sábado, 12 de noviembre de 2022

La Hiperestésica

Autor: Ramón Gómez de la Serna "Hubo un momento en que el padre de Elvira dijo a su esposa, en la hora íntima: -¿Sabes que parece que nos ha salido un pajarito inquieto?-... La verdad era que Elvira tenía el tipo raro de pájaro, ávida hacia delante siempre, tocada con sombreritos que apuntaban en visera y con la nariz encandilada... No dejaba caer un alfiler negro en un jardín, por si lo comía un pájaro, y dormía con una mano en la boca y otra en salva sea la parte, para que no entrase el diablo en ella mientras dormía... Elvira vivía como enjaulada en aquel amor de sus padres y en aquella vigilancia con que la perseguían, y sólo se dispuso a ser lo que sentía que era cuando, muertos sus padres, con poco intervalo entre uno y otro, se sentó en la mesa intacta de papá y supo firmar los primeros cheques, dejando la pluma desvanecida entre los granos azules, que eran como el calmante de los despilfarros. En aquella soledad del gran caserío, Elvira comenzó a sentir la viva impresión de las cosas... Se tornó insensible a las personas, como tipos completos, y sólo encontraba en ellas un síntoma agudo. Aquel pelmazo de Darío, que iba a verla para alegrarla con su sorna vulgar, no era para ella más que una insoportable sortija de sello... Gertrudis, la amiga un poco coja, que buscaba la butaca más cómoda para hacer la visita, era la mujer que le llenaba de horquillas toda la casa. La odiaba, como mujer de cabellos cortos, que ya no usa horquillas. Teresa, la amiga de las congregaciones y cofradías, la atacaba con aquella rubiez sedienta, que la desesperaba no poder regar como a una maceta reseca... Aquella sensibilidad disparada que encontraba la mueca especial de cada cosa, influía ya en sus determinaciones y la obligaba a obrar bajo su imperio... Rompió el tibor chino, para que el dragón que lo decoraba, y que parecía quererla encantar, viese que no le tenía miedo; hizo quitar los vitrales, porque la aprisionaban y la teñían. A Juan, el criado antiguo de labio partido, le dio pensión, con tal de no verle aquel labio que parecía acabar de recibir una cuchillada... A su ama seca, al vieja Casilda, la envió al pueblo porque sospechaba que era una bruja temible. Se encontraba las venas abultadas y creía ver en eso la arteriosclerosis, despachando a varios médicos porque no querían encontrarla enferma del corazón. Se quedaba oyendo los relojes, como si comprobase el ritmo de su corazón, y se encontraba atrasada o adelantada de ritmo según los días. -Hoy es un día sin vida- decía de algún día gris y lánguido-..."
 

                                                                                 Tassilon-Stavros

 
La hiperestésica Elvira se incorpora, a través del extraordinario sentido de la observación que nos ofrece la magistral brillantez de la prosa de Ramón Gómez de la Serna, a una polémica, casi acusadora y absurda en su crueldad, de la dimensión humana en su sentido de aislamiento interno más feroz, y en el que se conjuran una miríada de meditativas emociones, a caballo entre el humorismo y el drama, e introspectivos sentimientos inquietantes en los que persiste una única verdad básica: la de la autodestrucción. Elvira, no obstante, partiendo de sus propias experiencias y observaciones, en su convicción de ser una mujer que se abstrae completamente en una desesperada acumulación de sutilezas virulentas, a veces salvajes, puede mostrarse al mismo tiempo orgullosa y triunfante consigo misma y sus terroríficas manías, aunque permanezca atrapada (sin hacerse eco del grave peligro que la acecha) en esa terrible sensación de una especie de redención que le escarba por dentro ofreciéndole una afirmación de auxilio, una complacencia lúgubre en su hallazgo lunático ante tanta imaginaria imperfección como creer observar en todo y todos cuanto la rodean, y que ella, por supuesto, señala como a insoportables cicatrices de las que invariablemente están llenas la existencia. Y en esa escala de verdad que ella cree poder vislumbrar como no lo haría cualquier otro ser humano, acaba por convertirse en una heroína, dada su tenaz "expresión, casi artística, de fe en sí misma"; convencida en todo momento de que se abre paso en su vida en un intento sobrehumano por castigar la permanencia insoportable de tanto horror. Y aunque su obsesivo deambular por cuantas imperfecciones cree observar y que tanto la atormentan, sumiéndola en la más dolorosa y dislocada sensación de abandono frente al mundo, no duda en aferrarse de igual forma a la vida, tal es su orgullosa propensión por reestructurar el espacio dominante que conforma el trágico sufrimiento de su hiperestesia. El análisis emotivo, sus inhibiciones, sus tormentos intuitivos frente a sus situaciones sociales siguen, no obstante, obrando de forma efectiva en su interior como compromisos sentimentales, en todo momento detestables, pero a los que jamás conseguirá mantener a raya. Crea una responsabilidad rugiente entre reacciones de repulsión que la invaden de un modo terrible; vive enfrentada a las presiones de una fealdad vivencial que flota en un mundo imperfecto; un escenario cerrado que la abrasa entre los fuegos de su propio infierno; averno del que Elvira y su maníaca minuciosidad perfeccionista cree, pese a todo, salir siempre indemne, bien que "chamuscada". No obstante, Elvira jamás se nos muestra sumamente desdichada por algo, establece y resuelve sus trastornos que hilvana en extremo satisfecha, silenciosa y sacrificada, como si realmente llevara a cabo la disección de un mundo deforme. Pero hay en su oposición a tanta fealdad un concepto básico de inocencia. Y por eso mismo su infierno resulta al cabo un paliativo a su esquizofrenia. Confía a pies juntillas en su ingenio "incomparable" por ser capaz de ver lo que nadie ve. Y admite una implicación de ironía en todas y cada una de sus invenciones: interpreta una auténtica existencia en la que tiene cabida la compasión y una entrega de mártir a su causa reorganizadora de la imperfección. Jamás acepta que esa obsesiva incapacidad de asimilación esperpéntica por cuanto acordona su vivir es el fomento que mejor adoctrina la autodestrucción.
 
