sábado, 20 de marzo de 2021

Justiniano y Bizancio: un sueño dorado junto al Bósforo -I Parte-

 


 

 

 

 Autor: Tassilon-Stavros





 

 

JUSTINIANO Y BIZANCIO: UN SUEÑO 

 

 

DORADO JUNTO AL BÓSFORO

 

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Llevar a cabo una historia detallada de Bizancio nos sometería a un laborioso y muy extenso estudio al que nutrir de cientos de acontecimientos acaecidos durante sus mil años de historia. Y por ello mismo, a fin de poder valorar plenamente su importancia en la historia europea, ésta excedería los límites de cualquier texto con el que nos  propusiéramos constatarla. Hablaremos, pues, de Justiniano, protagonista de los episodios que más de cerca tocan a la evolución de Europa.


Flavio Pedro Sabacio Justiniano [en griego Φλάβιος Πέτρος Σαββάτιος Ιουστινιανός] había nacido, según los historiadores, el 11 de mayo de 482 d. C., en una pequeña aldea llamada Tauresio [Тауресиум], también bautizada como Gradište [Градиште], situada en Macedonia [Μακεδονία-Dardania Europea], de una familia de pastores de ovejas. [Otros estudiosos de Bizancio sitúan también el nacimiento de Justiniano en Skopie -Скопје-, capital de dicha comarca]. Macedonia era entonces una de las regiones más pobres de Grecia, cubierta de matorrales y surcada por infinidad de montes, patria de pastores agrestes, tribales, duros e ignorantes, que, por supuesto, no tenían ni podían mantener el menor contacto con las polis más civilizadas del sur de la península, como las romanizadas Corinto y Atenas, o la más distante Constantinopla, urbe entre las urbes. Pero Justiniano, ya desde la infancia, se mostró diferente al resto de sus rústicos compatriotas macedonios. Creció endeble y enfermizo, pero con unas inquietudes a todas luces inesperadas en aquellas legas comunidades de pastores, como fueron sus ansias por cursar algún tipo de estudios.
 


Un tío suyo, llamado Justino, huyendo de las razzias godas, invasiones bárbaras que asolaban muchas de aquellas regiones, había emigrado alrededor del 470 a la populosa y potente joya del Bósforo, Constantinopla, que había cambiado su nombre por Bizancio. Allí había realizado una gran carrera en los ejércitos del basileo-Βασιλεύς (emperador) Anastasio I -Αναστάσιος- [n. hacia el 17 de agosto de 430 d. C., en Dirraquio, ciudad del Ilírico-hoy Albania-m. el 9 de julio de 518 d. C.].  Justino, que, como se indicó, escaló rápidamente el escalafón militar hasta convertirse en comandante de la guardia de palacio del emperador Anastasio varias décadas después, se vio inopinadamente ascendido al trono de Bizancio en la noche del 8 al 9 de julio de 518 en la que acababa de fallecer Anastasio. Fue proclamado en el hipódromo como Justino I. En el momento de esta inesperada ascensión al trono tenía cerca de 70 años.

Se había casado con una esclava bárbara llamada Lupicina, [que luego, probablemente por cuestiones de respetabilidad, se cambió por el de Ευφημία-Eufemia], entre el 491 y el 518, según el cronista bizantino Procopio de Cesarea -Προκόπιος ὁ Καισαρεύς- [n. en el 500-m en Bizancio en el 560], y su "HistoriaSecreta", en la que afirma que fue la concubina de su dueño. Entre los reconocimientos que se le puedan conceder a la basilisa- βασίλισσα-(emperatriz) se hallan principalmente sus injerencias en las políticas eclesiásticas de Justino I [ambos esposos se declaraban como fervientes cristianos calcedonios] En  consecuencia, Justino, apoyado fervorosamente por su mujer, revocó la  política religiosa que Anastasio I había desarrollado en favor del credo monofisita [doctrina teológica que sostenía que a Jesucristo lo dota únicamente la naturaleza divina, pero no la humana], propició también una certera aproximación a Roma, siendo ambos hechos los que podemos considerar como el mayor de los logros de su reinado; y al que, además, hay que añadir el haber sido el fundador de la dinastía Justiniana. Eufemia hizo erigir la Iglesia de Santa Eufemia, donde fue enterrada en el 523 o 524. Y allí, a su lado, Justino fue inhumado tres años después, en el 527. 

