miércoles, 6 de noviembre de 2019

CALVINO: la antorcha suiza del fanatismo doctrinal, totalitario y nacionalista -I-


CALVINO: la antorcha suiza del fanatismo doctrinal, totalitario  y nacionalista -I-





 Autor: Tassilon-Stavros

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Su verdadero nombre era Jehan Cauvin, que, una vez latinizado por el clero Romano pasó a ser conocido como Jehan Calvino. Nació en Noyon, Picardía francesa, el 10 de julio de 1509. La villa, por el entonces, no era más que un pequeño burgo francés dominado por su catedral y el obispo, vértice de la jerarquía junto con un gobernador subalterno del clero, del cual dependía una feble gerencia y la justicia. Hijo de  Gérard Cauvin y Jeanne Lefranc. Gérard era secretario administrativo de la diócesis, pero cayó en desgracia por motivos disciplinarios y no tardó en ser excomulgado por su obispo. A su muerte, junto con el anatema y las consecuencias de condenación eterna que ello conllevaba, le fue negada también la inhumación en el cementerio católico. Tras una lucha denodada con el estamento religioso de Noyon, la familia consiguió el permiso para que sus restos descansaran en lugar sagrado. Probablemente, este oscurantista y correctivo episodio perpetrado en la figura paterna influyera en la posterior apostasía de Jehan.

Huérfano de madre, siendo todavía un niño, su infancia, dependiente de una madrina, resultó penosa. Cuando contaba 14 años, fue destinado definitivamente al sacerdocio junto a sus dos hermanos. No obstante, Gérard siempre había querido que su hijo se doctorase en Leyes. Antes había cursado estudios eclesiásticos en el "Collège de la Marche". Asistió al "Collège de Montaigne" en París. Había ingresado en 1523,  y lo abandonó en 1528, el mismo año en que se incorporaba Ignacio de Loyola. Calvino destacó siempre como alumno aventajado, pero tímido, taciturno, y religioso hasta la más irritante gazmoñería. Estas actitudes, junto a su talante escrupulosamente aplicado y sus aires de moralista, le valieron el total desafecto de sus compañeros.

El estudio de Derecho debió afinar en el joven su futura vocación de feroz reprobador de la moral reinante en París. Tanto es así, que, en poco tiempo, acabaría emplazado en una casuística meticulosa frente a cualquier tipo de insidias que creyera tener por delante, alineándose con la escrupulosidad exagerada de Ignacio y sus jesuitas. Asistió también a las universidades de Orleáns y Bourgues. En 1532, ya doctorado en Derecho, en Orleáns, y en abril de ese mismo año, cuando contaba 22 años, el futuro puritano, despiadado castigador de los pecados y generoso dispensador del infierno, logró publicar un erudito elegio sobre "De Clementia"("De la clemencia") de Séneca.



Como aventajado jurista, entraría en contacto con ambientes intelectuales que tenían por maestros a un tal Roussel, amigo y consejero de Margarita de Angulema (más tarde de Navarra), hermana del rey Francisco I de Francia, [escritora y humanista, y futura autora del "Heptameron", su obra más conocida, siguiendo el modelo del  "Decameron" de Bocaccio], y a Nicolás Cop, rector de la Universidad de la Sorbona. Junto a ellos, entraría en contacto con la teología reformista que trataba de imponer en Alemania Martin Luther (Lutero).

Roussel y Cop conocían ya las obras de Lutero, y mostraban vivo interés en sus teorías. En la introducción del año académico de 1533, Cop, ante algunos de sus jóvenes universitarios, se extendió en una pública exégesis con respecto a la brillante personalidad de Lutero, y se dice que Calvino colaboró en la redacción del texto. Cop defendió la doctrina de la justificación por los méritos de Cristo, pero a la vez  protestó contra los ataques y persecuciones de que eran objeto los que disentían de la Iglesia de Roma: "Herejes, seductores, impostores malditos, así tienen la costumbre el mundo y los malvados de llamar a aquellos que pura y simplemente se esfuerzan en insinuar el evangelio en el alma de los fieles (...) Ojalá podáis, en ese periodo infeliz, traer la paz a la Iglesia más bien con la palabra que con la espada".

