INTROSPECCIÓN,
PERCEPCIÓN, INTERPRETACIÓN Y COMPRENSIÓN DE LAS EMOCIONES, PENSAMIENTOS
Y CONDUCTAS QUE AQUEJAN A LOS PERSONAJES EN LA NOVELADA NARRATIVA DE
"MARRUECOS"
[Puso el Cherokee en marcha. Chirrió dos o tres
veces. Forzó Andrés las marchas. Rompió en un jadeo sofocado, gutural,
apretando sus labios contra la rabia. Se enzarzó en un pequeño laberinto
de espacios tan sólo insinuados por los perfiles de los automóviles por
allí aparcados. Fue desplazando el Cherokee casi a tientas. Patonia no
podía contener su estupor. Los choques fueron continuos. La cómplice
entereza de Andrés la desterraba de los rincones del miedo. Vio,
admirada, como se imponía en él a toda costa la audacia de la huida. La
necesidad de no caer en el desánimo resultó implacable. Fue una búsqueda
caótica. Una reconstrucción de los secretos del espacio, en la que
Andrés no mostró desconcierto alguno, ni se cuestionó en ningún momento
la gran sorpresa, casi suplicante o frenética, de la gente que por allí
pululaba. De pronto, un rostro furibundo armado con un objeto impreciso
golpeó el parabrisas del Cherokee, que, por fortuna, no se rompió.
Patonia lanzó un grito. Pero Andrés mantuvo, sin angustiarse, su
obcecada actitud fugitiva. No obstante, frenó en seco, y cuando el
desconocido salió disparado de la parte delantera del Cherokee, dio de
nuevo marcha atrás con toda virulencia. Estaba completamente bañado en
sudor. Logró desplazar al gentío, y rasgar la capa de asfalto desgastado
que apenas cubría la amplia superficie de entrada a la Medina. Más allá
se abría por fin una oscuridad intrusa, una especie de cementerio de
callejas perdidas, no alimentadas por la comparecencia iluminada de los
tenderetes y cafetuchos. Era el Fez extramuros, desgarrado y apático, al
que nadie socorría. Se zahondaba en el silencio, como si se tratase de
una inmensa capa de tierra desdeñada, repartida entre callejones que
vivaqueaban entremetiéndose por los descampados; más próximos al cielo, y
más sumergidos en la oscuridad fresca de los campos.
Todo se había desarrollado con tal vértigo, que
Andrés dudó unos instantes antes de detenerse junto a la que juzgara
como callejuela más apartada de Bab Bou Jeloud. Recordaba ahora las
palabras de Farid como datos imprecisos que se desvanecían entre
aquellas soledades hostiles y oscuras, desparramadas como caminos
imprecisos en el laberinto de la noche.
-¿Ves algo?- Preguntó Andrés a Patonia.- Como tu
amigo tarde en aparecer, tendremos que salir zumbando sin él. Yo no me
la juego más.
Patonia, a través de la cristalera del Cherokee no
apartaba la vista de la calleja, de paredes blanquecinas que parecían
estrujarse unas contra otras, desfigurando el menor indicio de atajo.
Era un paisaje estático, petrificado en la negrura.
-Un momento, Andrés... Creo que lo veo- Se alzó
Patonia, arrodillándose en el asiento trasero donde se hallaba junto a
Mónica (que rezongaba alguna queja ininteligible), y pegando su rostro
al cristal como si quisiera atravesarlo con los ojos- ¡Es Farid! Está
ahí]
[Mónica, que había estado a punto de desmayarse, amenazada por el colapso
mental que le había producido el terror a conducir el Cherokee, pasó de
una respiración jadeante a una risa convulsiva. Se veía sumergida en
aquellas sombras erráticas como un murciélago que recobrara el latido de
sus radares y se dejara mecer, recobrando su seguridad en la noche, por
la irresistible suavidad de las tinieblas, pocos minutos antes
totalmente inextricables.
