domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo azul







Autor: Tassilon-Stavros


 
 
 
 
 
 
 
 
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HECHIZO AZUL



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Cuando la visión de mi isla, que definía mi existencia, empalideció borrosa y ondulante; y, desgajada de mi realidad, creí perdidas en la oscuridad última aquellas playas de ondas cálidas y claras, me llegó tu casto aroma de paz.

Yo no lo sabía entonces. Atisbo de pasados entusiasmos. Activa desintegración de mi inexplicable dolor.

¿Será ése el auténtico prodigio de la vida? Absorta canción ahora sensitiva que de mí aparta todo  sentimiento desolador.

Conciencia persistente de gentiles encantamientos. Horas nuevas frente a la calma relajada del mar. ¡Promesa fue la queda lumbre de tu faz!


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Cuando tu distante luz tendiste a mi tedio árido, un aire tibio me trajo tu forma silenciosa. Azul intenso del inmemorial cuerpo vivificante del mar, para mí tan necesario.

Yo no lo sabía entonces, cuando te tuve con la sombra del otro hombre que fui. La tierra, al igual que el mar, parecía balancearse y oscilar, mientras yo seguía consumido por un jadeo lento, con la respiración de un conocimiento dormido y la ansiedad misteriosa de una desviada verdad.

¿Será esa gran masa de energía de preterido destello el verdadero reto de mi germen? Fuerza vital de un enigma inesperado frente al que se arrodilla con humilde sumisión mi nueva realidad corpórea, apartándome de la oscuridad.

Y ese nuevo fulgor alcanzado me despertó, arrancándome de una enfermedad incurable, cuando el mundo de los hombres reniega de sus deseos, y convierte la existencia en un colapso universal. Fue como una locura que dejaba tras de mí el trastorno ciego de mis postraciones. Nadie más podría, salvo tú, sobrenatural firmeza del azul, apartar de mí aquel paisaje interior, cruelmente empapado de invierno solitario.


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Cuando comprendí al fin que tu aura casi divina, de grandiosidad fascinante, me lanzaba su hechizo de liberación, supe que estuve perdido. Y que si tú no hubieses existido en el mundo, tampoco yo estaría en él, fuerza vital de un universo lleno de riqueza.

Yo no lo sabía entonces. Pordiosero de mis nocturnas peregrinaciones. Imaginación terebrante que somete  a nuestra carne viviente al yugo de la fría disolución y a la muralla de la tierra. Furia impaciente del tiempo, demencial captura que nos llena de indiferencia.
 
¿Será ese recuperado santuario de tu ofrenda mi veladora puerta? Porque llegaste cuando mi fragilidad,  enmascarada por un endurecimiento demente, enfriaba mi ser como un cuchillo de piedra. Y mi rostro, inmutable, estando mudo, cerraba sus ojos al fervor de toda preferencia.

Derrumbados tronos de vehemencias que se perdieron como amores que prefirieron enmudecer sus voces. Pero cuando desperté observando esa atmósfera potente de tus destellos, y ese añil en calma como un nuevo pathos de ternura, se alejaron al fin mis noches sin respuesta. Y frente al celeste movimiento, nítido, armonioso e inconmensurable de tu creciente marea, halagada por la luna, el hechizo extinguido recobró su aliento, la nostalgia su atractivo, y el acariciador júbilo de la esperanzada brisa su firmeza.