jueves, 5 de agosto de 2010

Oriente





Autor: Tassilon-Stavros





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ORIENTE


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Armonía eterna, indomable escultura, aurora de abierto confín que abarca todos los acentos. Glorificada tierra de creación. Aduanera acechante en las salas santas de los siglos, siempre antorcha lisonjera en busca de sus discípulos. Sugestión que reina sobre mis pensamientos. Oriente de cobre verde, insaciable vagabundo de la historia. Escriba de ojos venturosos, cuyas desmenuzadas palabras se petrificaran en los textos.

 
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Van mis sentidos definitivos hacia ti, fragoso, torturado y gigantesco Oriente. Y en las cuerdas de oro de tus arpas dejan su canción. Yugo, cántaro, lámpara y celemín. Perfumes entre triclinios, voces agoreras bajo los astros. En cada lengua, de cada idioma arcaico un conjuro de invasión, un ahogadero de sacerdotes y guerreros, una atildadura patricia de erudición.

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Fuentes de grutas y estanques. Íntimo cáliz de lotos azules y carnosos sépalos. Talismanes que mendigaran salud. Brebaje que trajo la gracia en sus pomos. Dioses corpulentos del Eúfrates. Globo de los Sassánidas. Y de Fenicia el lino rojo. Vergeles que esconden sus ruinas. Oriente, fuego de la tierra, mares con tacto y olor, ahínco de mercaderes, caravanas que zumban entre melancólicas dunas.

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Magna puerta de santuarios entre resinas fragantes que bendicen el ocaso. Desierto nevado por la luna. Himnos de sepulturas. Mirra virgen en noches de penitencia. Teas encendidas, cítaras y címbalos. Guirnaldas tejidas por las danzas litúrgicas. Brazos vibrantes en templos que callaron frente al tiemblo de las campanillas de oro, y condenaron los pórticos donde se agitaran las conjuras de otras túnicas.

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Oriente del anatema, donde hablaron los testimonios, crujieron las ricas vestiduras, y blasfemó la muerte. Candelabros que ardieron entre reflejos de pilares, rasgando distancias, y recogiendo de las cúpulas de los cielos las dulces noches de sus valles. Proclama clamorosa de vigilias acusadoras de idolatrías. Negras sedas que vislumbraran lúgubres presagios, estrados de bendiciones y clamores de profecías.

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Anciano cenceño de ojos recónditos, maestro de la solemnidad. Oriente, trono del misterio, festín delirante del humilde creyente, piel corroída por el testimonio consentidor de los príncipes. Ágil mensajero de la aventura y carne circuncidada por el torpe artificio de los taumaturgos. Rigor y pompa de los ritos. Corte de artífices y retóricos, aguijones de oro que atravesaran lenguas de rebeldías, y abrieran los velarios de sus falsos dioses a los demiurgos.

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Pupila de monstruo, águila aniquiladora de coronas, horizonte de amenaza, rojo de púrpura y de crepúsculo. Oriente, que eleva su frente, devora sus pilastras y tropieza con las frámeas de sus bárbaros reyes. Sofista de firmeza dialéctica y amarga. Conceptos aprendidos e impenetrables que hieren el aire y sus muros. Proverbiospotegma florecido entre anagnostes, esclavos en las riadas de sus muchedumbres.
Proverbios florecidos entre esclavos en las riadas de sus muchedumbres. Púlpito de un imperio con jabalina sobre el escudo doctrinal de sus leyes.
 
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Pregón de himnos. Suelo ardiente que se irriga con las nieves derretidas de su casta abrupta. Oriente de la llama, iris morado que azulea las calinas que esperan el paso de las peregrinaciones. Dios de gigantesca cueva, enfangada de sangres infinitas. Carne de muerte que amorata la honda breña de la historia, siempre aprisionada entre las pilastras fronterizas de sus desolaciones.

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Tumba pagana de los patriarcas, escuela de rabbis, antífona de salmos dilectos. Oriente longevo, santuario codiciado de Macedonia. Esclavo del discípulo torvo cuya majestad guerrera, sin mitigar su requisa, probó tu desamparo tras los muros babilónicos. Enjambre convulso, arrancarme de tu cuerpo me llaga. Oriente, pregón de mis sueños prometidos. Bautízame en tus ríos de afilada luna, agiganta mi nomadismo, sé mi gloria perversa, la travesura obstinada de mis asedios enardecidos.