-¡Eh, habibi, ahora no te entusiasmes!- Exclamó Farid, atemorizado por
el giro vertiginoso que imprimía Mónica al desplazamiento del vehículo.-
Que el terreno que pisamos no es tan seguro como el que al parecer te
estás imaginando.
-Ahora voy segura, cariño... No te preocupes- Aseguró Mónica- No va a
pasar nada. ¿No ves? Ya le he cogido el tranquillo al tanque este.
-Sí, sí, pero... ¡ojo al parche!...
-Estoy tranquila,... no temas... Tenías razón, como siempre.
-¿Cómo siempre?- Repitió sarcástico Farid.
-Sí, sí, como siempre... Tú nunca te equivocas... Tu ayuda lo es todo
para mí... Por eso, te quiero tanto. ¿Ves? Ya me he hecho con el coche.
Llegaremos sanos y salvos a tu pueblo...
-No es mi pueblo, tía...
-No importa... Llegaremos... llegaremos bien. ¿Conduzco bien, cariño?... Me ayudarás, ¿verdad?... como yo te estoy ayudando...
-Oye, oye, habibi, ¿no estarás empezando a delirar?- Empezó a agitarse el joven marroquí.
-No,
no, cariño... Estoy muy bien... Pero no dejes de ayudarme. Me moriría
aquí, sola, de noche, en esta carretera perdida... ¡Mira, mira, Farid,
allí, un cometa, he visto un cometa! ¿No lo ves?...]
[Andrés Cruz aceptaba ahora que al principio de su llegada a Marruecos estaba
mucho más cerca de entender a sus semejantes, en especial a la joven
tristemente arrancada por la muerte de aquella desquiciada aventura. Y ahora quedaba
muy claro que, aunque pudiera considerar que las personas son realmente
importantes, en infinidad de ocasiones no tenía por qué suceder lo mismo con
sus relaciones. Patonia no dejaba por ello de ser un recuerdo agradable pero
lamentablemente furtivo. Y mientras la valoraba rumbo a Marrakech conduciendo
por una mala carretera, entre paisajes monótonos y áridos, se entregaba a un duro
esfuerzo para seguir ligado a una realidad mucho más profunda, absurda e
inquietante que la muerte de Patonia. Una lucha mental cuya desazón ahora
encarnaban aquellos dos descerebrados de Farid y Mónica. Dos personajes
atrapados junto a él en aquella especie de penumbra temporal de la que, sin
embargo, no había podido escapar. Farid no sólo era un peligro incontrolable, era
también un acontecimiento angustioso, una desasosegante idea humana que quedaba
fuera de su capacidad mental como un invasor destructivo de su raciocinio.]
[Farid se abalanzó con enorme rapidez sobre la mochila de Andrés que éste había soltado en su
asiento delantero cuando empezó a conducir. Pero el joven Cruz, intuyendo el
insidioso empeño de Farid por hacerse con la mochila, se lanzó también sobre ésta y le asestó un trompazo en toda la cara.
-¡Serás cabrón! – gritó Andrés- ¡No te la vas a llevar, hijo de puta!
Ambos jóvenes se enzarzaron entonces en una pugna de tira y afloja, como dos
contendientes que, faltos de la menor precaución razonable entre el exiguo
espacio que ofrecía el interior del automóvil, se hubiesen entregado, entre
golpes y manotazos, a pequeños saltos
de un asiento a otro y veloces sacudidas, agarrándose ora por el pecho ora por
la cabeza, entregados a un acto de pendencia tan inverosímil como absurdo.]
