MALACOZZA ANNUNZIATA:
ABANDERADA REPRESENTANTE DE PERSEVERANTE VOLUNTARIADO SOCIALMENTE REIVINDICATIVO A TRAVÉS DE UN RECORRIDO EJEMPLARIZADOR DE UNA INOLVIDABLE "HUELGA DEL PANETTONE"
Malacozza Annunziata:
Alfiere che rappresenta il volontariato tenace e socialmente impegnato attraverso un percorso esemplare di un indimenticabile "Sciopero del Panettone"
Malacozza Annunziata:
Flag-bearer representing persistent, socially demanding volunteering through an exemplary journey of an unforgettable "Panettone Strike"



En
el hoy por hoy la narrativa contemporánea a menudo se envuelve en
complejidades y ambigüedades que nadie lee, y que, pese a todo, siguen proliferando insertas en miles de
páginas evanescentes llegando a ser tan aburridas como cualquier
historión de abuelito cuenta batallitas. También están los que suelen dárselas de
lectores empedernidos de magnifícas colecciones de obras famosas adquiridas para embellecer la biblioteca del salón aunque en realidad lo que prefieren es jugar a la brisca o al despistado, al
parchís o al dominó, y los más pijitos al ajedrez (por miedo, se dice, a acabar con cataratas que lo
dejen a uno más cegato que un topo si se deciden a deambular, aunque sea de
uvas a peras, por el mundo de las letras). También se da el caso de
que los hay que para no sentirse demasiado solos, y con mucha
resignación y estoicismo, mucha conformidad y paciencia, a lo mejor
hasta se determinan a hacerle la autopsia lectora a cualquier fiambre de
letra impresa, dándose el caso de que "haberlos haylos" que siguen teniendo validez y su
mensaje impreso todavía pueden generar buenas temperaturas a nuestras neuronas. Cierto también que el tostón
seboso ensalivado por algún bibliotecario guasón o, ¿quién sabe?, hasta enigmáticamente envenenado por un diabólico monje burgalés, enemigo de la risa y del buen humor, como el de "El Nombre de la Rosa", que no tragaba a James Bond, y que de tanto pasar páginas y descolorido por el uso inmisericorde del
tiempo, hoy, merced a la avanzada tecnología que nos invade, haya
muerto de repente e inclementemente se vea desparramado a montones
junto a los contenedores de basura de nuestras poco ahorrativas
ciudades. Da lo mismo. Ya sabemos que el hombre es animal de múltiples
menesteres y predilecciones, y por eso suele fallar en sus congruencias y
esmeros. Por lo general meterse en su relación con las inquietudes que
interiormente pueda alimentar, ya lo dijo en su "Ley de Conservación de
la Materia" aquel estupendo y astral pronosticador, además de químico y
biólogo, que fue el parisino Lavoisier del siglo XVIII: "Que tratar de buscarle sentido
al mundo de los humanos es como tratar de buscárselo al universo, donde
según Mr. Antoine L., nada se crea ni se destruye, sino que no hace más
que transformarse" Cierto, porque hoy, con tanto turismo espacial, hay que reconocer que Monsieur Lavoisier no andaba muy descaminado. Aunque todavía lo más evidente es que el hombre sigue aún sin
enterarse de nada que no sea el resultado de un partido de fútbol entre
contrincantes blancos, rojos, azules, o amarillos, como ya hicieron los
bizantinos hace 1500 años con sus carreras de cuádrigas rojas y azules, y que por lo
general acababan en verdaderas batallas campales en la gran Constantinopla. Y mientras tanto la política socialista que tantos panolis nos decidimos a votar sigue yéndose al garete tildada de Gobierno zombi con las actuales corruptelas "Abalísticas" de un espabilado y faldero "Luisito" y las "Cerdadas" de otro ex "Santo", hoy puestas en solfa a la espera de que estalle un nuevo sainete de disipación politiquera. Y quizás también por
eso tanta falta de lucidez mental sigue teniendo vigencia en lo que al
mundo de las letras se refiere. ¡Qué desconsideración podrían alegar los
más "leídos y escribidos", si es que todavía los hay, por pasar de largo de un Quijote
Cervantino o de aquellos ingentes Miserables de nuestro vecino francés
don V. Hugo!... Hubo un tal Pepón Cepeda (por poner un ejemplo) cuyo apolillado genograma aseguraba que era pariente de Santa Teresa. Y mira tú por
dónde, este Pepón de humilde rango abulense se distinguió por ser muy
aficionado a la lectura. Y antes de que se inventara el móvil y
funcionase Internet andaba siempre con un libro en la mano como si fuese un bicho raro entre una sociedad tan mal alfabetizada "¿Verdad, usted?" "¿Cómo no?" "Y que lo diga", después de una guerra tan amaestradora de aficiones fascistas que se llevó por delante a Lorcas y Hernandezs. "¿Y ésos quiénes fueron?" ¡Uff, vaya usted a saber, seguramente unos enteradillos que escribían torrijas poéticas!" "¡Ah, bueno, si era así!" Pero el Cepeda, no... No era como otros mozalbetes de su misma edad, 15 o 16 años, que no leían
más que los anuncios del autobús o del metro si por casualidad vivían en