 

"... -Al tocar el piano me encuentro con manos de otra... El piano se toca con otras manos, con manos de muerta- Y cerraba el piano, para no abrirlo más, colocando su llave entre las llaves de los féretros de sus muertos. Muchas veces ponía al almanaque corona de flores, y a los que le preguntaban por qué hacía aquello, les contestaba: -Hay que dedicar algún recuerdo al día de los muertos, y hasta al día que va muriendo...- Elvira, en una mancha de agua que la humedad de las lluvias torrenciales hizo en una pared, creyó ver la silueta de su tío Juan... Viajera de numerosos viajes, junto a sus padres; entregada siempre a la velocidad; enterada de las noticias de todos lados; suscrita a una enorme variedad de revistas; rodeada de diversiones, amigas y luces, era víctima del progreso, que aceleraba el ritmo de su alma débil y pusilánime. Antes de dormirse en todos sus sueños se remetía la camisa entre las piernas para evitar la posible violación del diablo... El ataque más agudo de Elvira era su tutor. No podía decir nada de él. Era bueno, paternal, fiel en las cuentas; pero, según ella se decía en su fuero interno, "la asesinaba". No podía quejarse de él al consejo de familia, no encontraba manera legal de repudiarle; pero don Nicolás la degollaba... Cuando, acabadas las visitas de don Nicolás, se miraba en los espejos, se encontraba más pálida, como muerta escapada de un catafalco. Aquella corbata negra de don Nicolás, cuya hechura parecía imitar el cuerpo de una mujer, muy enrosetado el nudo y muy caderosas las faldas, era, sobre la pechera almidonada de don Nicolás, como el símbolo de ella misma, descabezada y víctima de la fatalidad de aquel agorero tutor... Bajo aquella influencia, el dinero que sacaba del Banco era como dinero enlutado, verdaderos billetes con orla negra. Por fin, murió el viejo tutor, y Elvira se sintió libre de aquella obsesión. Más suelta y recobrada, empezó a viajar. La hacían huir de su casa múltiples repelencias,... pero sobre todo aquel olor a humedad que le había salido a su lavabo y que la traspasaba por todos sus poros, como a los faquires las largas agujas... En el andén la atacaron las luces de la estación, un farolillo traidor le dio una puñalada y las manillas del reloj le recortaron el pelo. Recorrió todo el tren, porque en todos los vagones encontraba recién casados que la hiperestasiaban... Llegó a París, y después de recorrer varios hoteles, atestados, le tocó la habitación de empapelado contradictorio, y se pasó la noche desdoblando toses que se almacenaban detrás de aquel papel; microbios que para su suprasensibilidad eran como arañas, que alargaban sus ojos de langosta como si enfocasen unos gemelos de teatro para verla mejor. No pudo estar en aquel hotel más de un día, y salió para Niza. A través de las calles la seguían persiguiendo las cosas. La atacaban los nervios los limones, y los aparatos quirúrgicos le hacían una operación..., operándola de un parto ilusorio. En Mónaco, sola en las galerías silenciosas del acuario, sintió que se ahogaba, que era náufraga de ojos abiertos en el fondo del mar. -¡Auxilio, que me ahogo!- gritó despavorida, y a sus gritos acudió el personal del acuario, que al verla desmayada y con síntomas de asfixia le prodigó la respiración artificial. Llegó a Madrid despejada, huida de los vendedores de postales, libre ya de los pequeños billetes de Banco, que huelen a multitud aglomerada en un teatro de arrabal... El lavabo la saludó con su perfume característico, perforador, acrecido durante su ausencia, lleno de pasado... Elvira en su casa conocía, por lo menos, todos los personajes angulares de su intimidad, y sabía los vicios y achaques que tenían. Ahora comprendió que lo que no podía aguantar era el viaje, y menos que nada los armarios de luna de hotel, llenos de gentes mindose la lengua sucia o de inglesas poniéndose un cachirulo amarillo, al que clavan una inyección de alfiler de sombrero."
 
 

Delirante imagen de mujer: Elvira, sin saberlo, posee el clamor de un pregón de rezo y llanto propio de víctima propiciatoria. Es receptora de esa enseñanza histórica que vive acorralada por una humanidad primigenia en la que todos, una vez, fuimos hijos de la bestia, de la inmundicia, de los ímpetus feroces, de los enconos y hieles, de la conciencia sin despiojar, de las castas que brotaron a empujones entre la sangre y los resabios; y, por descontado, de cuantas pasiones nacieron y vivieron entre regocijos y culpas, entre vertederos malintencionados y rituales de horda humana, que también tentaron a dioses y santos, y que escarbaron muy dentro para encontrar con qué gozarse. Pasiones de miradas de pobre y de complacencias de odio que siempre anduvieron necesitadas de socorro porque toda nuestra carne de hombres se "dolió con ellas" en tremendas heridas renovadas. Lesiones que, todavía hoy, vagabundean hambrientas de juventud, buscando promesas de auxilio, sin querer aceptar que también poseen una vejez y una tristeza, que nos han rodeado como a heridos que somos, tentándonos en todo momento para que conozcamos nuestro mal; y que sus severidades poseen la mayor holgura de caídas y fragilidades, de llorosos arrepentimientos y torturadoras crueldades de cuantos episodios han originado el pretendido triunfo aventurero de la vida. Todos dejamos ya nuestra limosna al internarnos dentro de un corazón ajeno, aunque los cielos de la piedad anden, por lo general, más bien despoblados. A todos nos ahoga el ara desnuda del sacrificio. Nos gusta que en sus tenebrarios se guarde toda la liturgia de "los últimos momentos", pese a que nos reclinemos frente a la lumbre esperanzadora de los pórticos, fingiendo no saber nada de filósofos o teólogos. El hombre es un eterno niño sin luto, que jamás cierra los labios, que sonríe siempre para seguir con sus cuchicheos, que oficia frente a monumentos que odia, que se persigna aterrorizado frente a los oficios de Tinieblas, y teme a la amistad y al amor porque le apartan de su andar de viajero egocéntrico y le exigen sus más estrictas genuflexiones. No obstante, sobre la misma fugacidad que consume la vida, el hombre tuvo también su pensamiento de amor y fraternidad. Un pensamiento tan rápido como una luz que, estampándose en distancias y tiempos, también nos dejó claridad, gracia, y goce de naturaleza, y muchos se arrodillaron fuertes y polvorientos entre los vahos de infinidad de caminos. De las tardes de nuestra puerilidad guardamos la sensibilidad, de la aristocracia de nuestros descuidos las pasiones. Pero, indefectiblemente, nuestro origen de infancia remonta el vuelo de los años para dejar siempre, tras de sí, sus terciopelos descoloridos. El hombre podría haber sido dichoso, de no ser por la profunda posesión de las emociones. Existe mayor festín de belleza y ternura que de dádiva de comprensión y misericordia para con nosotros mismos. Hombres y mujeres tuvieron su adolescencia dorada, luego quedó inmóvil, olvidada, sacrificada y sin significación. Por lo menos queda el gozo claro y fragante de la pasión adolescente. Y cuando teñimos nuestros paisajes venideros del no menos sagrado luto de las más ritualistas, facilonas, ávidas, paroxísticas y bien engordadas efusiones emocionales, ésas que parecen formar los paisajes y vidrieras que se engarzan a nuestras vidas como infernales tumultos, ¡cuán acomodaticiamente se pierden aquellos primeros ensueños! ¡Ay de esa felicidad que se desperdicia y escabulle como lluvia precipitándose en las aguas!

