Autor: Tassilon-Stavros
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UN RELATO BREVE DE LEOPOLDO ALAS "CLARÍN"
Internarse en un itinerario que nos sumerja en una tierna ondulación de sentimientos que parece arrancada del arconcillo de nuestra niñez donde una vez guardamos las esencias de cuantos afanes adquirieran para nuestros ojos, o, mejor dicho, para nuestra atmósfera interior, aquella cristalización, hoy casi olvidada, que conllevaran brillos joviales o siniestros, ciertos desamparos de soledades, de silencio, que no siempre se correspondían al concepto prometido que abre el vallado de la vida, es llegarse de nuevo, si no de puntillas, sí por el filo de la vertiente resbaladiza y fragosa por la que se arrastra nuestra memoria, mientras el batir de nuestro corazón se deja rasgar por la punta afilada de una emoción, que allí, en nuestra infancia se quedó encantada, sin la menor conciencia de su categoría lírica. Y que ahora, ya adultos, nos balancea en un nuevo oleaje de sentimientos. Es como si el día nos iluminase por primera vez, y desgajándonos del mundo, nos quedásemos solos en ese mar de iris húmedos. Una soledad sin más concepto de sentimiento que el nuestro. Una navegación hacia ese país desconocido de una reencontrada emoción, que se había quedado esperando en la quietud grande y desnuda de la noche, tan de niños, tan de cuentos. ¡Y no nos queda más remedio que llorar conmocionados!, porque inmersos en la fábula que nos abre los brazos, no podemos contener nuestro enternecimiento; porque su anécdota nos turba, su episodio nos sobresalta; se eleva como unos ojos melancólicos significando que no puede retardar el instante de abrirnos la puerta del desamparo, todo a costa de algún que otro júbilo extraviado (más ajenos que propios en este caso), de perdición y lágrimas que, de despedida en despedida, nos pertenecen por formar parte de este misterio cruel de la existencia. [Tassilon-Stavros]
"¡Adiós, "Cordera"!, redescubierta en su lozanía pedagógica; en su, para muchos, banal pequeñez; en su dosis de pirueta casi surrealista, acaba estremeciendo ese caleidoscopio melodramático que guarda eternamente nuestro corazón; el precioso aposento del que mana nuestra próspera fuente de riqueza sentimental, tantas veces maltratada por los verdugos del mundo. ¡No cabe más honestidad si os dejáis arrebatar por las lágrimas, si os anegáis en el llanto que acuchilla la entrañas, al leer esta hermosa fábula! Frente a todo lo que se tiene por sabido y contado en el amplio regazo humano, no es fácil (¡duele, y mucho!) dejarse llevar por este nuevo racimo de nuestras condenaciones, trabajos y adversidades. Cierto que sentiremos el sendero, la mansión primitiva en que nos cobijara la hierba y el follaje, la llosa, nombre genérico (como nos dice el mismo Clarín en "Doña Berta") de las vegas, que parece un verde mar agitado por las brisas, donde también pace, ajena a la crueldad del mundo, la Cordera. Y el roce secular de los pies desnudos de los niños, la cabaña con honores de casa, la servidumbre tirana, y las cicatrices que nos dejan sus patadas. Y el lamento amargo de Rosa y Pinín, frente a la hondonada nocturna por la que se pierde la Cordera para siempre. ¡Una visión del hombre que no duerme, sino que gime con pesadillas! (a través de la más tierna melancolía, del más cruel etiquetado de las lacras y mezquindades que forman parte del catálogo de los quehaceres que convierten esta vida en una expresión patética de las relaciones humanas, siempre agravadas por las consecuencias económicas).
