sábado, 27 de marzo de 2021

Justiniano y Bizancio: un sueño dorado junto al Bósforo -Final-



 

 

Autor: Tassilon-Stavros





 

 

 

 

 

JUSTINIANO Y BIZANCIO: UN SUEÑO 

 

 

DORADO JUNTO AL BÓSFORO

 

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El basileus y la basilissa, aparte de la atracción voluptuosa que Teodora había podido despertar en los adormilados sentidos de Justiniano, en realidad no se parecían en nada. Justiniano era ortodoxo, ascético y solitario, y Teodora, por el contrario, era una mujer extrovertida; amaba el lujo y la buena mesa, ansias sibaríticas de las que siempre había carecido en su época pasada en el barrio de mala nota de la "mesé", y para acabar de agravar estas diferencias con su imperial esposo, tenía una debilidad por los herejes monofisitas (para los cuales en Jesucristo no había más que una naturaleza, "mezcla" de la divina y humana). La basilissa se pasaba en el lecho la mayor parte del día dominada por la pereza, y, después de abundantes libaciones, se concedía siestas que a menudo se prolongaban hasta la llegada del crepúsculo. A partir de ahí empezaban sus mejores horas como noctámbula recalcitrante. No se sabe entonces cuándo tenían lugar los encuentros amorosos de los imperiales esposos, con unos horarios tan disociados.

Bajo el reinado de Justino, que había sido, como buen soldado, un hombre inculto y descuidado, Bizancio perdió gran parte de su categoría como urbe entre las urbes. Pero Justiniano se la restituyó. Reformó el protocolo y dictó un ceremonial cortesano austero. Se proclamó sagrado a sí mismo, y pretendió que los que le rindieran homenaje se inclinaran y le besaran el borde del manto de púrpura y los dedos de los pies (que se supone cuidaba y lavaba con esmero imperial). Su reinado fue bastante tranquilo. Sólo una vez amenazó con venirse abajo. 

Justino había muerto cinco años antes. La subida de su sobrino al trono provocó un fuerte descontento del que se hicieron portavoces las facciones de los Verdes y los Azules del Circo. El año 532, Justiniano hizo arrestar a algunos agitadores de ambas facciones que siempre andaba provocando disturbios y enfrentamientos tras las juegos y carreras de cuadrigas circenses. Las multitudes más fanáticas se lanzaron a las calles como auténticas hordas bárbaras, dispuestas a destronar al basileo y sus dictámenes absolutistas y represivos. Estalló la guerra civil. Los insurgentes a los que se habían unido algunos senadores provocaron todo tipo de disturbios callejeros, asaltaron las cárceles, liberaron a los presos y prendieron fuego al palacio imperial.

Justiniano, sorprendido por la revuelta y la violencia desatada por sus súbditos mientras estaba como de costumbre abstraído en la lectura de San Agustín, se sintió aterrorizado y perdió la cabeza. Se encerró en sus habitaciones y ordenó a Teodora que hiciera preparar una nave para la fuga. Pero la emperatriz convocó a un joven general, Belisario, y le ordenó que reprimiera la revuelta por los medios más expeditivos posibles, y que hiciera rodar cuantas cabezas considerase necesario para ello. Belisario reunió a la guardia de palacio y la dispuso a la entrada del hipódromo, donde se habían dado cita treinta mil insurgentes. A una señal suya, los soldados irrumpieron en el recinto, cargaron ferozmente contra la multitud y dieron muerte a la totalidad de los rebeldes. El trono de Justiniano y Teodora se había salvado.


Desde niño, en su lejana y pastoril Macedonia, las leyes habían sido la pasión de Justiniano. Las reunidas por Teodosio II [Constantinopla, 10 de abril de 401-ibíd., 28 de julio de 450] casi un siglo antes, en el código que lleva su nombre, resultaban una mezcolanza de normas, entre las cuales era imposible orientarse. También habían cambiado los tiempos, la administración era más compleja, y para funcionar necesitaba normas claras, simples y uniformes. Los romanos habían conquistado el mundo con las legiones, pero lo mantuvieron unido con los códigos.


El año 528 Justiniano decidió la reforma de la vieja legislación. Nombró una comisión de expertos y puso al frente de ella al eminente cuestor Triboniano [500-542- Jurista bizantino del siglo VI, cuya vida aparece reflejada en los escritos de Procopio de Cesarea], famoso por su inmoralidad y por su proclividad hacia la corrupción. La comisión se puso en seguida manos a la obra y al cabo de un año publicó el "Codex Constitutionum", una colección de cuatro mil quinientas leyes. En 533 salieron las "Pandectae", que recogían las opiniones de los más grandes juristas romanos, y las "Institutiones", especie de "libro de bolsillo" de la carrera de derecho para uso de estudiantes.


