MALACOZZA ANNUNZIATA:
ABANDERADA REPRESENTANTE DE PERSEVERANTE VOLUNTARIADO SOCIALMENTE REIVINDICATIVO A TRAVÉS DE UN RECORRIDO EJEMPLARIZADOR DE UNA INOLVIDABLE "HUELGA DEL PANETTONE"
Malacozza Annunziata: Alfiere che rappresenta il volontariato tenace e socialmente impegnato attraverso un percorso esemplare di un indimenticabile "Sciopero del Panettone"
Malacozza Annunziata:
Flag-bearer representing persistent, socially demanding volunteering through an exemplary journey of an unforgettable "Panettone Strike"


En
el hoy por hoy la narrativa contemporánea a menudo se envuelve en
complejidades y ambigüedades que nadie lee, y que, pese a todo, siguen proliferando insertas en miles de
páginas evanescentes llegando a ser tan aburridas como cualquier
historión de abuelito cuenta batallitas. También están los que suelen dárselas de
lectores empedernidos de magnifícas colecciones de obras famosas adquiridas para embellecer la biblioteca del salón aunque en realidad lo que prefieren es jugar a la brisca o al despistado, al
parchís o al dominó, y los más pijitos al ajedrez -cuyo invento sigue siendo un misterio, aunque la versión más aceptada sugiere que el ajedrez fue inventado en Asia, probablemente en la India con el nombre de "chaturanga" -en sánscrito चतुरङ्ग - ¡mi madre, qué mal suena! -y no confundir con "maturranga"- (por miedo, siguiendo con la lectura, se dice, a acabar con cataratas que lo
dejen a uno más cegato que un topo si se deciden a deambular, aunque sea de
uvas a peras, por el mundo de las letras). También se da el caso de
que los hay que para no sentirse demasiado solos, y con mucha
resignación y estoicismo, mucha conformidad y paciencia, a lo mejor
hasta se determinan a hacerle la autopsia lectora a cualquier fiambre de
letra impresa, dándose el caso de que "haberlos haylos" que siguen teniendo validez y su
mensaje impreso todavía pueden generar buenas temperaturas a nuestras neuronas. Cierto también que el tostón
seboso ensalivado por algún bibliotecario guasón o, ¿quién sabe?, hasta enigmáticamente envenenado por un diabólico monje burgalés, enemigo de la risa y del buen humor, como el de "El Nombre de la Rosa", que no tragaba a James Bond, y que de tanto pasar páginas y descolorido por el uso inmisericorde del
tiempo, hoy, merced a la avanzada tecnología que nos invade, haya
muerto de repente e inclementemente se vea desparramado a montones
junto a los contenedores de basura de nuestras poco ahorrativas
ciudades. Da lo mismo. Ya sabemos que el hombre es animal de múltiples
menesteres y predilecciones, y por eso suele fallar en sus congruencias y
esmeros. Por lo general meterse en su relación con las inquietudes que
interiormente pueda alimentar, ya lo dijo en su "Ley de Conservación de
la Materia" aquel estupendo y astral pronosticador, además de químico y
biólogo, que fue el parisino Lavoisier del siglo XVIII: "Que tratar de buscarle sentido
al mundo de los humanos es como tratar de buscárselo al universo, donde
según Mr. Antoine L., nada se crea ni se destruye, sino que no hace más
que transformarse" Cierto, porque hoy, con tanto turismo espacial, hay que reconocer que Monsieur Lavoisier no andaba muy descaminado. Aunque todavía lo más evidente es que el hombre sigue aún sin
enterarse de nada que no sea el resultado de un partido de fútbol entre
contrincantes blancos, rojos, azules, o amarillos (admirados tan sólo de las idioteces que puedan llegar a soltar en los interviews futbólisticos sus plantillas de jugadores a los que sería necesario arrimarles un poquito menos de filigranas idio-sin-gracias: "Oiga, no tendrán mucha idio-sin-crasia, pero se forran" "Normal, porque a estos peloteros sus mánagers, qué tienen más labia que un diputado, siempre les andan levantando el ánimo con la mojiganga de que la experiencia, por muy mentecata que sea, es mejor complemento que la ciencia" "A lo mejor, hasta tiene usted razón" "¡Claro!"), como ya hicieron los
bizantinos hace 1500 años con sus carreras de cuádrigas rojas y azules, y que por lo
general acababan en verdaderas batallas campales en la gran Constantinopla. Y mientras tanto la política socialista que tantos panolis nos decidimos a votar sigue yéndose al garete tildada de Gobierno zombi con las actuales corruptelas "Abalísticas" de un espabilado y faldero "Luisito" y las "Cerdadas" de otro ex "Santo", hoy puestas en solfa a la espera de que estalle un nuevo sainete de disipación politiquera. Y quizás también por
eso tanta falta de lucidez mental sigue teniendo vigencia en lo que al
mundo de las letras se refiere. ¡Qué desconsideración podrían alegar los
más "leídos y escribidos", si es que todavía los hay, por pasar de largo de un Quijote
