Autor: Tassilon-Stavros
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TEMPLO
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Yo siempre te he soñado por entre el misterio de tus criaturas, en siglos de magos medianeros entre los dioses y los hombres. Y te busqué de generación en generación, como arrancándote de una tierra deseada que murió escondida, apagado su sol, empozoñada por serpientes, y donde permaneció tu efigie inmaculada descarnada por las hiedras. Y aunque nada quedara de tus tiempos, templo que regocijó a gentiles y sacerdotes, te vi de nuevo bajo un poniente de memorias, volviendo desde el filo de los límites, entre los ecos de las piedras.
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TEMPLO
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Yo siempre te he soñado por entre el misterio de tus criaturas, en siglos de magos medianeros entre los dioses y los hombres. Y te busqué de generación en generación, como arrancándote de una tierra deseada que murió escondida, apagado su sol, empozoñada por serpientes, y donde permaneció tu efigie inmaculada descarnada por las hiedras. Y aunque nada quedara de tus tiempos, templo que regocijó a gentiles y sacerdotes, te vi de nuevo bajo un poniente de memorias, volviendo desde el filo de los límites, entre los ecos de las piedras.
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En mis sueños, me ungiste de tus esencias lejanas. Y creyendo leer una súplica, caminé entre ciudades hundidas por fuegos proféticos, entre cuyas ruinas aún resonaban, de los visionarios, sus caravanas. Y en algún pórtico perdido, como una luz extraviada en las vigilias, se alzaba la sabiduría de los testimonios del ayer, y hasta de los curiosos e inspirados, sus afanes conmovidos. Náusea, hedor y perfumes, aires del mundo. Yo te seguí buscando, con esa mirada tan humana de las bestias salvajes que sufren sin remedio. Mi templo y su reino aún excitan mi imaginación. Es mi súbito denuedo, la vinculadora osamenta de mi carne estremecida, y del recóndito superviviente el gorjeo último que dejan tras de sí las aves cuando abandonan sus nidos.
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De las estepas del Éufrates a Assur, arrullado por el Tigris, gloria efímera de Zoroastro. Adivinaciones de Balaam. De los valles del Nilo, oráculo de Amón Ra y ensueños de Atón, a los horizontes azules de Fenicia, ara sangrienta de Melqart. De los jardines de placer de la Hélade, eco infinito, crótalos y cítaras, himnos y fuego de Zeus, a las graderías de Jerusalem, David y Salomón. Jueces y Reyes cautiverio de las Escrituras. Rutas de Oriente. Los dioses, una vez ungidos por el óleo pingüe, permanecen viejos y sin cielo... Y me despertó un revuelo de grullas entre los olivos y viñedos, los pastos y colmenas henchidas, mientras, desde los pozos dulces, pasaban las doncellas con ánforas en sus cinturas.
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Templo de signos divinales. Viejos propileos que buscan el refugio del pasado. Mansión retoñada en la callada hora que devoró la liturgia de tus ornamentos. Y donde sabios y déspotas, logreros, exactores y publicanos tributaron su herejía, y justificaron sus enconos, buscando un parentesco teogónico en tus recintos... Cuando la tarde palpita coronada de palomas, tus mármoles exhalan humedad de luna; de luna que ensarta pilares y caminos. Templo, dragón de hierro y jaspe, con lámparas de cobre que iluminaron pergaminos.
Templo de signos divinales. Viejos propileos que buscan el refugio del pasado. Mansión retoñada en la callada hora que devoró la liturgia de tus ornamentos. Y donde sabios y déspotas, logreros, exactores y publicanos tributaron su herejía, y justificaron sus enconos, buscando un parentesco teogónico en tus recintos... Cuando la tarde palpita coronada de palomas, tus mármoles exhalan humedad de luna; de luna que ensarta pilares y caminos. Templo, dragón de hierro y jaspe, con lámparas de cobre que iluminaron pergaminos.
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Palmeras bajo una lumbre torva entre un tumulto de olas de arena. Montes y hoyadas, anchura de campos, naves que surcan los mares de Oriente por entre mañanas de bronce, que acarician y muerden al claro amor de tus soledades dilatadas. En tus desiertos viejos soy un caminante sin camino. Polvo y rebaños, aceros y crines; sombras moradas tras las breñas calcinadas. Templo de profecías y lamentaciones agoreras. Ruinas de reinos que dejaron tras de sí sus ferocidades disparatadas y equivocaciones plañideras... Y vuelvo a mis sueños. Pompa blanca de mantos en el vacío oscuro de sus gangrenas seculares. Instante de complacencia y desfallecimiento. Soy como el hijo postrero, en tu hora oprimida, engendrado. Una sombra trémula en tu tiempo inmóvil, una mirada extasiada que renace en tu ámbito olvidado.