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-Es una buena habitación, con baño incluido... La mejor que tengo... Claro que... como regentadora de mi establecimiento, bueno... hay ciertas responsabilidades...
Emily, al descender del tren, se había dicho que aquella población no debía carecer de ciertas comodidades bajo su aspecto de rústica sencillez, y no se había equivocado del todo, puesto que, en efecto, al llegar al pequeño hotel, aunque mostrase su letrero algo despintado, no le resultó desagradable. Probablemente la clientela debía ser más bien escasa. El iluminado de las calles, ahora que había empezado a anochecer, presentaba cierta opacidad con algunas farolas de estilos muy antiguos, como untadas de aceite y ennegrecidas por el tiempo. Los transeúntes escaseaban también.
Emily, con acento de gravedad, repitió:
-¿Responsabilidades?
-Sí, en cuanto se refiere a... eventuales consecuencias que pudieran surgir... Eres muy joven, viajas sola... es un riesgo... Supongo que podrás aportar algún tipo de documentación, cariño...
-Sí, sí, lo comprendo... – observó Emily tratando de esbozar una sonrisa en la que se transparentaba, sin embargo, algo muy parecido a la tribulación- Viajaba acompañada por mi padre... Él... él murió inesperadamente... Me dejó algún dinero... Y yo necesito llegar a Bismark... Allí tengo familia... Espero poder tomar el próximo tren... – Emily rebuscaba mientras tanto entre sus pertenencias- No carezco de ciertos documentos que acreditan mi...
-Vamos, déjalo ya... y no hablemos más de ello- sonó menos desdeñosa ahora la voz de la dueña del hotel, dado que Emily se le aparecía de nuevo en toda su juvenil inocencia. Se sintió conmovida. Y con sus pasos seguros avanzó rápidamente hacia la escalera que conducía a la parte alta del establecimiento.
-Yo... yo no debería estar aquí...- dijo Emily tras cobrar más conciencia de su vulnerabilidad.
-No te preocupes... - la excusó la hostelera- Toma el próximo tren e intenta llegar a Bismark lo antes posible, aunque me temo que tendrás que esperar unos días. Así que recoge tu escaso equipaje y sígueme. Necesitas dormir, e incluso tomar un baño. Dispongo de agua caliente...
De pronto, se desató una torrencial lluvia que repercutíó estrepitosamente contra las cristaleras de la entrada.
-Y ahora, además, llueve... Aquí estarás bien... La noche va a ser muy fría. Te encenderé la chimenea...
Emily siguió a la hostelera, y no dijo una palabra más.
-Hay una buena cama.... Y mañana podrás desayunar. Tengo el hotel medio vacío... Aquí la gente se levanta muy temprano, pero tan sólo para las labores del campo. Tenemos, además, un aserradero... Es lo único que me provee de algunos clientes.
Una inmediata sensación de paz, de profundo relajamiento, invadió a Emily cuando se halló en la habitación. Una estancia sumamente simple cuyo alfombrado se veía muy usado. El comportamiento de la hostelera, para su sorpresa, era más llano y libre de lo que en un principio imaginó.
-Creo que vamos a tener lluvia durante varios días... Y mucho frío... Y hasta alguna que otra tormenta de dust bowl. Aquí los remolinos de polvo suelen ser mucho peores que la lluvia. El cielo se tiñe de gris, y la tierra, como si fuera ceniza, vuela por los aires y es capaz de tragarse alguna que otra casa. La respiración se convierte en un verdadero tormento. Se asfixia una...- aseguró la mujer mientras encendía el fuego y arreglaba las ropas de la cama- Los meses de invierno pueden ser así de terribles en Dakota.
-¿Estamos en Dakota?- inquirió Emily iluminándosele el rostro.
-South Dakota, cariño. Has hecho un largo viaje, se nota... dada tu alegría. Pero no temas, no voy a preguntarte de dónde vienes. Sin embargo, sería muy conveniente que no te dejes ver demasiado... Esta no es una ciudad excesivamente acogedora para una muchacha joven y sola como tú. Quédate en el hotel. Yo te mantendré al corriente de la llegada de tu tren... Si tienes hambre puedo...
-No... prefiero el baño y dormir – aseguró Emily
El aire gélido y la lluvia habían invadido la habitación.
-Claro, estarás helada. Pero pronto entrarás en calor... Báñate,... como ya te dije dispongo de agua caliente. Y acuéstate... Mañana te prepararé un buen desayuno...
