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jueves, 10 de julio de 2025

INTROSPECCIÓN SOBRE LA NOVELA "MARRUECOS"

 


INTROSPECCIÓN, PERCEPCIÓN, INTERPRETACIÓN Y COMPRENSIÓN DE LAS EMOCIONES, PENSAMIENTOS Y CONDUCTAS QUE AQUEJAN A LOS PERSONAJES EN LA  NOVELADA NARRATIVA DE  "MARRUECOS"

[Puso el Cherokee en marcha. Chirrió dos o tres veces. Forzó Andrés las marchas. Rompió en un jadeo sofocado, gutural, apretando sus labios contra la rabia. Se enzarzó en un pequeño laberinto de espacios tan sólo insinuados por los perfiles de los automóviles por allí aparcados. Fue desplazando el Cherokee casi a tientas. Patonia no podía contener su estupor. Los choques fueron continuos. La cómplice entereza de Andrés la desterraba de los rincones del miedo. Vio, admirada, como se imponía en él a toda costa la audacia de la huida. La necesidad de no caer en el desánimo resultó implacable. Fue una búsqueda caótica. Una reconstrucción de los secretos del espacio, en la que Andrés no mostró desconcierto alguno, ni se cuestionó en ningún momento la gran sorpresa, casi suplicante o frenética, de la gente que por allí pululaba. De pronto, un rostro furibundo armado con un objeto impreciso golpeó el parabrisas del Cherokee, que, por fortuna, no se rompió. Patonia lanzó un grito. Pero Andrés mantuvo, sin angustiarse, su obcecada actitud fugitiva. No obstante, frenó en seco, y cuando el desconocido salió disparado de la parte delantera del Cherokee, dio de nuevo marcha atrás con toda virulencia. Estaba completamente bañado en sudor. Logró desplazar al gentío, y rasgar la capa de asfalto desgastado que apenas cubría la amplia superficie de entrada a la Medina. Más allá se abría por fin una oscuridad intrusa, una especie de cementerio de callejas perdidas, no alimentadas por la comparecencia iluminada de los tenderetes y cafetuchos. Era el Fez extramuros, desgarrado y apático, al que nadie socorría. Se zahondaba en el silencio, como si se tratase de una inmensa capa de tierra desdeñada, repartida entre callejones que vivaqueaban entremetiéndose por los descampados; más próximos al cielo, y más sumergidos en la oscuridad fresca de los campos.

Todo se había desarrollado con tal vértigo, que Andrés dudó unos instantes antes de detenerse junto a la que juzgara como callejuela más apartada de Bab Bou Jeloud. Recordaba ahora las palabras de Farid como datos imprecisos que se desvanecían entre aquellas soledades hostiles y oscuras, desparramadas como caminos imprecisos en el laberinto de la noche.

-¿Ves algo?- Preguntó Andrés a Patonia.- Como tu amigo tarde en aparecer, tendremos que salir zumbando sin él. Yo no me la juego más.

Patonia, a través de la cristalera del Cherokee no apartaba la vista de la calleja, de paredes blanquecinas que parecían estrujarse unas contra otras, desfigurando el menor indicio de atajo. Era un paisaje estático, petrificado en la negrura.

-Un momento, Andrés... Creo que lo veo- Se alzó Patonia, arrodillándose en el asiento trasero donde se hallaba junto a Mónica (que rezongaba alguna queja ininteligible), y pegando su rostro al cristal como si quisiera atravesarlo con los ojos- ¡Es Farid! Está ahí]
 

[Mónica, que había estado a punto de desmayarse, amenazada por el colapso mental que le había producido el terror a conducir el Cherokee, pasó de una respiración jadeante a una risa convulsiva. Se veía sumergida en aquellas sombras erráticas como un murciélago que recobrara el latido de sus radares y se dejara mecer, recobrando su seguridad en la noche, por la irresistible suavidad de las tinieblas, pocos minutos antes totalmente inextricables.
 