No obstante, profesores y muchos estudiantes reaccionaron violentamente contra la doctrina de la predestinación que desarrollara el sacerdote alemán, y acusaron de herejía a los que, aunque fuese con cierta cautela, como Calvino, Roussel y Cop, la aprobaban. El Parlamento francés, un mes más tarde, inició un proceso contra el rector de la universidad parisiense. Cop  fue sancionado con una multa de 300 florines. Y cuando se dirigía al Parlamento para responder al sumario que se había redactado en su contra y a negarse a hacer efectivo el gravamen impuesto, un amigo diputado le envió una nota advirtiéndole que su vida había sido puesta a precio, y huyera lo antes posible de París.


Cop se refugiaría en Basilea, al tiempo que una orden de captura se dictaba también contra Roussel y Calvino, que huyeron a las montañas. Calvino se escondió en casa de un amigo, en Angulema. Allí permanecio durante unos meses, para regresar después a su ciudad natal, Noyon. La orden de persecución se extendió por toda Francia, y Calvino fue dos veces detenido, y dos veces puesto en libertad. Cuando supo que la tempestad ocasionada por la lectura del texto que elogiaba a Lutero parecía haberse calmado, regresó a París. Su llegada, no obstante, resultó poco afortunada ya que coincidió con un nuevo y violento aluvión de protestas por parte de profesores, estudiantes, y clero contra la provocación ejercida por algunos extremistas que habían fijado en las paredes manifiestos protestantes. Calvino estuvo a punto de ser víctima de la enfurecida represión que ordenara el rey de Francia.

Perturbado así por las desatadas discordias doctrinales que se habían suscitado en París, melancólico y con miedo a los sucesivos atentados perpetrados contra él, a duras penas halló la forma de huir y refugiarse en Basilea, donde se encontró de nuevo con Nicolás Cop. Calvino tenía por el entonces 26 años, y en la villa helvética puso manos a la obra que debía hacer de él el más grande personaje de la Reforma junto con Martin Lutero: "Los principios de la religión cristiana" El joven Calvino se hacía eco de la Teología Reformada del sacerdote alemán, negando, como él, la autoridad de la Iglesia de Roma por derecho divino. No aceptaba tampoco la sucesión apostólica desde el predicador Pedro. La Biblia se convertía así en la única regla para regirse en la fe y la conducta del nuevo cristiano ("Sola fides, sola Scriptura"), y no existía más justificación doctrinal del hombre que la que se infería por medio de la gracia.                                                                                  
                                              
                                            "Los principios de la religión cristiana"  



Compuesto en latín y publicado en unos centenares de ejemplares, el libro se agotó con tal rapidez que el editor se apresuró a imprimir una segunda edición ampliada. Pero Calvino, considerando el gran número de lectores que lo seguía, preparó una tercera en francés. Resulta complicado establecer si el éxito que obtuvo se debió al contenido o a la prosa ajustada y tersa que aún se considera una obra maestra de estilística. El hecho es que, desde aquel momento en adelante, y durante toda su vida, se limitó a publicar el mismo texto, enriqueciéndolo de vez en cuando, hasta que llegó a superar las mil páginas.



La obra se abre con un patético llamamiento al rey cuya conducta permitía a Calvino abrigar la esperanza de ganarlo para su causa. En efecto, Francisco I se había mostrado ante toda Europa como Padre y Restaurador de las Letras, mecenas del pintor italiano Andrea del Santo y del genio Leonardo da Vinci, y férreo opositor al católico emperador hispano-alemán Carlos I de España y V de Alemania. El rey francés perseguía a los protestantes franceses, pero al mismo tiempo invitaba a los alemanes a aliarse con él en la lucha contra Carlos V. Del plano político el libro pasa al teológico para afirmar antes que nada el concepto de la predestinación. Un Cristo que absuelve o condena a sus criaturas antes de que nazcan e independientemente de sus méritos y faltas, como reconoce Calvino, puede parecer inicuo a la razón del hombre. Pero el error estriba en atribuir a ese razonamiento humano el poder de comprender las razones de Dios. Y además, esto no significa que rezar y practicar las virtudes cristianas sea inútil. Significa únicamente que no bastan para modificar nuestro destino. Basta tan sólo para cumplir con un  deber, del cual debemos ser pagados por nosotros mismos.