En efecto, en el exterior la noche se revestía de una severidad tenebrosa. La lluvia emitía su armonía repiqueteante sobre los techos y ventanales, y desde el fondo de la oscuridad nocturna el cielo, oculto por el aguacero, aparecía más profundo y remoto.
-Y sobre todo cierra la habitación con llave... – aconsejó por último, con sonriente amabilidad la hostelera- No debes temer nada... pero nunca está de más asegurarse...
Emily, una vez sola en la habitación, recogió con cuidado sus ropas bajo las cuales ocultaba el dinero, y se dirigió al aseo contiguo. Sentía unos deseos locos de sumergirse en el agua caliente que la hospedera le había preparado. Luego, tras el baño, se sintió tan embriagada al penetrar entre las acogedoras sábanas y mantas de la cama, que durmió profundamente toda la noche.
La persistencia del mal tiempo la privaría de la oportunidad de conocer la ciudad. El día siguiente fue mucho peor. Arreció la lluvia de manera furibunda. Las luces eléctricas escaseaban todavía en casi todos los hogares, y a causa de los torrenciales chaparrones el pueblo parecía dormido durante la mayor parte del día bajo el cielo frío y lluvioso. Emily, ante la mirada estupefacta de la fondista, intentó salir del hotel, ansiosa por dirigirse hasta la estación a fin de recabar nuevas informaciones sobre el ferrocarril que podría llevarla hasta Bismark.
-Pero, ¡qué locura, cariño!- exclamó la hostelera- Con la que está cayendo, ni dos pasos vas a poder dar.
-Si usted me acompañara a la estación... – aventuró la muchacha la petición sin dejar de sentirse abrumada.
Por supuesto, ante aquella decisión no faltó la firmeza de una rotunda negativa.
-Es un capricho inútil... Además, tendría que cerrar el hotel... Ya te dije que no tendrás tren hasta dentro de tres o quizás cuatro días...
Emily había asomado un instante su rostro ante la entrada del hotel. El chubasco, súbito e imparable, le roció el rostro. Algunos transeúntes huían del aguacero, y ella sintió cómo el frío la traspasaba desde la nuca hasta los dedos de los pies.
-No seas tan complicada, cariño. No te empeñes en salir corriendo todavía. Lo único que conseguirás es coger un terrible enfriamiento y no tendrías más remedio que posponer tu viaje...
-Me quedaré entonces un rato... sentada en el salón junto a la estufa,... si no le importa... – propuso Emily.
-Hazlo, cariño... ¡Qué idea la de haberte empeñado en salir! No debes preocuparte, yo misma te acompañaré hasta la vieja estación cuando tengas que marcharte.
Con la anochecida se oyeron vozarrones masculinas que, en un principio, parecían venir de muy lejos, y luego se elevaron mucho más fuertes desde el muro impalpable de las frías tinieblas. El aguacero había parado. Sonaron entonces los estruendos de varios disparos de pistola, como lanzados al azar.
-No temas, cariño- dijo la hostelera, y agregó- Son los muchachos del aserradero, no deberían tener armas... pero por aquí las cosas no han cambiado mucho...¡Hombres! Son muy amables y divertidos conmigo, ¿sabes? Tanto, que a veces me cuesta deshacerme de ellos. No tardarán mucho en aparecer por aquí... Beben en exceso... No hay mal en ello, después del duro trabajo del aserradero...
Emily la miró intrigada, tratando de disimular su turbación
-Pero preferiría que volvieras a tu habitación... Es posible que tenga demasiado que hacer... Esta ciudad es muy pequeña. Y en un rincón miserable como éste, empiezas muy pronto a tener mala fama- se lamentó la mujer- Y tampoco tardas en ser un buen tema de comadreos... ¡Es fatal!... Pero, ¿de qué puedo quejarme? Siempre será igual esté donde esté...
Un ligero rubor cubrió el rostro de Emily, fijando la mirada en el suelo. Y la hostelera sonrió forzadamente.
-Anda, vuelve a tu habitación, cariño...Te avisaré para la hora de cenar...