el "Madriz" "zetazeo" como la tildan los euskeras de "Bilbo" y de la Bella Easo, o en Barcelona, ciudad esta donde los autóctonos que detentaban migas de pan en la sesera por empecinarse en no leer nada que no llevase como conjunción copulativa la "i" latina en vez de la "y" griega se "rayaban" ("palabro" hoy muy en boga) de manera muy diferente a como se rayan otros españoles mucho menos ulcerosos de condal estómago. Y por eso viene a cuento que las croquetas, sean de bacalao, de jamón o de "carn d'olla", si te las comes en Barcelona, con tanta pijería condesil y tanta "ratlladura" quisquillosa, se fríen muy bien y saben mejor. En Sevilla era aún mucho peor porque había más
adicción a las bulerías, a la afinidad caballerosa del Tío Pepe y a la
Macarena, hoy tan internacionalizada. Claro que la ciudad lo vale, porque a rumbosa no hay quien le gane. Y en Valencia son menos dinámicos y triunfalistas porque lo que más les levanta el ánimo son los "fartons" que engordan un montón y la traidora "orxata de xufa" que produce astringencia y desata las almorranas. Y fue en Zaragoza, de la que se dice que sus maños cantaban aquello de que "¡Cataluña y Aragón son un mismo corazón!", que no es más que un bulo histórico de la dictadura franquista y por eso no hay quien se lo crea, donde, por una de esas casualidades de las que tanto provee la vida, a Napoleón Bonaparte se le pusieron las almorranas que padecía como lombrices, parece ser que como resultado del rebote que cogió con la resistencia inesperada que opusieron a su invasión los valientes joteros y Aurora Bautista con sus desaforados "¡No pasaréis, franchutes!" en "Agustina de Aragón" durante la Guerra de la Independencia. El caso es que Napoleón no tuvo más remedio que pasear sus almorranas en triunfo por toda la Europa conquistada, y picándole también que es un contento cuando anduvo por el caluroso Egipto, aunque cuando se vio obligado a abandonar Moscú en pleno invierno ruso las almorranas se le quedaron como carámbanos en la misma entrada del contraído ano. Pero en fin, por no salirnos de nuevo del tema que nos ocupa, hay que aceptar que a los mozalbetes de hoy en día, sean de la ciudad que sean, se les da una higa todo lo que no sea
un anuncio de sabrosos bocadillos de "Pans and Company", "Mc. Donald's" o
"Buguer King". Y porque eso de estudiar está muy pasado de moda debido a la dichosa tecnología, de los historiones escritos no tienen ni la más pajolera idea porque los muy ilusos se creen que el mundo empezó cuando ellos nacieron y de que los dinausarios desaparecieron de nuestro planeta hace 60 millones de años, después de haber vivido en ella otros 300 millones, no es más que una trola prehístórica porque la Tierra no es tan antigua y esos bichejos gigantescos y nada mellados aún siguen paseándose por ahí en algún que otro "Parque Jurásico" turístico que se disponen a visitar en su luna de miel, que ya son ganas, y luego pasa lo que pasa. En fin. Y en cuanto a aquel Pepón Cepeda, que salió a su santa antepasada, lectora
acérrima de los versos sacros de su ascético contempóraneo de la Cruz, y
que mística escritora a su vez, se moría porque no se moría, aunque todavía no se haya averiguado el porqué de semejante enigma lingüistico, la cuestión es que Cepeda, como caso muy singular, se leía todos los días veinte o treinta páginas de cualquier libro que encontrara por una peseta de las
de antes en las concurridas y poco adquisitivas fiestas del mismo, por muy desconocido y
ajado que fuese el ejemplar y le importase un bledo quién fuera el
autor. Luego, como no era económicamente fuerte, lo revendía en alguna
tienducha de ésas que te los compraban (lo mismo que hoy) por cinco
céntimos el tocho. Si se los llegaba a leer enteros o no, eso no lo
sabremos nunca, pero lo que había que celebrar es que todavía fuera tan adicto a
la lectura (y que le durase), aunque por revenderlos a ese precio
irrisorio no se pudiera asegurar que Pepón fuese más listo que el hambre
como al parecer aseguraba su abuelo, aunque sí tan concienzudo como la
funda conventos de su antepasada... Alguien dijo que todos los hombres y
mujeres representan su papel en la historia, cierto, pero con
limitaciones, porque no hay que engañarse, a cada quisque lo único que
le importa es lo suyo. Los niños en las escuelas tampoco leen, porque
hoy prefieren la tablet que les regaló su tío por el cumpleaños.
Y es que los libros para ellos tienen mucho de arte misterioso, y los
críos no están para adentrarse en esas zarandajas escritas aunque
aprendan a leer a trancas y barrancas. Y porque si hay que enterarse de
algo, ya lo hemos dicho, con las tablets y hasta con el móvil que les deja papá
para que no den la lata en las cafeterías o en las comidas y cenas familiares, o con el del abuelito bobón y chocheante que siempre se lo
presta también hasta que se les acaba la batería, van que vuelan de contento y
de información con sus aliens bailarines y tanto emoji idiotizador en movimiento.

