Entonces la expresión del joven Cruz se tornó mucho más sombría porque la gran urbe se abría ya ante ellos, y se imponía la decisión de abandonarlos a su suerte de una vez por todas.
-Bueno, ahí tenemos Marrakech - les dijo Andrés y recalcó esta vez la "ch"- Así que, buena suerte, porque yo...
Si Andrés se hubiese vuelto hacia la pareja, sumidos en la oscuridad de la parte trasera del automóvil, aunque ya atravesaran las cristaleras algunas de las luces que se desperdigaban por Marrakech, y ver la cara de Farid aceptando tan sólo en un segundo de silencio la confusa opresión que guiara la frase de despedida del joven Cruz, éste habría comprendido que aquel rufián olfateaba, con un arrebato de indignación, tal actitud liberadora por parte de Andrés con una de esas rabias que esconden en el corazón la más impulsiva de las repulsas, y muy especialmente ante cualquier razonamiento de inaceptable finalidad, porque su acritud interna posee mucho más valor y fuerza que la manera en que ha sido razonada.
-¿Qué estás diciendo, tío? ¡Ni se te ocurra!...
Tal fue la observación de Farid sin dejar que Andrés siguiera con sus palabras de despedida.
-Mira, Farid, te aseguro que me has cortado ya por última vez- exclamó Andrés, una vez detenido el Cherokee frente a una zona ajardinada y reverberante de luz- ¡Por última vez! -repitió- ¿Me estás oyendo o no, pedazo de granuja? Tú y ésa os quedáis ahora mismo aquí, porque os he traído hasta Marrakech como prometí,. Y yo ahora me largo.- les lanzó Andrés una larga mirada- Ya me has manipulado lo suficiente.
-¿Qué te largas? ¿Que yo te he manipulado? ¿Con qué jodienda me sales ahora? ¡Ni pensarlo, tío!
-Sí, me largo... - hizo un gesto de despedida con la palma de la mano Andrés, que era como favorecer con una muestra de aspaventera ironía los defectos perniciosos de la pareja que tan mal resultado le habían dado- Y muy contento de perder de vista vuestros caretos por muy contrariados que ahora os sintáis, y si aquí te andan buscando camorra, ya te ocuparás tú de esquivarla como puedas, y te comes el marrón en que andas metido tú solito, porque yo voy a ignorar definitivamente ese asunto que ya viene apestándome desde Fez...
-¡Hu, hu, hu, colegui!- rió Farid con una risita burlona que le inflaba la gargante y le descubría los dientes- Déjame hablar, tío, porque el asunto que apestaba ya está enterrado, ¿o es que se te ha olvidado?- se apresuró Farid en dar veracidad al comentario de Andrés.
Y sus pupilas disparaban flechas.
-Eso terminó ya de una vez, listillo. Requiescat in pace Y al recordármelo, no vas a lograr que tu propósito me vuelva a encabronar...
-¿No, eh?
-¡No, imbécil...! Que para volver a inspirar un terror tan poco saludable como el de que te vienes valiendo desde el puto día en que te conocí ya tienes a ésa. Mira como tiembla ahora- indicó enfurecido Andrés a Mónica, que, en efecto, había empezado a agitarse como si despertara de una pesadilla.
-¡Farid, Farid!... - gritó entonces la muchacha.
-Ésta ya tiene el mono encima. Así que tú aquí no nos dejas... Ve haciéndte a la idea de que de lo convenido no hay nada.
-Me lo sospechaba - exclamó Andrés- Lo principal era salir del apuro de Fez y de ese Kaa de los cojones.
-Ecco, colegui..
-Y ahora ¿qué?. A seguir cortando más tajadas de esa sandía que tienes por cabeza para que ésa y yo sigamos tragándonos las pipas. ¡Menudo cabrón!
-Mira tío, tus monsergas ni las entiendo ni me importan- dijo Farid- ¡Y al único que encabronas con tus acertijos es a mí!...
-¡Farid, Farid, ... ayúdame... ¡Lo necesito!... - se desgañitaba Mónica.
-Ya la estás oyendo... ¿También le vas a andar con acertijos de sandía y pipas ahora que está con el mono? -preguntó irónicamente Farid al joven Cruz- Chi ti conosce?- añadió burlonamente en italiano- Pero, por más que intentes jugárnosla, ésta y yo del Cherokee no nos bajamos por ahora.
-¡Farid... por favor...! - gimió de nuevo Mónica.
-¡Te voy a dar un pinchazo del que no te vas a despertar, yonquimona! - exclamó Farid fuera de sí.
-¡Qué animal! ¿Es esa la solidaridad más conveniente que puedes ofrecerle?- razonó Andrés.
-¡Bah! Lo he dicho sin pensar- se disculpó Farid, quitándose de encima a Mónica que se había abrazado fuertemente a él- Pero de lo que le pase a ésta, la culpa la vas a tener tú ahora. Ecco?
-¿Por qué no te pinchas tú también? Menudo favor me harías- replicó Andrés con tono ofensivo.
-¡Déjate de guasitas, colegui! Porque, entérate tío, de que la farlopa y yo nunca hemos hecho buenas migas. Ni un puto periquito ha entrado jamás en mi sangre- dijo Farid como quien establece una claúsula que otros acaban vendiendo- Así que deja de insultarme y deja también el estiércol para pijitos como tú, como ésta y su papaito, don millonetis, y todos los españolitos que andáis por ahí refregándonos a los árabes vuestros prejuicios de casta. Ya me pasó en Madrid, en Málaga y en Barcelona.
Andrés, abatido, guardó silencio unos instantes, tratando de meditar y de dar un descanso a su cerebro. Mónica no dejaba de gimotear temblorosa.
-Si crees que el mundo en el que te desenvuelves cambiará gracias a la oferta y demanda que tú prácticas con tus confituras, seas árabe o españolito, francés o italiano, es que eres más tonto y más estúpido de lo que yo opino de ti. Tendrías que dejar de pudrirte en tu individualismo y buscar otro sistema que pudiera sacarte de tanta mierda.
-¿Y tú, pijito madrileño? ¿No eres acaso el tío más insensato que me he echado a la cara, porque no fui yo quien te metió en toda esta mierda, sino que tú... tú solito lo hiciste. Porque no eres más que un idiota calentorro porque una putilla como Patonia te recalentó. Y si alguien, como tú dices, te manipuló desde que apareciste por aquí, fue ella, no yo, tío listo. ¿Qué? ¿Y aún te crees que vas a ser tú quien encuentre ese sistema infalible del que presumes?
-¡No, hombre, no! Pero te advierto que esas mamarrachadas de ideas socialistas a veces pueden acabar en una especie tiranía que tarde o temprano también acabará contigo.
-¿Y contigo no?
-Sí, también, por descontado.
-¡Farid, Farid... ayúdame... ayúdame!- siguió con sus estremecimientos Mónica, sin que Farid le hiciera caso..
-Mira, tío, no te pongas en plan profético, porque la verdad es que eres una especie de rompecabezas en el que no logro encajar las piezas. ¡Qué ideas socialistas ni que pollas me vienes contando!
-Porque, como ya te dije una vez, no eres más que un ignorante.
-¡Y tú un sabihondo que me saca de quicio! ¡Anda, vente aquí, a Marruecos, con tus ideas socialistas, y ya verás cómo te reciben. Con una somanta de palos y con vivas al emperador.
-Mira, gilipollas, ¿quieres saber mi opinión?...
-No, no quiero más opiniones progresistas como las tuyas.
-No te preocupes, si tan sólo iba a regalarte lo mejor- hizo Andrés con el dedo índice una línea ondulada oblicua- Lo ves, vuelta y más vuelta, torcida y más torcida. Esa es la imagen progresista en la que tú andas metido, a ver si ahora te enteras.
Farid esgrimió de nuevo una mueca de rabia.
