jueves, 22 de enero de 2009

El Eremita V






Autor: Tassilon






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EL EREMITA V


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Tus montes como panales, tu tierra color de mies, tus sendas tiernas y esmaltadas. De tu hierba, caliente exhalación. De tu claridad, sahumerio. ¡Ah carne de ínsula, que allí quedaste encantada! Ámbito de hoz, que en su playa se retraía. Retablo embrujado, grande y súbito, labrado en la luminosidad de la marina. Lejos, donde las aguas se despeñan blancas, las tierras altas, espesas como resina. Aludes portuarios, vorágine de humos, casas de faluchos, entre un señorío de barrancas. Dulces arboledas de Khítera entre collados bravíos, recuerdo de fruto y olor, entre efluvios de vegetaciones. Y sus naves, como grandes urnas de rarezas, afeites y bujerías, llegadas de lejanas civilizaciones. Dentro, en la umbría de sus colgantes muros, se agarraba un templo, imagen lívida, color de luna. Exvoto de dioses, escritorio de un imperio, entre cuyos arrayanes de tupida frescura, ¡ay temporales del olvido!, mis estatuas griegas hallaron sepultura.


Navegué por mares antiguos y remotos, resumí tus líneas como en una ondulación de lino monástico. Pero me sobraba ya tanta superficie azul. Y oculté en ti el viejo galope de mi epistolario, de roca en roca, de campo en campo, antes de mutilarlo. Secreto ávido, alfoz postrero de mis valles. No quiero ser muerte en un sepulcro. Quiero ser pisada invisible, geología de tu mundo, suicida desconocido, para que en ti me entierren vivo. Porque yo, renovada piel en tu latido, dejé tras de mí aquel fondo lejano de oteros desollados, de recintos de cementerio, con sus huesos fosilizados. Pericia inhumadora de rudas generaciones, que, desde la noche de los tiempos, arrastraran epidemias de aullidos convulsivos. Déjame vivir en la distancia, bajo tu mandato recogido. Despósame con la eternidad de tus sonidos. Porque ya que he descendido hasta el fondo de la materia, quiero ser ese agua estremecida en todas las imágenes de tus caminos. Cuerpo en cada gota, sin perderme en tu unidad, pero multiplicado en tu conjunto.

Gaviotas de la tarde sobre tus prados en zumo. Dueñas de las distancias en la inmensidad cincelada. Lotos en flor bajo la roja faz del astro tierno. Sus vuelos, como doncellas que hilan el azul arcaico, también son nuestros. Vírgenes mesuradas y tibias, bajo una atmósfera de estampa mítica. Suspiros que se añaden a la soledad del mar, arco iris de los sueños, en cuya sinfonía de colores permanecen fundidos. A lo lejos los collados ofrecen tegumentos de albérchigo. Y el pinar, antigüedad que no envejece, onda verdosa que cría cortezas de musgo, leve en el día, brinco afilado en la frescura del ribazo, se aisla del tacto del mundo. Amo la gaviota, paisaje mío, pese al recelo menudo de sus secretas habladurías, porque la sencillez de la gaviota es hija de tu poesía. Y tu poesía es el emblema agreste, intacto, que gusta y apetece de esa exacta expresión de mi rendida pleitesía.

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