El "Código Justiniano" o "Corpus Iuris Civilis", como se le llamó, se abre con una invocación a a Santísima Trinidad y la afirmación del Primado Ecuménico, es decir, universal, de la Iglesia. Ésta recibe órdenes sólo del emperador. El Código prohibe a los eclesiásticos hacer especulaciones financieras y tomar parte  en juegos públicos o espectáculos teatrales. Condena a muerte y a la confiscación de bienes a los herejes. Anima la manumisión de los esclavos, pero consiente a los padres necesitados que vendan sus propios hijos, y obliga a los que han cultivado una parcela de tierra durante treinta años a permanecer atados a la propiedad hasta el fin de sus días.


Justinianio, bajo la influencia de Teodora, mejoró las condiciones de la mujer. El adulterio no fue ya un delito capital, como en los tiempos del emperador Constantino. El marido traicionado podía matar al amante de su mujer, pero solamente si, tras haberla advertido tres veces, la sorprendía en su casa o en un lugar público con el rival. El que mantenía relaciones con una viuda o una doncella pagaba una multa. Se toleraban las casas públicas o prostíbulos [quizás porque Teodora había crecido entre ellos] En cambio, el delito de homosexualidad era castigado con la tortura, la mutilación y la muerte [aunque tan terrorífico decreto no impidiera que la sodomía se siguiera practicando subrepticiamente, incluso por más de un miembro destacado de la corte]


El Código favorecía los legados y donaciones a la Iglesia, cuyas propiedades eran inalienables. Esto consintió al clero acumular un patrimonio que a través de los siglos fue haciéndose cada vez más importante. Numerosos capítulos del Código estaban dedicados a la administración de justicia. Sólo un alto magistrado podía dar una orden de captura. Entre el arresto y el proceso, que se celebraba en presencia de un juez designado por el emperador, no podía transcurrir demasiado tiempo. El imputado podía elegir un abogado, pero éste podía defenderlo solamente si estaba convencido de su inocencia. Las penas eran severas, pero el juez tenía la facultad de reconocer atenuantes para las mujeres, los menores y para los que violaran la ley en estado de embriaguez. A los agentes del fisco que se dejaban sobornar se les cortaba las manos. Esta mutilación era ampliamente practicada, lo mismo que la de la nariz y el cuello. También se consentía cegar al culpable, suplicio al que eran sometidos sobre todo los usurpadores. De todas maneras, las penas capitales más usadas eran la decapitación para los libres y la crucifixión para los esclavos. Un trato especial era reservado a los desertores, y a los brujos, en cambio, se les condenaba a la hoguera. El Código es, al mismo tiempo, un modelo de espíritu cristiano y un documento de barbarie y superstición. A él, y a la multitud de sus horrores, debe Justiniano su gloria.


El gran legislador de Bizancio fue un mal político y un pésimo administrador. En realidad, nunca como en su reinado las finanzas bizantinas fueron tan alegres. Sobres B a lo "kitchen" se hallaban a la orden del día. El basileus [y por efecto contaminante su basilissa] afectado de manía de grandeza, vació las cajas de Estado, que había encontrado llenas [gracias al ahorrativo y cicatero Justino], y redujo a la extrema necesidad a las provincias para construir iglesias, conventos y monumentos, que, dada su inutilidad, aumentaban las hambrunas en todo el país. A la capital afluyeron decenas de miles de campesinos en busca de trabajo. 

En pocos años, los enormes alrededores de Bizancio se transformaron en asentamientos de migraciones hambrientas, sucias y enfermas. En efecto, entre el 541 y el 549, tuvo lugar la llamada "Plaga de Justiniano", un terrorífico impacto sociocultural comparado al de la muerte negra. Los historiadores del siglo VI dejaron constancia de que dicha plaga epidémica tuvo repercusiones a nivel mundial, atacando Asia, África y Europa. Esta pandemia fue causada por la bacteria "Yersinia pestis". Los estudios tradicionales, hoy, han señalado el inicio del gigantesco contagio y su penetración en el imperio bizantino, así como en el resto de Europa, en el este de África, aunque recientes estudios genéticos señalan que el reservorio original de la cepa pudo estar en China.

Quizás sea a través de este acontecimiento pandémico sobre el que más ha pivotado el recuerdo de Justiniano, aún por delante de su famoso Código. Y en cuanto a gloria militar, totalmente nula, el basileus se la debe a su capacitado general Belisario [el vencedor de la gran insurrección del año 532] que volvió a colocar bajo su soberanía a Italia y el Norte de África. Justiniano no tuvo otro mérito [aunque la ejecutoria hubiese provenido de Teodora] que el haber sabido escogerlo. Y desde luego, no es poco, fuese de quien fuese la iniciativa de ponerlo al frente de los ejércitos bizantinos..








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