-Mira, pijito, vende tus cuentos y tus dibujitos en el aire a otro, porque a mí ya me tienes harto de todo. ¡Hasta los huevos estoy de tus majaderías!
-Como quieras. Y en cuanto a tu enamorada, ésa se te muere esta noche en los brazos si no le echas el cable que necesita. Y te recuerdo que ya no estamos en mitad de la nada. Así que, por si a ti también se te ha ido la olla, mira bien a tu alrededor, ¡so descerebrado! ¿Dónde coño te crees que estamos sino es en medio de tu ansiada Marrakech, tan grande como peligrosa, y a la que tú no has venido como turista?
-Pues tú tampoco vas a poder hacer el turista por aquí si no me ayudas. Que te quede claro.
-No, si ya me veo saliendo escopeteado de aquí como nos ocurrió en Fez. Además, que ya se me han quitado hasta las ganas de hacer turismo - dijo Andrés..
-Me alegro por ti...
-Aunque yo de ti trataría de recobrar un poco de lucidez, porque entre todo este jolgorio de locos, igualmente locos somos todos. Y el Cherokee está llamando la atención desde nuestra llegada. Convéncete de que aquí metidos, con esa yonqui delirante que te está pidiendo ayuda, no estamos tan a salvo de lo que, por tu puta culpa, se nos pueda echar encima. Y como en Fez, o nos pegamos la hostia saliendo a toda pastilla, o aclárame de una vez por todas qué es lo que se cuece en esa mollera hueca que tienes por cabeza. ¿Seguimos aquí parados, o continúo aunque no tenga ni idea de adónde piensas llevarme? ¿Estás o no estás metido en la boca del lobo o hay alguna solución para que de una vez salgamos de aquí sin nuevos tropiezos que se nos puedan llevar por delante?
La más honda contrariedad ocupó ahora la mente de Farid.
-También tú estás metido en la boca del lobo- advirtió.
-Ya contaba con ello... ¡Ufff, qué ridículo resulta todo esto! Casi nos matas en Fez. Te cargas a la desgraciada Patonia...
-¿Pero qué estás diciendo, tío? ¿Quién si no ella se tiró del coche? ¡No fui yo quien la empujó!
-¡Sí, pedazo de animal! Deja de darte esos aires de inocente, porque aunque fuese de forma indirecta, fuiste tú quien provocaste su suicidio. Algo más oscuro de lo que nos has venido contando habría entre tú y aquella pobre loca. Y aquí la única que se ha chupado el dedo es esa otra tonta que tienes al lado lamentándose... Luego vas y me robas descaradamente. Y me acosas con más mentiras, y yo, como un imbécil sigo detrás de ti y de esa desgraciada. Me dejo manipular otra vez.
-Otra vez con tu rollo manipulador. Y todo por una mierda de favor... ¿No pensabas visitar Marrakech de todas formas? ¿O me vas a decir ahora que no viniste a Marruecos para hacer turismo?
-Sí, para eso vine. ¿Y de qué me ha servido, si aquí me tienes como un imbécil, implicándome como un gilipollas en tus tejemanejes de camello?. Y como hasta me siento responsable de todo lo sucedido, dejo que esta puta aventura siga su caminito verde,... y, además, hasta te traigo a Marrakech como quien forma parte de una expedición de placer, aunque con muerte incluida. ¿Si esto no es una novela de Agatha Christie, que venga Dios y me lo aclare? Eso es todo lo que he hecho desde que aterricé en Marruecos pensando en disfrutar de tu país como haría cualquier turista. ¿Es absurdo o no? ¡Para morirse de risa, puto espabilado!... Pero no temas, porque no pienso seguir culpándote, mister Farid de los cojones. Aunque todos,... los cuatro, porque incluyo también a la pobre muerta, seamos responsables de todo este avispero en el que andamos metidos como unos perfectos estúpidos...
-¡Ya saltó el finolis! ¡Conque estúpidos!- imitó Farid
-Sí, y porque, además de todo eso, somos unos auténticos panolis, y hasta unos fantoches sin cerebro diría yo, porque hace ya días que teníamos que haber recapacitado de que tu simpática expedición mucho me temo que no cuenta con más garantía que la de salir de la misma con las patas por delante. Asi que, de una vez por todas, ¡so hijo de puta!, como ya estoy al tanto de tus siguientes y negras intenciones, creo que ha llegado el momento de que no nos quedemos aquí cómodamente sentados y asfixiándonos. Y que si es hora de pasar a una nueva acción, hagas el maldito favor de decirme qué cojones quieres que hagamos.
A todo esto, Mónica se había desvanecido.
-Y ésa se te ha muerto también- añadió Andrés con una sonrisa de sombrío sarcasmo- Así que el novelón de Agatha Christie sigue en pleno apogeo.
-Se ha desmayado, tío, que no es lo mismo. Así que deja de hacerte el gracioso con tu novelita de crímenes y suicidios- dijo Farid, llegando a unas incalificables cotas de cinismo- Así está mejor. Que duerma el mono y periquito que me ahorro. Además, que por lo menos dejará de darme la lata.
-Sea. Aunque si ésa se muere también, esta vez el entierro lo vas a pagar tú.
-¡Muy gracioso!
-Pues yo no veo el signo de la Gracia por ninguna parte.- adujo con nueva ironía Andrés- Y dime de una vez, ¿en qué corriente peligrosa nos vas a meter ahora?
-Joder, colegui, cuando te pones en plan negativo, no hay quién te aguante.
-Dijo el zorro a la gallina...
-¡Venga ya, coño! A ver, ¿conoces la plaza de Jamaa el Fna?
-¿Yo qué coño voy a conocer si no he estado en mi vida en Marrakech?.
-Es el zoco más importante de esta ciudad. Y como en Roma, todos los caminos conducen a ella. Me tienes que llevar hasta allí y esperarme... sin escabullirte, porque a ésta -señaló Farid a Mónica, que seguía desvanecida- te la dejo en el Cherokee. Tampoco yo estoy muy seguro de lo que te ronda a ti por la cabeza. Ya te dije que tengo que resolver el asunto de la farlopa. Y me están esperando.
-¿Amiguetes también, o familiares como los de El Kaa? Aunque espero que esta vez, si todo sale bien, cosa que dudo, no tengas que soltarles pasta.
-Esta vez la guita son ellos los que me la tienen que soltar a mí.
-Está bien. Tú eres ahora quien se la juega. Y a lo mejor, con un poco de suerte, esta vez no te libras con un solo puñetazo. Aunque no me extrañaría que acaben por destriparte, y que esa pasta con la que sueñas salga volando. O poco me equivoco o vas de cabeza al matadero, porque con esos amiguetes con los que te codeas y traficas no valen tus gracietas y tus fantasías de espabilado camello. Ya tuve el gusto de enfrentarme a uno de ellos en Asilah con vuestra amiguita Patonia, y tuvimos que salir por piernas.
-¿Y a mí que me cuentas? No tenía ni idea. Haberlo pensado antes.
-Da lo mismo. Pero, vale, te voy a esperar...
-O me esperas o cargas con la que tienes ahí detrás- ironizó Farid.
-No, no te preocupes. Si ya te he dicho que te voy a esperar, porque no quiero perderme el final de la novelita de Agatha Christie. Aunque te auguro que sus finales no son muy recomendables. ¿No viste nunca "Muerte en el Nilo", a ti que te gusta tanto el cine?
-¡Dejáte ahora de peliculitas, coño, y conduce ya de una vez, pero con cuidado!
-Pues tú bien que me liaste con la de los Wikingos, y tu Kita lo que sea... ¿Te curó o no te curó el pie?, porque como andes cojeando por este endemoniado barullo, y si como me temo al final tengas que salir pitando, no te arriendo las ganancias.
-¡Vete al diablo!- exclamó Farid apropiándose de la bolsa de naranjas rellenas de farlopa- ¡No te podrás callar de una vez!