"... La hiperestesia de Elvira se agravaba, y ya era proverbial entre sus amigas. Dorotea, que era su íntima, no tenía un novio nunca porque Elvira se los complicaba todos. Si Dorotea le enseñaba la carta de amor que le había dirigido un pretendiente, Elvira descubría el defecto oculto que la hacía insoportable: -Esta carta está escrita con las uñas sucias...- Ella misma iba rechazando a los hombres por motivos por el estilo: -No puedo aguantar a Sureda, porque tiene una cosa de rebarnizado de juventud que me encocora. Medrano parece que mete a las muchachas en su pitillera de oro. Yo, por sólo ese gesto, no quiero ser cautiva de su seducción. Enriquito, con su mirada de niño de primera comunión, va cargante de vaselina-... Un contertulio de Elvira había dicho: -Para ver a Elvira hay que llevar "hechas" las uñas de los pies. Yo tengo una pedicura para esos días... Elvira, en la calle, sentía cada vez mayores escalofríos, bien al pasar en día de lluvia junto a un paraguas, que, como un gran pajarraco, hubiera querido sacarle un ojo, bien al ver la vendedora de esponjas, que, según ella, eran esponjas de hospital, las que duchan al enfermo y le acarician con caridad suprema. Le asustaba la calle, y, sin embargo, se lanzaba a ella esos días en que el olor del entarimado le resultaba nauseabundo, o en que el calor reflejado en las mujeres vestidas de terciopelo de los retratos no la dejaban estar en casa ni un minuto más. No torcía por tal esquina porque sospechaba que iba a encontrarse con el pretendiente que embiste con sus bigotes, y rehusaba pasar frente a un portal porque sospechaba que era el portal del contagio. Todo era para ella aventura. Elvira a veces entraba en los cinematógrafos después de escoger el suyo, pues sostenía que había el cinematógrafo de las gordas y el de las delgadas. Paseando por las calles tenía el don de ver a todos los paralíticos... Pero ante lo que sentía más el escalofrío de la vida era el recontar los niños con corsés ortopédicos que le salían al paso. Miraba por las rendijas de los solares para descubrir las huellas del crimen impune, y huía de los vendedores ambulantes, que, según ella, eran "ladrones de almas". Tenía aspavientos ante el olor a tela engomada de las tiendas de telas que "la engomaban como si fuese un sobre". Y después de esa larga excursión por la ciudad, volvía a su casa aturdida de presentimientos, olores y emociones... El doble fondo de Elvira se triplicaba, y cada vez adquirían más alcance sus sensaciones. La luz eléctrica atacaba tanto sus nervios, que tuvo que utilizar bombillas verdes. Lo amarillo "la hacía saltar a la comba". Un día perdió un rosario y creyó que ya no podría rezar como castigo a su descuido. Fue una crisis de condenación, que acabó cuando sus amigas la llevaron al obispo para que éste le asegurase que aquél era un pecado de imprudencia sin importancia. El desdoblamiento de cada cosa -habían muchas que eran para ella como un álbum- era tan radical, que ella misma se sentía desdoblada, y a veces, triplicada, teniendo que retirar de su tocador el horrible espejo de tres lunas. Una tarde que estaba más excitada que de costumbre, le preguntó Dorotea: -¿Por qué estás así?-... -Porque son las cinco y no puedo resistir la idea de que a esta hora las inglesas hacen un té cargadísimo- Los calmantes no podían con aquella hiperestesia excepcional. Hasta en el agua encontraba síntomas, y había el día en que era un agua que daba neuralgia; otro día, malestar general, y muchos días aburrimiento. El afinador de pianos estaba todos los días en aquella casa afinando aquel piano de dentición pavorosa: -Pero ¿qué le encuentra hoy?- le preguntaba el dulce caballero. -Este "mi" que me pone fuera de mí- Era curioso visitar un museo con ella. Veía personajes que no había y caracterizaba muy bien a los que aparecían en el cuadro:- Las brujas de Goya son asistentas caseras, mujeres a días y la comida- Iba dejando de recibir a las antiguas amigas de la casa: a doña Encarnación, porque olía a gato; a doña Enriqueta, porque sostenía que siempre estaba emborrachándose, cuando lo que estaba era chiflada; a doña Manolita, porque esparcía un olor a paraguas; y así a tantas otras, gritando por la rendija de la puerta al criado que la avisaba: -¡Que no estoy! ¿Que no estoy!- Dorotea se sorprendía de aquel no recibir a nadie por una especie de pavor nervioso que le había entrado. -Pero ¿por qué no recibes a los de Toboso?-... -Porque les ha nacido un niño, y me lo traen a enseñar. ¡No veré nunca a ese niño! De ninguna manera-... -Pero ¿por qué?-... -Figúrate un hijo de esos simples... ¡La simpleza pura!...- En las comidas era cada vez más aprensiva, y no permitía comprar nada a esas verduleras que viven en el fondo de sus tiendas, porque en aquellos frutos se incrustaba el hedor de sus sueños condensados. Tenía prohibida las uvas, las ciruelas de labio partido o los higos con el forro roto. Sospechaba que echaban sosa y lejía en el lavado, llegando a tener delirantes escozores, que achacaba a eso, y que la hacían bailar el baile de la rasquiña".
 