Cervantino o de aquellos ingentes Miserables de nuestro vecino francés
don V. Hugo!... Hubo un tal Pepón Cepeda (por poner un ejemplo) cuyo apolillado genograma aseguraba que era pariente de Santa Teresa. Y mira tú por
dónde, este Pepón de humilde rango abulense se distinguió por ser muy
aficionado a la lectura. Y antes de que se inventara el móvil y
funcionase Internet andaba siempre con un libro en la mano como si fuese un bicho raro entre una sociedad tan mal alfabetizada "¿Verdad, usted?" "¿Cómo no?" "Y que lo diga", después de una guerra tan amaestradora de aficiones fascistas que se llevó por delante a Lorcas y Hernandezs. "¿Y ésos quiénes fueron?" "¡Uff, vaya usted a saber, seguramente unos enteradillos que escribían torrijas poéticas!" "¡Ah, bueno, si era así!" Pero el Cepeda, no... No era como otros mozalbetes de su misma edad, 15 o 16 años, que no leían
más que los anuncios del autobús o del metro si por casualidad vivían en
el "Madriz" "zetazeo" como la tildan los euskeras de "Bilbo" y de la Bella Easo, o en Barcelona, ciudad esta donde los autóctonos que detentaban migas de pan en la sesera por empecinarse en no leer nada que no llevase como conjunción copulativa la "i" latina en vez de la "y" griega se "rayaban" ("palabro" hoy muy en boga) de manera muy diferente a como se rayan otros españoles mucho menos ulcerosos de condal estómago. Y por eso viene a cuento que las croquetas, sean de bacalao, de jamón o de "carn d'olla", si te las comes en Barcelona, con tanta pijería condesil y tanta "ratlladura" quisquillosa, se fríen muy bien y saben mejor. En Sevilla era aún mucho peor porque había más
adicción a las bulerías, a la afinidad caballerosa del Tío Pepe, a la sangría taurina, a la Carmen de Mérimée, y a la
Macarena, hoy tan internacionalizada. Claro que la ciudad lo vale, porque a rumbosa no hay quien le gane. Y en Valencia son menos dinámicos y triunfalistas porque lo que más les levanta el ánimo son los "fartons" que engordan un montón y la traidora "orxata de xufa" que produce astringencia y desata las almorranas. Y fue en Zaragoza, de la que se dice que sus maños cantaban aquello de que "¡Cataluña y Aragón son un mismo corazón!", que no es más que un bulo histórico de la dictadura franquista y por eso no hay quien se lo crea, donde, por una de esas casualidades de las que tanto provee la vida, a Napoleón Bonaparte se le pusieron las almorranas que padecía como lombrices, parece ser que como resultado del rebote que cogió con la resistencia inesperada que opusieron a su invasión los valientes joteros y Aurora Bautista con sus desaforados "¡No pasaréis, franchutes!" en "Agustina de Aragón" durante la Guerra de la Independencia. El caso es que Napoleón no tuvo más remedio que pasear sus almorranas en triunfo por toda la Europa conquistada, y picándole también que es un contento cuando anduvo por el caluroso Egipto, aunque cuando se vio obligado a abandonar Moscú en pleno invierno ruso las almorranas se le quedaron como carámbanos en la misma entrada del contraído ano. Pero en fin, por no salirnos de nuevo del tema que nos ocupa, hay que aceptar que a los mozalbetes de hoy en día, sean de la ciudad que sean, se les da una higa todo lo que no sea
un anuncio de sabrosos bocadillos de "Pans and Company", "Mc. Donald's" o
"Buguer King". Y porque eso de estudiar está muy pasado de moda debido a la dichosa tecnología, de los historiones escritos no tienen ni la más pajolera idea porque los muy ilusos se creen que el mundo empezó cuando ellos nacieron y de que los dinausarios desaparecieron de nuestro planeta hace 60 millones de años, después de haber vivido en ella otros 300 millones, no es más que una trola prehístórica porque la Tierra no es tan antigua y esos bichejos gigantescos y nada mellados aún siguen paseándose por ahí en algún que otro "Parque Jurásico" turístico que se disponen a visitar en su luna de miel, que ya son ganas, y luego pasa lo que pasa. En fin. Y en cuanto a aquel Pepón Cepeda, que salió a su santa antepasada, lectora
acérrima de los versos sacros de su ascético contempóraneo de la Cruz, y
que mística escritora a su vez, se moría porque no se moría, aunque todavía no se haya averiguado el porqué de semejante enigma lingüistico, la cuestión es que Cepeda, como caso muy singular, se leía todos los días veinte o treinta páginas de cualquier libro que encontrara por una peseta de las
de antes en las concurridas y poco adquisitivas fiestas del mismo, por muy desconocido y
ajado que fuese el ejemplar y le importase un bledo quién fuera el
autor. Luego, como no era económicamente fuerte, lo revendía en alguna