UN'INTRODUZIONE UMOROSAMENTE SOCIALE ALL'ABITUDINE DI LETTURA


{Nel mondo di oggi, la narrativa contemporanea è spesso avvolta in complessità e ambiguità che nessuno legge, eppure continuano a proliferare, incastonate in migliaia di pagine evanescenti, diventando noiose come qualsiasi vecchio racconto di guerra. Poi ci sono quelli che tendono a fingere di essere avidi lettori di magnifiche raccolte di opere famose acquisite per abbellire la libreria del soggiorno, anche se in realtà preferiscono giocare a brisca o a "descantado" (un gioco dell'"assurdo"), a Parcheesi (una partita a "parcheesi") o a domino. I più snob tra loro, a scacchi (per paura, si dice, di ritrovarsi con una cataratta che renderebbe ciechi più di una talpa se decidessero di vagare, anche solo di tanto in tanto, nel mondo delle lettere). C'è anche chi, per non sentirsi troppo solo, e con molta rassegnazione e stoicismo, molto conformismo e pazienza, può persino decidere di eseguire un'autopsia di lettura su qualsiasi materiale stampato, nel caso in cui "ce ne siano" di validi e il loro messaggio stampato possa ancora generare una buona temperatura nei nostri neuroni. È anche vero che la cosa unta e noiosa sputata addosso da qualche bibliotecario scherzoso o, chissà, persino enigmaticamente avvelenata da un diabolico monaco di Burgos, nemico del riso e del buonumore, come quello de "Il nome della rosa", che non sopportava James Bond, e che a forza di sfogliare le pagine e sbiadito dall'uso spietato del tempo, oggi, grazie alla tecnologia avanzata che ci invade, è improvvisamente morta e si sparpaglia senza pietà in mucchi accanto ai cassonetti della spazzatura delle nostre città poco parsimoniose. Non importa. Sappiamo già che l'umanità è un animale con molteplici bisogni e predilezioni, ed è per questo che tende a fallire nella sua congruenza e diligenza. È comune interferire nel suo rapporto con le preoccupazioni che potrebbe nutrire internamente, come affermato nella sua "Legge di Conservazione della Materia" da quel meraviglioso e astrale pronosticatore, nonché chimico e biologo, il parigino del XVIII secolo Lavoisier: "Cercare di dare un senso al mondo umano è come cercare di dare un senso all'universo, dove, secondo il signor Antoine L., nulla si crea o si distrugge, ma semplicemente si trasforma". Vero, perché oggi, con tutto questo turismo spaziale, dobbiamo ammettere che Monsieur Lavoisier non era poi così lontano dal vero. Anche se la cosa più ovvia è che l'uomo non ha ancora capito niente se non il risultato di una partita di calcio tra avversari bianchi, rossi, blu o gialli, proprio come facevano i Bizantini 1500 anni fa con le loro corse di carri rossi e blu, che di solito si concludevano con vere e proprie battaglie nella grande Costantinopoli. Nel frattempo, la politica socialista per cui tanti di noi idioti abbiamo deciso di votare continua a naufragare, bollata come un governo zombie, con l'attuale corruzione "abalistica" di un furbo cagnolino "Luisito" e la "sporcizia" di un altro ex "Santo", ora disprezzato, in attesa che esploda una nuova farsa di dissipazione politica. E forse è anche per questo che tanta mancanza di lucidità mentale permane ancora nel mondo delle lettere. Quale sconsideratezza potrebbe vantare il più "colto e istruito", se ancora ce ne sono, per aver tralasciato il Don Chisciotte di Cervantes o quegli immensi Miserabili del nostro vicino francese, Don V. Hugo!... C'era un certo Pepón Cepeda (per fare un esempio) il cui genogramma tarlato lo dichiarava parente di Santa Teresa. E guardate dove guardate, questo Pepón di umile rango, originario di Avila, si distingueva per la sua grande passione per la lettura. E prima dell'invenzione dei cellulari e di Internet, andava sempre in giro con un libro in mano, come se fosse una creatura rara in una società così poco alfabetizzata. "Vero, tu?" "Come è possibile?" "Puoi ripeterlo", dopo una guerra che ha talmente educato le inclinazioni fasciste da spazzare via Lorcas e Hernández. "E chi erano quelli?" "Uffa, chissà, probabilmente qualche saccente che scriveva torrijas poetiche?" "Ah, beh, era così!" Ma Cepeda, no... Non era come altri ragazzi della sua età, 15 o 16 anni, che leggevano gli annunci di autobus o metropolitana solo se per caso vivevano a "Madrid" "zetazeo" come la chiamano i baschi di "Bilbo" e del Bel Easo, o a Barcellona, una città dove gli autoctoni che avevano le briciole di pane in testa per essersi ostinati a non leggere nulla che non avesse la "i" latina come congiunzione copulativa al posto della "y" greca, "andavano fuori di testa" ("parola molto in voga oggi) in un modo molto diverso da