jueves, 18 de septiembre de 2008

Marruecos X





Autor: Tassilon


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: PATONIA LA LOCA

-X-



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Chocaban constantemente montones de insectos contra el enorme parabrisas, mientras el joven Cruz, por el gran retrovisor en él situado, observaba, con resoplos palpitantes, a Patonia y Mónica, que parecían hallarse en el fondo de una habitación, en la oscuridad. Fulguraban las pupilas de todos ellos. La primera sólo había vuelto a abrir la boca una vez desde la precipitada fuga de Fez. La segunda, que en ese momento tuvo un acceso de tos, había permanecido durante mucho tiempo con la cabeza caída sobre el pecho, inconsciente. Ahora, como si cavilase, había empezado a rezongar el extraño catecismo exigido por el estado de postración en que la sumía su drogadicción. Le temblaba la mandíbula, y su cabeza pareció desplomarse sobre el asiento que ocupaba Farid. Y empezó otra vez a desbarrar, mordiéndose los puños entre escalofríos. Lanzó un grito colérico, como si la sofocase el más doloroso de los sentimientos: el de una constante impotencia. Luego siguió inclinando la cabeza hacia delante, mientras se desataba en sollozos sin dejar ahora de restregarse la nariz. Sus ojos aparecían brillantes y cariacontecidos. Las palabras parecían atascársele en la garganta:

-¡¡Farid!!... ¡¡Por Dios,... no seas borde... no me hagas esto!! ... ¡Farid, ayúdame, ... yo te quiero... y Pato no es más que una zorra... ¡Mi padre la va a matar!... ¡¡Farid... por favor...!!

Patonia la observó frunciendo el ceño, y luego trató de sujetarla de nuevo, porque la pobre Mónica se bamboleaba como un monigote. Farid, que primero había vuelto la cabeza hacia ambas con fingida indiferencia, exclamó con severidad:

-Menudo monazo el que tiene encima la yonqui esta. Aguantarla va a ser un martirio chino. ¡Joder con la tía calamidad!

Andrés siguió con aspecto desdeñoso, sin hacer ningún comentario. Trataba de humedecerse los labios, pues la sed que sentía le magullaba el paladar y garganta como si de la misma le brotara un rastrojal. El motor del Cherokee emitía, además, un ruido de mil demonios. Rechinaban los frenos constantemente. Veía en la superficie de la carretera formas negruzcas de auténtica pesadilla. Se mantenía rígido, aunque los ojos se le salían de las órbitas, ocupados como estaban en su afán por no saltar por los aires ante cualquier bache o resquebradura inesperada que pudiera surgir de pronto. Las gafas descendían molestamente por los bordes humedecidos de su nariz. Milagro era, después de tanto vapuleo y huidas precipitadas, que siguieran “sanas y salvas”.

Mónica se había echado prácticamente encima de Farid, alzándose de su asiento y agarrándolo por detrás.

-¡Cuidado con ésa!- Objetó por fin Andrés- Que como se nos presente otra sacudida, se va a descalabrar.

-¡Quita de encima, coño!- Gritó Farid, empujándola de nuevo hacia su asiento- Quédate ahí sentadita, so gilipollas (Mónica, que al parecer no sabía lo que hacía, asintió con un débil movimiento de cabeza, como un autómata, aunque sus ojos estaban aterrorizados. Luego llegó otra especie de grito, esta vez estrangulado)... ¡Joder con el subidón! Oye, tú, Pato, haz algo,... acurrúcala coño, que hay sitio de sobra.

Entonces el rostro de Patonia se encendió de excitación. Se revolvió como una fiera que hubiera ya traspasado los límites del cansancio. Su mano derecha, como una garra, atrapó la redecilla que contenía las naranjas, y se la lanzó a Farid con un gesto salvaje, golpeándole la cabeza.

-¡Ahí tienes las naranjas, so hijo de puta!

Andrés se estremeció como si un pequeño huracán le hubiera rozado las orejas. Casi se le fue el volante de las manos, y Farid, que había tratado de protegerse levantando uno de sus brazos, lanzó un agudo alarido, dio un bote de simio, y perdiendo el equilibrio se fue contra el parabrisas, golpeándose la cabeza. Saltaron los entrecortados resoplidos de ambos jóvenes:

-¡Pero, tía, estás en tus cabales o qué! Casi me parto la cabeza por tu culpa, ¡gilipollas de mierda!- Bramó Farid- Era lo único que me faltaba... ¡Joder con la habibi de los cojones!