tienducha de ésas que te los compraban (lo mismo que hoy) por cinco
céntimos el tocho. Si se los llegaba a leer enteros o no, eso no lo
sabremos nunca, pero lo que había que celebrar es que todavía fuera tan adicto a
la lectura (y que le durase), aunque por revenderlos a ese precio
irrisorio no se pudiera asegurar que Pepón fuese más listo que el hambre
como al parecer aseguraba su abuelo, aunque sí tan concienzudo como la
funda conventos de su antepasada... Alguien dijo que todos los hombres y
mujeres representan su papel en la historia, cierto, pero con
limitaciones, porque no hay que engañarse, a cada quisque lo único que
le importa es lo suyo. Los niños en las escuelas tampoco leen, porque
hoy prefieren la tablet que les regaló su tío por el cumpleaños.
Y es que los libros para ellos tienen mucho de arte misterioso, y los
críos no están para adentrarse en esas zarandajas escritas aunque
aprendan a leer a trancas y barrancas. Y porque si hay que enterarse de
algo, ya lo hemos dicho, con las tablets y hasta con el móvil que les deja papá
para que no den la lata en las cafeterías o en las comidas y cenas familiares, o con el del abuelito bobón y chocheante que siempre se lo
presta también hasta que se les acaba la batería, van que vuelan de contento y
de información con sus aliens bailarines y tanto emoji idiotizador en movimiento. 
[In today's world, contemporary fiction is often wrapped in complexities and ambiguities that no one reads, and yet they continue to proliferate, embedded in thousands of evanescent pages, becoming as boring as any old war story. Then there are those who tend to pretend to be avid readers of magnificent collections of famous works acquired to embellish the living room bookshelf, even though in reality they prefer to play brisca or "descantado" (a game of "absurdity"), Parcheesi (a game of "parcheesi"), or dominoes. And the posh ones play chess -whose invention remains a mystery, although the most accepted version suggests that chess was invented in Asia, probably in India under the name "chaturanga" -in Sanskrit चतुरङ्ग - my mother, how bad it sounds! -and not to be confused with "maturranga"- (for fear, continuing with the reading, it is said, of ending up with cataracts that would leave one more blind than a mole if they decide to wander, even if it is from time to time, through the world of letters). There are also those who, in order not to feel too alone, and with much resignation and stoicism, much conformity and patience, may even decide to perform a reading autopsy on any printed matter, just in case "there are those" who are still valid and their printed message can still generate a good temperature in our neurons. It's also true that the greasy boring thing spit on by some jokey librarian or, who knows, even enigmatically poisoned by a diabolical monk from Burgos, an enemy of laughter and good humor, like the one in "The Name of the Rose" who couldn't stand James Bond, and who from so many page-turns and faded by the merciless use of time, today, thanks to the advanced technology that invades us, has suddenly died and is mercilessly scattered in piles next to the garbage containers of our less-than-thrifty cities. It doesn't matter. We already know that humankind is an animal with multiple needs and predilections, and that's why it tends to fail in its congruence and diligence. It's common to interfere in its relationship with the concerns it may nurture internally, as stated in his "Law of Conservation of Matter" by that wonderful and astral prognosticator, as well as chemist and biologist, the 18th-century Parisian Lavoisier: "Trying to make sense of the human world is like trying to make sense of the universe, where, according to Mr. Antoine L., nothing is created or destroyed, but merely transforms." True, because today, with so much space tourism, we must admit that Monsieur Lavoisier wasn't far off the mark. Although the most obvious thing is that man still doesn't understand anything other than the result of a football match between white, red, blue, or yellow opponents (we are simply amazed at the idiocies that their rosters of players, who need to be given a little less flourishes idio-syn-crasy, can come up with in football interviews: "Hey, they may not have much idiosyncrasy, but they make a fortune." "Normal, because these players' managers, who have more talk than a congressman, are always cheering them up with the nonsense that experience, however stupid it may be, is a better complement than science." "Maybe you're even right." "Of course!"), just as the Byzantines did 1,500 years ago with their red and blue chariot races, which usually