Autor: Tassilon-Stavros
JUSTINIANO Y BIZANCIO: UN SUEÑO
DORADO JUNTO AL BÓSFORO
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Llevar a cabo una historia detallada de
Bizancio nos sometería a un laborioso y muy extenso estudio al que
nutrir de cientos de acontecimientos acaecidos durante sus mil años de
historia. Y por ello mismo, a fin de poder valorar plenamente su
importancia en la historia europea, ésta excedería los límites de
cualquier texto con el que nos propusiéramos constatarla. Hablaremos,
pues, de Justiniano, protagonista de los episodios que más de cerca
tocan a la evolución de Europa.




Justino y Eufemia no tuvieron hijos, por lo tanto su heredero era Justiniano, que además de sobrino era hijo adoptivo. Los
conocimientos militares de Justino para gobernar el preponderante
Imperio Bizantino resultaban escasos, aunque se rodeó de consejeros de
gran confianza. Y, naturalmente, el más sobresaliente de ellos en tales
momentos fue sin
duda su sobrino Flavio Pedro Sabacio, al que, tras su adopción, dio el
nombre con el que ha pasado a la historia: Justiniano; y después lo
elevó al
rango de cónsul de Bizancio. Muchos cronistas, y en especial Procopio de
Cesarea,
afirman que fue Justiniano quien en realidad rigió los destinos del
Imperio ya en vida de su tío. Aunque todo ello resulta inverosímil, dado
que fue investido como sucesor meses antes de la muerte de Justino.
Un hecho de vital importancia para Justiniano fue que su tío derogara,
en 525, una ley que prohibía a los miembros de la clase senatorial contraer
matrimonio con una mujer de clase inferior, lo cual fue considerado
escandaloso en la época.
Gracias a este edicto, Justiniano pudo casarse
con Θεοδώρα-Teodora, una antigua actriz y artista de circo, hija de un domador
de osos, y también, según Procopio, barragana famosa del barrio de
prostíbulos más concurrido por los habitantes de Bizancio, [una especie
de lo que, dos mil años después, sería apodado "barrio chino"] conocido como "mesé". Por otra parte, la derogación de
esta norma contribuyó a diluir las antiguas diferencias de clase de la
sociedad romana. En "The marriage of Justinian and Theodora"- "Legal and theological reflections"
en el que Procopio de Cesarea relata el
matrimonio de Justiniano con Teodora, se afirma que, en efecto, había
obstáculos legales para que una liberta pudiera llegar a casarse con un
oficial del rango. Procopio afirma también que la
basilisa Eufemia se oponía al matrimonio de su sobrino con Teodora, ya
que la consideraba una prostituta, aunque la misma Eufemia tenía
tras de sí un bagaje de antiguos comportamientos muy cuestionables. Y
sólo después de su muerte, ya viudo Justino, el matrimonio de sus
herederos pudo llevarse a cabo. Y se
celebró aquel mismo año 525 de la derogación imperial.
Justiniano
tenía 38 años cuando fue elegido cónsul por su tío Justino, y para
festejar este ascenso en la más poderosa corte del momento en Europa y
el Medio Oriente distribuyó entre el pueblo grandes cantidades de dinero
y trigo, y por si eso no bastará organizó en el anfiteatro de la
capital un fastuoso espectáculo, digno de las mejores y más brutales
festividades de la antigua Roma de los Césares, en el que participaron
veinte leones, treinta panteras y un centenar de otras bestias feroces
cazadas en el norte de África. Su fama y su influencia crecían así día a
día. En poco tiempo, se convirtió en la eminencia gris para Justino,
que ya no podía prescindir de él en cualquiera de las decisiones
gubernamentales a tomar. Procopio cuenta que las damas se lo disputaban,
pero acababan decepcionadas, sin llegar a culminar éxito
alguno en cuanto se refería a encuentros sentimentales y, naturalmente,
sexuales. Justiniano no era en absoluto un hombre atractivo. Su imagen
era la de un tímido estudioso que rehuía todo conato romántico y
voluptuoso con el bello sexo, aunque tampoco se le reconocían otros
vicios peores. Al poco tiempo, su recalcitrante castidad fue muy mal
interpretada entre los corrillos cortesanos, asegurándose que era
víctima de la impotencia. Incluso que su aspecto, de cara siempre bien
rasurada, resultaba algo femenino. Tampoco eso es cierto. Era de mediana estatura, y de cabello
negro y rizado. No bebía, no comía carne, respetaba todas las vigilias
del calendario cristiano, y se sometía a largos ayunos. Padecía algún
tipo de insomnio, porque era bastante madrugador y empezaba a trabajar
al amanecer. Claro que tampoco nunca se dilucidó entre los cronistas las
horas que dormía abandonándose a los únicos abrazos que aceptaba: los
de Morfeo. No obstante, Procopio dice que, en efecto, muy entrada la
noche, sus ventanas estaban aún iluminadas y él permanecía sumergido en
la lectura de Platón, Aristóteles y San Agustín.