come vanno fuori di testa altri spagnoli molto meno ulcerosi e con lo stomaco condale. Ed è per questo che è importante che le crocchette, che siano di baccalà, prosciutto o "carn" d'olla", se le mangi a Barcellona, con tutta la sua eleganza da condesil e la sua "ratlladura" elaborata, Friggono molto bene e hanno un sapore migliore. A Siviglia era ancora peggio perché c'era più dipendenza dalle bulerías, dall'affinità cavalleresca di Tío Pepe e dalla Macarena, oggi così internazionalizzata. Certo, la città merita, perché in quanto a rosea apparenza nessuno la batte. E a Valencia sono meno dinamici e trionfalisti perché ciò che più li solleva sono i "fartons" che fanno ingrassare a dismisura e la perfida "orxata de xufa" che produce astringenza e scioglie le emorroidi. E fu a Saragozza, dove si dice che i suoi abitanti cantassero "Catalogna e Aragona sono un solo cuore!", che non è altro che una bufala storica della dittatura franchista ed è per questo che nessuno ci crede, che, per una di quelle coincidenze che la vita ci regala così tante, a Napoleone Bonaparte vennero le emorroidi come vermi, apparentemente a causa del rimbalzo ottenuto dall'inaspettata resistenza opposta alla sua invasione dai coraggiosi joteros e da Aurora Bautista con il suo sfrenato "Non passerete, francesi!" in "Agustina de Aragón" durante la Guerra d'Indipendenza Spagnola. Il fatto è che Napoleone non aveva altra scelta che sfoggiare le sue emorroidi in trionfo in tutta l'Europa conquistata, e gli procurava anche prurito quando camminava nel caldo Egitto, anche se quando fu costretto ad abbandonare Mosca nel pieno dell'inverno russo, le sue emorroidi rimasero come ghiaccioli all'ingresso del suo ano contratto. Ma comunque, per restare in tema, dobbiamo accettare che ai giovani di oggi, indipendentemente dalla città da cui provengono, non importa niente di niente che non sia la pubblicità di gustosi panini di "Pans and Company", "Mc Donald's" o "Buguer King". E poiché studiare è decisamente fuori moda a causa di quella benedetta tecnologia, non hanno la minima idea della storia scritta perché quelle persone molto ingenue credono che il mondo sia iniziato quando sono nati loro e che i dinosauri siano scomparsi dal nostro pianeta 60 milioni di anni fa, dopo averci vissuto per altri 300 milioni, non è altro che una bugia preistorica perché la Terra non è poi così vecchia e quelle creature gigantesche e per niente dentate se ne vanno ancora in giro in qualche altro "Jurassic Park" turistico che andranno a visitare in luna di miele, il che è davvero desiderabile, e poi quello che succede, succede. Comunque. E quanto a quel Pepón Cepeda, che aveva preso dal suo santo antenato, fervente lettore dei versetti sacri del suo contemporaneo ascetico de la Cruz, e che era a sua volta uno scrittore mistico, stava morendo perché non stava morendo, anche se non era ancora stato scoperto la ragione di un simile enigma linguistico è che Cepeda, in un caso del tutto insolito, leggeva ogni giorno venti o trenta pagine di qualsiasi libro riuscisse a trovare per una peseta alle affollate e poco redditizie feste dell'epoca, indipendentemente da quanto fosse sconosciuta o usurata la copia e da chi ne fosse l'autore. Poi, non essendo finanziariamente forte, lo rivendeva in uno di quei negozietti che li compravano (proprio come oggi) a cinque centesimi al volume. Non sapremo mai se li abbia mai letti fino in fondo, ma ciò che valeva la pena celebrare era la sua continua dipendenza dalla lettura (e che questa durasse), sebbene rivenderli a quel prezzo ridicolo non potesse garantire che Pepón fosse più intelligente della fame, come a quanto pare sosteneva suo nonno, pur essendo coscienzioso quanto il fondatore del convento del suo antenato... Qualcuno una volta disse che tutti gli uomini e le donne hanno il loro ruolo nella storia, è vero, ma con dei limiti, perché diciamocelo, ognuno pensa solo ai propri interessi. Anche i bambini a scuola non leggono, perché oggi preferiscono il tablet che lo zio ha regalato loro per il compleanno. Il fatto è che i libri, per loro, hanno un'arte misteriosa, e i bambini non sono in grado di immergersi in quelle assurdità scritte, anche se imparano a leggere a proprie spese. E poiché se c'è qualcosa da imparare, come abbiamo già detto, con i tablet e persino con il cellulare che il papà lascia usare loro per non creare problemi al bar o ai pranzi e alle cene di famiglia, o con quello che il loro nonno sciocco e barcollante presta sempre loro finché non si scarica la batteria, sono così felici e pieni di informazioni con i loro alieni danzanti e tanti idioti emoji in movimento.}.