Un instante después, Emily entraba en su estancia. La propietaria del hotel no tardaría tampoco en desempeñar a la perfección su papel de regentadora del establecimiento llena de amabilidad y de atenciones. En efecto, el albergue, tras ella, recibía ya los esperados gritos del ajetreo masculino en la parte del bar. El bullicio cobraba así, poco a poco, la lastimosa rusticidad vociferante de los recién llegados a los que ya traicionaba cierto grado de embriaguez. Emily trató de no prestar demasiada atención a ello, pero se sintió trastornada. La cabeza le daba vueltas, y abrió un instante la ventana de la habitación. El aire frío del exterior chocaba ahora en su rostro como una brisa armoniosa y apacible que, por un instante, la repuso de manera sorprendente. Cerró los ojos, aspirándolo e incapaz de moverse. Luego cerró el ventanal, se tumbó en la cama no pensando en ponerse a dormir. Y se quedó escuchando el alboroto que se había organizado en el bar del hotel. Unas horas más tarde la hostelera llamaba a la puerta de la habitación.
-Te he traído algo de comer. Luego podrás dormir cuanto quieras...
De nuevo el paisaje, a través de las ventanillas del tren, se revestía de una severidad petrificada, inmóvil. El paso del ferrocarril era como un gruñido sordo y repetitivo que aplastaba en su ramificación vial aquellos horizontes enormes, solitarios e inquietantes; masa imponente de lejanías confusas y de cumbres desoladas que se iban entenebreciendo con la puesta del sol, dejando que sus caprichosas líneas deformes se extraviaran entre el cielo y las líneas sombrías de la tierra, una vez la anochecida devoraba cualquier destello perdido. Las estrellas, durante las dos primeras noches de viaje, mostraban, no obstante, su multitudinarios centelleos tan brillantes y cercanos que uno esperaba verlas caer y precipitarse en el negro vacío del espacio. Y en Emily se despertaba de pronto una inusitada nostalgia de las ciudades que había dejado tras de sí. El viaje emprendido aparecía entonces ante ella con una desesperante amargura de destierro, aunque luchaba para evitar la tristeza con que la invadía aquel sentimiento. Era una sensación dolorosa de esfuerzo gratuito por alcanzar con aquella huida no sabía qué. Su propia existencia, su juventud solitaria, se le aparecía bajo aquel mismo aspecto de pura esterilidad.
El tercer día de viaje el frío se intensificó de forma desorbitada. Los escasos ocupantes del vagón buscaron en sus equipajes todas las prendas de abrigo posible para combatirlo. Y Emily por primera vez supo lo que significaba enfrentarse al Dust Bowl que azotaba las tierras de Dakota. El ferrocarril detuvo su marcha durante casi todo el día, dado que los remolinos de polvo golpeaban con temible fuerza los vagones, cegando la locomotora, y no dejando siquiera penetrar la solapada luz del sol a través de las ventanillas. Aquel furioso manto de tierra errante repercutía estrepitosamente sobre los mamparos metálicos del tren, produciendo en sus ocupantes una tenebrosa sacudida de imbatible soledad, como si se hallasen suspendidos en un vacío cegador y helado. Pasaron las horas y por fin, todavía inmersos en aquella sensación, el día se había empezado a revestir ya de los tonos del anochecer. Y el Dust Bowl, ahora borroso, empezó a esparcir su gigantesca mancha negra diluyéndose en el fondo de aquel valle en que el ferrocarril se había detenido. Y Emily, que había llegado a preocuparse de verdad, rumiando sin cesar ideas negras que trataba de soslayar, acabó adormeciéndose, amodorrada en la suave tibieza de su propio cuerpo abrigado en exceso. Fue un nuevo recorrido en tren interminablemente penoso. Un día más tarde, intranquila y sin emoción, tras haberse hallado al borde de la depresión nerviosa durante todo el viaje, descendía por fin en la estación de Bismark.
-Se nota que hace más frío...- Y dirigiéndose al dueño del café, que no había dejado de observar a Emily, añadió: ¿No vas a atender a la señorita? ¿O es que te has quedado mudo de asombro?... Hacía siglos que no aparecía por aquí una mujer, ¿eh, amigos?.
Las risas se desataron.
-Oiga, señorita... – El propietario del bar se interpuso en el avance de Emily, que mantenía los ojos bajos, presa de penosa turbación- No acostumbramos a servir... a mujeres...
-¡No seas grosero, Smithy!- sugirió el cliente de la barra- Siempre hay una primera vez para todo... ¿Por qué tanta reserva? ¿O es que tienes miedo de que se entere tu mujer?
La carcajadas sonaron de nuevo, y Emily, aunque súbitamente abochornada y experimentando la necesidad de poder disponer de un baño, pese a saber que se estaba poniendo en vergonzosa evidencia ante aquellos desconocidos, nada le justificaba aquella negativa del propietario del café. La circunstancia a que se hallaba sometida resultaba desagradable, pero el rasgo atrevido del que había hecho gala al emprender aquel viaje la impulsaba de nuevo a obrar con la misma audacia.