Justino y Eufemia no tuvieron hijos, por lo tanto su heredero era Justiniano, que además de sobrino era  hijo adoptivo. Los conocimientos militares de Justino para gobernar el preponderante Imperio Bizantino resultaban escasos, aunque se rodeó de consejeros de gran confianza. Y, naturalmente, el más sobresaliente de ellos en tales momentos fue sin duda su sobrino Flavio Pedro Sabacio, al que, tras su adopción, dio el nombre con el que ha pasado a la historia: Justiniano; y después lo elevó al rango de cónsul de Bizancio. Muchos cronistas, y en especial Procopio de Cesarea, afirman que fue Justiniano quien en realidad rigió los destinos del Imperio ya en vida de su tío. Aunque todo ello resulta inverosímil, dado que fue investido como sucesor meses antes de la muerte de Justino. Un hecho de vital importancia para Justiniano fue que su tío derogara, en 525, una ley que prohibía a los miembros de la clase senatorial contraer matrimonio con una mujer de clase inferior, lo cual fue considerado escandaloso en la época.

Gracias a este edicto, Justiniano pudo casarse con Θεοδώρα-Teodora, una antigua actriz y artista de circo, hija de un domador de osos, y también, según Procopio, barragana famosa del barrio de prostíbulos más concurrido por los habitantes de Bizancio, [una especie de lo que, dos mil años después, sería apodado "barrio chino"] conocido como "mesé". Por otra parte, la derogación de esta norma contribuyó a diluir las antiguas diferencias de clase de la sociedad romana. En "The marriage of Justinian and Theodora"- "Legal and theological reflections" en el que Procopio de Cesarea relata el matrimonio de Justiniano con Teodora, se afirma que, en efecto, había obstáculos legales para que una liberta pudiera llegar a casarse con un oficial del rango. Procopio  afirma también que la basilisa  Eufemia se oponía al matrimonio de su sobrino con Teodora, ya que la consideraba una prostituta, aunque la misma Eufemia tenía tras de sí un bagaje de antiguos comportamientos muy cuestionables. Y sólo después de su muerte, ya viudo Justino, el matrimonio de sus herederos pudo llevarse a cabo. Y se celebró aquel mismo año 525 de la derogación imperial.

Justiniano tenía 38 años cuando fue elegido cónsul por su tío Justino, y para festejar este ascenso en la más poderosa corte del momento en Europa y el Medio Oriente distribuyó entre el pueblo grandes cantidades de dinero y trigo, y por si eso no bastará organizó en el anfiteatro de la capital un fastuoso espectáculo, digno de las mejores y más brutales festividades de la antigua Roma de los Césares, en el que participaron veinte leones, treinta panteras y un centenar de otras bestias feroces cazadas en el norte de África. Su fama y su influencia crecían así día a día. En poco tiempo, se convirtió en la eminencia gris para Justino, que ya no podía prescindir de él en cualquiera de las decisiones gubernamentales a tomar. Procopio cuenta que las damas se lo disputaban, pero acababan decepcionadas, sin llegar a culminar éxito alguno en cuanto se refería a encuentros sentimentales y, naturalmente, sexuales. Justiniano no era en absoluto un hombre atractivo. Su imagen era la de un tímido estudioso que rehuía todo conato romántico y voluptuoso con el bello sexo, aunque tampoco se le reconocían otros vicios peores. Al poco tiempo, su recalcitrante castidad fue muy mal interpretada entre los corrillos cortesanos, asegurándose que era víctima de la impotencia. Incluso que su aspecto, de cara siempre bien rasurada, resultaba algo femenino. Tampoco eso es cierto. Era de mediana estatura, y de cabello negro y rizado. No bebía, no comía carne, respetaba todas las vigilias del calendario cristiano, y se sometía a largos ayunos. Padecía algún tipo de insomnio, porque era bastante madrugador y empezaba a trabajar al amanecer. Claro que tampoco nunca se dilucidó entre los cronistas las horas que dormía abandonándose a los únicos abrazos que aceptaba: los de Morfeo. No obstante, Procopio dice que, en efecto, muy entrada la noche, sus ventanas estaban aún iluminadas y él permanecía sumergido en la lectura de Platón, Aristóteles y San Agustín.