 

Pero como tantas otras veces nos ofrendaría el mismísimo Ramón Gómez de la Serna, y uno de cuyos ejemplos más preclaros lo encontramos en otra de sus más extraordinarias narraciones: "La Nardo", en la voluble imagen femenina siempre aparece una oculta tensión de descalabro en sus compromisos sentimentales, o como tantas veces se denominó, un "calvario erótico". Una escarpada cuesta de frustración frente al amor y, en consecuencia, ante el probable matrimonio, ya que, en miles de ocasiones, éste constituye un puro alborozo de convenio, un modelo a imitar en una sociedad a la que lo único que parece preocuparle son los resultados de nuestra multitudinaria "existencia emparejada". Y es que ante este acuerdo amoroso o simplemente adecuado, por lo decente, que llamamos "desposorio", siempre va unida la alegría, el fracaso y la miseria. También la imagen calavera del varón, por lo general más o menos calificada de corrompida y egocéntrica, se siente de súbito insólitamente vulnerable. El varón posee una personalidad fraccionada: siempre se niega a reconocer la dependencia erótica que conllevan los romances, pero es una débil marioneta eternamente impulsada por la fuerza del impacto que supone la dependencia sexual. A medida que aumenta su dominio se convierte en un energúmeno, sometido a terribles presiones que le impiden centrarse en las relaciones interpersonales con el sexo opuesto. Y frente al "apareamiento", la sexualidad puede convertirse en la mayor tragedia de su vida. Y en cuanto a ellas, "nuestro siempre sufrido sexo débil" (¡ay de esas malas lenguas que tratan su realidad de modo radical o muy personal, y con toda dureza!) parece existir una actitud prevalente de aquiescencia ante la conveniencia del emparejamiento matrimonial. Ese casarse es "conseguir lo que más se desea" o "mujer casada, mujer realizada" palpita entre las comunidades femeninas con entidad de histeria y evasión moral, como si tras esta relación interpersonal y procreadora con el varón se hallara el principal determinante vivencial de la psiquis femenina. En tiempos, la alborozada esposa, según un acre sentido del humor vinculado a "los orígenes de la neurosis matrimonial" en la mujer, tras el que, hoy, hombres y mujeres, pacientes por igual de la enseñanza psicoanalítica supeditada al matrimonio, ofrendan sus sonrisas y su alejamiento más helado, lo que las seráficas recién casadas conseguían y deseaban era su más "orgullosa emancipación frente a la insustancial sopa de queso de la soltería". También hoy prevalece, por fortuna, frente a aquella situación casi incontrolable que supuso en otros tiempos el tormento marital, ya sea por parte masculina o femenina, una fuerte voluntad para liberarse de ese estado mental que tan románticamente nos impuso Eros y que tantos estragos ha causado a nuestra dignidad humana y, por supuesto, a nuestra salud. Y ya puestos, no vamos a silenciar que son muchos los cantantes que exclamaron y siguen exclamando: "Me gustaría hacer algo más que canciones románticas". Naturalmente, si las pasiones carnales que perviven en revueltas atmósferas desde tiempos inmemoriales, las complejidades del corazón humano y sus infinitas contradicciones se tratasen tan sólo de casos inconexos, el mundo de Eros se convertiría en un no menos aislado problema de conciencia, y del mismo únicamente nos interesaría el punto de vista psicológico de unos cuantos protagonistas convulsionados por los conflictos que en ellos generasen dichas emociones románticas. Pero el mundo y los hijos que lo habitan poseen, todos sin excepción, la "sed del amor" y ello nos induce a tomar nuestras precauciones. 

Jamás existirá por tanto una depuración radical en los deseos voraces que generan las tentaciones amorosas. Como también escribió Ramón Gómez de la Serna en su inmortal "La Nardo": "El amor bramaba entre las parejas. En el silencio de la oscuridad que espera, "él" iba observando las pasiones que encendía... La apretaba del brazo, pensando "esta mujer es una fortuna", y le rechinaban los dientes entre celoso y feliz... La sentía leona de la noche y se daba cuenta que paseándola por en medio de las calles de los barrios desesperados de amor, se volvía más leona, con más fiereza en las pasiones... Le hacía preguntas que la hiciesen ambicionar: -¿Y tú que querrías ser?- ... -¿Yo? Reina de la belleza-... -Eso ya lo eres-... -Pero no voy en la carroza iluminada en que va la reina de la belleza... Quisiera no ir hundida en esta sombra de la noche"... El amor recorrerá, pues, su largo camino aunque sea a pie, viviendo y cantando su himno pasional, generalizado entre hombres y mujeres porque su verdadero exponente siempre ha alcanzado su máxima actualidad en todas las épocas; su vocación nace sin fe en la razón, y concibe sus necesidades casi sobrenaturales por medio de lo natural. No podemos condenarlo porque nadie lo ignora, y no podemos odiarlo pese a que nunca consigamos entenderlo. Es inútil aplicarle un veredicto condenatorio. Nos inquieta que perviva en contraste con la razón y sin reglas definitivas, pero ¿quién se atrevería a anatematizarlo sin escucharlo antes? Siempre ha hecho valer su prestigio, que es inmenso. No hay vidas ejemplares en el amor, porque la carne es el más patético documento de la humanidad. Recordemos a Dante en su viaje a ultratumba. Su bisabuelo Cacciaguida (al que, como pariente, él colocó en el Paraíso, ¡faltaría más!) le habló de los tiempos "sobrios y púdicos" de su mocedad en Florencia. ¿De qué podía hablar el pobre anciano, para consolarse de su juventud y pasiones perdidas? Todos conocemos esa aburrida cantinela de la vejez. Pero el único tráfico que reanimaron los siglos fue el de las pasiones. Metamos la nariz en esos "grupos de presión" de irresistible fuerza: amor, sexo, casa, descendencia, familia,... y entre esas verdades básicas nos siguen poseyendo muchas miradas absortas que tratan de abrirse paso entre las memorias seculares, reales o inventadas: un Atila sanguinario pero rijoso, un Julio César conquistador del mundo pero mujeriego ridículo, un desviado, amante y romántico asesino José de Lizarrabengoa atrapado en la red cruel y castrante de una nimfómana Carmen, una Emma Bovary ávida de promesas eróticas, capaz de sucumbir totalmente al narcisismo, y fascinante en su propia autodestrucción.... Seguir un "curso" de investigaciones pasionales crearía en nuestra mente un inextricable embrollo demasiado turbulento, aumentado por una demagogia artificiosa y nada eficaz. No obstante, "nuestra hiperestasiada Elvira" no admite suavizaciones. Y para todo lector empedernido seguirá sobreviviendo en condiciones increíbles, e incluso, finalmente, presa quizás de una postrer desesperación, representará su pequeño papel romántico. Ramón Gómez de la Serna, entusiasta maestro de la literatura española, todo creación, sensación, belleza lingüística, e inefable concepción emocional en su creación artística, seguirá así entusiasmando a sus seguidores con el impulso vitalista de uno de los "corpus novelísticos" más culminantes de nuestras Letras Hispánicas.

