lunes, 20 de septiembre de 2010

Hombre en la tormenta


 
 
Autor: Tassilon-Stavros




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HOMBRE EN LA TORMENTA


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Si las lágrimas proclaman austeramente sus complacencias perdidas, me valgo, para no morir, de mi lírica estigmatización de hombre edénico; de la antorcha oculta que secretea incoherente en algún refugio de mis sueños y pesadillas, donde esconderse pueda una sonámbula fortaleza. Y si me erijo en cautivo de los tiempos, no acudo al desdén, aunque me sienta solo. Todos tuvimos horizontes sembrados de ramajes tentadores, que fueron nuestros flagelos de dolorosas cicatrices; las que dieron la vuelta al mundo, como peregrinos torbellinos de tristeza. Deseos e impulsos que no se pueden revelar. Desafíos de duelo. Y una ansiedad de tigre exasperado que jadeara ensangrentado de resabios, confuso y eternamente negro. Pero rendirse es no tentar la tierra. Es cerrar el paisaje en una jungla inmóvil, donde se lacera y extingue, del tigre, su originaria fiereza.
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¡Cuántos instantes propicios yerran desnudos en el extravío de las tormentas, cuando esperando la palabra del hermano, se recibe a cambio la tenebrosa rabia! La que nos quema. Y que a la primitiva inocencia en deslealtad transmuta, y al hombre envenena. ¿Por qué tú, asilo almenado de mis castillos de blanca pureza, de mis llagadas encarnaduras de amor, siempre cortejadas por los sueños, matas sin que se sienta; y guardas tan sólo, del hombre, su calabozo, su sepulcro, su melancólico paso, que siempre necesitado de socorro, y queriendo hablar, recibiera el oprobio de su orfandad? Carruaje fúnebre que viaja en las miserias, y cuyo mayoral de negro cuero fustiga la mirada llorosa que tantas veces demandara caridad.
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Si a la canción penetrante del día y de la noche, aunque a cada instante mueran, entregarse pudiera otra vez el vínculo antropológico, arrancándolo de las losas del silencio y del tiempo, volverían hasta mi atacada ribera relampagueante mi cielo y mi nido; y los colores infinitos de mis afanes indagadores. Ventanales de azules umbríos entre los que crecí más con el corazón que con el culto, la súplica y el rito prohibido. Y mi voz viajera hablaría de nuevo con arrebato, se guiaría por las resonancias vagabundas con que las gozosas caravanas de los patriarcas esparcieran sus sabidurías. Aquéllas de las que yo aprehendí las visiones exegéticas de mis fantasías. Adorable ofrenda. Mi mundo vivió del profundo misterio que ennoblecieran con sus episodios palpitantes los atriles de la vida. Y si he de volver a perderme en la humillación de la tormenta, tenderé antes mi corazón entre mis viejas y racionales crónicas seculares, una vez coetáneos estremecimientos de hermosuras. Y no dejaré que huya mi palabra última, para que mi cuerpo vibre o sueñe de nuevo con su verdad perdida.
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¡Cuántas distancias dormidas entre los años, que desnaturalizaron mis obsesivas voluntades, y enviaron el viento del mal como único auspicio! ¿Por qué tú, gloria de los horizontes, me dejaste sumido en la tempestad, si éste era mi miedo; el derrumbamiento que menguar pudiera mi energía; y la aventura de mi sangre; y mis trabajos, que, sin pedir nada, abrieron puertas a las ciudades, y no favorecieron el hambre por rehuir el sacrificio? Yo sigo buscando un puro brebaje de paz. Y quiero como compañeros de mi vida lazos de alegría que aportarme puedan los mundos ignorados y el candor extraviado. Aún hoy a mi corazón le inquieta no hermanarse a su Oriente condenado. Y temo a las puertas cerradas; al albergue sin canto que te convierte en extranjero que mendiga esa aurora que jamás destella. Y aquí sigo, sentado a mi puerta, los ojos en mi acunadora luna; mi palabra de estrella en estrella. A los oropeles fatuos cedo el polvo. Y mis infinitas condenas aherrojadas quedaron en la memoria de mi nombre. No seré de nuevo el vigía de tanta ceremonia vana. Aquéllas que rompen el sosiego, y te convierten en transeúnte solitario por entre la volubilidad mundana. Mas habré de vigilar el horizonte, para que la tormenta no llame de nuevo a mi puerta. Enmudeceré como la noche, pero dejaré en el camino mi originaria canción lejana.