-Si usted... si usted pudiera hacer una excepción- dijo tímidamente Emily- Vuelvo... vuelvo a mi casa... en Ashtonville... Es que... estoy algo indispuesta...
El dueño del bar respondió con un vago gruñido.
-No seas imbécil, Smithy... Y atiende a la señorita- exclamó el hombre de la barra, acercándose a Emily- Una mujer puede desear... –no acabó la frase- Aquella puerta del fondo, señorita. Y no se preocupe... pero no espere gran cosa...
Emily, antes de avanzar hacia el fondo del establecimiento, musitó un agradecimiento apenas audible, porque la angustia le oprimía la garganta.
-Dime Smithy, ¿cuándo empezaste a actuar en calidad de enjuiciador del condado?- bromeó su cliente.
-¡Bah, déjame en paz... Me tienes harto con tus tonterías...
-¿Tantos atractivos tiene el matrimonio que te aterroriza recibir en tu sucio establecimiento a una señorita educada?
-¡Cásate de una vez... y lo sabrás!...
-¡Antes me corto... -rió-... el bigote!...
Cuando Emily volvió a aparecer en la amplitud del local donde tan sólo la clientela masculina parecía haber tomado posesión del establecimiento, comprendió que no tenía más remedio que salir del mismo y partir otra vez de cero aunque no sabía bien dónde, puesto que le daba ahora cierta vergüenza permanecer allí, frente a la mirada sarcástica de aquellos hombres. No obstante, de nuevo salió en su defensa el cliente que se mantenía aún junto a la barra.
-Smithy, tus modales siguen siendo los típicos del patán que sin duda eres. Sé amable de una vez, y sirve a esta señorita una de tus hamburguesas...- luego se dirigió a Emily- Debe usted hallarse hambrienta. Imagino que el viaje en esa ruidosa cafetera habrá sido largo...
-¡No... no se moleste usted!... – exclamó súbitamente Emily rechazando el ofrecimiento.
-A
veces llego a sentirme completamente avergonzado... -se lamentó el desconocido.
-¡Está bien!...- sonó en la voz del dueño del bar una tensión especial, apremiante y abrumadora- Siéntese señorita... Le serviré una buena hamburguesa... Y también una taza de café... si le apetece.
-Eso está mejor, Smithy, aunque sigo pensando que eres un tipo con cierta incapacidad para ser mínimamente amable.
-Y yo sigo pensando que eres un bocazas... Perdóneme señorita...
El tono de las voces nada tenía ahora de agresivo. La inflexión del amable desconocido se mostraba relajada, y una sonrisa brillante se agregaba a ella. En realidad, observó Emily en su interior, se trataba de un hombre atractivo, de comportamiento firme y amplio. No obstante, cuando se acercó a la mesa en que Emily había tomado asiento, vaciló:
-¿Me permite, señorita?...
Emily asintió, bajando los ojos turbada.
-He creído oír que se dirige usted a Ashtonville...
-Sí...
-Si quiere un buen consejo, yo le sugeriría que cambiase de idea...
-¿Por qué?... – se extrañó Emily.
-Ashtonville es un pueblucho sucio y maloliente... Lo único que va a encontrar allí es dust bowl, casi la totalidad de las viviendas asoladas por el polvo, y miseria y enfermedad. La mitad de la población padece neumonía... Y el único médico no es más que un inútil veterinario al que incluso los animales se le resisten. Debería usted quedarse en Bismark...
-Pero hay línea ferroviaria hasta allí...
-Por poco tiempo... La población emigra constantemente. Créame, Ashtonville no tardará en convertirse muy pronto en una ciudad muerta...
-Le agradezco sus palabras... De veras- dijo Emily, aunque en su memoria resonaba la advertencia de la amable dueña del hotel aconsejándola: "Un tren nada más ofrece la ciudad inmediata, ... interrumpe menos ciertos peligros, y promete más... Que tengas suerte, cariño"
-Créame, no he querido entrometerme en su decisión –añadió el desconocido- Y mucho menos asustarla... Haga usted su viaje, si ciertamente le es necesario instalarse allí por algún asunto familiar. Tan sólo le llevará un día de viaje. Mañana al amanecer tendrá su tren, lo cual significa que llegará usted a Ashtonville ya anochecido... Pero déjeme que insista. Escape de allí en cuanto le sea posible.
La mirada del amable cliente se dirigió vivamente hacia el dueño del bar.