[La exuberancia paisajística, tan desmesuradamente extendida, defendía ahora sus plantas,
sus parcelas divididas entre melones, sandías y cientos de variedades vegetales
según la estación, de los rigores del sol que las agostaban durante el día entre la dureza de aquellos valles abiertos,
que galopaban ya hacia el sepulcro infinito de la noche, y no volverían a
reaparecer hasta penetrar en la orgía casi feudal de
la amanecida entre los jardines y palmerales de
la gran ciudad sureña. Marrakech con sus palacios, patios y jardines,
con sus giraldillas iluminadas, el relumbre majestuoso del alminar de su
gran mezquita Koutoubia, que sin la menor señal de decadencia causaba a
la vista del turista
un estremecimiento de placer, una distinción de épocas flamígeras entre
agarenas emociones religiosas. Y sus
ojivas como miles de ojos respingados, de nariz puntiaguda como una
pagoda
china. De mayor anterioridad, según se discute todavía, al románico y al
gótico, esculpidas entre los capíteles árabes de coloreados mosaicos,
como símbolos de viejos
tapices que ocultaran todavía a doncellas de rostro cubierto o los
misterios
arcaicos de sochantres medievales de un Oriente más próximo que se
negara a desaparecer; o figuras legendarias inmersas aún en los ensueños
de las mil y una noches; y que sin ser alféizar de
ventanales más cercanos a otras visiones de occidente, prolongaban la
perspectiva
de sus siglos aventureros y soñadores en las viviendas solariegas, en
sus
torres con aspilleras, en los restos amurallados de su Medina que ahora
languidecían
iluminados pensando en los hombres que los habían escalado, y hasta en
las altas torrecillas con afilados testeros.]
[Hombres y mujeres, edificios, jardines y automóviles se volatilizaban
como transparencias nocturnas, que Andrés presentía con vaguedad, pues,
entre tan negativas ideas como las que se agolpaban en su cerebro, el
mundo conocido parecía haber dejado de respirar para él. Desde su lado
siniestro, aquel bribón de Farid, irreflexivo e implacable, tan
corrosivo y venenoso como un ácido, se había instalado de nuevo en su
ánimo y había azuzado en su espíritu, con arriesgada satisfacción, sus
desfavorables razonamientos. Pero Andrés no podía acabar de aborrecerle,
pese a ser el origen de toda su desazón, porque aquella absurda especie
de potestad manipuladora contra la que no había podido luchar
definitivamente y que venía ejerciendo sobre él, seguía otra vez
interrumpiendo el punto de intersección de cualquier tipo de sensatez
entre ambos. Y desde el cual se deslizaba el tortuoso camino de todas
sus lacras, mientras que el joven Cruz, con su forzada aceptación frente
a las mismas, seguía ofreciendo igualmente una nueva y equívoca
circunvalación a aquellos desórdenes. Andrés por tanto sabía muy bien
que ahora todas sus protestas se dispersarían como un viento iracundo
por entre aquel mundo bullicioso y probablemente virulento de Marrakech.
Y de nada le serviría a lo largo de aquel recorrido demencial por una
ciudad que no conocía ofuscarse en la cólera de una nueva desesperación,
porque se sentía como un irrisorio condenado que remontara la angostura
temible de un insólito y desconocido patíbulo que Farid hubiera alzado
para él. Sin embargo, los latidos de sus arterias, mientras conducía el
Cherokee ante la mirada atenta y agitada de aquel granuja, se
representaban en su mente con estallidos tan fulminantes que, aunque
trataba de disimularlos, no dejaban de ser como un fuego que le devoraba
y enceguecía frente al inexplorado espacio repleto de edificios y
callejuelas misteriosas, de elevadas almenas amenazantes, iluminados
ventanales y locales de animaciones turísticas con que aquella enorme
ciudadela inexpugnable que era la extraordinaria y admirada Marrakech se
representaba ante él. Pero una ciudad, al cabo, fatua y esquiva frente a
la borrasca de los negros pensamientos del joven Cruz.
-¡No
sé por dónde coño me estás metiendo!- exclamó Andres- Y se me va la
cabeza. Es imposible conducir con este tanque por semejante laberinto.
No he visto en mi vida una ciudad con más callejuelas que ésta. Y además
repleta de chiringuitos. Aún me voy a llevar alguno por delante.
-Tienes espacio suficiente, joder, así que deja ya de tanto quejarte.
Andrés
detuvo entonces el Cherokee repentinamente delante de un enjambre de
viandantes asustados y molestos que transitaron por delante del vehículo
entre aspavientos..