-¡Oye!, ¿qué pretendes? ¿Que nos la peguemos?...- Había exclamado al mismo tiempo Andrés- ¡Como sigamos así, de aquí no salimos vivos!

-Ojo al parche, mon ami, que la Pato esta ya no rige.- Le susurró Farid a Andrés, pasándole el brazo por encima del respaldo, y tratando de recoger la redecilla de naranjas que habían caído cerca del joven Cruz. Luego gesticuló haciendo torniquete en la sien con el dedo índice.

-Deja tú también de joder la marrana, so tocapelotas- Replicó Andrés, dirigiendo de nuevo la vista hacia la carretera, pues, instintivamente, viendo las naranjas a sus pies, se había distraído un instante, empujándolas hacia Farid- Recógelas de una vez, ¡y no te muevas más, coño!

-¡Échale un cable a ésta, so cabronazo!- Se le sublevaron ya definitivamente los nervios a Patonia, observando con fiereza a Farid, y haciendo caso omiso de la indignación que había suscitado en ambos compañeros.

-¡Que bajes el tono, tía!

Patonia que tenía todos los motivos para perder los estribos, se revolvió de nuevo:

-Pero mira que eres cabrón. ¿No la ves? (señalando a Mónica) ¡Está hecha una mierda! Y el único culpable de que esté así eres tú.

-Por favor, callaos de una vez- Intervino Andrés- ¡Me tenéis frito! “¡Panda capullos!” (Farfulló en voz baja)

-Oye, Pato, deja de hacer la cabrona tú también, que esto vale una pasta- Arguyó Farid.

-La que tú te has quedado, ¡mamonazo!- Dijo ella con severidad- Pero te recuerdo que la mitad es mía.

-¡Pero si no tengo jeringuillas!... Ecco!... ¡Ni una! Nada de lo que hace falta para meterle el colocón.

El bolso de Patonia voló sobre la cabeza de Farid:

-¡Otra vez con el tiro al blanco! ¡Habibi, mira que te la estás buscando!- Amenazó- Conmigo no juegues.

-¡Ahí las tienes, animal,... y el botiquín! Y pon de una vez a ésta en condiciones, a ver si te muerde como te mereces.– Dio por finalizado el envite Patonia- Tú, Andrés, para el coche, y deja que estos dos se las compongan. Quiero salir de aquí, aunque sean unos minutos... ¡No aguanto más! Déjame salir si no quieres que te largue otra vomitona aquí dentro.

El aire estaba pesado y arrastraba unas emanaciones fétidas, que se agitaban en el abanico acartonado de la brisa como un humillo de pieles quemadas que avanzara lentamente entre los matojos y arboledas del paisaje oscurecido. No era muy agradable. Andrés, separándose del Cherokee, vio como Patonia se alejaba también. Optó caballerosamente por respetar su intimidad. Un fuego, lanzando flechillas de luz, oscilaba, ambarino, en la lejanía. Probablemente fuera el causante de aquel inexplicable hedor que llegaba hasta ellos. Sobre su cabeza notó los vuelos desbandados de montones de murciélagos. Luego, en el aire oscuro, casi venenoso, sobre el que se volcaba el tachonado manto celestial, que observaba aquella negrura dantesca con la indiferencia de un dios, se atravesaron, muy distantes, algunas lucecillas que tan pronto parecían verse sacudidas como succionadas por la noche.

-“Allí debe haber algo”- Pensó Andrés- “Algún chiringuito”

Y se le hizo la boca agua, imaginando poder llevarse a la boca algún refresco. Además, hacía más de una hora que no cesaban las contracciones de su hambriento estómago.