Virtud de sobriedad, de simplicidad narrativa, la de esa realidad de la imagen del pobre hombre sin acomodo, que, extraído de la masa anónima, entre la imponente mole de la edificación telúrica que acoge nuestros pasos de seres vivientes, desnudos entre la verdura inmaculada del planeta, no se nos transfigura en un ser social, sino zoológico, porque en la belleza de su retroceso, de su nuevo nacimiento como documento sensible, esclavo de las viejas crónicas rurales, en su trato con la irracionalidad de la Cordera, ¡una pobre vaca matrona!, se adivinan magnificencias de deslumbrante dulzura, y le asusta más pensar en la desventura del animal amado que en el brinco cansado, rutinario e irreversible de su propio infortunio. ¡Si fuera posible aceptar que, como único remedio para el dolor más terebrante, no nos queda otro remedio que poder olvidar que se sufre! Si existiera tanta suntuosidad en el delirio, en la ensoñación, en la conciencia, que el "mártir", fuese hombre, mujer, o animal, se descompusiese sin crispaciones, sin sangre derramada, en un nuevo tiempo de ingenios indoloros, en la inminencia de un flamante verbo que dictara la crueldad y el sufrimiento como se dicta la receta de una dulce confitura, Rosa, Pinín, y Cordera huirían de las nuevas carreteras, de los palos del telégrafo, y de los ferrocarriles, lejos de esa clausura febril, enloquecedora, que imponen las civilizaciones. Y seguirían traspasando los campos con esa sutilidad amorosa y agreste que ofrecen las comarcas de pueblos escondidos, ceñidos a su viejo estilo de vida. Acompañados por el animal que aman, por entre la intimidad de los prados, ruralismo sin carreteras, estallando en una alegría loca; gozando del placer de vivir, de la "vaca abuela", en sus recreos suaves y renovados, seguidos por el viento, entre la salvia y el brezo; empachados de ese enternecimiento que conserva el verde intacto del amado Somonte. Y el bulto de la Cordera, al desvanecerse para siempre en la fría y desabrida noche, entre el "tintán" lacrimoso de la esquila, vetusto escalofrío de la pena que invoca la desolación en los corazones que aprenden a experimentarla, la despedida del mundo como un latigazo, la muerte en manos mercenarias, no haría que se nos cayera a todos el corazón a pedazos. [Tassilon-Stavros]Con toda probabilidad, coherente con las duras críticas llenas de agresividad e ironía que Leopoldo Alas desplegara en el género periodístico: "El crítico que dice la verdad no medra, y el poeta aunque sea malo, llega de redondilla en redondilla a jefe de negociado" (escribiría Clarín), y que le granjearon muchos disgustos y bastantes enemigos, el mayor detractor del coloso Leopoldo Alas, Bonafoux, escritor mediocre, escasamente recordado, y el más fiel de sus enemigos, habría convertido "¡Adiós, "Cordera"!", y el resto de sus, ya no magníficas, sino excelsas en grado sumo, narraciones cortas, en un festín de infantilismo y quincallería narrativa a la hora del "balance histórico". No hay que olvidar que fue capaz de escribir la necrológica más despiadada contra el genio fascinante (Clarín fallecería prematuramente a los 49 años), a todas luces amenazador, dado su inconmensurable sarcasmo crítico (ejercido en el periódico "El Solfeo" a partir de 1874), y el arrollador, personalísimo, y gigantesco talento narrativo de Leopoldo Alas (autor, nada más y nada menos, que de uno de los triunfos más epopéyicos del naturalismo novelístico, "La Regenta") : "Yo he sido el primero en alegrarme de la muerte de Clarín... El silencio que se escuchó en su entierro es el silencio que se escucha en los entierros de los tiranos". [Tassilon-Stavros]
Desde la caricia de la inocencia a la claridad interior que presantifica la infancia. Desde el mundo redimido que alcanza su esplendor por los caminos de la humildad hasta el postigo cerrado que nos ultraja. Desde los mantos verdeantes del "prao", ruralismo ingenuo, desasido, donde racionales e irracionales ofrendar pueden la virtud más olímpica de la insignificancia, hasta la renunciación de todos los afectos que nos convierten en discípulos afligidos, entre las anchas campanadas del llanto, de esa liturgia desdeñosa con que el dolor, oficio tributario de la tiniebla en que se reclinan nuestras emociones, precipita los latidos de nuestro corazón en la más torva de las congojas, ¡dejad que suenen los recónditos idiomas críticos