"... Pero cuando Dorotea se casó fue cuando Elvira entró en la crisis grande de su hiperestesia: -No puedo aguantar a tu marido... Te trata como si fueses una turista del matrimonio, y él tu guía-... -¡Pero, por Dios, si te quiere tanto como a mí-... -¡Ca!; a mí me sonríe como si me detuviese a la puerta del museo secreto... Siempre me está diciendo con su sonrisa: "Usted no puede pasar"-... Atraídos por las rarezas de aquella sensibilidad, se acercaron a ella algunos pretendientes. Gonzalo, el primo enamorado, le regaló una caja de bombones, que decidió su ruina, pues Elvira no pudo mirarle ya sin sentir los dedos pegajosos. El hombre maduro, prendado de aquella orquídea sentimental, la pretendió también; pero Elvira encontró en el "hombre de la cartera antigua" una de esas carteras muy usadas, en las que le resultaba penoso que metieran su retrato y su vida... Elvira sostenía, además, que todo hombre es descendiente de algún asesino de mujer, y había inventado la teoría de que al nacer un ser del sexo masculino, en vez de un ser de sexo femenino, es que asesinó a lo femenino en el vientre materno. -¿Y no pasará lo mismo con el hombre cuando nace una mujer?- le preguntaban los caballeros, agredidos por su hipótesis. -No. Cuando nace una mujer no existe ese dilema... Lo primero que la naturaleza intenta es la mujer. Nunca llega el hijo sino después de haber intentado ser hija-. Sostenía también Elvira que el matrimonio es una antropofagia, y a su amiga Dorotea la encontraba bastante comida después de su matrimonio. Así, llegó el primer parto de Dorotea, y en cuanto supo que había sucedido, Elvira se metió en la cama, enferma, con síntomas extrañísimos, con visiones superabundantes del mundo de los ángeles... Un doctor joven y primerizo, trató de salvar a Elvira, propinándole doce claras de huevo. Elvira, pálida y fosforecente, enamoró al doctor, y desde la sima del suicidio ella también se compadeció con amor del muchacho.- ¡Ah, doctor!; me parece que he suicidado la mitad de mi alma-... El doctorcillo nocturno quiso comenzar con Elvira un tratamiento de amor. -Dieta de leche- dictaminó a la cabecera de la cama. -¿De leche?- preguntó, burlona, Elvira- ¿Pero existe la leche? No, doctor... La leche existió al principio del mundo... Hoy, todos los que se mueren después de una dieta larga, se mueren por haber tomado esa agua de cal que es la leche... ¡Qué horror!-... La boda fue improvisada, como una merienda, y por no recibir regalos -la hubieran puesto nerviosísima los búcaros y los portarretratos de concha- se verificó casi en secreto, alquilando los testigos, pero obligando a mudarse a uno de ellos que apareció imponente, con sombrero de copa, levita y botines. -¡Yo no me caso si este señor no se quita ese traje de mascarón!- gritaba Elvira, dando un espectáculo en la sacristía... El matrimonio fue feliz porque él, Roberto, tuvo mucha paciencia, y obró con toda asepsia y procediendo como en las operaciones graves, cloroformizándola todo lo necesario... Todos los nervios de Elvira tenían forma de flecha y señalaban direcciones, auguruios y suposiciones. -¿Sabes de lo que siento viruela?-... -Mujer, ¿de qué, si tienes el cutis como la nieve?-... -De todos los timbres de los cinematógrafos... Les oigo sonar a todas horas. Me dan ganas de rascarme como una loca... Aquí me va a salir un cáncer- decía, señalando el sitio de una berruguita que tenía la más poderosa sensibilidad, como si fuese el timbre de sus nervios... Roberto no podía vivir, pues le sentía olor a cardenillo; le encontraba gestos que querían borrar lo que se pudiera trasparecer en su rostro de una infidelidad: -Hueles a portal de usureros. ¿Dónde has estado?... Traes brillo de lentejuelas. ¿Has estado en un cabaret?... No me he debido casar nunca con un médico... Tengo más venas por eso, y hasta tengo dos hígados-... Roberto no podía hacer otra cosa que contemplarla, diciéndole de vez en cuando: -Con esa imaginación que tienes no se puede vivir-... El niño esperado iba a nacer. Su sobreexcitación llegó al colmo en aquel preámbulo del parto, y olía a fábricas de salazón remotas. -¡Roberto, Roberto- gritaba de pronto- ¡Que se me ha escapado el alma del niño!-... -Pero, mujer, ¿cómo ha podido ser eso?-... -Porque se ha cansado de estar esperando... Lo bueno es que juega junto a las pirámides de Egipto y después vuelve- Roberto sabía ya que aquello no era delirar, sino precisar cosas absurdas y lejanas... -¡No quiero ese hijo!- gritaba, en medio de la fiebre precursora- Va a ser un desgraciado... Ya le veo en un asilo... ¡Pobre hijo mío, arruinado, porque sus padres no pudieron ser multimillonarios! ¡Desgraciado hambriento! ¡Hijo mío; antes de que tú nacieses tu madre sabía ya lo que te iba a pasar!-... El parto sucedió difícil, entre contracciones de estrella loca, en que toda ella se distendía como fantoche al que han dado un tirón violento de todas sus cuerdas. Por fin apareció..."

Ramón Gómez de la Serna Puig: Nació en Madrid el 3 de julio de 1888, en el número 5 de la por entonces conocida calle de las Rejas (hoy rebautizada por Guillermo Rolland). Su padre, don Javier Gómez de la Serna y Laguna fue un afamado abogado y personalidad destacada dentro del "partido liberal", que acabó más tarde ocupando un puesto como funcionario del Ministerio de Ultramar. Doña Josefa Puig Coronado, su madre, era hermana de la escritora Carolina Coronado, nacidas en Almendralejo, Badajoz.  
 

Carolina, de ideas progresistas, se mostró como un caso aislado frente a las instituciones educativas que se exigía a las niñas. Rebelde y coherente con sus aspiraciones, empezó a leer desde muy joven cualquier obra que cayera en sus manos. La visión insaciable de los campos y de los cielos, y un amor imposible por un imaginado Alberto (siempre se ha dudado de su existencia) le abren un camino muy singular en la aventura literaria. Lo cierto es que empezó a componer versos, desaliñados y con errores ortográficos (que inequívocamente nos informan de su proceso de aprendizaje autodidacta) a la edad de 10 años. En 1800 se casa en Madrid con Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de EE.UU. Sus tertulias madrileñas, de ambiente progresista, se hicieron famosas. Logró publicar algunas de sus obras en periódicos y revistas. José de Espronceda, que siempre la había admirado por su gran belleza, llegó a dedicarle algunos versos. Carolina Coronado fue calificada como "Bécquer femenino", y considerada como el equivalente "romántico extremeño" de otras autoras coetáneas como Rosalía de Castro. Este breve homenaje a su tía Carolina Coronado define en cierto modo sentimientos y sensaciones que muy bien pudieron mantenerse perdurables e intensos en la futura orientación literaria de Ramón Gómez de la Serna, y que conlleva cierta síntesis identificadora y hereditaria con la genética familiar que le precediera. 