-¡Ah, las naranjitas! -exclamó Andrés- ¿Conoces el refrán aquel de que a quien Dios, o tu All-áh, se las dé, San Pedro se las bendiga. Te aseguro que casi nunca es infalible.
Andrés puso ahora en marcha el Cherokee.
-Deja tu refrán de funeral para los curas de tu pais con sus misas de domingo y sus sermones de velatorio-repuso Farid, volviendo la cabeza con desdén tras observar el tráfago humano de Marrakech a través de las ventanas del autómovil, y empujando hacia un lado a la adormecida Mónica-
Para Andrés habría resultado una estupidez que aquel ademán desdeñoso por parte de Farid le hiciera algún efecto. Era indudable que dirigirse, con sus indicaciones, en medio del gentío que ocupaba las calles de Marrakech y más con un género de coche de tan gran tamaño como aquel todo terreno tan estridente, parecía una nueva locura poder transitar con él a aquellas horas de indolencia y ensueños turísticos de las noches marroquies. Tenía mucho de primitivo capitán berberisco que mandara un bergantín a la conquista de un mar fascinante con sus mil rutas tan diversas como inciertas.
-Pero esta vez procura que no te manden a la Yanna... - aventuró todavía Andrés.
-¿Qué sabrá un pijito como tú de la Yanna ni de otro paraíso que no sea el de la buena vida que te pegas en Madrid? Seguro que eres de los que van todos los domingos a misa con su mamaita, porque, que yo sepa, novia no tienes. ¡Menudo pijin! A ver si me vas a resultar ahora un pedazo de maricón. Nunca me creí del todo que Patonia te calentara la minga.
-Como escuché en una película, si todos los hombres fueran como tú, yo hasta me haría lesbiano- dijo Andrés, con la mirada perdida a lo lejos, transitando como en un tío vivo por entre las atestadas y escandalosas calles de Marrakech- Eso si antes no me pego una hostia.
Hombres y mujeres, edificios, jardines y automóviles se volatlizaban como transparencias nocturnas, que Andrés presentía con vaguedad, pues, entre tan negativas ideas como las que se agolpaban en su cerebro, el mundo conocido parecía haber dejado de respirar para él. Desde su lado siniestro, aquel bribón de Farid, irreflexivo e implacable, tan corrosivo y venenoso como un ácido, se había instalado de nuevo en su ánimo y había azuzado en su espíritu, con arriesgada satisfacción, sus desfavorables razonamientos. Pero Andrés no podía acabar de aborrecerle, pese a ser el origen de toda su desazón, porque aquella absurda especie de potestad manipuladora contra la que no había podido luchar definitivamente y que venía ejerciendo sobre él, seguía otra vez interrumpiendo el punto de intersección de cualquier tipo de sensatez entre ambos. Y desde el cual se deslizaba el tortuoso camino de todas sus lacras, mientras que el joven Cruz, con su forzada aceptación frente a las mismas, seguía ofreciendo igualmente una nueva y equívoca circunvalación a aquellos desórdenes. Andrés por tanto sabía muy bien que ahora todas sus protestas se dispersarían como un viento iracundo por entre aquel mundo bullicioso y probablemente virulento de Marrakech. Y de nada le serviría a lo largo de aquel recorrido demencial por una ciudad que no conocía ofuscarse en la cólera de una nueva desesperación, porque se sentía como un irrisorio condenado que remontara la angostura temible de un insólito y desconocido patíbulo que Farid hubiera alzado para él. Sin embargo, los latidos de sus arterias, mientras conducía el Cherokee ante la mirada atenta y agitada de aquel granuja, se representaban en su mente con estallidos tan fulminantes que, aunque trataba de disimularlos, no dejaban de ser como un fuego que le devoraba y enceguecía frente al inexplorado espacio repleto de edificios y callejuelas misteriosas, de elevadas almenas amenazantes, iluminados ventanales y locales de animaciones turísticas con que aquella enorme ciudadela inexpugnable que era la extraordinaria y admirada Marrakech se representaba ante él. Pero una ciudad, al cabo, fatua y esquiva frente a la borrasca de los negros pensamientos del joven Cruz.
-¡No sé por dónde coño me estás metiendo!- exclamó Andres- Y se me va la cabeza. Es imposible conducir con este tanque por semejante laberinto. No he visto en mi vida una ciudad con más callejuelas que ésta. Y además repleta de chiringuitos. Aún me voy a llevar alguno por delante.
-Tienes espacio suficiente, joder, así que deja ya de tanto quejarte.
Andrés detuvo entonces el Cherokee repentinamente delante de un enjambre de viandantes asustados y molestos que transitaron por delante del vehículo entre aspavientos..
-¡Esto es de locos! O mato a alguien o nos la pegamos contra cualquier edificio. ¿De verdad sabes adónde coño vas?, porque yo no sigo.
Andrés se volvió a Farid y observó su rostro demudado.
-¿Cómo que no sigues, joder?- exclamó Farid.
Le temblaban los labios como a una criatura perdida entre las luminarias cegadoras de la ciudad que se filtraban por las ventanillas. Y como si ahora buscase la posible solución a todo ello en los ojos fríos de Andrés, algo velados ante el volante del vehículo, que sin dejar de apartar la vista de la calle, de sus tiendas y peatones, seguía allí parado. Sin embargo, Farid no estaba dispuesto a permanecer abismado bajo la losa de aquellas sensaciones confusas que experimentaba Andrés, y a las que ya había apartado de sí convulsivamente, y golpeó enfurecido el asiento delantero donde se hallaba su compañero, aunque su deseo era liarse a porrazos con él.
-¡Ya te he dicho que no te pares, pijo de mierda,... miedica!- insultó al joven Cruz.
-¡Pero si aquí no hay quien conduzca! ¡Y no puedo más, joder!
-¡No puedo más, no puedo más!- le imitó burlonamente Farid- ¿Te estás cagando en los pantalones o qué? ¡Tú aquí no me dejas, vete enterando! ¡Y como me obligues, te voy a machacar esa puta cabeza de acojonado que... ! - no acabó la frase.
Esta vez la reacción de Andrés fue impetuosa, y empujó con fuerza hacia atrás el cuerpo de Farid que se había apoyado con ira sobre su espalda, y fue a desplomarse encima de Mónica.
-¡A mí no vuelvas a amenazarne, cabrón,... camello de la hostia! ¡Estoy hasta los huevos de ti, y si te digo que no sigo, no sigo, ¿te enteras, so anormal? ¡Conduce tú si es que puedes o tienes los suficientes cojones para hacerlo!
Los ojos de Farid, que brillaban con furor iluminados por la luz exterior, en aquel instante, hubiesen querido atravesar a Andrés con la absorta rapidez del halcón que asesta el último golpe a su indefensa presa.
-¡Bien, pues fuera de ahí, tío! ¡Si te crees que no soy capaz de conducir este tanque, vas dado!- Farid pegó un salto y se instaló en la parte delantera del Cherokee, ante la mirada atónita pero despectiva de Andrés- ¡Vete a tomar por culo, pijito marica, y déjame el volante!- determinó Farid como si aquella idea de conducir el enorme vehículo le enloqueciera.
Pero el joven Cruz se resistió a avance de Farid sin soltar el volante del Cherokee.
-¡Puto chalado! -exclamó- ¿Pero tú qué coño vas a conducir, so descerebrado? ¡Y me voy a cagar ya en todas tus chulerías! ¿Te crees que voy a dejar que acabes por rematarme,... y no sólo a mí, sino también a esa desgraciada que llevamos ahí detrás, incluido tú mismo, animal?
-¡Que me dejes, joder!- volvió Farid a las andadas empujando a Andrés de nuevo- ¡Verás si soy capaz o no!...
-¡No sólo eres un bestia sino que ahora me sales con un telele de histérico!- dijo Andrés tratando de recobrar la calma perdida-¿Pero quieres parar de una puta vez?... ¡Y no vuelvas a agarratme, cabrón de mierda!