-¡Eh, habibi, ahora no te entusiasmes!- Exclamó Farid, atemorizado por el giro vertiginoso que imprimía Mónica al desplazamiento del vehículo.- Que el terreno que pisamos no es tan seguro como el que al parecer te estás imaginando.
 
-Ahora voy segura, cariño... No te preocupes- Aseguró Mónica- No va a pasar nada. ¿No ves? Ya le he cogido el tranquillo al tanque este.
 
-Sí, sí, pero... ¡ojo al parche!...
 
-Estoy tranquila,... no temas... Tenías razón, como siempre.
 
-¿Cómo siempre?- Repitió sarcástico Farid.
 
-Sí, sí, como siempre... Tú nunca te equivocas... Tu ayuda lo es todo para mí... Por eso, te quiero tanto. ¿Ves? Ya me he hecho con el coche. Llegaremos sanos y salvos a tu pueblo...
 
-No es mi pueblo, tía...
 
-No importa... Llegaremos... llegaremos bien. ¿Conduzco bien, cariño?... Me ayudarás, ¿verdad?... como yo te estoy ayudando...
 
-Oye, oye, habibi, ¿no estarás empezando a delirar?- Empezó a agitarse el joven marroquí.
 
-No, no, cariño... Estoy muy bien... Pero no dejes de ayudarme. Me moriría aquí, sola, de noche, en esta carretera perdida... ¡Mira, mira, Farid, allí, un cometa, he visto un cometa! ¿No lo ves?...]
 

 
[Andrés Cruz aceptaba ahora que al principio de su llegada a Marruecos estaba mucho más cerca de entender a sus semejantes, en especial a la joven tristemente arrancada por la muerte de aquella desquiciada aventura. Y ahora quedaba muy claro que, aunque pudiera considerar que las personas son realmente importantes, en infinidad de ocasiones no tenía por qué suceder lo mismo con sus relaciones. Patonia no dejaba por ello de ser un recuerdo agradable pero lamentablemente furtivo. Y mientras la valoraba rumbo a Marrakech conduciendo por una mala carretera, entre paisajes monótonos y áridos, se entregaba a un duro esfuerzo para seguir ligado a una realidad mucho más profunda, absurda e inquietante que la muerte de Patonia. Una lucha mental cuya desazón ahora encarnaban aquellos dos descerebrados de Farid y Mónica. Dos personajes atrapados junto a él en aquella especie de penumbra temporal de la que, sin embargo, no había podido escapar. Farid no sólo era un peligro incontrolable, era también un acontecimiento angustioso, una desasosegante idea humana que quedaba fuera de su capacidad mental como un invasor destructivo de su raciocinio.]
 
 

[Farid se abalanzó con enorme rapidez sobre la mochila de Andrés que éste había soltado en su asiento delantero cuando empezó a conducir. Pero el joven Cruz, intuyendo el insidioso empeño de Farid por hacerse con la mochila, se lanzó también sobre ésta y le asestó un trompazo en toda la cara.

-¡Serás cabrón! – gritó Andrés- ¡No te la vas a llevar, hijo de puta!

Ambos jóvenes se enzarzaron entonces en una pugna de tira y afloja, como dos contendientes que, faltos de la menor precaución razonable entre el exiguo espacio que ofrecía el interior del automóvil, se hubiesen entregado, entre golpes y manotazos,  a pequeños saltos de un asiento a otro y veloces sacudidas, agarrándose ora por el pecho ora por la cabeza, entregados a un acto de pendencia tan inverosímil como absurdo.]

