los príncipes y magistrados. Dios no ha autorizado nunca a esa plebe rústica a coger la espada" Palabras espantosas , dictadas por un rencor que no le permitía ver cuán próxima estaba la revancha. Pero ésta, más que mérito suyo, fue la consecuencia de la situación política en Europa.