La guerra hispano-norteamericana, conocida como el desastre de 1898, obliga al Gobierno Español a cerrar el Ministerio de Ultramar. Don Javier Gómez de la Serna se presenta entonces a una oposición como registrador de propiedad, consigue el puesto y se traslada con toda la familia a Frechilla, pueblo de Palencia. Atrás quedan las vivencias infantiles de Ramón, que pasó sus juegos cerca de la Plaza de Oriente madrileña, y en la calle Cuesta de la Vega, próxima a la calle de Segovia, a la altura del Viaducto, y de la calle Corredera Baja de San Pablo (donde la familia se mudó en busca de alquileres más bajos cuando doña Josefa Puig esperaba el nacimiento de otro hijo), y hasta la que llegaban las resonancias populares del Teatro Lara recientemente inaugurado. Ramón había empezado por aquel entonces sus estudios en el Colegio del Niño Jesús, y en Palencia cursa durante tres años junto a su hermano José en el Colegio San Isidoro. España se halla políticamente agitada. La llama de sus pasadas glorias se apagan con las pérdidas de las colonias. Don Javier Gómez de la Serna viaja frecuentemente a Madrid, consigue ser elegido como diputado en las Cortes, y se produce el regreso de toda la familia a la capital. Los estudios de Ramón proseguirán con los Padres Escolapios del Instituto Cardenal Cisneros. La influencia de su tío, Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (un año mayor que él), será decisiva en la formación como escritor del joven Ramón, que acaba el bachillerato en 1903. Su padre le regala como premio un viaje a París. Ramón se inscribe en la Facultad de Derecho un año más tarde. Su tío Gabriel, con diecisiete años, publica de forma inesperada un libreto llamado "Cantares". La sorpresa confirma a Ramón en aquella idea inicial que se había ido configurando en su afán por dedicarse a la literatura, y en 1905, a los dieciséis años, su padre, Director General de Registros y Notariado por aquella época, le financia su primera obra: "Entrando en fuego", que es publicada por la imprenta del Diario de Avisos de Segovia. Se matricula en la Universidad de Oviedo para continuar sus estudios de Derecho, carrera, que no obstante, jamás ejercería. Su tía Carolina Coronado anima tanto a Gabriel como a Ramón a seguir escribiendo. El camino hacia la creación literaria de éste último se halla definitivamente trazado. En 1908 logra publicar "Morbideces", obra en la que se retrata a sí mismo en sus tiempos juveniles, y con la que asistiremos a la primera y ya casi madura concepción que habría de marcar su peculiar estilo como uno de los más innovadores y extraordinarios escritores de la lengua española. Su carrera literaria es concebida en un principio por medio del periodismo, a través del cual se expresa un apasionado nihilista devorado por una trayectoria de rebelión frente a una sociedad española que permanece atrofiada en un microcosmos de ensoñación burguesa, carente de todo aliento progresista ante el nuevo siglo que acaba de empezar. Ramón Gómez de la Serna irá madurando y desarrollándose en una complejidad estilística tan tradicional como atractiva, escribe en la soledad de la noche y empieza a frecuentar también los famosos cafés de tertulias madrileñas hasta altas horas de la madrugada.

Ya independizado de su entorno familiar, se instala en la calle de la Puebla. Tertulias, vida pública y periodismo: los empeños literarios de Ramón serán ya indesligables de esta lente costumbrista de donde partirán sus rasgos más distintivos. Degustador de todo tipo de sensaciones, sigue preocupado por adentrarse de lleno en el mundo que habita. Amable, extrovertido y culto, su momento culminante llega con la inauguración de la revista "Prometeo", en la que escribirá bajo el pseudónimo de Tristán. Su primer artículo se titulará "El concepto de la nueva literatura". La colaboración con dicha revista se alargará durante cuatro años. Treinta y ocho magníficos artículos en los que percibimos una primera afirmación definitoria de su futuro desarrollo como escritor extraordinario. Sobre Tristán caerá, no obstante, la dura moral del resentimiento, la mueca amarga que constriñe la sociedad española, y la siempre hostil y sombría religiosidad al uso. Será tachado de iconoclasta, renegado, blasfemo, y de anarquista de las letras. Pese a todo, su peculiar y osada creación se sucede, asombrando a sus seguidores con los rasgos significativos de un estilo, íntegro, profundo, perfeccionista, afilado y, por supuesto, triunfante. En 1909 ven la luz "Beatriz", "Desolación", "Ateneo" y "El libro mudo", y en 1911, "Sur del renacimiento escultórico" y "Las muertas".
 

A sus veintiún años se enamora de Carmen de Burgos, veinte años mayor que él, escritora y periodista cuyo pseudónimo es Colombine. Escriben juntos incansablemente, pasean y asisten a todas las tertulias de los cafés madrileños hasta altas horas de la noche. Su padre, un tanto escandalizado por el idilio de Ramón que tacha de alocado, consigue enviarlo por segunda vez a París como secretario de pensiones en la Oficina Española. Se aloja cerca del Café de la Source al que acude todas las tardes junto a Manuel Machado. Carmen de Burgos escapa también a París, permanece en su compañía y proyectan diversos viajes por Europa. Sigue publicando en la revista "Prometeo" con la misma moral de resentimiento hacia una sociedad tan asfixiada como es la española.
 

En París, finalmente, apadrinado por Carmen, ofrecerá la medida de su genialidad literaria con la creación de las "Greguerías": máximas de evidente ingenio, breves bien que importantísimas en cuanto a la reflexión nacida, como el mismo Ramón indicara, entre "el pensamiento más profundo y la realidad más sangrante": "Humorismo+Metáfora= Greguería ("Los que matan a una mujer y luego se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después"... "Los globos de los niños van por la calle muertos de miedo"... "El sueño es un depósito de objetos extraviados"... "No hay que tirarse desde demasiado alto para no arrepentirse por el camino"... "Por los ojos nos vamos de la vida"). Cultivó las Greguerías a todo lo largo de su vida.