de los infieles a Clarín! Que pasen de largo los desafíos académicos de quienes no aprendieron a "destocarse", séase "descubrirse la cabeza", ante la emoción de unos ojos irracionales, ni ante el secreteo de los idiomas recónditos que las criaturas humanas y las bestias se van pasando entre sí, como ininteligibles melindres de enamorados, de encuentro en encuentro, ¡ay!, (ya lo dije), y de despedida en despedida. Que nacen entre las soledades talladas de los valles, de los senderos, de los pueblos olvidados, y se pierden y retozan entre las brisas que mecen aisladamente los verdes follajes, o se columpian entre los ramajes de las arboledas. ¡Qué solitos nos vamos quedando! ¡Pero yo he de morir llorando por los cuentos de Clarín! Y para mis culpas peores, que no he de dejar en este mundo, pues con él quiero reconciliarme, no busco más confesión, a fin de no ponerle cancela a la inteligencia del corazón, que la de ungirme con ese coro de dulzura, cálido, apasionado y lloroso con que me colman las vocecitas de Rosa y Pinín, aunque me desgarre las entrañas el "tintán" sangrante de la esquila de la Cordera, que transfiere el horizonte irracional de su existencia al negror moribundo de la noche (¡cuánto dolor, cuánto sollozo incontenible en esa violacea desaparición del animal que, inocente, ignora su suerte! ¡Ay, tierna pastora espiritual del Somonte!) : "¡Adiós, Cordera de "mío" alma!... ¡Adiós, Cordera!"... [Tassilon-Stavros]
Leopoldo Alas nació el 25 de abril de 1852 en Zamora. Pero su familia era originaria de Oviedo (Asturias). Su padre, Jenaro García Alas, había sido nombrado gobernador de la ciudad castellano-leonesa. Una vez trasladados, nacería Leopoldo, tercer hijo del matrimonio. Una honda nostalgia por el terruño asturiano, por los relatos que de él le contaba su madre, y por la belleza de la provincia que habían dejado tras de sí, acabarían por influir notablemente en el espíritu del pequeño Leopoldo. A la edad de 7 años, iniciaría sus estudios en León con los Jesuitas, cuyo colegio se ubicaba en el impresionante edificio de San Marcos. El mote de "el Gobernador", alusión a la profesión paterna, presidió gran parte de la etapa estudiantil del futuro gran escritor. Alumno modelo, prometedora figura de narrador ya en su primer año escolar, recibió, como premio y trofeo literario una banda azul, que conservó durante toda su vida.
El primer itinerario de su honda sensibilidad se afianza en la geografía asturiana al regresar la familia a las tierras de Guimarán, propiedad de su padre, en el verano de 1859. En la vieja biblioteca familiar descubre a sus dos primeros autores y maestros: Cervantes y Fray Luis de León. El 4 de octubre de 1863, con 11 años, empieza lo que por entonces se conocía como "estudios preparatorios" en la Universidad de Oviedo. Estudiante con sobresalientes en todas las materias: Latín, Aritmética, etc. Estudios de Bachillerato entre 1864 y 1869. Se licenciaría en Derecho en tan sólo 2 años. Nacen sus primeras aficiones periodísticas. Se traslada a Madrid. Y en la cátedra de Nicolás salmerón, Leopoldo acaba por empaparse de las teorías de Karl Krause ("Krausismo"), movimiento ideológico intelectual que culminaría (pese a la férrea oposición del gobierno de Isabel II) con la creación de la Institución Libre de enseñanza. Citaba a Cervantes, a Santa Teresa, y acababa con Tolstoi o San Francisco de Asís. Incomprendido por sus alumnos, incapaces de entender el espíritu de deliberación que promovían sus enseñanzas, fue el clásico profesor con fama de suspender, dado su carácter estricto y exigente. Equitativo en sus calificaciones, Don Leopoldo ,"el hueso", jamás aceptó sobornos ni recomendaciones. Muchos biógrafos de Clarín apuntan hacia su caciquismo literario, algo tiránico. Muy temido (y respetado) en Madrid, pese a residir en Oviedo, este hombrecillo nervioso y miope, fue un provinciano universal, incomprendido en Oviedo; conocido en toda Europa y América. Su letra ininteligible se convirtió en una de las peores pesadillas de sus contemporáneos. Galdós dijo de él: "Cuán hermoso es recibir un papel lleno de garabatos de Clarín y prepararse a los goces puros de la adivinación". Y Doña Emilia Pardo Bazán enriquecía la ternura que sentía por los escritos del gran Leopoldo Alas, exclamando: "Ya tenía ganas de ver sus deliciosos garabatitos".









































