sábado, 15 de mayo de 2021

Belisario: general de Bizancio, conquistador de Italia.

 


 

 

 

Autor: Tassilon-Stavros





 

 

 

 

 

BELISARIO, GENERAL DE BIZANCIO,

CONQUISTADOR DE ITALIA

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Flavio Belisario [Φλάβιος Βελισάριος], al igual que Justiniano, había nacido hacia el 505 en una pequeña ciudad de Macedonia, pero su familia era noble. Enviado a la Corte de Bizancio para seguir un ansiado aprendizaje militar, cuando sólo tenía veintiún años fue ascendido al grado de general del ejército imperial de Justiniano. Había luchado distinguiéndose como gran estratega en el frente persa, pero sobre todo se ganó la gratitud del basileus Justiniano y de la basilisa Teodora al salvar a ambos y su trono durante la insurrección de las facciones rebeldes de los Verdes y los Azules en el año 532. Contrajo matrimonio con una tal Antonina, de la que se sabe muy poco, salvo que era viuda y ninfómana, que tenía veintidós años más que él, y que se pasó la vida engañándolo con cortesanos y, probablemente, hasta con soldados y miembros atractivos de la servidumbre en la Corte.

 

Se halló al frente de la expedición emprendida por Bizancio contra los vándalos del Norte de África, desde donde las hordas bárbaras amenazaban con sus razzias las posesiones y hasta la misma capital del Imperio. Dicha campaña, gracias a Belisario y sus grandes dotes para el mando y los enfrentamientos bélicos, se resolvió e un gran triunfo. Gelimero, el rey vándalo, vencido junto al resto de supervivientes de la horda  por las tropas bizantinas, fue obligado a huir a los montes donde, durante tres meses, halló hospitalidad entre algunas tribus salvajes. Cuando Belisario, a cambio de la rendición, le ofreció una abundante pensión de carácter vitalicio, se mostró dispuesto a aceptarla. Pero Gelimero para aceptar convertirse en pensionista del imperio bizantino puso como condición que se le enviara antes una "esponja", una gran hogaza de pan y una lira. Belisario, asombrado por la petición, no dudó en contentarlo. Y naturalmente, Gelimero pasó por loco y desapareció definitivamente, perdido en aquellos lejanos territorios africanos, de la historia invasora de los vándalos. 


Con la destrucción de estas últimas y amenazantes hordas que habían asolado el Norte de África afincándose allí, cayeron en manos de Justiniano también los territorios que formaban parte del reino de Gelimero, entre las que se hallaban Cerdeña, Córcega, Baleares, Ceuta y otras muchas ciudades de la Mauritania (actual Marruecos). El regreso de Belisario a la patria fue entusiástico. Acogido como triunfador indiscutible contra los bárbaros, desfiló por las calles de Bizancio, adornadas con banderas y miles de adornos florales, seguido por las tropas que con él habían luchado y vencido. Fue una apoteosis sellada por una honorífica audiencia imperial. La caída de los vándalos en África pareció el momento, como sin duda lo fue, un fausto acontecimiento. Pero lo que menos pudieron pensar ni Belisario ni Justiniano y Teodora que sus consecuencias iban a resultar desastrosas. Con la destrucción de Gelimero se derrumbó, en realidad, el único baluarte en condiciones de oponer un dique al nuevo aluvión humano que poco después se abatiría sobre aquellas provincias: el árabe.


Se sucedió de inmediato una nueva campaña militar bizantina, esta vez contra los ejércitos godos que fue mucho más larga y difícil que la africana. Duró, con diversas alternativas de cese de enfrentamientos, dieciocho años. En el otoño del 535, ocho mil hombres mandados por Belisario, de vuelta del triunfo de África, desembarcaron en las costas de Sicilia, donde el poder godo había aposentado sus reales. En la Italia meridional, la influencia goda, por fortuna para los italianos del resto de la península Apenina, había sido escasa. Las poblaciones habían mostrado siempre pocas simpatías por las bandas de Teodorico el Grande [Dacia, 12 de mayo de 454-Rávena, 30 de agosto de 526], que, pese a todo, se había proclamado rey de Italia, llegando a ser considerado un heredero de los emperadores romanos de Occidente.

El desembarco de Belisario y sus tropas en Sicilia fue preparado cuidadosamente por las victoriosas "quintas columnas" bizantinas. Las guarniciones godas de la isla cayeron como bolos bajo los golpes triunfales de los griegos. Cuando tuvo firmemente en el puño a Sicilia, Belisario pasó el estrecho de Mesina y se dirigió a Nápoles. También éste fue un asedio rápido y fácil. Casi sin enfrentamiento ni pelea, haciendo pasar a los soldados por un acueducto, Belisario consiguió apoderarse de la costera ciudad partenopea. Los napolitanos acogieron a las recién llegadas tropas bizantinas con gran júbilo. Pero lo que no pudieron imaginar es que la soldadesca de Belisario, regocijada por el singular y sencillo triunfo invasor, se iba a entregar, con el beneplácito de Belisario, a un horrible saqueo, e incluso a actos de violación. Los italianos al igual que muchos otros pueblos mediterráneos, como de costumbre, se habían hecho la vana ilusión de que aquella nueva invasión representaba la "liberación" de la invasión anterior.