En la novela mantendrá como tema básico su más acendrado carácter crítico y sarcástico: hallamos psicología criminal en "El chalet de las Rosas", 1923, una visión grotesca del siempre absurdo mundo taurino español en "El torero Caracho", 1926, la sociedad envenenada por la vanidad y la superficialidad en "El caballero del Hongo Gris", 1928, y un erotismo desbordante en "Senos" y "La viuda blanca y negra", ambas de 1918, "La mujer de ámbar", 1927, y los relatos contenidos en "La Nardo", entre los que sobresale especialmente "La hiperestésica". Ramón y Carmen viajan a Londres y Suiza. Su vuelta a París resulta anecdótica: coincide con Pío Baroja y entre ambos se suscita una airada entrevista que dará pie a una progresiva antipatía entre ambos. Además, le llegan noticias del desmantelamiento de la revista "Prometeo" por parte de su padre. A la vuelta a Madrid de ambos amantes, Carmen retoma su empleo en la Escuela Normal donde había pedido una excedencia. Se intensifican las tertulias en los Cafés Madrileños, a las que acuden personalidades de todos los ámbitos artísticos, entre ellos el pintor José Gutiérrez Solana y el escritor Azorín. Logra un empleo en el periódico "La Tribuna". Vuelve a París en 1914, donde escribiría su primera novela "El doctor inverosímil", obra que rematará el mismo día en que estalla la I Guerra Mundial, motivo por el cual regresaría a Madrid de inmediato. Una vez en la capital, se centra en busca un Café adecuado para las tertulias a las que no se halla decidido a renunciar.

Casualmente descubre una botillería en la calle Carretas (radial a la Puerta del Sol). Botillería sin importancia y escasa de clientela denominada "Café Pombo". En la misma se abrirá uno de los ciclos tertuliares más populares en la vida artística española. La "peña" se reuniría una vez por semana: los sábados, y recibiría el nombre de "Sagrada Cripta del Pombo", que funcionaría desde 1914 hasta 1936. La tertulia se hace tan famosa que sus ecos llegan incluso a París. En 1918, Ramón escribiría un libro resumen de las tertulias "El Pombo". Don Javier Gómez de la Serna, ya jubilado de la vida política, fallece a resultas de una diabetes el 22 de febrero de 1922. Su esposa, Doña Josefa Puig Coronado, había muerto catorce años antes, en 1908. Con la desaparición de los padres se deshace definitivamente el hogar de los Gómez de la Serna formado por cuatro hermanos más: Pepe, Javier, Julio y Lola. 

"El Torreón de Velázquez" Un estudio de reducido espacio, pleno de libros y cachivaches, fotos y recortes de periódicos situado en la calle Velázquez número 4, será la siguiente residencia de Ramón, que el denomina "El torreón de Velázquez". Los ingresos de Ramón provienen por aquel entonces de sus colaboraciones de prensa en "El Liberal". Se produce la llegada al poder del general Manuel Primo de Rivera, tan nefasta para España. Una huelga de Prensa deja al país sin periódicos. Cerrado definitivamente "El Liberal", Nicolás María de Urgoti, periodista y empresario, fundador de "La Papelera Española" crea un nuevo periódico: "La Voz". Ramón es contratado por el mismo. Cuenta por entonces treinta y cinco años. El 13 de marzo de 1923 sus amigos más íntimos homenajean al escritor, ya ampliamente reconocido en el mundo literario y en la prensa, con una cena literaria en Lhardy, famoso restaurante ubicado en la Carrera de San Jerónimo, en pleno centro de Madrid, y fundado en 1839 por el francés Emilio Huguenin Lhardy. La repercusión de aquella inolvidable cena (a la que concurrieron personajes inmersos en la densa atmósfera artística de un país como España, sometido a las presiones de un Gobierno en el que prevaleciera una política de alienación frente a gran parte de los sentimientos y emociones que pueden promover la complementariedad en las Artes, y en especial las literarias, entre una inquieta minoría ciudadana) llegó también hasta París. Ramón colabora con la "Revista de Occidente", elabora biografías: "Colette", "Apollinaire" y "Remy de Gourmont", y, finalmente, como gran parte de la intelectualidad española que se declara abiertamente opuesta a la dictadura de Primo de Rivera, viaja a Nápoles, donde vivirá durante dos años. A su vuelta a España da conferencias: "Conferencias de la maleta" con una palmatoria en la mano debido a los constantes fallos de luz eléctrica. Cuando la conexión eléctrica se restablece, se come su vela, elaborada por supuesto de confitura. Un ciego se le acerca en una de ellas, indicándole, en una charla sobre "faroles", que gracias a él ha vuelto a "ver". Ramón se convertiría en uno de los tres miembros más famosos de "La Academia Francesa del Humor". Los otros dos fueron Charles Chaplin y el escritor Dino Segre, cuyo pseudónimo era "Pitigrilli". El escritor francés Valery Larbaud introduce en Francia las "Greguerías" , denominadas "Échantillons". La producción "greguerista" de Ramón se conceptúa como excesiva. Jorge Guillén, gran admirador de las mismas, asegura no obstante: "Cierto, a Ramón, en cuanto abre la boca, se le cae una greguería; prueba de que esto constituye, más que un género literario, la manera espontánea y elemental de sucederse la actividad normal e ininterrumpida de su humor". El 15 de septiembre de 1927 aparece en un titular periodístico "la muerte de Ramón Gómez de la Serna". Las llamadas al Torreón de Velázquez se suceden y todo el que lo hace se halla con la sorpresa de "su voz". En 1929 Ramón escribe "Los medios seres", movido por el afán de introducirse en el teatro. Su amigo Valentín Andrés Alvárez le había convencido para que la estrenase el siete de diciembre de 1929. La obra es abucheada por el público. Enrique Jardiel Poncela, tertuliano del Pombo, trata de acallarlos saliendo en defensa de Ramón. Retirada de cartel, vuelve a París huyendo de resonante fracaso. Pocos meses después, a su regreso a Madrid, mantiene ciertos escarceos amorosos con María, hija de Carmen de Burgos (cuya pasión primeriza había desembocado en gran amistad). Su aventura sentimental es recogida en el libro "Memorias de Colombine" de Federico Utrera. Viaja tan frecuentemente a París que crea en la capital francesa una famosa tertulia en el Café de la Consigne. Y allí conoce a una nueva musa llamada Magda.