HUMOROUSLY SOCIAL INTRODUCTION TO THE HABIT OF READING

[In today's world, contemporary fiction is often wrapped in complexities and ambiguities that no one reads, and yet they continue to proliferate, embedded in thousands of evanescent pages, becoming as boring as any old war story. Then there are those who tend to pretend to be avid readers of magnificent collections of famous works acquired to embellish the living room bookshelf, even though in reality they prefer to play brisca or "descantado" (a game of "absurdity"), Parcheesi (a game of "parcheesi"), or dominoes. The more snobbish among them, chess (for fear, it is said, of ending up with cataracts that would leave one blinder than a mole if they decide to wander, even if only from time to time, through the world of letters).There are also those who, in order not to feel too alone, and with much resignation and stoicism, much conformity and patience, may even decide to perform a reading autopsy on any printed matter, just in case "there are those" who are still valid and their printed message can still generate a good temperature in our neurons. It's also true that the greasy boring thing spit on by some jokey librarian or, who knows, even enigmatically poisoned by a diabolical monk from Burgos, an enemy of laughter and good humor, like the one in "The Name of the Rose," who couldn't stand James Bond, and who from so many page-turns and faded by the merciless use of time, today, thanks to the advanced technology that invades us, has suddenly died and is mercilessly scattered in piles next to the garbage containers of our less-than-thrifty cities. It doesn't matter. We already know that humankind is an animal with multiple needs and predilections, and that's why it tends to fail in its congruence and diligence. It's common to interfere in its relationship with the concerns it may nurture internally, as stated in his "Law of Conservation of Matter" by that wonderful and astral prognosticator, as well as chemist and biologist, the 18th-century Parisian Lavoisier: "Trying to make sense of the human world is like trying to make sense of the universe, where, according to Mr. Antoine L., nothing is created or destroyed, but merely transforms." True, because today, with so much space tourism, we must admit that Monsieur Lavoisier wasn't far off the mark. Although the most obvious thing is that man still doesn't understand anything other than the result of a football match between white, red, blue, or yellow opponents, just as the Byzantines did 1,500 years ago with their red and blue chariot races, which usually ended in real-life battles in the great Constantinople. Meanwhile, the socialist policy that so many of us idiots decided to vote for continues to go down the drain, branded a zombie government, with the current "Abalistic" corruption of a clever, lapdog "Luisito" and the "Foulness" of another former "Saint," now being held in contempt, waiting for a new farce of political dissipation to erupt. And perhaps that is also why such a lack of mental clarity continues to be prevalent in the world of literature. What inconsideration could the most "well-read and well-educated" claim, if there still are any, for passing over Cervantes's Quixote or those immense Les Misérables by our French neighbor, Don V. Hugo!... There was a certain Pepón Cepeda (to give an example) whose moth-eaten genogram claimed he was a relative of Saint Teresa. And look where you look, this Pepón of humble rank from Avila distinguished himself by being very fond of reading. And before the invention of cell phones and the Internet, he always walked around with a book in his hand, as if he were a rare creature in such a poorly literate society. "Right, you?" "How could it be?" "You can say it again" after a war that so trained fascist inclinations that it swept away Lorcas and Hernandez. "And who were those?" "Ugh, who knows, probably some know-it-alls who wrote poetic torrijas?" "Ah, well, that's how it was!" But Cepeda, no... He wasn't like other lads his age, 15 or 16, who only read the bus or subway ads if by chance they lived in "Madriz" "zetazeo" as the Basques of "Bilbo" and the Beautiful Easo call it, or in Barcelona, a city where the natives who had breadcrumbs in their heads for insisting on not reading anything that didn't have the Latin "i" as a copulative conjunction instead of the Greek "y" were "freaking out" ("a word very much in vogue today) in a very different way from how other Spaniards who are much less ulcerous with a condal stomach freak out. And that's why it's relevant that croquettes, whether they are cod, ham or "carn" d'olla", if you eat them in Barcelona, with so much condesil-like poshness and so much fussy "ratlladura", they fry very well and taste better. In Seville it was even worse because there was more addiction to bulerías, to the chivalrous affinity of Tío Pepe and to the Macarena, so internationalized today. Of course, the city is worth it, because no one can beat its swagger. And in Valencia, they're less dynamic and triumphalist because what lifts their spirits the most are the fattening "fartons" and the treacherous "orxata de xufa" (or any other kind of "orxata de xufa"), which produces astringency and triggers hemorrhoids. And it was in Zaragoza, where it's said that its locals sang "Catalonia and Aragon are one heart!"—which is nothing more than a historical hoax from the Franco dictatorship, and that's why no one believes it—where, by one of those coincidences that life provides so many of, Napoleon Bonaparte's hemorrhoids turned into worms, apparently as a result of the unexpected resistance to his invasion put up by the brave joteros and Aurora Bautista with her unbridled "You shall not pass, Frenchies!" in "Agustina of Aragón" during the Peninsular Independence War. The fact is that Napoleon had no choice but to parade his hemorrhoids in triumph throughout conquered Europe, and itching him too when he walked through hot Egypt, although when he was forced to abandon Moscow in the middle of the Russian winter, his hemorrhoids remained like icicles at the very entrance of his contracted anus. But anyway, to stay on topic again, we have to accept that today's youngsters, regardless of the city they're from, don't give a damn about anything that isn't an advertisement for tasty sandwiches from "Pans and Company," "McDonald's," or "Burger King." And because studying is so outdated due to that damn technology, they don't have the slightest idea about written history because those naive people believe that the world began when they were born and that dinosaurs disappeared from our planet 60 million years ago, after having lived on it for another 300 million. It's nothing more than a prehistoric hoax because the Earth isn't that old and those gigantic, not-at-all-notched creatures are still wandering around in some tourist "Jurassic Park" they're going to visit on their honeymoon, which is really something, and then what happens, happens. Anyway. And as for that Pepón Cepeda, who took after his saintly ancestor, a devoted reader of the sacred verses of her ascetic contemporary, De la Cruz, and a mystical writer herself, he died because he wouldn't die, although the reason for such a linguistic enigma has yet to be discovered. The fact is that Cepeda, in a very unusual case, read twenty or thirty pages every day of any book he could find for one peseta at the crowded and unprofitable festivals of the same name, no matter how unknown or worn the copy was, and he didn't care a fig who the author was. Then, since he wasn't financially strong, he would resell it in one of those little shops that would buy them (just as they do today) for five cents a tome. Whether he ever read them all the way through, we'll never know, but what was worth celebrating was that he was still so addicted to reading (and that it lasted), even though reselling them at that ridiculous price couldn't guarantee that Pepón was smarter than hunger, as his grandfather apparently claimed, although he was as conscientious as his ancestor's convent founder... Someone once said that all men and women play their part in history, true, but with limitations, because let's face it, everyone only cares about their own things. Children in school don't read either, because today they prefer the tablet their uncle gave them for their birthday. The fact is that books, for them, have a lot of mysterious art, and children aren't up to delving into that written nonsense, even if they learn to read the hard way. And because if there's something to be learned, as we've already said, with tablets and even the cell phone their dad lets them use so they don't cause trouble in cafes or at family lunches and dinners, or with the one their silly, doddering grandpa always lends them until the battery runs out, they're so happy and full of information with their dancing aliens and so many idiotic moving emojis.]