Justino, chocheando ya por la avanzada edad y los continuos achaques que, por su debilitada salud, sufría, se pasaba los días poniéndose cataplasmas en una pierna enrojecida por la gangrena a raíz de una herida recibida en la guerra (no se sabe cuál). Y así, en abril del 527, cuatro meses antes de morir, el basileo llamó a su sobrino a su cabecera y le anunció que había decidido asociarlo al trono, la mayor dignidad que Justiniano podía recibir. Aunque fue una investidura puramente formal porque, en realidad, las riendas del poder estaban ya hacía bastante tiempo en sus manos. Y ese mismo día en que el enfermo soberano le confirió las insignias imperiales, Justiniano, ante la estupefacción de las damas más sobresalientes de la corte, y también, quizás, de las menos (que habían aspirado sin éxito a relacionarse íntimamente con él) se había casado con Teodora. Como ya se dijo, se trataba de lo que hoy se llamaría "una fulana de vida alegre", fugaz artista de circo con su padre que "hacía bailar al oso", y degustadora de cuantos placeres pudieran proporcionarle tabernas y, probablemente, prostíbulos en los que también había hecho carrera. Nadie explica cómo pudo Justiniano conocerla en un barrio tan poco recomendable como era el "mesé" de Bizancio. Pero lo cierto es que el affair amoroso tuvo lugar allí. Procopio en su "The marriage of Justinian and Theodora" también dice que Teodora era bellísima. Pero, según aseguran otros cronistas, eso no es verdad. Muy al contrario, la describen como de estatura reducida porque tenía las piernas más bien cortas, por lo que debería ser algo "culibaja" y de caderas robustas. El color de su piel era anémico, aunque ofrecía un seno demasiado abundante. Pero  los  ojos negros y vivaces, el cabello como el plumaje del cuervo, la mirada de lechuza, la hacían tan sexy como para despertar incluso los perezosos sentidos de Justiniano. Éste, como se hacían eco todas las voces de la corte, ya fueran femeninas o masculinas, era todavía virgen a los 40 años cuando encontró a Teodora en la "mesé". Desde aquel día, es decir, desde aquella noche, ella se convirtió en su amante y él en su prisionero sexual, o, no se sabe, si todavía púdico. Lo cierto es que Teodora, al hacerlo suyo, se hizo con una de las glorias masculinas más apetecidas en la corte de Bizancio.

Pero, debido a aquella situación de concubinato, Justiniano, que no pudo alojarla en palacio, hizo construir para Teodora una lujosa garçonniére en uno de los barrios residenciales de la capital a donde, una vez al día, iba a buscarla. Bizancio era, como es fácil imaginar, una ciudad chismosa e indiscreta, fuera cual fuera el status social de sus habitantes. Al cabo de veinticuatro horas, las relaciones de Justiniano y Teodora fueron del dominio público. Tampoco se hablaba de otra cosa en los salones de la alta sociedad. Las damas despechadas, y cuya reputación no era, desde luego, mejor que la de Teodora, gritaron todo tipo de improperios contra ella y su pasado, escandalizadas y envidiosas. Pero Justiniano fingió caballerosamente no oírlas, aunque, como ya se indicó, la misma basilisa Eufemia, que también había intentado seducirlo inútilmente, declarándose incluso, en la intimidad menos "recóndita", como "su esclava", tronase y se "rasgara sus imperiales vestiduras" contra Teodora. En cuanto a Justino, no pareció desaprobar la decisión de su sobrino de casarse con una mujer de la calle, con su pasado pecaminoso a cuestas. Al contrario, esta fue probablemente la última satisfacción que Justiniano le dio [y por el cual derogó una ley que prohibía a los miembros de la clase senatorial ese género de matrimonios] antes de bajar a la tumba, lo que ocurrió en agosto del año 527.

Muy al contrario de lo sucedido con Anastasio I, la desaparición del basileo Justino del panorama gubernamental de Bizancio no fue turbada por ningún desorden. El cambio de poderes para la subida al trono de Justiniano había sido preparado a tiempo y la elección fue saludada por las habituales y casi olímpicas manifestaciones de entusiasmo y homenaje que caracterizaban al pueblo bizantino, a las que por supuesto se unían las del Senado, del clero ortodoxo, y las de la parte urbana más baja: la siempre desfavorecida plebe; por más que el nuevo emperador fuera bastante impopular. Teodora fue proclamada emperatriz ahora reinante y la cosmopolíta y corrompida Bizancio pasó una esponja sobre el conocido pasado de la pelandusca crecida entre los vicios nefandos de  la "mesé". A partir de entonces, en los salones mundanos, su nombre empezó a ser pronunciado, no sin envidia, pero con respeto. La más exagerada adulación de Teodora se difundió por las calles de Constantinopla y en la Corte. Con la púrpura sobre los hombros y la corona en la cabeza, la antigua ramera parecía una reina de nacimiento. Procopio de Cesarea, que la conoció bien y estuvo, al parecer, perdidamente enamorado de ella, escribió que desde el día del famoso encuentro con Justiniano, siempre fue fiel a su marido, a pesar de que el emperador viviera sumergido hasta el cuello en los asuntos de estado. Regir un imperio como Bizancio, en efecto le restaban tiempo para los escarceos nupciales que Teodora, ahora entronizada, tampoco le exigía, mostrándose  lo suficientemente satisfecha con su pasado concubinato en la privada garçonniére  que tanto había dado que hablar.



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