ended in real-life battles in the great Constantinople. Meanwhile, the socialist policy that so many of us idiots decided to vote for continues to go down the drain, branded a zombie government, with the current "Abalistic" corruption of a clever, lapdog "Luisito" and the "Foulness" of another former "Saint," now being held in contempt, waiting for a new farce of political dissipation to erupt. And perhaps that is also why such a lack of mental clarity continues to be prevalent in the world of literature. What inconsideration could the most "well-read and well-educated" claim, if there still are any, for passing over Cervantes's Quixote or those immense Les Misérables by our French neighbor, Don V. Hugo!... There was a certain Pepón Cepeda (to give an example) whose moth-eaten genogram claimed he was a relative of Saint Teresa. And look where you look, this Pepón of humble rank from Avila distinguished himself by being very fond of reading. And before the invention of cell phones and the Internet, he always walked around with a book in his hand, as if he were a rare creature in such a poorly literate society. "Right, you?" "How could it be?" "You can say it again" after a war that so trained fascist inclinations that it swept away Lorcas and Hernandez. "And who were those?" "Ugh, who knows, probably some know-it-alls who wrote poetic torrijas?" "Ah, well, that's how it was!" But Cepeda, no... He wasn't like other lads his age, 15 or 16, who only read the bus or subway ads if by chance they lived in "Madriz" "zetazeo" as the Basques of "Bilbo" and the Beautiful Easo call it, or in Barcelona, a city where the natives who had breadcrumbs in their heads for insisting on not reading anything that didn't have the Latin "i" as a copulative conjunction instead of the Greek "y" were "freaking out" ("a word very much in vogue today) in a very different way from how other Spaniards who are much less ulcerous with a condal stomach freak out. And that's why it's relevant that croquettes, whether they are cod, ham or "carn" d'olla", if you eat them in Barcelona, with so much condesil-like poshness and so much fussy "ratlladura", they fry very well and taste better. In Seville it was even worse because there was more addiction to bulerías, to the chivalrous affinity of Tío Pepe, to bullfighting sangria, to Mérimée's Carmen, and to the Macarena, so internationalized today. Of course, the city is worth it, because no one can beat its swagger. And in Valencia, they're less dynamic and triumphalist because what lifts their spirits the most are the fattening "fartons" and the treacherous "orxata de xufa" (or any other kind of "orxata de xufa"), which produces astringency and triggers hemorrhoids. And it was in Zaragoza, where it's said that its locals sang "Catalonia and Aragon are one heart!"—which is nothing more than a historical hoax from the Franco dictatorship, and that's why no one believes it—where, by one of those coincidences that life provides so many of, Napoleon Bonaparte's hemorrhoids turned into worms, apparently as a result of the unexpected resistance to his invasion put up by the brave joteros and Aurora Bautista with her unbridled "You shall not pass, Frenchies!" in "Agustina of Aragón" during the Peninsular Independence War. The fact is that Napoleon had no choice but to parade his hemorrhoids in triumph throughout conquered Europe, and itching him too when he walked through hot Egypt, although when he was forced to abandon Moscow in the middle of the Russian winter, his hemorrhoids remained like icicles at the very entrance of his contracted anus. But anyway, to stay on topic again, we have to accept that today's youngsters, regardless of the city they're from, don't give a damn about anything that isn't an advertisement for tasty sandwiches from "Pans and Company," "McDonald's," or "Burger King." And because studying is so outdated due to that damn technology, they don't have the slightest idea about written history because those naive people believe that the world began when they were born and that dinosaurs disappeared from our planet 60 million years ago, after having lived on it for another 300 million. It's nothing more than a prehistoric hoax because the Earth isn't that old and those gigantic, not-at-all-notched creatures are still wandering around in some tourist "Jurassic Park" they're going to visit on their honeymoon, which is really something, and then what happens, happens. Anyway. And as for that Pepón Cepeda, who took after his saintly ancestor, a devoted reader of the sacred verses of her ascetic contemporary, De la Cruz, and a mystical writer herself, he