Dejaron entonces de forcejear. Fue un nuevo instante tan singular como absurdo en el interior del Cherokee. Y porque, frente a las facciones airadamente contrariadas y decididas de Farid para hacerse con el vehículo, Andrés no tuvo más remedio que desistir de sus pensamientos embotados y fríos. Y tras el choque intermitente de ambos cuerpos, el joven Cruz pudo, finalmente, desasirse de Farid, propinándole también otro tremendo empujón, y al tiempo que dibujaba entre sus labios una sonrisa casi comprensiva, exclamó:
-¡Está bien! Pues como no hay más remedio que joderse, cabronazo, te llevaré de una vez a esa puta plaza de de Jamaa, o de Nunca Jamás, como la de Peter Pan, para que sigas adelante con tu protagonismo de insolidario chiflado, aunque te vuelvo a pronosticar que vas de cabeza al más insensato de los suicidios. Así que, ¡allá tú!, y dime cómo salgo de una vez de esta encrucijada callejera en que estamos metidos.
-¡Sigue calle abajo, cobardica!- gritó Farid- ¡Y no me jodas más la marrana como decis por tus madriles! ¡También me importan un huevo tus amenazas!
-Pero no veo que tenga salida alguna más abajo- se quejó Andrés dudando de si propulsar o no el Cherokee en la hondura amedrentadora de aquel largo hueco que formaba la calle, repleta de gente, cafés y tenderetes.
-¡Que sigas hasta el final, coño! Luego, a la derecha,... sólo hay que pasar una nueva calle más ancha que desemboca en la plaza Jamaa... Allí tendrás sitio de sobra para detenerte y esperarme.
Andrés enfiló el Cherokee lentamente en aquella especie de bulevar entre el griterío insultante de la ingente cantidad de clientes que ocupaban las terrazas improvisadas de los cafés, los comerciantes de los tenderetes, y el paseo constante de los viandantes que frecuentaban algunos establecimientos de souvenirs. Lo cierto es que el joven Cruz conducía con la más necesaria de las atenciones indagadoras del recorrido emprendido, aunque deslumbrado por las luces exteriores no acababa de saber dónde fijar con detenimiento sus ojos.
-¡Sigue, joder... sigue!- gritaba Farid.
-¡Ya sigo, cabeza hueca, ... ya sigo!- jadeaba ahora Andrés como atrapado en un mal sueño.
Pero su ánimo, vuelto por fin hacia lo terrenal, seguía manteniendo el conflicto de sus trastornos en contradicción con la profunda y hostil locura que mantenía Farid, sin acabar de conceder un inmediato sentido de sensatez a los momentos de peligro que se abrían ante ellos.
-Ahora... a la derecha... mete el tanque... ¿La ves? ¡Allí esta la plaza!... - exclamó eufóricamente Farid.
-No veo más que gente y más gente por todas partes...- dijo Andres como única base plausible a la extravagante atmósfera reluciente que se abría ante él- Y más luces de colores que las de un circo. ¿Es ésa la puta plaza de una vez?...
-¡Claro, tío! ¿Qué quieres que sea? ¿Un teatrillo de policinelas? ¡No te jode aquí el pijo este!
-¿Y dónde coño me paro sin matar a nadie? Esto es un avispero inmenso... Y meter por ahí el Cherokee es como meter un Boeing- añadió Andrés.
Luego detuvo el vehículo, cuando, con toda cautela, empezó a distinguir las amplias lineas bien delimitadas del desmesurado zoco que formaba la plaza de Jamaa el Fna, cuyas enormes dimensiones se hallaban casi totalmente rodeadas por la Medina con otros cientos de pequeños zocos muy cercanos, y cafés y restaurantes con sus terrazas saturadas de turistas, todo ello profusamente iluminado a aquellas horas de la noche, poco después del reciente atardecer.
A escasos metros de Jamaa el Fna se situaba también la iluminada mezquita de Kutubia, con su gran minarete relumbrante, desde la cual el turista curioso podía dominar el zoco por completo, y a su alrededor, igualmente iluminadas, se alzaban otras mezquitas más modestas que se juntaban humildemente a la gran Kutubia. En todo aquel gigantesco perímetro típico de Marrakech se deban cita miles de turistas, que disfrutaban del exotismo agareno ofrecido por sus habitantes, hábiles en entretener a las miriadas de visitantes con sus contadores de cuentos, sus teólogos del Corán y doctos maestros que exponían con arrobo sus enseñanzas, y a los que se añadían los sortilegios de los encantadores de serpientes, los danzantes y acróbatas, y hasta dentistas, y aguadores y vendedores que pregonaban sus genuinos zumos de las más variadas frutas, y hasta escritores de cartas que atendían a las necesidades de muchos habitantes escasamente alfabetizados. Todo un mundo de actividades infinitas y aglomeraciones humanas, y, como en Fez, hasta animales, que no cesaban de abarrotar la monumental plaza y sus cientos de callejuelas adyacentes.
Andrés, no obstante, se detuvo muchos metros antes de introducirse en el zoco, exasperando de nuevo a Farid.
-¡No te pares aquí, tío!
-¡Mira, no empeoremos más las cosas, so imbécil!- dijo Andrés dispuesto a no recorrer ni un metro más- ¿Qué quieres, que me trague algunos de esos puestos de vendedores,... que me eche encima de algún encantador de serpientes, que, a lo mejor, es lo que te gustaría?
-¡No empieces con tus guasitas!
-No es ninguna guasa, listillo, no ves que es prácticamente imposible que meta este tanque entre todo ese gentío. No avanzo ni medio metro más, te parezca bien o no... ¿Estás cegato o qué? ¿Sigues sin ver que no hay ni un solo hueco más donde poder aparcar con todo ese circo que nos rodea. ¿Supongo que no querrás que también se nos eche encima la pasma? Sólo nos faltaba comernos ese marrón. Así que tú verás lo que haces. Ahí tienes tu plaza, a tu entera disposición, intenta no perderte y sobre todo volver ileso de tus negocietes de los que ya no quiero saber nada... Vete tranquilo, que no pienso desaparecer. Y si puedes, haz el favor de no montarme más pollos... Lárgate ya, y tranquilizate de una vez, que tampoco pretendo joderte la marrana...
-¡Esta bien, Andresito...!
-Ya vuelvo a ser Andresito, ¿eh?... Tu seguro servidor... - bromeó sarástico el joven Cruz.
Farid pareció dudar un instante antes de abandonar el Cherokeee. Y lanzó una mirada atropellada en derredor desde las ventanillas del Cherokee, y luego a Andrés con la que recapitulaba no ya el menor grado de familiaridad adquirido durante toda la aventura vivida, sino la de una respiración entrecortada que resumía a la perfección el fortuito desmayo de nerviosismo que ahora le acometía. Sabía a lo que se exponía hundiéndose en aquel bullicioso zoco desafiante y peligroso que se abría ante él como una ansiosa y malévola embocadura ciclópea dispuesta a engullirlo entre los relieves más recónditos y siniestros de la opulenta noche marroquí.
De pronto, Mónica volvió en sí y deslumbrada por las luces que llegaban del exterior, observó que Farid se disponía a salir del vehículo para sumirse entre el típico ajetreo turístico de la gran plaza. Y con marcada nerviosidad, como si en un momento hubiese echado en saco de olvido la complicación de sus enfermizos estremecimientos de drogodependencia, se agarró con fuerza al cuerpo del joven, impidiéndole salir del Cherokee.
-Pero ¿qué haces, niñata,... tonta del bote, yonquimona? ¡No me agarres!- gritó Farid tratando de desembarazarse de aquella sujeción que la muchacha ejercía sobre su cuerpo- ¡Que me sueltes, coño,... o te voy a tener que soltar la hostia más grande de tu mierda de vida!
-¡Farid,... Farid!- gritó a su vez Mónica, como inmersa en una pesadilla de la que no acababa de despertar- ¡Farid, no te vayas...! ¡No me dejes aquí! ¿Adónde vas? ¡Me voy contigo!