La Iglesia, como organización terrenal del reino de Dios, es un fraude que vive de otros fraudes: comenzando, según el más árido Calvino, por aquella sacrílega pretensión de transformar en la misa, materialmente, el vino y la hostia en la sangre y el cuerpo de Jesucristo, y terminando por el culto idólatra a las imágenes, que viola abiertamente el segundo mandamiento que prohibe abusar del nombre de Dios. ["Vean cómo los hombres, que no son más que lombrices y estiércol, se consideran iguales a Dios. Y todo se hace bajo los auspicios de la llamada "Iglesia". Pero Pablo nos advierte que busquemos esa Iglesia que sostiene la doctrina pura, porque es sólo por este medio que somos adoptados como hijos de Dios" "Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa"]

La verdadera Iglesia es la comunidad de los destinados a la Gracia, no de todos los cristianos, y es invisible porque no es dado saber cuántos son aquéllos. Hay también una Iglesia visible, representada por los que profesan la misma fe y la practican mediante una vida ejemplar y la participación del Bautismo y la Eucaristía, únicos sacramentos que Calvino reconoce. Esta Iglesia es divina porque ha recibido de Dios el mandato de regular las costumbres, la moralidad, la conciencia y el alma de la sociedad cristiana. Por esto, la autoridad secular, el Estado, debe someterse a ella y convertirse en instrumento de defensa contra la corrupción y la idolatría, que en el vocabulario de Calvino es sinónimo de reprobable catolicismo.

Como se advierte, el pensamiento de Calvino sigue los mismos fundamentos de Lutero. Deja fuera de discusión al Humanismo y al Renacimiento, es decir, todos los valores de la cultura contemporánea y arroja al hombre otra vez a los terrores del más oscuro Medievo dejándolo a merced de un Dios despiadado que no concede siquiera la facultad de mudar el propio destino mediante la plegaria y las acciones. A simple vista, parece increíble que un credo semejante ganase para su causa, la causa de la desesperación, a casi toda Suiza, buena parte de Francia y de Inglaterra, Escocia y América del Norte. Calvino demuestra así que estaba profundamente convencido de pertenecer a los pocos elegidos destinados a la salvación. Y sus lectores se sintieron contagiados de esa certeza. Este orgulloso sentimiento de pertenecer a una minoría predilecta de Dios multiplicó sus fuerzas, el valor, la osadía y el espíritu misionero de los puritanos ingleses, de los patriotas holandeses en rebelión contra el Imperio Español, de los "hugonotes" (movimiento político y religioso de índole protestante nacido en Francia), y de los "Padres Peregrinos" que en el siglo siguiente irían a colonizar el nuevo continente. Para ellos, la fe en Dios era la fe en sí mismos, la mejor simiente que haría fructificar cualquier empresa pionera y, por aquellos tiempos, conquistadora.

En la práctica, la teoría religiosa de Calvino se transformaba en el más voluntarioso de todos los credos. El capitalismo, la epopeya colonizadora americana, y más tarde la revolución industrial, o sea, todas las grandes aventuras del mundo moderno, se inician, según Max Weber, filósofo, economista y jurista, con el espíritu de cruzada que Calvino supo infundir a sus seguidores, persuadiéndolos de que eran, en un mundo de condenados, "los únicos verdaderamente ungidos por el Señor", y que el signo de esta divina predilección era el logro del éxito contra todos los obstáculos. Con esto, la riqueza y el poder dejaban de ser ambiciones mundanas para convertirse en deberes morales, manifestaciones de la Gracia, y garantías para el más allá. En estos principios y conocimientos están totalmente compendiados el moderno Occidente y en particular el de Norteamérica.


 

 






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