La noticia de los éxitos del gran general bizantino Belisario recorrió la bota Apenina con tan inusitada rapidez que alarmó a los godos. Teodato [nacido en 480 en Tauresium​ y fallecido en 536], reinaba  por aquel entonces en Italia desde el 534. Duque de Tuscia, había accedido al trono por ser hijo de Amalafrida, hermana de Teodorico el Grande, y por contraer matrimonio con la hija de Teodorico Amalasunta, a la que hizo exiliar al lago de Bolsena, en los montes volcánicos llamados Volsinos, y ordenó matarla en el 535. [El asesinato de Amalasunta, según algunos cronistas, fue usado por Justiniano para no reconocer la legitimidad del reinado de Teodato e invadir Italia con las tropas de Belisario] 

Teodato, ya mayor, y que sólo había dado pruebas de su inutilidad como rey de los ostrogodos como uxoricida y degradado por infinidad de vicios, fue depuesto de inmediato y sustituido por un valeroso oficial romano llamado Vitigio, del que la historia no ha ofrecido demasiada información, salvo que sacó inmediatamente las tropas de Roma y las reunió en Ravena. En la urbe dejó a una pequeña tropa que tal vez habrían logrado contener a los invasores bizantinos si el Papa Silverio [Frosinone, 477-Palmarola, 2 de diciembre de 537] no hubiera entregado con engaño, a escondidas por tanto de Vitigio, las llaves de la ciudad  Santa a Belisario. Un ejército godo, ante esta traición vaticana, bajando de las provincias del norte de la península, asedió Roma. Fue un cerco que duró un año, pero al haberse declarado una epidemia de peste en la Caput Mundi y llegar el anuncio de que nuevos refuerzos bizantinos se dirigían a marchas forzadas en ayuda de Belisario, indujeron a Vitigio a pedir una tregua, no considerada como rendición sin paliativos. Belisario, impaciente por reunirse con las tropas de refresco que Justiniano le enviaba, se la concedió.

El refuerzo militar que llegaba de Bizancio llegaba mandado por el gran chambelán de la Corte llamado Narsés [Ναρσής, nacido Armenia persa c. 478- y fallecido en Roma, 573]. Se trataba de un eunuco de sesenta años, que había hecho en la Corte una brillante carrera, convirtiéndose en camarlengo favorito de Justiniano y Teodora [quizás por su cualidad de castrado] Lo cierto es que, cuando Belisario se enteró de quien era aquel individuo sin la menor experiencia en el ejercicio de las armas y de avanzada edad para enfrentarse a cualquier tipo de enemigo, montó en cólera. Y es que, en realidad, como bien había imaginado Belisario, Narsés no sabía nada de asuntos militares. Nunca había tomado parte en una guerra y la mayor parte de su vida había transcurrido como eunuco afeminado, autoritario y adulador en los salones y gineceos de Bizancio. Pero  parece ser que Justiniano no pudo evitar el crear aquella peligrosa y descompesadora dualidad porque Teodora no le dejaba en paz. La basilisa sentía ahora unos celos terribles de Belisario, o mejor dicho, estaba celosa de la popularidad que el gran general proyectaba sobre su adúltera esposa Antonina, que, sin dejar de traicionar escandalosamente a su célebre marido, se pavoneaba ante la Corte de sus victorias.

Y como no podía ser de otra manera, la idea de juntar a Narsés y a Belisario fue un descomunal desastre. El dualismo de mando provocó una serie de reveses que culminaron, por culpa de la incapacidad de mando del primero y el odio del segundo que desembocó también en una  especie de desidia para enfrentarse a las tropas enemigas. Y como resultado de toda esta inoperancia y rivalidad fue la caída de Milán en manos de las tropas godas, que, además, se saldó con una matanza de más de treinta mil de sus habitantes. A pesar de las protestas insidiosas y absurdas de Teodora, Justiniano tuvo el buen juicio de hacer regresar a Bizancio al inepto eunuco y restituir a Belisario los plenos poderes de sus ejércitos. Libre por fin de conducir la guerra en Italia como le pareciera, el gran general pasó al contraataque. No obstante, para dar buena cuenta de los momentáneamente victoriosos godos, debía adueñarse a toda costa de Ravena. Y los que proporcionaron la manera de hacerlo fueron los mismos enemigos, que, extenuados por una guerra con los bizantinos que ya se prolongaba demasiado, acabaron por ofrecer la corona a Vitigio. Belisario fingió aceptar el acto de investidura del oficial romano a condición de que tal proclamación se celebrara en Ravena. Los godos, sin sospechar la segunda intención que había en ello, le abrieron de para en par las puertas de la bella ciudad de la Emilia-Romaña. Sólo cuando Belisario y sus bizantinos hubieron pasado el recinto amurallado, descubrieron el doble juego del avispado general de Justiniano. Las mujeres godas, cuando vieron desfilar triunfalmente en sus calles a los agudos griegos, escupieron en la cara a sus estúpidos y engañados maridos.