-“Bah, para qué hacerse ilusiones”- Se dijo a continuación- “Cualquiera adivina dónde carajo estará”

Pasados unos minutos, se abrió la puerta trasera del Cherokee. Apareció Farid. En silencio se encaminó al borde de la carretera y lanzó hacia los matojos el adminículo envuelto en algodón utilizado para reanimar a Mónica. Andrés observó, aburrido, sus movimientos, que ahora se satisfacían en el imperativo de la micción tras las luces del vehículo. Levantó Andrés la vista al cielo. Seguía la atmósfera en calma pero pesada y pestilente, y en la distancia seguía produciéndose aquel incesante juego de luces y sombras. No se hacía muchas ilusiones sobre ellas. Probablemente, si se trataba de alguno de esos típicos chiringuitos árabes repleto de bombillas de colorines, se hallaría enclavado a muchos kilómetros de allí, encontrándose por tanto fuera de su alcance.

-“En qué demonios me he metido”- Se decía para sus adentros en aquellos momentos- “Aquí estoy, muerto de hambre y de sed, en el culo del mundo, en compañía de tres majaras,... y, además, ¡joder!, cayéndome de sueño”

Resonaron tras él los pasos de Farid sobre la gravilla alquitranada.

-No sé tú, colega- Dijo, como si hubiese leído los pensamientos de Andrés- Pero yo tengo unos perros rabiosos en el estómago que me están jodiendo vivo. Habrá que pararse a comer dónde sea, o nos van a tener que recoger con pinzas. No me digas que no tienes hambre, tío...

Por mucho que le disgustara asentir a la famélica exposición desesperada de que hacía gala su compañero, Andrés cabeceó como signo de aquiescencia. Tenía hambre, sed y sueño. Se sentía desmadejado. Y el tedio le resultaba ya insoportable.

-¿Y esas luces? Allí...- Indicó a Farid.

-Un chiringo- Afirmó el joven marroquí.

-A lo mejor tú puedes calcular la distancia mejor que yo, porque no tengo ni puta idea de dónde estamos.

Farid pareció reflexionar. Luego se frotó las manos, sonriendo, y dijo:

-Tenemos que salir ya, Andrés. Motor en marcha y al chiringo de cabeza. Tiene que estar cerca de la carretera. Para eso están. Podemos estar allí en diez minutos.

-¿Diez minutos? ¿Con esta carretera? Además, que estará en el puto carajo.

Farid suspiró, apretándose el estómago.

-Tío, éste no aguanta. ¿Qué son veinte o treinta kilómetros más o menos? Hay que comer, amigo. El estómago no sabe precisar las distancias.

Andrés guardó silencio unos minutos.

-Venga, colega,... que hay que salir disparados... El chiringo no puede estar tan lejos.

-¿Cómo está ésa? (refiriéndose a Mónica)

-¿Ésa?... Una cobra llena de veneno- Rió Farid- Pero es un veneno fácil de neutralizar. No mata... No ha querido salir del coche. A mí me mosquea más la otra. Es más imprevisible y tiene más mala leche. Ándate con ojo. Es una listorra que se las sabe todas. ¡Una liante de mucho cuidado! Sólo está aquí por la pasta.

-¿Y lo otro?...

-Mira, amigo, no quiero hablar más de esto... Nos largamos ¿o qué?...

Patonia les había estado contemplando, aprensiva. Farid le hizo una seña:

-Venga, tía, que nos largamos... Muévete, joder, que hay que salir en busca de la manduca.- Se humedeció los labios resecos con la lengua. Su voz era como un graznido en la noche- Estás dos gilipollas no necesitan ni comer, ... ¡putas habibis!- Farfulló mientras se quitaba la camiseta (asegurándose antes de que el fajo de billetes seguía abultándole uno de los bolsillos del tejano). Tenía pecho y espalda empapados en sudor. Dentro del Cherokee hacía un calor insoportable y flotaba algo de polvo- Joder, colega, podría tener aire acondicionado este tanque.

-El aire acondicionado, tío listo, se nos “escoñó” cuando nos dimos el hostión con aquella especie de bebedero de burros al escapar de Fez en busca de tu puta carretera- Aclaró encendido Andrés- ¿O es que ya no te acuerdas? ¡No te jode! Encima con exigencias...

Farid lanzó un breve sonrisa socarrona mientras se acomodaba al lado de Andrés. Mónica levantó la cabeza de pronto y la movió bruscamente. Luego sus manos se alzaron como si las atravesaran con clavos al rojo:

-¡Yo a la zorra esta no la quiero a mi lado!- Exclamó apenas vio a Patonia abrir la portezuela, y le propinó un empujón, apartándola del Cherokee. La muchacha retrocedió precipitadamente, propulsada por el empellón con que la otra la detuvo en seco, pero desde fuera gritó:

-¡Hija de puta!... ¡Te mereces todo lo que te pase!