 
 
 

[La exuberancia paisajística, tan desmesuradamente extendida, defendía ahora sus plantas, sus parcelas divididas entre melones, sandías y cientos de variedades vegetales según la estación, de los rigores del sol que las agostaban durante el día entre la dureza de aquellos valles abiertos, que galopaban ya hacia el sepulcro infinito de la noche, y no volverían a reaparecer hasta penetrar en la orgía casi feudal de la amanecida entre los jardines y palmerales de la gran ciudad sureña. Marrakech con sus palacios, patios y jardines, con sus giraldillas iluminadas, el relumbre majestuoso del alminar de su gran mezquita Koutoubia, que sin la menor señal de decadencia causaba a la vista del turista un estremecimiento de placer, una distinción de épocas flamígeras entre agarenas emociones religiosas. Y  sus ojivas como miles de ojos respingados, de nariz puntiaguda como una pagoda china. De mayor anterioridad, según se discute todavía, al románico y al gótico, esculpidas entre los capíteles árabes de coloreados mosaicos, como símbolos de viejos tapices que ocultaran todavía a doncellas de rostro cubierto o los misterios arcaicos de sochantres medievales de un Oriente más próximo que se negara a desaparecer; o figuras legendarias inmersas aún en los ensueños de las mil y una noches; y que sin ser alféizar de ventanales más cercanos a otras visiones de occidente, prolongaban la perspectiva de sus siglos aventureros y soñadores en las viviendas solariegas, en sus torres con aspilleras, en los restos amurallados de su Medina que ahora languidecían iluminados pensando en los hombres que los habían escalado, y hasta en las altas torrecillas con afilados testeros.
]
 


[Hombres y mujeres, edificios, jardines y automóviles se volatilizaban como transparencias nocturnas, que Andrés presentía con vaguedad, pues, entre tan negativas ideas como las que se agolpaban en su cerebro, el mundo conocido parecía haber dejado de respirar para él. Desde su lado siniestro, aquel bribón de Farid,  irreflexivo e implacable, tan corrosivo y venenoso como un ácido, se había instalado de nuevo en su ánimo y había azuzado en su espíritu, con arriesgada satisfacción, sus desfavorables razonamientos. Pero Andrés no podía acabar de aborrecerle, pese a ser el origen de toda su desazón, porque aquella absurda especie de potestad manipuladora contra la que no había podido luchar definitivamente y que venía ejerciendo sobre él, seguía otra vez interrumpiendo el punto de intersección de cualquier tipo de sensatez entre ambos. Y desde el cual se deslizaba el tortuoso camino de todas sus lacras, mientras que el joven Cruz, con su forzada aceptación frente a las mismas, seguía ofreciendo igualmente una nueva y equívoca circunvalación a aquellos desórdenes. Andrés por tanto sabía muy bien que ahora todas sus protestas se dispersarían como un viento iracundo por entre aquel mundo bullicioso y probablemente virulento de Marrakech. Y de nada le serviría a lo largo de aquel recorrido demencial por una ciudad que no conocía ofuscarse en la cólera de una nueva desesperación, porque se sentía como un irrisorio condenado que remontara la angostura temible de un insólito y desconocido patíbulo que Farid hubiera alzado para él. Sin embargo, los latidos de sus arterias, mientras conducía el Cherokee ante la mirada atenta y agitada de aquel granuja, se representaban en su mente con estallidos tan fulminantes que, aunque trataba de disimularlos, no dejaban de ser como un fuego que le devoraba y enceguecía frente al  inexplorado espacio repleto de edificios y callejuelas misteriosas, de elevadas almenas amenazantes, iluminados ventanales y locales de animaciones turísticas con que aquella enorme ciudadela inexpugnable que era la extraordinaria y admirada Marrakech se representaba ante él. Pero una ciudad, al cabo, fatua y esquiva frente a la borrasca de los negros pensamientos del joven Cruz.

-¡No sé por dónde coño me estás metiendo!- exclamó Andres- Y se me va la cabeza. Es imposible conducir con este tanque por semejante laberinto. No he visto en mi vida una ciudad con más callejuelas que ésta. Y además repleta de chiringuitos. Aún me voy a llevar alguno por delante.

-Tienes espacio suficiente, joder, así que deja ya de tanto quejarte.

Andrés detuvo entonces el Cherokee repentinamente delante de un enjambre de viandantes asustados y molestos que transitaron por delante del vehículo entre aspavientos..