-Pero, ¿me vas a soltar de una vez, yonqui de mierda?
-¡No me dejes aquí!... ¿Por qué quieres dejarme? ¿Si es por culpa de mi padre?...
-Y ahora me sale con don millonetis. ¡Quita, joder!
-No volveremos a verle,... te lo juro... y yo... yo ... - se embarullaba Mónica- Yo te quiero, Farid... ¡Te quiero!... ¡Farid! ¡Farid! ¡No te vayas!...
-Esta loca está delirando. Y con los santos huevos de montarme el numerito yonqui- dedujo Farid- ¡Déjane salir, retrasada de los cojones! Que no me voy a ninguna parte...
Farid saltó entonces del Cherokee ante la mirada descompuesta de Mónica y la menos censurable de Andrés.
-¡Ahí te la dejo como regalito con el mono a cuestas!- dirigió Farid su contrariada mirada a Andrés que sonrió forzadamente ante los requerimientos incoherentes de Mónica.
Fue tan sólo el intervalo de un segundo el que necesitó Farid para desapacer bruscamente entre el descomunal trasiego turístico y autóctono que engullía Jamaa el Fna.
Mónica, en la parte trasera del automóvil, seguía inmersa en balbuceos y algunos conatos de alucinaciones.
-F... Fa... rid, Fa... rid, no.. te vayas... Ya ... lo sa... bes... no voy a de...jarte. Puedo... puedo con... con... ducir... Fa... Farid... Farid... Fa...rid...
Andrés la observaba ahora con detenimiento. Mónica temblaba, sus dientes castañeteaban, mientrras deliraba. Era como contemplar un ardiente, doloroso y distante hálito de vida sumido en el fondo inexpresable de un mal sueño. Y luego volvió a desvanecerse.
Apenas había transcurrido una hora cuando Farid volvió a reaparecer casi sin aliento, entregado a una carrera vertiginosa, jadeante y sudoroso, al tiempo que dibujaba entre sus labios un triunfal arrebato sonriente. Y se detuvo ante el Cherokee mostrando ante Andrés la excitada palpitación de sus nervios. El joven Cruz lo observó también un segundo. Una nueva especie de interpelación más satisfactoria que desechara por fin el fuego admonitorio y desalentador comúnmente empleado contra el joven marroquí bullía ahora en su mente.
-¡Colegui! - gritó Farid situándose ya junto a la puerta delantera del Cherokee- ¡Je, je, Andresito, ya...
Y en un instante fantasmagórico, Andrés vio como Farid se esfumaba de su vista, y que sin lanzar la menor lamentación, se desplomaba en la amplitud terrosa de la gran plaza sobre un charco sangriento que ahora, partiendo de su cabeza, acogía todo su cuerpo. Dos individuos habían avanzado tras él, y situándose a su espalda como sombras que partieran improvisadamente de la hondura amedrantadora de aquel bullucio casi infernal del zoco, con sus luces y su tráfago humano, habían disparado sobre Farid, y hurgando en uno de los bolsillos de su pantalón, le sustrajeron un fajo de billetes, para acabar desapareciendo con la misma prontitud con que se habían acercado al joven, ya herido de muerte. Ciertamente, aquella orgía de luces y griteríos que dominaban el ámbito indolente de Yamaa el Fna habían acabado por engullir a Farid como apocalípticas fauces diabólicas.
Los espantados ojos de Andrés se asomaron un instante por la venanilla delantera del Cherokee. Sintió que un insoportable hormigueo subía por sus piernas impidiéndole salir del coche. Y tembloroso, observó el cuerpo de Farid, inerme sobre una amplia mancha de sangre tan oscura como la noche; y alrededor del cual empezó a arremolinarse una parte del gentío que recorría la plaza. Finalmente, el joven Cruz logró salir del Cherokee, y como quien contempla una hecatombe con la impotencia de un niño, se hincó de rodillas ante Farid sin atreverse a tocarlo. Los murmullos de la gente aumentaban sin cesar. Y Andrés siguió sin apartar la vista sobre las formas juveniles de aquel cuerpo bañado en sangre. Vacilaba ahora entre un contrariado furor consigo mismo por haber tomado parte en aquel auspiciado disparate al que también había prestado su fría, agresiva y egocéntrica actitud, y no haber podido llegar a evitarlo. Y ante las miradas atónitas de la gente y sus susurros de conmiseración, no se atrevió a pronunciar ni una sola palabra. Sudaba a mares. Pero se quedó allí, petrificado, sombrío, frente al horror de aquella especie de locura suicida tan desatinada, vulnerable y turbia, con que se sacian hasta la desesperación los necios hervores de nuestras más íntimas miserias.
Un turista español con su mujer, compadecido ante la amarga actitud que mostraba Andrés, se acercó a él.
-¿Le conocía usted? - preguntó- ¿Es usted español?... Si necesita ayuda, podemos....
El joven Cruz se alzó del suelo. Todos aquellos pensamientos de profunda repugnancia hacia sí mismo, como mudos relámpagos en las noches furtivas de la mente, cruzaron ahora, apurados al máximo, en un par o tres de minutos, y con pesadumbre agudísima, por su cerebro. Andrés, sin pretenderlo de forma consciente, sollozaba sin lágrimas. Le torturaba la idea de una culpabilidad de la cual era realmente inocente. No obstante, no podía apartar de su pensamiento aquella senda de peligrosa irreflexión que había llevado a Farid, a pesar de sus advertencias, a tan necia disposición que acabara con su asesinato.
-Vendrá la policía... ¿Quiere usted hablar con ellos,... explicarles a que obedece este crimen- comentó de nuevo el visitante.- No me ha dicho usted si es español...
El joven Cruz asintió con un gesto de cabeza, y cerró los ojos un segundo. Mónica permanecía desvanecida en el interior del Cherokee sin haberse enterado de nada. Y Andrés se deslizaba también por una pendiente anímicamente convulsa. Allíí, en aquella gran plaza llena de vida, y que ahora le parecía monstruosa, se mantuvo como aislado de aquellos inconmensurables latidos humanos, de la participación de sus sensaciones, porque la innata y cruel naturaleza de los hombres había vuelto a ejercer su brutalidad sobre una única realidad palpable: la acostumbrada indiferencia que conlleva la muerte de un desconocido. Yamaa el Fna era ahora como un callejón sin salida para Andrés, que con su propia voz interior, se erigía en anímico juez de tan ruda naturaleza, capaz de condenar a muerte a tan artificioso ente como el que, en consecuencia, pudiera ahora significar Farid. Y el ensangrentado cuerpo del joven marroqui, allí desplomado en un rincón casi inadvertido del inmenso zoco, se instituía así en criminal y víctima de la propia vehemencia de sus instintos. Y entre todas aquellas impresiones desgarradoras quedaría también atrapada Mónica cuando pudiera llegar a recobrar la conciencia de lo que allí hanía sucedido.
-Hemos llamado a una ambulancia - dijo el turista español- Está al venir... No se preocupe. También como ya le he dicho vendrá la policía, por si quiere usted explicar... Y esa pobre chica que está en el interior del coche... ¿Es novia de usted?... Quizás también necesite ayuda... Parece muy angustiada...
-Está desvanecida tan sólo- musitó Andrés
-Deberían ustedes acudir al Consulado Español de esta ciudad.
-Esta bien...- dijo Andrés sin dejar de observar a Farid- Gracias... por todo...
-Pobre muchacho...- se lamentó la turista española que se hallaba allí junto a su marido.
-¿Por qué habra sido?... - se preguntó alguna otra joven de las que presenciaban el luctuoso suceso.