Farid estudió un segundo el rostro enardecido de Mónica, y a punto estuvo de soltarle un papirotazo.

-No te lo había dicho (dirigiéndose a Andrés) ¡Una cobra! ... ¡Oye tú, Cleopatra! ¿te has creído que vamos a hacer siempre lo que a ti te dé la gana? Mejor habría sido dejarte con el subidón, que a ti no vale la pena devolverte al mundo de los vivos.

-¡A mi no me hables, cabrón!

-¿Qué no te hable?... – Farid salió disparado del Cherokee- No sabes las ganas que tengo de facturarte para Madrid, tía.

-Y yo de que acabes en el trullo, dónde ya estuviste una vez, por si se te ha olvidado- Se rió hipócritamente Mónica.

-¡Oye, a mí no me salgas otra vez con esa mierda porque te suelto el papirotazo que te andas buscando desde que has resucitado!

-Creí que íbamos a descansar un poco.- Les interrumpió con furia Andrés- Pero ya veo que este manicomio no tiene arreglo. La próxima vez que salga de viaje me traigo alguna camisa de fuerza... ¡Qué agotamiento, la hostia!... (“Lástima no apareciera de pronto por aquí algún helicóptero de esos de busca y captura, como en las películas americanas”, se dijo para su capote) Tú, Pato- La muchacha se había apoyado en la parte de atrás del vehículo. Sus ojos parecían insensibles a la luz de los faros. Le brillaba el rostro sudoroso.- Siéntate conmigo, venga...- Le hizo un expresivo gesto con la mano, asomándose por la ventanilla.

Patonia, ahuecándose constantemente el blusón por el calor, se dirigió obediente y silenciosa a ocupar el sitio que le ofrecía Andrés.

-¡No se te vaya a ocurrir empezar ahora con los sobeos!- Exclamaba en aquel momento Farid, mientras se sentaba junto a Mónica- ¿Primero me quieres ver en el trullo y ahora me metes mano? ¡Quita, coño!

-Pero, ¿a ti qué bicho te ha picado conmigo?- Le pasó una mano Mónica por el torso sudoroso a Farid, abriendo los ojos en un absurdo gesto de asombro.

-¿Y me lo preguntas?... ¡Que no me toques, joder!... Además, ¿no me acabas de decir que no te hable?

Los neumáticos zumbaban de nuevo en la carretera, y el motor, al igual que Andrés, palpitaba con ritmo acelerado.

La temperatura resultaba ardiente. Por las ventanillas abiertas se colaba un vía crucis de insectos. El hedor se intensificaba. La noche tenía algo de red inmensa de la que no había forma de evadirse. El espacio se extendía incansablemente a ritmo de remolino en el que la nada se les enroscaba como una columna de negro humo, a través del cual jadeaba la velocidad del vehículo, en un paisaje sin tonalidad, bajo la sonrisa siempre indiferente de las estrellas, y atrapados por esa sensación confusa, de pesadilla, de que a la velocidad no la antecede más que una invariable rutina sin sentido.

-¡Eh, Andrés, las luces!- Exclamó de pronto Farid- ¿Ves las luces?... El chiringo, por fin. Ahí lo tenemos, a la vuelta de la esquina. ¡Genial, colegui! Eccole quá!...

Andrés, que se mantenía en silencio, lo traspasó con la mirada desde el espejo retrovisor.

-¿Adónde vamos, Farid?- Preguntó ahora Mónica, suavemente, con cierto tono de ingenuidad.

-En busca de la manduca, habibi. Hay que comer, tía. ¿O es que no estás hambrienta después del chute que te he metido? Porque lo que es Andrés y yo, ... y no sé Pato (la observó irónico) estamos que nos caemos. Si no fuera por este ruido podrías oír los aullidos de mis tripas.

-Sí, tengo hambre, ... tengo mucha hambre, cariño.- Pareció recobrar el ánimo Mónica.

