lunes, 11 de agosto de 2008

Dionisos, el sátiro de Naxos




Autor: Tassilon-Stavros


Palimpsesto Alejandrino





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DIONISOS, EL SÁTIRO DE NAXOS


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Naxos, gleba ígnea. Rizoma de vides y ruta de limonares. Cresta de montes. Costa de olas suaves.

Oteros y ramblas que procrean aceitunas y nueces. Ondas tenues, como cordones de encajes.


Subterráneo sacrosanto, sustento de semillas. Suaves lomas. Oleaje de tierra entre fértiles llanos.

Dionisos, venial y lene. Voluntad intemperante. Ocios festivos entre el huerto cerrado de Naxos.


Grana la uva. Sutilidad del ingenio. Triunfal vestidura que Dionisos tiende junto al fruto de la vid.

Cuadro desenfrenado del sátiro. Acción eurítmica. Tripudio del dios sobre aquel gozo sin fin.



Mielecilla aromática. Esencia misteriosa del vino, música voluble entre las piernas del dios etílico.

Armonía y perfumes de la mies del pámpano. Almizcle agridulce. Escanciada orgía y río mítico.


Danza el hijo de Zeus y Sémele frente a los terrazgos ubérrimos de Naxos. Juguete de las olas.

Playa de voluptuosas Ménades. Ariadne, la hermosa, duerme el sueño de su abandono, a solas.


Hija de Minos. Confines orientales de Creta. Egeo, ruta de su pecado. Mar almenado de deseo.

Proeza del deleite. Propileo nefando del Laberinto, donde palpitó desnudo su héroe Teseo.


Ovillo salvador en el dédalo sibilino. Santuario de holocaustos. Del Minotauro diezmo sagrado.

Diole muerte el rey de Atenas, hijo de Egeo y Etra. Tras ellos truena el intercolumnio murado.


Vanas sutilezas del amor de Teseo. En Naxos, el héroe ateniense a la bella Ariadne abandona.

Y en su playa queda dormida. Perla para quien no la tiene. Súbito clamor que Dionisos entona.


Todo en ella semeja tierno. Ariadne, lumbre de miel, frente a la crin tendida del pacífico oleaje.

Cantan los retóricos. Delirante holgura de todos los encantos. Exenta del misterio de su vasallaje.


Ante Dionisos, el dios etílico, licencioso fiador de Naxos, la hija de Minos prosternóse sollozante.

¡Ah, goce no catado de nuevos perfumes! Y allí mismo la sedujo, como a estrella azul y anhelante.


Naxos, verdoso turbante de lino, que la antorcha del sol devora. Onda que lanza su postrer llanto.

No más este bojear. Matriz y calma inmortal de dos amantes. Campo de olvido. Arpa de mi canto.


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