-¡¡Guidooo!! ¡¡Guidoooo!!Malacozza Annunziata bajaba en un viejo biciclo heredado de su padre por
la cuesta resbaladiza y embarrada que había dejado tras de sí la fría y
lluviosa jornada. Llegaba del súper cargada con vituallas de primera
necesidad en la cestilla trasera de la bicicleta y con dos bolsas que
colgaban a izquierda y derecha del manillar. Traía la cara aterida, con
un tinte amoratado, y se agarraba con fuerza al húmedo manubrio,
conteniendo la respiración y tratando de superar la sensación de vértigo
que le producía la bajada por el declive fangoso que conducía a una de
las jocosamente llamadas case a schiera (casas adosadas), que se
alzaban aisladas en medio del silencio y de la rural soledad en los
hibernados campos próximos al bullanguero laberinto de calles medievales
que formaba la capital del Piamonte, la histórica Torino. La proporción
geométrica de la rústica barriada formaba en realidad una hinchazón de
pobreza que contrastaba con el conglomerado multiforme y bullicioso de
la gran ciudad de la "Sábana Santa" a la que, por su distancia y por
hallarse enclavada en la zona industriale, parecía no pertenecer.
No muy lejos, en la parte alta del declive, se hallaba la carretera
comarcal que entraba en Torino por su lado más antiguo, la Venaria Reale,
apartada así de las modernas autovías que la unían a Génova y Milán.
Cercanas al barrio de clase media corrían también las vías ferroviarias
que comunicaban la capital piamontesa tanto con Milán como con Roma al
sur.
-Pero ¿cuando coño se acabará esta huelga?- preguntó Guido mientras cargaba con la cestilla y las bolsas.
-¡Cuando el director se baje los pantalones!- replicó Annunziata con un
sonoro gruñido- ¡Mi madre, qué frío! Venga, venga, que hay que meterse
en casa- jaleó a su cuñado y a los niños.
-De la huelga del año pasado te libraste. Pero al final vas a conseguir
que te metan en la cárcel de una vez- vaticinó su cuñado.
-Deja que me metan en la cárcel, ¡mejor para mí!- fingió despreocuparse
Annunziata- Así haré vacaciones,... que nunca las he tenido. Y ayúdame a
subir la cuesta con esta maldita bicicleta, que me duelen todos los
huesos... ¡Maldita sea!, como me den el aumento, te juro que me compro
una moto.
{-Guidoo!! Guidoo!!
Malacozza Annunziata stava scendendo lungo il pendio scivoloso e fangoso lasciato dalla giornata fredda e piovosa su una vecchia bicicletta ereditata da suo padre. Era arrivata dal supermercato carica di beni di prima necessità nel cestino posteriore e di due borse appese al manubrio a sinistra e a destra. Aveva il viso intorpidito, di un pallore violaceo, e stringeva forte il manubrio bagnato, trattenendo il respiro e cercando di superare la sensazione di vertigine causata dalla discesa lungo il pendio fangoso che portava a una di quelle case a schiera scherzosamente chiamate, che sorgevano isolate nel silenzio e nella solitudine rurale dei campi invernali vicino al vivace labirinto di strade medievali che formavano il capoluogo del Piemonte, la storica Torino. Le proporzioni geometriche del quartiere rustico formavano in realtà un'esplosione di povertà che contrastava con il multiforme e brulicante agglomerato della grande città della "Sacra Sindone", alla quale, per la distanza e la posizione nella zona industriale, sembrava non appartenere. Non lontano, in cima al pendio, correva la strada regionale che entrava a Torino dal suo lato più antico, la Venaria Reale, quindi separata dalle moderne autostrade che la collegavano a Genova e Milano. Adiacente al quartiere borghese correvano anche le linee ferroviarie che collegavano il capoluogo piemontese sia con Milano che con Roma, a sud.
-Ma quando diavolo finirà questo sciopero?- chiese Guido mentre portava il cesto e le borse.
-Quando il direttore si calerà i pantaloni!- ribatté Annunziata con un forte grugnito. -Mamma mia, che freddo! Dai, dai, dobbiamo tornare a casa- incitò il cognato e i bambini.