La entonación compasiva de aquellas voces, no sólo en español sino en varios idiomas, dada la variedad de turistas allí presentes, como una última vibración de prolongada pesadumbre, habría significado todavía una cruel tortura para Andrés, de no ser porque, en tales instantes, sobrecogiendo a todo el gentío que allí se había aglomerado ante el cadáver de Farid, les desgarró el oído el penetrante alarido que emitiera la sirena de la ambulancia. Requeridos por la llamada alarmada del amable turista español o de cualquier otro, apareció un coche del DGSN Cuerpo Nacional de Policía del Reino de Marruecos (Direction générale de la Sûreté Nationale)
No existía un pretexto admisible que pudiera ahora alejar a Andrés del interés que mostraba el Cuerpo Policial por interesarse del suceso acaecido en el zoco. Era en tales instantes, mientras el cadáver de Farid era introducido en la ambulancia, la dinámica angustiosa que obligaba al joven Cruz a responder a cuantas preguntas se le hicieran. No hubo por tanto objeciones.
-C'était un de vos amis ici à Marrakech? - preguntó uno de los policías.
-Lo siento, pero no hablo francés- aclaró Andrés.
-Désolé... ¿Era amigo de usted? - volvió a preguntar el agente.
-No un amigo exactamente... Un guía turístico...
Fue la expresión más franca que Andrés pudo emplear ante el tono prudente del policía.
-Ici? ¿Aquí... en Marrakech?
-Sí...
-La voiture... est vôtre, monsieur...
-No, alquilado...
-¡Ah!, loué... La jeune femme, lá dans la voiture,... est-elle malade? ¿Enferma?...
-Sólo está indispuesta. Tengo que llevarla al hotel. Se repondrá...
-Podemos... les accompagner à l'hôpital...
-No es necesario...
-Et ce jeune homme? Votre guide?...
-Lo he conocido esta mañana... -mintió Andrés- No sé quien era... Se ofreció a acompañarnos hasta aquí... Pero no sé nada más de él...
-Comprendo - asintió el agente, y dirigiéndose a un compañero, dijo- Il faut savoir qui il était et s'il a de la famille ici à Marrakech.- y volviéndose de nuevo a Andrés, preguntó en su mal español: -Entonces usted no puede saber... ne peut pas connaître le motif de ce meurtre... el motivo de esta muerte, ¿comprende?
Andrés volvió a negar con la cabeza.
-Tengo que volver a mi hotel- dijo deseando de una vez por todas rehuir aquel ineludible cuadro de angustiosas expectativas entre el ambiente cargado del inmenso zoco y la curiosidad de los turistas- Pasado mañana vuelvo a España... a Madrid...
-Ah Madrid! Oui, España... Très bien- añadió el policía- Ce qui s'est passé est très triste... No corriente aquí, dans notre ville. Marrakech es una muy bonita ciudad para turistas... Nous sommes vraiment désolés pour ce qui s’est passé... Et beaucoup de pitié pour le garçon mort ... Lástima... ¿comprende?...
-Sí sí, comprendo... Se nota que no habrán visto ustedes "El hombre que sabía demasiado"- musitó Andrés.
-Comment, monsieur?
-No, nada,... rien... pero ahora deseo volver a hotel... Ella - señaló a Mónica- también necesita descansar...
-Oui, oui... repos... la chica necesita.... Et nous sommes à votre disposition - saludó ahora el agente.
-No hará falta, gracias...
-Quel hôtel ?... Podemos acompañar a ustedes si desean...
... Los recuerdos felices y el duelo de las ausencias suelen vincularse entre el ensueño y la pesadilla. Son una recreación en la que el tiempo tiene sus privilegios más sencillos. Y aunque Andrés Cruz no acababa de redimirse de sí mismo, lo peor para él era ahora tratar de ayudar a la desolada Mónica, que tras la violenta muerte de Farid, todavía seguía atrapada por aquella dolorosa reminiscencia de la ensoñación romántica tan incompatible que creía haber vivido con el joven marroquí. Su drogodependencia tampoco había remitido en absdoluto. Era como pretender seguir viviendo en ese nimbo silencioso pero codiciador de perversos placeres que aún la subyugaban y a los que no estaba dispuesta a renunciar. Un sino tajante y definitivo cuyo impulso medrador, sin avergonzarla, arrancara de las más primitivas necesidades de la vida todo lo racional, y por ende humano. Y ahora la abúlica imagen de Monica, movida por esos anhelos contradictorios, seguía sumida en las emociones melacólicas de una vida y hábitos difíciles de aceptar y comprender. Y, empecinadamente, se resistía a regresar a Madrid. De nada sirivió que Andrés insistiera en que debía requerir la ayuda paterna volviendo a España, porque tras la muerte de Farid en su mente únicamente tenían cabida las más melancólicas y dolorosas evocaciones pasionales
-Quiero quedarme con Farid... Quiero saber dónde lo han enterrado- se obstinaba Mónica cuando el siguiente día trató de razonar con ella Andrés- No voy a abandonarlo. Ayúdame tú a encontrarlo.
-Pero Farid ya no existe... Tienes que aceptarlo. Y yo no puedo ayudarte a saber dónde habrá ido a parar. Ya qué importa. Además, no quiero hacerlo. ¡Ni a ti ni a él os debo nada!- aclaró Andrés con una mirada de crispación- Y quedarse aquí no es más que otra locura. Estás enferma... En el Consulado de España te conseguirán otro pasaporte. Te acompañaré antes de irme. Te repatriarán a Madrid... Y el único que puede ayudarte ahora es tu padre. Le sobran los medios para hacerlo.
-¡No...! ¿Y Farid?...
-Farid ha muerto. ¿Cuántas veces he de repetírtelo?
-Yo era su novia. El me quería...
-¿Su novia? Quitáte ya esas fantasías de tu cabeza. Farid no te quiso nunca. Tú y tu amiga no fuistéis mas que un claro objetivo para sacaros la pasta de tu padre. Te habría dejado tirada en cuanto se hizo con las ganancias que le procuraron los camellos de Marrakech. Y no han sido ellos quienes han acabado con él. Acuérdate de Fez. Allí empezó todo. Se hizó con la droga soltando una mínima parte de lo que debía pagar, o quizás nada, por eso tuvimos que salir de estampida. Esos traficantes y no otros fueron los que dispararaon contra él en el zoco. Y él sabía muy bien a lo que se estaba exponiendo. ¿Creías que iban a irse de rositas, después de que Farid les robara?
-¡No!... El nunca me habría dejado... Yo no quería su dinero... Farid... Yo sólo quería a Farid...
-Haz lo que te aconsejo. Vuelve en sí de una vez, ¿o acaso deseas acabar como tu pobre amiga?... Tienes que salir de Marruecos. Yo vuelo a Madrid pasado mañana, y cuando me vaya, te quedarás completamente sola. ¿De quién esperas recibir ayuda si te quedas aquí? Además, tienes que desengancharte... Superar tu adicción a las drogas. Y sólo podrás hacerlo volviendo a España. Necesitas a tu padre.
-¡No...!
-Dime al menos su nombre. Una vez en Madrid puedo recurrir a él para que te ayude a volver...
-¡No!...
-Está bien... No voy a seguir insistiendo. Pero quiero decirte que... en fin... que lo siento muchísimo- dijo Andrés, sin acabar de precisar si aquella solución era en realidad un pésame o expresaba su disgusto por no haber podido convencer a Mónica.
Sabía que no volvería a encontrarse nunca más con ella. Y que Farid, aún después de su muerte, seguíría viviendo en sus horas contemplativas, en su añoranza, en su febril debilidad, como un abrasador dardo mensajero que penetrara en el más lacerante y apesadumbrado de los vacíos del deseo.... Y así desapareció Mónica.