-¡Eh, tú!, no te me vayas a poner ahora en plan blandengue.- Repuso con sarcasmo Farid- Que no estoy para arrumacos. Además, que te prefiero más en plan borde, no sea que se me desajusten los tornillos, y me despiertes algún complejillo de culpabilidad. A mí no me cambies los papeles.

-¡Vete al infierno y púdrete allí!

-Eso está mejor.- Se rió Farid.

... De pronto la mirada de Patonia pareció buscar la pureza de los cielos, como si por las abiertas ventanillas del Cherokee les rodeara una Creación perfumada, vaporosa, de sueños de jardines y luna. Todo se le presentó rendidamente a la muchacha. Fue como poder contemplar las aflicciones asomándose a lo lejos, en un horizonte negro, y buscar en él la voz del misterio: una promesa que viniese de forma inesperada a su encuentro, una gracia para ella guardada, que tan sólo le sería concedida a través del sacrificio. Hizo un visaje desdeñoso que no pasó desapercibido para Andrés, que no cesaba de vigilarla de soslayo. Y agarrando la manecilla de la portezuela, cuyo seguro no había sido activado al abandonar Farid su sitio, golpeándose de costado contra ella, trató de lanzarse hacia la carretera. Andrés que reaccionó con la misma premura, la agarró, sin soltar el volante (aunque notando una sacudida inmediata en el mismo), por el amplio blusón, al tiempo que experimentaba una creciente opresión en el pecho y le dominó un sentimiento de náusea.

-¡¡Estás loca...!!- Gritó el joven Cruz.

Se cruzaron las miradas de ambos, y, sin dar crédito a sus ojos, la vio sonreír como si se encontrara a gusto con medio cuerpo fuera. Farid se había alzado, aunque no parecía reaccionar. Mantenía una mirada de perplejidad que Andrés observó reflejada en la visión cóncava que ofrecía el parabrisas.

-¡¡Agárrala, so capullo, que se va a matar!!- Gritó Andrés, sin soltar a Patonia, y tratando de frenar el Cherokee-... ¡¡Los cuatro nos vamos a matar (Patonia trataba de zafarse, pero Farid la había agarrado ya por el faldón gitanesco) como no pare!!...

-¡¡Tía gilipollas!!- Clamó Farid- ¡Hija de puta, quieres dejar de... pero métete para dentro!...

Mónica no se había movido. Y cuando por fin habló fue para gritar con voz enronquecida:

-¡Dejadla... que se mate!

Andrés, que lanzaba miradas furibundas a Patonia, automáticamente, echó el freno y el Cherokee se detuvo empeorando la situación, pues la bestial sacudida del frenazo hizo que el cuerpo de la joven saliera disparado sobre el suelo de gravilla.

-¡Ya te dije que la chalada esa no rige! ... ¡Lo que ha querido ha sido “escoñarse” para abortar!... ¡Está como una puta cabra!- Argumentó Farid apenas Andrés cerró la portezuela y se dispuso a salir del Cherokee.

Al fin, el joven Cruz estalló, esta vez sin articular palabra, y le estampó un sonoro puñetazo a Farid, que cayó sobre la no menos sorprendida Mónica.

-¡Pero, tío,... colegui! ¡Serás cabrón! ¿Por qué me atizas a mí...?

-¡¡Porque me ha salido de los huevos!!- Rugió Andrés

La nariz de Farid había empezado a sangrar:

-¡No te jode, el tío pijo! ¡Qué coño le habré hecho yo al chulo madrileño este!... ¡Profeta de los cojones! (Andrés se dirigía ya hacia Patonia, que se acababa de alzar del terraplén de gravilla, algo magullada, aunque totalmente en silencio. Farid asomó la cabeza por la ventanilla) ¡¡Es a esa loca a la que tendrías que soltarle dos buenos mamporros y no a mí!!... ¡!Nos ha jodío, el muy mamón!!... Un buen polvo es lo que necesita este cabronazo.- Y siguió lanzando infinidad de exabruptos en árabe, mientras Mónica, amonestándole por la cobardía que significaba no haberse revuelto contra Andrés (“¿Por qué te has dejado pegar por ese gilipollas? ¡Pártele la cara!...") trataba de colocarle un pañuelo bajo las fosas nasales- ¡Trae el pañuelo de una vez, y déjame en paz, tía lista! ¿Qué quieres, echarlo todo a rodar? ¡Tan chalada estás tú como la otra!- Se zafó el joven marroquí de ella en cuanto pudo.- Unos buenos polvos en plan sado,... eso es lo que también necesitáis las dos. Aunque no voy a ser yo el que os los facilite. ¡Lo que me sobran son habibis zumbadas como tu amiguita y tú, so yonqui!