died because he wouldn't die, although the reason for such a linguistic enigma has yet to be discovered. The fact is that Cepeda, in a very unusual case, read twenty or thirty pages every day of any book he could find for one peseta at the crowded and unprofitable festivals of the same name, no matter how unknown or worn the copy was, and he didn't care a fig who the author was. Then, since he wasn't financially strong, he would resell it in one of those little shops that would buy them (just as they do today) for five cents a tome. Whether he ever read them all the way through, we'll never know, but what was worth celebrating was that he was still so addicted to reading (and that it lasted), even though reselling them at that ridiculous price couldn't guarantee that Pepón was smarter than hunger, as his grandfather apparently claimed, although he was as conscientious as his ancestor's convent founder... Someone once said that all men and women play their part in history, true, but with limitations, because let's face it, everyone only cares about their own things. Children in school don't read either, because today they prefer the tablet their uncle gave them for their birthday. The fact is that books, for them, have a lot of mysterious art, and children aren't up to delving into that written nonsense, even if they learn to read the hard way. And because if there's something to be learned, as we've already said, with tablets and even the cell phone their dad lets them use so they don't cause trouble in cafes or at family lunches and dinners, or with the one their silly, doddering grandpa always lends them until the battery runs out, they're so happy and full of information with their dancing aliens and so many idiotic moving emojis.]
Malacozza Annunziata bajaba en un viejo biciclo heredado de su padre por
la cuesta resbaladiza y embarrada que había dejado tras de sí la fría y
lluviosa jornada. Llegaba del súper cargada con vituallas de primera
necesidad en la cestilla trasera de la bicicleta y con dos bolsas que
colgaban a izquierda y derecha del manillar. Traía la cara aterida, con
un tinte amoratado, y se agarraba con fuerza al húmedo manubrio,
conteniendo la respiración y tratando de superar la sensación de vértigo
que le producía la bajada por el declive fangoso que conducía a una de
las jocosamente llamadas case a schiera (casas adosadas), que se
alzaban aisladas en medio del silencio y de la rural soledad en los
hibernados campos próximos al bullanguero laberinto de calles medievales
que formaba la capital del Piamonte, la histórica Torino. La proporción
geométrica de la rústica barriada formaba en realidad una hinchazón de
pobreza que contrastaba con el conglomerado multiforme y bullicioso de
la gran ciudad de la "Sábana Santa" a la que, por su distancia y por
hallarse enclavada en la zona industriale, parecía no pertenecer.
No muy lejos, en la parte alta del declive, se hallaba la carretera
comarcal que entraba en Torino por su lado más antiguo, la Venaria Reale,
apartada así de las modernas autovías que la unían a Génova y Milán.
Cercanas al barrio de clase media corrían también las vías ferroviarias
que comunicaban la capital piamontesa tanto con Milán como con Roma al
sur.
-Pero ¿cuando coño se acabará esta huelga?- preguntó Guido mientras cargaba con la cestilla y las bolsas.

Al esfuerzo muscular para subir la cuesta se unió también Sandrino el
tonto, una especie de fantoche con cara de murciélago (de hecho le
apodaban "pipistrello"), que vestía unos pantalones enormes y una
guerrera militar hecha jirones que parecía de la época fascista. Se
envolvía también en un desastrado capote, se calzaba con unas enormes
botas y se cubría con un absurdo sombrero emplumado, todo hallado Dios
sabía donde. El pobre Sandrino vivía en un chamizo cercano, y solía
pasearse por el barrio mendigando la caridad de sus habitantes. Su
lenguaje, que se articulaba entre palabras ininteligibles, iba casi
siempre acompañado de sonoras carcajadas.{A rendere più faticosa la salita c'era Sandrino il Matto, una specie di pupazzo con la faccia da pipistrello (infatti, lo soprannominavano "pipistrello"), che indossava pantaloni enormi e una giacca militare sdrucita che sembrava risalire all'epoca fascista. Si avvolgeva anche in un mantello lacero, indossava stivali enormi e si copriva con un assurdo cappello piumato, il tutto trovato chissà dove. Il povero Sandrino viveva in una baracca lì vicino e si aggirava per il quartiere chiedendo l'elemosina agli abitanti. Il suo discorso, articolato con parole incomprensibili, era quasi sempre accompagnato da forti risate.
