La siguiente mañana, 11 de septiembre de 2001, cuando Andrés bajó a almorzar al salón comedor del hotel las televisiones de todo el mundo mostraban el espectáculo dantesco que se había perpetrado hacia las 8,45 de la mañana y se había repetido a partir de las 9 en la ciudad de Nueva York contra las Torres Gemelas del Sur y Norte del World Trade Center en el Bajo Manhanttan Neoyorkino. Dos aviones de American Airlines impactaron contra ambos rascacielos de 110 pisos de altura, que se derrumbaron en 1 hora y 42 minutos. Un tercer vuelo de la misma compañía que había despegado de la ciudad de Dallas fue estrellado a las 9`37 contra el lado oeste del Pentágono Norteamericano.Y un cuarto vuelo, esta vez de United Airlines, en dirección a Washington D.C fue secuestrado, y pese a que la tripulación y los pasajeros intentaron hacerse con el control del avión, acabó estrellándose en un campo cerca de Shanksville, en Pensilvania, hacia las 10 de la mañana, sin supervivientes. Las sospechas de tales ataques recayeron inmediatamente sobre la organización terrorista, paramilitar y yihadista Al-Qaeda.
Los atónitos clientes del hotel y empleados del mismo se arracimaban frente al gran televisor del salón comedor ante aquellas imágenes aterradoras que estaban contemplando. Como el fausto de un iniciático ritual diabólico, evidenciable sólo en lo más oscuro de las profecías, así trajo consigo la mañana, abruptamente, una hora de infernal inmolación, revirtiendo sus horrores sobre los símbolos, en apariencia más estables y reiteradamente magnificados de cuanta avanzadísima tecnocracia preside nuestra época. La voz del locutor televisivo, como un estimulado compás de espantado rebato, iba derramando su estremecimiento aturdido, su dislocada emoción propagandística de ignotos vaticinios. Ninguno de los allí presentes daba crédito a lo que veían sus ojos. Las imponentes Torres Gemelas de Nueva York quedaron, en pocos segundos, inauditamente traspasadas por los más tremebundos y colosales dardos de fuego que crear pudiera la mente humana. La argentada fronda de sus innumerables cristaleras saltaban ya por los aires. Y tras el impacto de los dos aviones, aquella masa gigantesca de huesos astillados gemía igualmente entre la foscura hirviente de una humareda pavorosa. Luego el titánico armazón, ahora oxidado por el fuego, se extinguía por completo. Cientos de empleados de sus oficinas saltaban por los aires huyendo de aquella antorcha infernal que amenazaba con consumirlos sin remedio. Era como si la mítica superficie de los más famosos rascacielos del planeta semejasen fermentar ahora en la solapada fragua de un ciclópeo volcán, cuya erupción, horas antes, se antojara inverosimil. Poco después, el derrumbe de ambos rascacielos, además de provocar una nueva humareda pavorosa y asfixiante, dañó significativamente otros importantes edificios colindantes ante las miradas horrorizadas de los habitantes de Nueva York.
Andrés Cruz mientras mantuvo la mirada perdida en el aparato de televisión, que no cesaba de impactar a los residentes del hotel con las reiteradas imágenes del terrible suceso, y sin entender al locutor de la emisión que no proporcionaba más que atribuladas informaciones de tipo práctico, abandonó el salón sin el menor deseo de almorzar como le ofrecía un camarero, y subió hasta su habitación. La acción más precisa a seguir ahora era ponerse en contacto telefónico con su familia. Pidió línea a recepción y marcó el número de teléfono de la casa materna, donde su hermana mayor, Leonor, residía al cuidado de su madre.
-¡Andresito!, ¿eres tú cariño?- sonó al otro lado de auricular la voz emocionada de su hermana, que ahora le lanzaba la prevista andanada de un obligado lloriqueo angustiado.
Luego la oyó sonarse la previsiblemente húmeda nariz, entre aquel gimoteo entrecortado de Leonor, cuya vida de soltería junto a los achaques constantes de su madre era un verdadero desastre. Y es que su hermana, como imagen obsesiva de una eterna plañidera, tenía por costumbre acometer cualquier tipo de conversación entre balbuceos que siempre empezaba y nunca acababa, bien por ñoñez, bien porque quien la escuchaba, impaciente, le pegaba un corte de mil demonios antes de tiempo, con lo cual siempre acababa exasperando a Andrés, aunque éste tratase de ser lo más paciente posible con ella cuando visitaba a ambas, madre e hija.
-¡Ay, Andresito, cariño, ¿has visto en la televisión todo ese horror? Y tú ahí,... (sollozo), ahí, en ese Marruecos tan... tan no sé qué... pero con esa clase de gente tan atrasada... (más lloriqueo). ¿A ver... a ver si no vas a poder volver a casa? A mamá, la pobrecita, le he tenido que dar uno de sus calmantes, de los que toma para dormir, porque está aterrorizada pensando en que ahí, en ese país árabe, también a ti te... te pueda pasar algo. ¿No te habrás encontrado con terroristas? ¿No sé cómo se te ocurrió... ?
-Oye, Leonor- cortó Andrés a su hermana- no te me pongas en plan "cajitonta", y deja para otro día tus tópicos de novelitas televisivas. Ya os he dicho un montón de veces que os limitéis las dos a ver cine de barrio y esos novelones que os endilgan todas las tardes en la tele, que os será mucho más instructivo que tragaros noticias que os quiten el sueño. Yo estoy perfectamente. Aquí no pasa nada, y mañana cojo mi vuelo con la Air Maroc rumbo a Madrid.
-¿Y si esos moros secuestran mañana tu avión como ha sucedido en América? Sabe Dios dónde podrías acabar...
-No son moros, Leonor, son árabes, y muy de fiar, a ver si te lo metes de una vez en la cabeza.
-Para mí son lo mismo. Pero, Andresito, dinos dónde estás. No nos has llamado ni un sólo día desde que te fuiste... adonde no tenías que haberte ido. Ya ves tú, sólo par ver arena y más arena.... (nuevo lloriqueo) Ese horrible desierto del Sahara donde te habrás abrasado. A mamá no hay quien le quite el susto de encima.... No sé cómo puedes ser tan frío, y tomarte tan a la ligera estos aspectos de la vida tan horribles como los que han sucedido hoy y...
-Vale, vale, déjalo ya, que no quiero más melodramas.
-"Déjame el teléfono"- explotó entonces, al otro lado del auricular, el pífano sonoro y tremebundo de la segunda componente de la familia, allí de visita, su hermana Margarita, dos años mayor que él, casada con un banquero, y que solía repatearle el estómago con sus tonos autoritarios, muy diferentes a los de Leonor, a quien solía manipular a su antojo, sin que la otra o su madre se atrevieran nunca a decir ni mu, y porque además Leonor era una apocada complaciente, sin el menor interés por nada que no fuese la televisión. y toda la basura que frente a ella se tragaba.
-"La que me faltaba para cuando llegue el "euro"- masculló Andrés.
-Bueno, rico, tú siempre tan simpático y tan rumboso para consolar a los demás, aunque, claro, sólo a los que, por un milagrito de ésos, pudieran llegar a caerte bien alguna vez. ¿Quién lo viera? Y al final te saliste con la tuya, viajecito a ese desierto de "marroquines"
-Marroquies, a ver si aprendes a pronunciarlo debidamente. ¿Y qué desierto ni qué hostias! ¡Siempre con tus aires de Pepa Grillo! Para ti todo lo que no sea Benidorm o Torremolinos es puro desierto. Y es que, en cuanto a Geografía, cero patatero, señora doña.
-Sé muy bien lo que es Marruecos, y Egipto, y otros parecidos. Mugre, piedras, calor, polvo, desierto y, claro, moros por todas partes. Y ya ves cómo está el paño, ¿te parece poco lo que ha sucedido hoy en Nueva York?.
-Pues menos mal que tú no andabas por allí con tu banquero, porque a ti los rascacielos son los únicos monumentos que te chiflan. A ver si os enteráis de que aquí no pasa nada. Y que mañana vuelo a Madrid.
-¿Con una compañía mora, no?
-¡Árabe, coño, árabe! Y dejate de tanto sermón a lo santísima acomodada, que pareces la Madre Teresa de las pijas.