En Madrid, Unión Radio firma un contrato con Ramón, y le es instalado un micrófono en su propia casa a fin de poder ofrecer una sesión radiofónica diaria. Federico García Sanchiz, autor de "América, Españolear" se declara como uno de los más encarnizados enemigos del estilo literario de Ramón. En 1930 viaja a Buenos Aires, recibe una gran acogida y conoce a Luisa Sofovich, separada y madre de un hijo de su anterior matrimonio. Viajan a España los tres, el 23 de febrero de 1932. La nación vive el apogeo de la Segunda República. Carmen de Burgos muere de una angina de pecho el 9 de octubre de 1932. Ramón, pese a su relación con Luisa, había seguido visitando a su amante y amiga de juventud. La Exposición de Libro Español en Buenos Aires solicita la presencia de Ramón como miembro del comité organizador. Uno de sus nuevos proyectos, una ópera titulada "Charlot" con música de Mauricio Bacarise no se lleva a efecto. En 1933 la revolución de enero y en 1934 la Revolución de Asturias causan efectos devastadores en la famosa Cripta del Pombo. Muchos de sus amigos se suman al falangismo de Jose antonio Primo de Rivera. Ramón escribe para el Diario de Madrid, y figura entre los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la defensa de la cultura. Luisa enferma de septicemia. La Sagrada Cripta del Pombo es clausurada el 10 de julio de 1936, y el domingo 11 Ramón emite su última tertulia radiofónica por Unión Radio.
El teniente Castillo y José Calvo Sotelo son asesinados. Se precipitan los acontecimientos con la alarma de una probable conflagración civil en España, tras los pronunciamientos del 17 y 18 de julio. Finalmente, con el estallido de la Guerra Civil, Ramón y Luisa tratan de abandonar Madrid. Recaban la ayuda del periódico argentino "La Nación" con el que Ramón había colaborado estrechamente antes y después de su estancia en Buenos Aires. Consiguen tres pasajes en el transatlántico francés Bell'Isle desde Burdeos, pero saldrán del puerto de Alicante hacia Sudamérica en un carguero italiano que les lleva a Marsella. En tren hacia Burdeos; y desde allí a Montevideo, en pasaje de tercera clase, con escala en Lisboa. Llegados a dicha capital Uruguaya, envía de inmediato nuevos artículos a "La Nación" y remite su novela "¡Rebeca!", que no pudo publicar en Madrid, a la editorial Ercilla en Chile.

En Buenos Aires se siente abatido y vulnerable, lejos de los pasionales impulsos colectivos que enriquecieron su Sagrada Cripta del Pombo. Uno de sus contertulios y amigo, ahora falangista, Tomás Borrás, le escribe pidiéndole que se una a la Causa Nacional. Ramón no aceptaría jamás semejante oferta. Las noticias sobre la Guerra Civil resultan especialmente dolorosas. Padece insomnios y pesadillas sabiendo que su Madrid es objeto de sitio y constantemente bombardeado. En Buenos Aires alterna con otros exiliados ilustres como Ortega y Gasset y el doctor Marañón. Cuando la guerra acaba, Ramón, sin sentirse del todo dichoso, se halla mucho más identificado con las actitudes porteñas y tradicionalistas del país que lo ha acogido. A principio de los años 40 escribe una biografía sobre su tía Carolina Coronado. 

En 1946 las elecciones argentinas dan la victoria a Juan Domingo Perón.
Al final de la década empieza su autobiografía "Automoribundia". La diabetes hace presa en él como lo hiciera en su padre. El insomnio se agudiza y recurre cada vez más a los medicamentos. Durante la Exposición de Arte Español que se celebraría en Buenos aires en 1947 se exhibe el famoso cuadro pintado por Solana "El Pombo". Tras un litigio con la actual heredera del Café Pombo, Ramón consigue que el cuadro sea cedido al Estado Español. Su biografía, publicada en cincuenta y un capítulos, alcanza un inesperado éxito de ventas. Las tertulias y Madrid bullen en sus recuerdos como un aliento renacido que le impacienta cada vez con más vehemencia, provocándole un deseo inconmensurable de volver a España. Aunque detesta la idea de que su tertulia del Pombo (donde se lee el "Romancero Legionario") sea liderada en aquellos años 40 por José Saínz y Díaz y gran parte de intelectuales adictos al Régimen Franquista, acepta una invitación para volver a Madrid de Jesús Rubio, subsecretario de Educación Nacional. El Monte Urbasa, navío español, le llevará con Luisa hasta Bilbao. El viaje de diecisiete días, "al que únicamente mitiga la conciencia del silencio", dado su enlutado talante por la actual Dictadura que ensombrece la Patria, pesa sobre su conciencia como una porfía (¿era menester?) consigo mismo, como si buscase la aprobación y la temiese a la vez. Ya en Madrid y alojado en el Hotel Ritz, multitudes de amigos y curiosos lo acosan cuando asiste al Cafe Lyon.

El Ayuntamiento madrileño inaugura una placa conmemorativa en el viejo edificio donde nació. Entre los actos oficiales que le producen mayor tribulación de incertidumbre se encuentra una fría recepción con Francisco Franco. El 31 de mayo viaja a Barcelona, ciudad en la que le comunica a Luisa su deseo de volver a Buenos Aires. Encerrado en su torreón bonaerense, trabaja en solitario, sin apenas aparecer en público. En España el Premio Nacional de Literatura, al cual había presentado su obra "Las tres gracias", le es concedido al uruguayo Antonio Larreta. Su gran compañero y admirador de otros tiempos, Azorín, perteneciente al jurado, "se había mostrado con actitud indiferente y susceptible" frente a la obra de su amigo de tertulia. Desde 1953 a 1960, Ramón publica doce libros, miles de artículos y nuevas series de greguerías. Rodrigo Royo que dirige el diario español "Arriba" escribe a Ramón: "Debería de cesar de enviarnos greguerías; escriba usted otra cosa; reportajes por ejemplo". Mientras tanto, la Televisión Argentina acoge a Ramón como uno de sus guionistas de mayor éxito. En España, su primo Gaspar encabeza una petición internacional para que a Ramón Gómez de la Serna le sea concedido el Premio Nobel. La diabetes se agudiza. La salud de Ramón vive en clausura, atrapada por la insulina. Argentina decide concederle una pensión vitalicia. En abril de 1962, el embajador español le comunica la concesión del premio Juan March. Un cáncer entre el píloro y el duodeno, ya detectado en aquel mismo año, acabará con su vida en Buenos Aires, el 12 de abril de 1963. Sus restos llegaron a Madrid el 23 de enero del siguiente año, y recibieron sepultura en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo. Su recuerdo, su voz gozosa entonando sus greguerías, mientras en una mano sostiene su inmortal palmatoria de grandeza literaria, duermen hoy en su pequeño templo, entre una tiniebla blanda sobre la que resuena un fondo de encanto tertuliar difícil de olvidar. Otra sepultura se halla junto a él, como si su ocupante quisiera ceñirse a una alabanza eterna por Ramón Gómez de la Serna: el sepulcro de Mariano José de Larra. 
 


 
 

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