domingo, 27 de septiembre de 2009

El Eremita parte II -V-




Autor: Tassilon




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EL EREMITA PARTE II -V-


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Bullicioso mundo que dejando va su canto entre las inmensas aguas de la vida. Tejido multicolor donde se coronan y dispersan los sueños. Misterio de voces infinitas entre laberintos de sombras y pensamientos. Torbellino incansable y voluble. Prisionero que forjó su cadena en la enredadera del día y de la noche. Crónicas jerárquicas del denuedo esclavizado a su palacio cerrado, y que jamás disculpa el espino negro de sus afanes sometiéndose a un claustro de remordimientos... Vienen sus estaciones danzando, y danzando se van. Y tras ellas siguen sus procesiones entre zozobras y esperanzas; relumbrones de triunfo y derrota del ser. Horizontes sembrados donde creímos acercarnos a la plenitud. En otro tiempo espectáculo creado para nuestro antojo y complacencia... Pero mi pasado, engañoso y ligero, reclinarse no desea en mi frente, ya socavado en sus escombros tras la quietud de mi sangre. Y si no me exige servidumbre es porque no es menester.


Y yo sigo mi ribera de transparentadas lejanías con promesas de una soledad sin lágrimas, como hijo únicamente de su complacencia. Y cuando piso el umbral de mi choza, lejos de las calimas que aprietan los puertos y el ahogo de la aldea, ya no temo la discordia como un mal, y me retraigo en el silencio de mis tolerancias. Llegarán los aletazos del poniente, mis tardes de nubes incendiadas... Y dejaré mi ánfora pluvial, mi fanal, mi candelero, bagaje miserable, lo único que heredé de mi templo, sobre lajas de piedra, frente a la fronda vetusta de mi puerta, como si anunciara al andar viajero el júbilo de mi pobreza, la mirada enjuta que nada recuerda del ahínco de la abundancia, la rinconada desnuda de mi isla, ahora estrado apacible de mi intimidad. Único refugio sin hachones y fogariles, tan sólo rescoldos de intemperies cobijadas.


Mundo de lenguas arcaicas y colonizadoras. Yelmos tenebrosos del maleficio Griego. Mascarones del conjuro Persa. Globo cimero de los portales Sasánidas. Ofrendas de Príncipes que volcaron en las carnes de los alabastros el aborrecido designio político de sus soberanías. Escarpas de los Templos que todavía revivifican el oro de sus piedras basálticas. Velas intrépidas que proyectaran gobiernos ávidos transportando sus liturgias conquistadoras desde las aguas turbulentas del Leteo. Epístolas deificadas que compusieron tonadas para los Mimos Atenienses. Eros embriagador, heraldo extraviado en remotas primaveras. Profecías de Basileos, inquietudes en los Astros, magias que cantaron el pecado de Penteo... De aquellos linajes confirmados sólo quedan nidos entre tejas rotas. Y de sus espuelas vibradoras, puertas carcomidas de palacios. De su mundo, un oficio de tinieblas. De las urnas radiantes, las noches marchitas. Y del túmulo augusto de la Historia, la lumbre de los pórticos, el rezo del discípulo, la roída cera de la memoria.


Y yo sigo subido en mi pobre barca, sobre aguas sagradas remansada. Atrás quedaron mis trastornos de huida, y los salmos peregrinos de las caravanas remotas que atravesaran las aldeas y desiertos de mi vida, como la voz del viento, transportando mis ruegos contritos, mi voz herida... ¡Cuán lejos ya los ásperos horizontes calcinados acechando un camino por el que no he de volver! Y como si en mí latiera la creación intacta del primer hombre, es la mía una felicidad nueva, una infantil candidez, un salario sin limosna, una mortaja deliciosa que nadie ha de velar... Sustentado vivo por mi isla de tierna pastura, entre el embelesamiento de mis postraciones. Atacado de esta fiebre que no me extenúa, siempre obstinado frente al fervor de la luz, y penitenciario de mis noches espejadas en el mar. Relegadas quedaron mis viejas llagas entre otras gentes, memorias desafiantes de un Oriente tan duro como montañas. Montañas que siempre hieren al tocarlas. Y renazco de lo más profundo, entre las lumbres antiguas del origen. Mis sueños pertenecen al silencio. Mi floración grana en el campo dormido. Un río tierno y ligero recorre mi callada heredad. Y cuando me asomo al mar, frente al oleaje confiado de mis tiempos esperados, se extiende, temblorosa como el firmamento, mi playa de eternidad.

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