-Smithy, ¿crees que a tu mujer le importaría que la señorita pasase la noche en tu casa?
-¡No... no!- exclamó súbitamente Emily, con un gesto de turbación, observando avergonzada a los dos hombres- Yo... yo debo volver a la estación. Esperaré allí hasta la salida del tren...
-Le aseguro, señorita, que si pasa usted la noche en ese inmundo agujero la neumonía hará presa en usted mucho antes de que llegue a Ashtonville. Es una idea descabellada... Y tú, Smithy, ¿qué respondes?
El dueño del bar, ofreciendo la hamburguesa a Emily, dirigió de nuevo una mirada contrariada al cliente, aunque finalmente, accedió:
-Coma usted, señorita... Y no se preocupe. Puede
pasar la noche en mi casa. Mi mujer estará encantada de ofrecerle una
habitación.
-Te das cuenta, Smithy, de lo poco que cuesta ser amable con un visitante. Eres un hombre de corazón simple, pero recto, ¿verdad amigos?
Volvieron a sonar las carcajadas: "¡Smithy, recto, ja ja ja!"
-Y tú sigues siendo un bocazas. Acabaré prohibiéndote la entrada en mi establecimiento.
-¿Lo harás, Smithy? ¿De veras?- rió el cliente.
-¡Bah!, déjame en paz de una vez...
-Yo... no... –dijo Emily en tono avergonzado- No sé cómo agradecerles...
-No debe sentirse preocupada. A Smithy basta con repetirle un par de veces que no sea grosero... o pendenciero, que es peor – se chanceó de nuevo el desconocido- para que acabe comiendo en tu mano...
-¡Resultas un tipejo repulsivo cuando dices estas cosas! –protestó el dueño del bar.
El amable desconocido siguió riéndose, hasta que finalmente añadió:
-Descanse esta noche, señorita, pero no olvide mi consejo. Huya de Ashtonville antes de que se convierta en un cementerio.
[There were times when Emily Fraser, as if absent, enveloped and overwhelmed by those unknown landscapes that she glimpsed from the window of the noisy train, a journey of miles and miles, felt plunged into the terrible loneliness that nature causes. The fields and forests, the cliffs that increased unusually on both sides of the train with their immense silences of death, the new unknown stations of small interior cities, and again and again endless presences of immense plains through which the rails of the train ran, and that threw the traveler a mirage of primitive repose like that of the beginning of time, now devoured with its noise and haste by the smoking locomotive, kept her awake until very late. Fear also made the journey more painful. She had hidden in her clothes an excessive amount of cash, and that fear did not help to alleviate her, quite the contrary, since she had been told that on many of these long railway journeys it was still easy to break the security law of the passengers. The greatest physical fatigue also followed one another for the solitary girl because her bodily needs function so relentlessly in her natural order that given the impossibility of stopping them, the penalties of the adventure undertaken increased. The railway line did not avoid, in effect, this logical consequence, and, physically, in that advance that involved a journey of hundreds of miles, there was no alternative but to use the poor toilet available to the wagon; and get some food in some of the various towns where the train stopped, until returning to the horizontal lines of those monotonous places that only welcomed the roar of the locomotive, and try to head off a fearful dream with cold nights and pitch-dark, the railway never stopping until sunrise.
A group of traveling comedians with musical instruments and boisterous songs disturbed the silence of most of the travelers, and the carefree joviality of these comedians had to be forcibly shared for much of the day. Emily occupied, alone and individually, a secluded seat in the not too crowded carriage. And one of her comedians, watching her from a distance from the rest of the passengers, sat next to her trying to get a boisterous acceptance smile from her, at the same time starting an absurd chatter. She was a kind of rude forty-year-old, with a big mouth and who laughed incessantly at her own jokes, as did her colleagues with the rest of the occupants of the cold van. The situation was ridiculous and annoying. Elusive, Emily was at all times unreceptive to the comical quips displayed by this insufferable individual, who now sat in her next seat cavorting like a clown. Fortunately, the railway stopped at one of the small towns on its course, and Emily, unwilling to set out again among that troupe of impertinent comedians, took her few belongings and left her seat, leaving the ridiculous impersonator with the word in her mouth, who now looked at her contemptuously. Before getting off the train, Emily, through the conductor, inquired, without obtaining a conclusive answer, about the arrival of the next train to Bismark. In spite of everything, he decided to look for a room, not without some resentment, in a hotel in the unknown city where he had gotten off, where he could take a comforting hot bath and finally sleep for a night, while still trying to clear himself up. herself the capricious reason for her trip.