-Sei scampata allo sciopero l'anno scorso. Ma alla fine ti faranno finire in prigione per sempre-, predisse suo cognato.-Che mi mettano in prigione, è meglio per me!- Annunziata finse di non preoccuparsi. -Così avrò una vacanza... Non l'ho mai avuta. E aiutami a salire su questa dannata moto, mi fa male ogni osso del corpo... Dannazione! Se mi danno quell'aumento, giuro che mi compro una moto.}
Malacozza Annunziata was riding down the slippery, muddy slope left behind by the cold and rainy day on an old bicycle she'd inherited from her father. She'd arrived from the supermarket loaded with essential supplies in the rear basket and two bags hanging from the handlebars to the left and right. Her face was numb, a shade of purple, and she gripped the wet handlebars tightly, holding her breath and trying to overcome the feeling of vertigo caused by the descent down the muddy slope that led to one of the jokingly named "case a schiera" (terraced houses), which stood isolated amidst the silence and rural solitude in the wintery fields near the bustling labyrinth of medieval streets that formed the capital of Piedmont, historic Turin. The geometric proportions of the rustic neighborhood actually formed a swelling of poverty that contrasted with the multiform and bustling conglomeration of the great city of the "Holy Shroud," to which, due to its distance and its location in the industrial zone, it seemed not to belong. Not far away, at the top of the slope, lay the regional road that entered Turin on its oldest side, the Venaria Reale, thus removed from the modern highways that linked it to Genoa and Milan. Close to the middle-class neighborhood also ran the railway lines that connected the Piedmontese capital with both Milan and Rome to the south.
-But when the hell will this strike end?- asked Guido as he carried the basket and bags.
-When the director drops his pants!- Annunziata retorted with a loud grunt. -My mother, it's so cold! Come on, come on, we have to get home- she urged her brother-in-law and the children.
-You escaped the strike last year. But in the end, you're going to get yourself thrown in jail for good- her brother-in-law predicted.
-Let them put me in jail, it's better for me!- Annunziata pretended to be unconcerned.-That way I'll have a vacation... I've never had one. And help me get up the hill on this damn bike, every bone in my body hurts... Damn it! If they give me that raise, I swear I'll buy a motorcycle.]

Al esfuerzo muscular para subir la cuesta se unió también Sandrino el
tonto, una especie de fantoche con cara de murciélago (de hecho le
apodaban "pipistrello"), que vestía unos pantalones enormes y una
guerrera militar hecha jirones que parecía de la época fascista. Se
envolvía también en un desastrado capote, se calzaba con unas enormes
botas y se cubría con un absurdo sombrero emplumado, todo hallado Dios
sabía donde. El pobre Sandrino vivía en un chamizo cercano, y solía
pasearse por el barrio mendigando la caridad de sus habitantes. Su
lenguaje, que se articulaba entre palabras ininteligibles, iba casi
siempre acompañado de sonoras carcajadas.
-¡Caugh, caugh!, ya está aquí el tonto este- Carraspeó nerviosa Annunziatta mientras pipistrello se
emperraba en empujar junto a Guido la bicicleta por la cuesta-
¡Cuidado, que me vais a matar entre los dos! Y el idiota, míralo, no
para de reír.
Cuando Annunziata logró enfilar de nuevo la vieja carretera, Sandrino empezó una absurda carrera junto a la ciclista.
-Pero ¿qué haces, "atontao"? ¡Aparta, que no me dejas ver! -exclamó
Annunziata, mientras Sandrino, entre risas babosas y carrerillas, la
saludaba ahora al estilo militar- ¡Que te quites, ya, coño, y no me
saludes más!
De pronto, frente a ella, apareció una furgoneta de la Fábrica "Panettone Mimo"
que parecía dispuesta a embestirla. Annunziata intentó maniobrar la
bicicleta y estornudó un par de veces estrepitosamente. El ataque de la
furgoneta se acentuaba por segundos. El conductor de la misma, que
parecía haber salido de una repentina pesadilla, iba flechado hasta
ella con plena satisfacción.
-¡Mi madre! Pero, ¿qué hace el bestia ese? ¡Me quiere atropellar!- no salía de su asombro Annunziata.
Fue una pausa dramática, tras el súbito protagonismo de la furgoneta.
Annunziata lanzó un grito. Sus sospechas fueron fácilmente comprobables.
El vehículo había logrado despedir bicicleta y conductora hacía la
cuneta, desapareciendo mientras Annunziata rodaba por la hierba húmeda
creyéndose ya medio muerta, y pipistrello, que había asistido al accidente, no cesaba de reír y saludar militarmente, como a un caído en combate, a la pobre víctima.
-¡Mi madre, qué culetazo!- gritó Annunziata, sin poder alzarse del
suelo- ¡Mi brazo, creo que me he roto el brazo! El muy hijo de mala
madre... ¡quería matarme! ¡Tengo los huesos hechos trizas! ¡Y tú -a
Sandrino- deja de reírte, "atontao"! ¡Caugh, caugh!... ¡Llama a
alguien,... que me muero... vuelve al barrio! ¡Socorrooo, socorrooo,...
que la voy a palmar!... Pipistrello, a ver si te enteras, ¡no te
he dicho que llames a alguien de una vez! ¡Maldita suerte, yo muriéndome
y la única ayuda que tengo es la del idiota este!