-¡Esto es de locos! O mato a alguien o nos la pegamos contra cualquier edificio. ¿De verdad sabes adónde coño vas?, porque yo no sigo.

Andrés se volvió a Farid y observó su rostro demudado.

-¿Cómo que no sigues, joder?- exclamó Farid. 

Le temblaban los labios como a una criatura perdida entre las luminarias cegadoras de la ciudad que se filtraban por las ventanillas. Y como si ahora buscase la posible solución a todo ello en los ojos fríos de Andrés, algo velados ante el volante del vehículo, que sin dejar de apartar la vista de la calle, de sus tiendas y peatones, seguía allí parado. Sin embargo, Farid no estaba dispuesto a permanecer abismado bajo la losa de aquellas sensaciones confusas que experimentaba Andrés, y a las que ya había apartado de sí convulsivamente, y golpeó enfurecido el asiento delantero donde se hallaba su compañero, aunque su deseo era liarse a porrazos con él.

-¡Ya te he dicho que no te pares, pijo de mierda,... miedica!- insultó al joven Cruz.

-¡Pero si  aquí no hay quien conduzca! ¡Y no puedo más, joder!

-¡No puedo más, no puedo más!- le imitó burlonamente Farid- ¿Te estás cagando en los pantalones o qué? ¡Tú aquí no me dejas, vete enterando! ¡Y como me obligues, te voy a machacar esa puta cabeza de acojonado que... ! - no acabó la frase.

Esta vez la reacción de Andrés fue impetuosa, y empujó con fuerza hacia atrás el cuerpo de Farid que se  había apoyado con ira sobre su espalda, y fue a desplomarse encima de Mónica.

-¡A mí no vuelvas a amenazarne, cabrón,... camello de la hostia! ¡Estoy hasta los huevos de ti, y si te digo que no sigo, no sigo, ¿te enteras, so anormal? ¡Conduce tú si es que puedes o tienes los suficientes cojones para hacerlo!]



 

Inicialmente la novela “Marruecos” de Tassilon-Stavros ofrenda una especie de inusitado ensayo vacacional por parte de su magnífico protagonista, el joven madrileño Andrés Cruz, que muy pronto, como si se hallase así preestablecido a todo turista, se moverá a lo largo de una especie de órbita aventurera al cruzarse en el camino de tres nuevos personajes que se revelarán como nefastos compañeros en este inmediato y accidentado recorrido por tierras marroquíes. Personajes dispuestos en todo momento a confiarle al recién llegado la parte más tormentosa de sus vidas, aunque el viajero parezca  también, en un principio, dispuesto a despertar en su espíritu sentimientos de pura amistad por los tres desconocidos que van a formar parte de su recorrido en el singular país que sin duda es Marruecos. El joven Cruz, casi de forma involuntaria, acabará en consecuencia participando junto a ellos en una tumultuosa aventura, tan inesperada y estrambótica como peligrosa.

 


 

Una vez iniciada la primera fase del recorrido de Andrés Cruz desde Tánger a la ciudad costera y veraniega de Assilah, y finalizando en Marrakech, el exótico país árabe le transportará también a un mundo vibrante y lleno de matices tan profundamente humanos como desconcertantes, que no tardará tampoco en entrelazarse con las vidas de sus personajes, todo ello matizado por una prosa rica, evocadora, tanto en sus descripciones psicológicas como en sus extraordinarios diálogos febrilmente compartidos. Dichos protagonistas se convierten así en el corazón más palpitante de la novela. Cada uno de ellos lleva consigo anhelos y conflictos que resuenan en toda experiencia universal del ser humano. Y de igual forma afectadas por el contexto cultural y social en el que se desarrollan. El lector, por tanto, no tardará en sentirse emocionalmente conectado con estos cuatro personajes centrales, a los que se une el matizado paisaje del extraordinario país árabe. Una aventura que acaba por convertirse también en un apasionante viaje duro e inquietante, pero siempre a través de los paisajes y bulliciosas ciudades de Marruecos.




 



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