-Oye, tú...- se sublevó Margarita- "cariñin" de quien pueda ser capaz de aguantarte. Si vas a seguir poniéndome verde porque aquí estemos mamá, Leonor y yo preocupadísimas por tu seguridad, sigue abusando de tus bromitas turísticas, porque, aunque me cueste, creémelo, te noto muy tranquilo depués de los horrores que esos amigos tuyos moros que tanto admiras han...
-¿Pero de qué amigos ni que hostias estás hablando? Y haz el favor de no repetir el cursi calificativo de moros, ¡son árabes!, y, o poco me equivoco, más civilizados que tú y tu marido, que también es un racista de mierda.
-Bueno, pues si ese es el concepto tan elevado que tienes de esa gente, y de lo que hoy cuenta la televisión con el atentado de las Torres Gemelas, por mí, ya puedes dar el salto también a Egipto o...
-No pienso dar ningún salto más. Ya te he dicho que mañana vuelvo a Madrid.
-Eso será si tienes suerte y salen los aviones, porque con la que está cayendo por culpa de esos terroristas.
-Vale, ¿has acabado?. Te has quedado a gusto, so pelmaza -replicó Andrés- Ya te he dejado descargar tu estúpida conciencia de burguesa aterrorizada por las mil y una noches hasta los mismísimos codos sin intercalar una leche.
-Siempre tan mal hablado.
-¿Te crees que soy como el estirado de tu marido que es
incapaz de soltar un taco, ni de soltar nunca una palabra más alta que otra, aunque
en el Banco para pegar broncas se pinta solo? Y siempre apoyado por el
otro pedante de nuestro tío Luis.
-De ese tema también tenemos que hablar los dos. Pero ahora, tú verás lo que haces, porque yo no me subiría a ese avión con el que piensas volver a Madrid ni regalada. Y aquí nos vas a tener a las tres con el alma en vilo hasta que aterrices en Barajas... Por si no las oyes, mamá y Leonor están llorando.
-¡Y ahora el culebrón venezolano! Anda que lo que os tengo que aguantar...
-¡Ah, guapin!, por si llegas sano y salvo a Madrid, y eso es lo que esperamos todos, te recuerdo que mi marido y tu tío Luis...
-¡Ah!, ya tardabas mucho en endilgarme las intriguillas de esos dos prepotentes del Banco
-Gracias a ellos el Banco sigue en pie desde que murió papá.
Toda la familia había vivaqueado golosamente ante el gran migajón burgués representado por Miguel Cruz Senior, patriarca vigoroso, prepotente y caprichudo, empingorotado procreador de dos hembras y un varón.
-Así que ya te dieron toda la información los dos omnipresentes de tu marido y el tío, ¡muy tío! -recalcó Andrés- Y metiendo andas la vela antes del entierro.
-Como siempre, tus saliditas finales son de premio, rico. Así que, como me temo, no habrá quien te haga bajar del burro, y pasando de los grandes esfuerzos que hizo papá por todos nosotros, ya me contó nuestro tío que tuviste un grave altercado con él en el Banco, y que además, por si fuera poco, estás dispuesto a dejar el importante puesto que ocupas allí.
-Mi tío, que es una especie de espía de los de John le Carré más caliente que frío...
-No sé quién es ese, cariñín...
-Ni falta que te hace. Pero a lo que iba, que don Luis Cruz se cree que porque es mi jefe de negociado tiene derecho a exigir de mí más de lo que permiten las leyes, por ponértelo fácil. Y luego va y le enjareta a tu marido no sé qué gilipolleces con respecto a las horas laborales y mis exigencias vacacionales. Se creen que, como ellos, que no son más que dos chupatintas adinerados, para quienes el trabajo es lo más apasionante que la vida nos pueda deparar, con unas vacaciones de siete días se dan por satisfechos y quieren que los demás hagamos lo mismo. Menudo par de Misters Scroggers están hechos.
-Sigue, tú sigue con esos nombrecitos raros. Aunque no hay quien te entienda.
-Eso te pasa por ser tan ignorante y no haber leído un buen libro en tu vida... Y sigo, porque ahí tienes a los dos sociópatas atrincherados en la oficina todo el año, sin vacaciones, pegando broncas y creando problemas laborales a todos los empleados, que por supuesto, no te extrañe que ninguno de ellos los puedan llegar a tragar. Y como ya me imagino que te lo habrán contado, pues sí, estoy dispuesto a dejar mi puesto y buscarme la vida de una forma menos encadenada a esos dos aguafiestas que se quedaron con el 75 por ciento de las acciones de mi padre. Pero que no se te olvide que yo tengo un 25 por ciento de las mismas, así que no me voy a morir de hambre.
-Por lo menos, tu tío Luis y mi marido se responsabilizan de sus obligaciones. En cambio tú, por ser el hijo de papá, te permites el lujo de hacer vacaciones durante más de treinta días, cuando ya tenías que estar de vuelta. Y, además, mamá y Leonor también cuentan, ¿creo yo?
-Nuestro papá ya les dejó bien surtida la cuenta corriente. Además de que cada año reciben una buena asignación de los beneficios que proporciona el Banco. No temas, que tampoco se van a morir de hambre
-Ya veo que por más que yo trate de justificar tu conducta...
-¿Justificar? ¿Qué coño justificas tú? Anda, cómprate un diccionario y busca el significado de la palabreja, que según acostumbras, vas más perdida que un cateto en la calle de Velázquez. ¿Porque no te dedicas (con recochineo) a permanecer monacalmente relegada en tu lujoso hogar con tu elegante marido, y, por variar, al mismo tiempo que la calceta y la boquita callada, aprendes el arte de dejarme en paz. ¡Joder, que lo tuyo, cuando te lías con el teléfono, es también la rehostia!
-Siempre tan egoista y bicho raro. Pues bien, sigue divirtiéndote con tus viajecitos entre terroristas, porque me imagino lo bien que te lo habrás pasado en ese Marruecos de mugre y desierto.
-Quien sabe, a lo mejor algún día de estos te cuento lo mucho que me he divertido- ironizó Andrés.
-Sí, pero cuéntaselo a tu madre y a Leonor, porque no te creas que yo voy a estar muy interesada en enterarme de tus aventuras en tierras de moros.
-Y dale...
-¡Sabe Dios en los líos y aventuras en que te habrás metido con esos terroristas! ¿Han sido acaso como las que se ven en las películas que a ti tanto te gustan, y de las que como supongo habrás disfrutado de lo lindo? Y sigue, sigue tan "pendoncito y tan educadito" - dijo Margarita con su habitual sarcasmo
-Joder con los itos. ¿A que te cuelgo?
-Sí, sí, cuelga ya, aunque Leonor, que nos ha estado escuchando, está hecha un mar de lágrimas.
-Bastante tiene esa infeliz con lo que aguanta para que encima le endilgues más traumas.
-Huy hijo qué comprensivo te nos pones ¡Oirlo para creerlo! Bueno, lo único que esperamos las tres es que tengas un buen viaje de vuelta,... eso si tus amigos árabes no secuestran también el avión.
-Mira no sigas, porque ya no tengo más ganas de escucharte. Así que te cuelgo de una vez, que tengo que preparar la maleta para mañana - colgó el auricular Andrés- ¡Menudo pedazo de ramplona cursi!- masculló.
La mañana siguiente cesaron los clamores del día anterior. Toda Marrakech pareció únicamente obedecer a las variadas llamadas por altavoces de los almuecines, en especial desde el gran minarete de la mezquita Kutubia, muy próxima al hotel donde el joven Cruz se había alojado, como si aquella primera mañana, tras el terrorífico atentado terrorista que había tenido lugar en el país norteamericano, trajera también un circunstancial sueño siempre tan necesitado de pefecta libertad. Y Andrés volaba ya desde las 11,45 de aquel día 12 de septiembre de 2001 con Air Maroc, rumbo a Madrid-Barajas desde el aeropuerto internacional Marrakech-Menara.
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