{A rendere più faticosa la salita c'era Sandrino il Matto, una specie di pupazzo con la faccia da pipistrello (infatti, lo soprannominavano "pipistrello"), che indossava pantaloni enormi e una giacca militare sdrucita che sembrava risalire all'epoca fascista. Si avvolgeva anche in un mantello lacero, indossava stivali enormi e si copriva con un assurdo cappello piumato, il tutto trovato chissà dove. Il povero Sandrino viveva in una baracca lì vicino e si aggirava per il quartiere chiedendo l'elemosina agli abitanti. Il suo discorso, articolato con parole incomprensibili, era quasi sempre accompagnato da forti risate.
-Ahi, ahi! Arriva questo idiota!" Annunziatta si schiarì nervosamente la voce mentre Pipistrello insisteva per spingere la bicicletta su per la collina insieme a Guido. "Attento, mi ammazzate tutti e due!" E l'idiota, guardatelo, non riesce a smettere di ridere.
Quando Annunziata riuscì a tornare sulla vecchia strada, Sandrino iniziò una corsa assurda a fianco del ciclista.
-Che fai, idiota? Spostati, non ti fai vedere!- esclamò Annunziata, mentre Sandrino, tra risatine sbavanti e corse in giro, la salutava ora in stile militare. -Togliti di mezzo, accidenti, e non salutarmi più!
Improvvisamente, un furgone della fabbrica "Panettone Mimo" le apparve davanti, pronto a speronarla. Annunziata cercò di manovrare la bici e starnutì rumorosamente un paio di volte. L'attacco del furgone peggiorò di secondo in secondo. L'autista, che sembrava uscito da un incubo improvviso, si scagliò contro di lei con completa soddisfazione.
-Santo cielo! Cosa sta facendo quella bestia? Sta cercando di investirmi!- Annunziata non riuscì a contenere il suo stupore.
Ci fu una pausa drammatica dopo l'improvvisa comparsa del furgone. Annunziata emise un grido. I suoi sospetti furono facilmente confermati. Il veicolo era riuscito a scagliare la bicicletta e il suo conducente nel fosso, scomparendo mentre Annunziata rotolava nell'erba bagnata, credendosi già mezza morta. Pipistrello, che aveva assistito all'incidente, non riusciva a smettere di ridere e di salutare la povera vittima, come un caduto in combattimento.
-Mamma mia, che stronza!- gridò Annunziata, incapace di alzarsi da terra. -Il braccio, credo di essermi rotta il braccio! Quel figlio di puttana... voleva uccidermi! Ho le ossa rotte! E tu – a Sandrino – smettila di ridere, idiota! Uffa, uccida!... Chiama qualcuno... Sto morendo... torna al quartiere!" Aiuto, aiuto, sto morendo!... Pipistrello, capisci, non ti avevo detto di chiamare subito qualcuno? Che sfortuna, sto morendo e l'unico aiuto che ho è da questo idiota!}
[Adding to the muscular effort of climbing the hill was Sandrino the Fool, a sort of bat-faced puppet (in fact, they nicknamed him "pipistrello"), who wore enormous trousers and a tattered military jacket that looked like it was from the Fascist era. He also wrapped himself in a ragged cloak, wore enormous boots, and covered himself with an absurd feathered hat, all found God knew where. Poor Sandrino lived in a nearby shack and used to wander around the neighborhood begging for charity from its residents. His speech, which was articulated in unintelligible words, was almost always accompanied by loud laughter.
-Caugh, caugh! Here comes this idiot!- Annunziatta nervously cleared her throat while Pipistrello insisted on pushing the bicycle up the hill with Guido. -Careful, you'll both kill me!- And the idiot, look at him, he can't stop laughing.
When Annunziata managed to get back on the old road, Sandrino began a ludicrous race alongside the cyclist.
-What are you doing, you idiot? Move over, you're not letting me see you!- Annunziata exclaimed, while Sandrino, between slobbering giggles and running around, now saluted her military-style. -Get out of the way, damn it, and don't salute me again!
Suddenly, a van from the "Panettone Mimo" factory appeared in front of her, looking ready to ram her. Annunziata tried to maneuver the bike and sneezed loudly a couple of times. The van's attack grew worse by the second. The driver, who seemed to have emerged from a sudden nightmare, was hurling himself at her with complete satisfaction.
-My goodness! What's that beast doing? He's trying to run me over!- Annunziata couldn't contain her astonishment.
There was a dramatic pause after the van's sudden prominence. Annunziata let out a scream. Her suspicions were easily confirmed. The vehicle had managed to throw the bicycle and its rider into the ditch, disappearing while Annunziata rolled in the wet grass, already thinking she was half dead. Pipistrello, who had witnessed the accident, couldn't stop laughing and saluting the poor victim, like someone fallen in combat.
-My mother, what a butt!- Annunziata cried, unable to get up from the ground. -My arm, I think I broke my arm! The son of a bitch... he wanted to kill me! My bones are shattered! And you—to Sandrino—stop laughing, you idiot! Caugh, caugh!... Call someone... I'm dying... go back to the neighborhood!" Help, help, I'm going to die!... Pipistrello, get this straight, didn't I tell you to call someone right now! Damn luck, I'm dying and the only help I have is from this idiot!]