-¡Esto es de locos! O mato a alguien o nos la
pegamos contra cualquier edificio. ¿De verdad sabes adónde coño vas?,
porque yo no sigo.
Andrés se volvió a Farid y observó su rostro demudado.
-¿Cómo que no sigues, joder?- exclamó Farid.
Le
temblaban los labios como a una criatura perdida entre las luminarias
cegadoras de la ciudad que se filtraban por las ventanillas. Y como si
ahora buscase la posible solución a todo ello en los ojos fríos de
Andrés, algo velados ante el volante del vehículo, que sin dejar de
apartar la vista de la calle, de sus tiendas y peatones, seguía allí
parado. Sin embargo, Farid no estaba dispuesto a permanecer abismado
bajo la losa de aquellas sensaciones confusas que experimentaba Andrés, y
a las que ya había apartado de sí convulsivamente, y golpeó enfurecido
el asiento delantero donde se hallaba su compañero, aunque su deseo era
liarse a porrazos con él.
-¡Ya te he dicho que no te pares, pijo de mierda,... miedica!- insultó al joven Cruz.
-¡Pero si aquí no hay quien conduzca! ¡Y no puedo más, joder!
-¡No
puedo más, no puedo más!- le imitó burlonamente Farid- ¿Te estás
cagando en los pantalones o qué? ¡Tú aquí no me dejas, vete enterando!
¡Y como me obligues, te voy a machacar esa puta cabeza de acojonado
que... ! - no acabó la frase.
Esta vez la reacción de Andrés
fue impetuosa, y empujó con fuerza hacia atrás el cuerpo de Farid que
se había apoyado con ira sobre su espalda, y fue a desplomarse encima
de Mónica.
-¡A mí no vuelvas a amenazarne, cabrón,... camello de
la hostia! ¡Estoy hasta los huevos de ti, y si te digo que no sigo, no
sigo, ¿te enteras, so anormal? ¡Conduce tú si es que puedes o tienes los
suficientes cojones para hacerlo!]



Inicialmente la novela “Marruecos” de Tassilon-Stavros ofrenda una especie de inusitado ensayo vacacional por parte de
su magnífico protagonista, el joven madrileño Andrés Cruz, que muy pronto, como
si se hallase así preestablecido a todo turista, se moverá a lo largo de una
especie de órbita aventurera al cruzarse en el camino de tres nuevos personajes
que se revelarán como nefastos compañeros en este inmediato y accidentado
recorrido por tierras marroquíes. Personajes dispuestos en todo momento a confiarle
al recién llegado la parte más tormentosa de sus vidas, aunque el viajero
parezca también, en un principio,
dispuesto a despertar en su espíritu sentimientos de pura amistad por los tres
desconocidos que van a formar parte de su recorrido en el singular país que sin
duda es Marruecos. El joven Cruz, casi de forma involuntaria, acabará en
consecuencia participando junto a ellos en una tumultuosa aventura, tan
inesperada y estrambótica como peligrosa.



Una vez iniciada la primera fase del recorrido de
Andrés Cruz desde Tánger a la ciudad costera y veraniega de Assilah, y
finalizando en Marrakech, el exótico país árabe le transportará también a un
mundo vibrante y lleno de matices tan profundamente humanos como
desconcertantes, que no tardará tampoco en entrelazarse con las vidas de sus
personajes, todo ello matizado por una prosa rica, evocadora, tanto en sus
descripciones psicológicas como en sus extraordinarios diálogos febrilmente
compartidos. Dichos protagonistas se convierten así en el corazón más palpitante
de la novela. Cada uno de ellos lleva consigo anhelos y conflictos que resuenan
en toda experiencia universal del ser humano. Y de igual forma afectadas por el
contexto cultural y social en el que se desarrollan. El lector, por tanto, no
tardará en sentirse emocionalmente conectado con estos cuatro personajes
centrales, a los que se une el matizado paisaje del extraordinario país árabe.
Una aventura que acaba por convertirse también en un apasionante viaje duro e inquietante, pero siempre a través de los paisajes y
bulliciosas ciudades de Marruecos.






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