Justino,
chocheando ya por la avanzada edad y los continuos achaques que, por su
debilitada salud, sufría, se pasaba los días poniéndose cataplasmas en
una pierna enrojecida por la gangrena a raíz de una herida recibida en
la guerra (no se sabe cuál). Y así, en abril del 527, cuatro meses antes
de morir, el basileo llamó a su sobrino a su cabecera y le anunció que
había decidido asociarlo al trono, la mayor dignidad que Justiniano
podía recibir. Aunque fue una investidura puramente formal porque, en
realidad, las riendas del poder estaban ya hacía bastante tiempo en sus
manos. Y ese mismo día en que el enfermo soberano le confirió las
insignias imperiales, Justiniano, ante la estupefacción de las damas más
sobresalientes de la corte, y también, quizás, de las menos (que habían
aspirado sin éxito a relacionarse íntimamente con él) se había casado
con Teodora. Como ya se dijo, se trataba de lo que hoy se llamaría "una
fulana de vida alegre", fugaz artista de circo con su padre que "hacía
bailar al oso", y degustadora de cuantos placeres pudieran
proporcionarle tabernas y, probablemente, prostíbulos en los que también había
hecho carrera. Nadie explica cómo pudo Justiniano conocerla en
un barrio tan poco recomendable como era el "mesé" de Bizancio. Pero lo cierto es que el affair amoroso tuvo lugar allí. Procopio en su "The marriage of Justinian and Theodora" también
dice que Teodora era bellísima. Pero, según aseguran otros cronistas,
eso no es verdad. Muy al contrario, la describen como de estatura
reducida porque tenía las piernas más bien cortas, por lo que debería
ser algo "culibaja" y de caderas robustas. El color de su piel era
anémico, aunque ofrecía un seno demasiado abundante. Pero los ojos
negros y vivaces, el cabello como el plumaje del cuervo, la mirada de
lechuza, la hacían tan sexy como para despertar incluso los
perezosos sentidos de Justiniano. Éste, como se hacían eco todas las
voces de la corte, ya fueran femeninas o masculinas, era todavía virgen a
los 40 años cuando encontró a Teodora en la "mesé". Desde aquel
día, es decir, desde aquella noche, ella se convirtió en su amante y él
en su prisionero sexual, o, no se sabe, si todavía púdico. Lo cierto es
que Teodora, al hacerlo suyo, se hizo con una de las glorias masculinas más
apetecidas en la corte de Bizancio.
Pero,
debido a aquella situación de concubinato, Justiniano, que no pudo
alojarla en palacio, hizo construir para Teodora una lujosa garçonniére en
uno de los barrios residenciales de la capital a donde, una vez al día,
iba a buscarla. Bizancio era, como es fácil imaginar, una ciudad
chismosa e indiscreta, fuera cual fuera el status social de sus
habitantes. Al cabo de veinticuatro horas, las relaciones de Justiniano y
Teodora fueron del dominio público. Tampoco se hablaba de otra cosa en
los salones de la alta sociedad. Las damas despechadas, y cuya
reputación no era, desde luego, mejor que la de Teodora, gritaron todo
tipo de improperios contra ella y su pasado, escandalizadas y
envidiosas. Pero Justiniano fingió caballerosamente no oírlas, aunque,
como ya se indicó, la misma basilisa Eufemia, que también había
intentado seducirlo inútilmente, declarándose incluso, en la intimidad
menos "recóndita", como "su esclava", tronase y se "rasgara sus
imperiales vestiduras" contra Teodora. En cuanto a Justino, no pareció
desaprobar la decisión de su sobrino de casarse con una mujer de la
calle, con su pasado pecaminoso a cuestas. Al contrario, esta fue
probablemente la última satisfacción que Justiniano le dio [y por el
cual derogó una ley que prohibía a los miembros de la clase senatorial ese género de matrimonios] antes de bajar a la tumba, lo que ocurrió en agosto del año 527.
Muy al contrario de lo sucedido con Anastasio I, la desaparición del
basileo Justino del panorama gubernamental de Bizancio no fue turbada
por ningún desorden. El cambio de poderes para la subida al trono de
Justiniano había sido preparado a tiempo y la elección fue saludada por
las habituales y casi olímpicas manifestaciones de entusiasmo y homenaje
que caracterizaban al pueblo bizantino, a las que por supuesto se unían
las del Senado, del clero ortodoxo, y las de la parte urbana más baja:
la siempre desfavorecida plebe; por más que el nuevo emperador fuera
bastante impopular. Teodora fue proclamada emperatriz ahora reinante y
la cosmopolíta y corrompida Bizancio pasó una esponja sobre el conocido
pasado de la pelandusca crecida entre los vicios nefandos de la "mesé".
A partir de entonces, en los salones mundanos, su nombre empezó a ser
pronunciado, no sin envidia, pero con respeto. La más exagerada
adulación de Teodora se difundió por las calles de Constantinopla y en
la Corte. Con la púrpura sobre los hombros y la corona en la cabeza, la
antigua ramera parecía una reina de nacimiento. Procopio de Cesarea, que
la conoció bien y estuvo, al parecer, perdidamente enamorado de ella,
escribió que desde el día del famoso encuentro con Justiniano, siempre
fue fiel a su marido, a pesar de que el emperador viviera sumergido
hasta el cuello en los asuntos de estado. Regir un imperio como
Bizancio, en efecto le restaban tiempo para los escarceos nupciales que
Teodora, ahora entronizada, tampoco le exigía, mostrándose lo
suficientemente satisfecha con su pasado concubinato en la privada garçonniére que tanto había dado que hablar.
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