At the chosen hotel, run by a middle-aged but slender and attractive woman, agile and versatile, apparently well versed in the professional art of command, Emily's presence, her extreme and lonely youth, the armored shyness in which she shrank like a concrete, hard and ghostly shape, had rudely tested the hostess's nerves for a few moments. However, Emily took a load off her shoulders by promptly paying her the required amount for the room in which she arranged to spend her first night. The hotel owner's eyes, once repaid, accepted Emily's troubled look as one accepts a childhood innocence. Respect for money worked the miracle for her. Now it was much easier to notice in the girl the fatigue of her journey and to strike up a certain conversation with her.
-It's a good room, with a bathroom included... The best I have... Of course... as the manager of my establishment, well... there are certain responsibilities...
Emily, getting off the train, had told herself that this town should not lack certain comforts under its appearance of rustic simplicity, and she had not been entirely wrong, since, indeed, when she arrived at the little hotel, even if she showed her sign somewhat faded, it was not unpleasant. Probably the clientele must have been rather sparse. The illumination of the streets, now that it had begun to get dark, presented a certain opacity with some very old-style lampposts, as if smeared with oil and blackened by time. Passers-by were also rare.
Emily, gravely, repeated:
-Responsibilities?
-Yes, as regards... eventual consequences that might arise... You're very young, you're traveling alone... it's a risk... I suppose you can provide some kind of documentation, darling...
-Yes, yes, I understand... -Emily observed trying to outline a smile in which, however, something very similar to tribulation was revealed- I was traveling accompanied by my father... He... he died unexpectedly. .. He left me some money... And I need to get to Bismark... I have family there... I hope I can catch the next train... - Emily was looking through her belongings meanwhile- I do not lack certain documents that prove my ...
-Come on, leave it... and let's not talk about it anymore- The hotel owner's voice sounded less disdainful now, since Emily appeared to her again in all her youthful innocence. She was moved. And she, with her sure steps, quickly advanced towards the stairs that led to the upper part of the establishment.
-I…I shouldn't be here…- Emily said after becoming more aware of her vulnerability.
-Don't worry... - The innkeeper excused her- Take the next train and try to get to Bismark as soon as possible, although I'm afraid you'll have to wait a few days. So pick up your meager baggage and follow me. You need to sleep, and even take a bath. I have hot water...
Suddenly, a torrential rain broke out that crashed against the windows of the entrance.
-And now, besides, it's raining... You'll be fine here... The night is going to be very cold. I'll light the fireplace for you...
Emily followed the hostess, and she didn't say another word.
-There is a good bed.... And tomorrow you can have breakfast. My hotel is half empty... Here people get up very early, but only to do farm work. We also have a sawmill... It's the only thing that provides me with a few customers.
An immediate sense of peace, of deep relaxation, washed over Emily as she found herself in the room. An extremely simple room whose carpeting looked very used. The innkeeper's behavior, to her surprise, was smoother and freer than she initially imagined.
-I think we are going to have rain for several days... And very cold... And even the occasional dust bowl storm. Here the dust devils are usually much worse than the rain. The sky is dyed gray, and the earth, as if it were ash, flies through the air and is capable of swallowing the occasional house. Breathing becomes a real torment. She's suffocating...- the woman assured as she lit the fire and arranged the bedclothes- The winter months can be that terrible in Dakota.
-Are we in Dakota?- Emily inquired, lighting up her face.
-South Dakota, honey. You've made a long journey, it shows... given your joy. But don't be afraid, I'm not going to ask you where you come from. However, it would be very convenient if you did not show yourself too much... This is not an excessively welcoming city for a young and lonely girl like you. Stay at the hotel. I will keep you informed of the arrival of your train... If you are hungry I can...
-No... I prefer the bath and sleep- Emily assured.
Frigid air and rain had invaded the room.
Indeed, outside the night was covered with a gloomy severity. The rain emitted its pattering harmony on the roofs and windows, and from the bottom of the night darkness the sky, hidden by the downpour, seemed deeper and more remote.
-And above all, lock the room with a key... – She finally advised, with smiling kindness, the innkeeper- You shouldn't fear anything... but it never hurts to make sure...
Emily, alone in the room, carefully picked up her clothes under which she hid the money, and went to the adjoining bathroom. She felt a crazy desire to immerse herself in the hot water that the hostess had prepared for her. Then, after the bath, she felt so intoxicated getting between the cozy sheets and blankets on the bed, that she slept soundly all night.
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