-¡A ver si te enteras de que esa puta no es amiga mía ni lo ha sido nunca!

-¡Que me dejes en paz, joder, que ya me la he jugado varias veces por ti!

-Pero tienes el dinero...

-¿Y tú por qué no te mueres de una vez, tía chismes?... Dame la camiseta, que me he puesto perdido, y mira a ver qué coño pasa con esos dos. Asómate.

-¡Que se joda esa borde!- Se cruzó de brazos Mónica.- Espero que se haya matado.

El atractivo rostro de Farid adquirió una asqueada expresión de indiferencia, mientras observaba el pañuelo empapado de sangre. La hemorragia, no obstante, parecía haberse detenido. Y lo lanzó por la ventanilla.

Los faros del Cherokee alumbraban opacamente la carretera. Patonia cojeó unos instantes, luego trató de recobrar la compostura. No le veía la cara a Andrés, pero experimentó de inmediato la influencia de aquella especie de electricidad que, como espasmos fugaces, convulsionaba todo el cuerpo de Andrés. Finalmente, aunque no pareciera sentir demasiado interés, pero acometida por una vaga y rauda curiosidad, se inclinó un poco hacia la luz que emitían los focos traseros del vehículo. El pelo rojizo, algo desgreñado ahora, le caía ante los ojos. Se lo apartó varias veces de un resoplido, y vio que estaba llena de arañazos. Los codos aparecían desollados. Le dolía el tobillo, y al agacharse sintió una tremenda punzada en la espalda. Se mantuvo firme, no obstante. Cuando levantó de nuevo la vista, Andrés la aguardaba silencioso junto al Cherokee. Tenía una expresión insoportable en el rostro. Patonia se encogió de hombros y aguantó el dolor. Su respiración, todavía desfalleciente por la caída, le producía un leve silbido en la nariz. No pronunció una sola palabra. No abriría más la boca. No miró a Farid ni a Mónica cuando penetró en el vehículo. Mónica odiaba como nunca a Patonia , y, nerviosa, se pasó la lengua por los labios, luego apretó la boca con despecho. Si su amiga la hubiese observado, habría comprendido lo que quería decir aquel gesto. Farid también odiaba a Patonia en aquel momento. Pero no dijo nada, levantó los ojos un poco desazonado, se pasó los dedos de nuevo por las fosas nasales para comprobar que, en efecto, no sangraban de nuevo, y se estiró en su asiento cuanto pudo. Patonia, que tuvo que acomodarse de nuevo junto a Andrés, ocupó el cómodo butacón delantero muy tiesa, para conciliar la tirantez dolorosa de la espalda. Su compañero activó el seguro de la portezuela. Volvió a mirar a Mónica y a Farid por el espejito. El silencio total caía sobre los campos. Un silencio trabajoso y violento, que Andrés atendía amenazante en su torno y dentro de sí mismo, mientras extenuaba el cerebro de todos ellos, que esperaban, sobrecogidos, un nuevo estallido de violencia por parte del Joven Cruz; y que, por suerte, no se produjo.

Las lucecillas del chiringuito centelleaban a lo lejos como si se tratasen de un rojo denso; como una especie de goteo sanguinolento en la noche. A Andrés la pareció que manaba de alguna herida suya, que no podía ver, pero que sabía oculta entre las sombras. Y repentinamente empezó a golpear el volante (“¡¡mierda, mierda,... y mierdaaa!!”), como si le culpabilizase por no prever los desenlaces de aquella loca carrera; enfebrecido con la insistencia del vencido, a quien no mueve más intención que la de seguir haciendo añicos esa victoria que se le ha ido de las manos. Tenía los ojos hinchados e irritados. Sabía que Patonia, Mónica y Farid, aterrorizados, espiaban sus movimientos. Luego asumió una mirada especial. Una sutil amenaza que parecía envolver definitivamente a sus callados compañeros. Zumbaba ya de nuevo el motor del Cherokee...

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