 

Ravena y  media Italia ya en poder de Bizancio motivó a Justiniano para hacer volver de inmediato a su general a la patria. Ahora los persas, tras un corto período de paz, estaban concentrando sus tropas de nuevo amenazadoramente en el frente oriental de la Anatolia [Aνατολή], y Belisario fue enviado a dicho frente  para detener el avance persa. Pero su ausencia de Italia devolvió el atrevimiento invasor a los godos que, entretanto, jhabían logrado, según el argot de sus esposas, "zurcir  los jirones de su desflecado ejército y sus últimas derrotas". El nuevo guía que tomó el mando godo fue un reconocido y valiente guerrero llamado Totila [Treviso, Véneto, 516-Taginae, Perugia, 1 de julio de 552], conocido también con el nombre de Baduila, y que fue rey de los ostrogodos del 542 al 552, que fue derrotado en Umbría en la batalla de Tagina asaetado por las flechas de los arqueros del ejército de Narsés (nuevamente enviado a Italia, como luego se verá, por Justiniano) 

[Totila murió en la batalla o durante la fuga, y los ostrogodos se reunieron bajo su último rey en Italia, Teya, oficial de Totila. Teya mató los 300 jóvenes rehenes bizantinos de Totila, y el mismo fin tuvieron todos los prisioneros y las familias senatoriales. Sin embargo, debido a la pérdida de la mayor parte de la caballería, que no pudo ofrecer una resistencia adecuada, el sueño de los ostrogodos de un reino en Italia llegó a su fin]



Justiniano se vio obligado, pues, a enviar de nuevo a Belisario a Italia para enfrentarse a Totila. Cuando llegó, el general se dio cuenta inmediatamente de que la situación había empeorado de manera considerable. Los oficiales en los que había delegado el mando tras su marcha a Bizancio, abusaron de él de tal manera que las poblaciones conquistadas se habían pasado de nuevo al enemigo godo. Además, hasta las tropas parecían agotadas por una guerra siniestra y trágica que no acababa nunca. En el este de Anatolia amenazaba el peligro persa. Había que dejar lo antes posible el frente occidental para defender el oriental. Y por todo ello, Justiniano, en el año 552, al parecer a falta de otro mejor envió otra vez a Italia a Narsés, que tenía ya más de setenta años y estaba lleno de achaques. Pero la suerte de la guerra, aunque parecía imposible, se volvió a su favor, porque ese mismo año de su llegada, entre Perusa y Ancona, el gran chambelán eunuco derrotó a Totila, que, como ya se indicó, perdió la vida en la batalla o durante su huida de la misma.

 

Los godos fueron puestos en fuga y se retiraron hacia la Campania napolitana donde, a las órdenes del nuevo guía Teya, oficial de Totila, se dispusieron a una suprema y desesperada resistencia como fue la batalla de Tagina. Vencidos por segunda vez en la llanura del Vesubio, pidieron la paz. En un mensaje a Narsés propusieron también las condiciones, que el chambelán aceptó sin pestañear. Teya y sus supervivientes pedían poder dejar Italia y llevarse consigo todos los tesoros acumulados en sus fortalezas. En cambio, se comprometían a no guerrear de nuevo dentro de los confines del Imperio bizantino. Un millar de bárbaros (godos) se negó a deponer las armas, y, organizados en bandas de guerrillas, siguieron una insistente campaña de emboscadas contra las tropas de Narsés. Otros siete mil godos pidieron ser alistados en el ejército griego y, como hicieron mucho antes sus progenitores, volvieron a Bizancio como mercenarios.

Así se derrumbaba el primer auténtico reino bárbaro romano-ostrogodo instaurado en Italia. Y sucumbía más por causas internas que por los golpes de los ejércitos invasores bizantinos. Procopio de Cesarea, en sus afamadas "Historias" nos cuenta a lo que quedó reducida Italia después de dieciocho años de guerra. "En Emilia Romaña, gran parte de la población había sido obligada a abandonar sus casas y a emigrar a orillas del mar, esperando encontrar allí algo con que saciar el hambre. En Toscana, los habitantes iban a la montaña a recoger bellotas para molerlas y hacer un sucedáneo del pan. Los que enfermaban se ponían pálidos y decaídos y la piel se les secaba y contraía sobre los huesos. Sus rostros asumían una expresión asombrada y los ojos se les dilataban en una especie de espantosa locura. Algunos morían por comer demasiado cuando encontraban alimento. Los más estaban hasta tal punto lacerados por el hambre que si veían una mata de hierba, se precipitaban a arrancarla. Y cuando se encontraban demasiado débiles para conseguirlo, echábanse de hinojos por tierra con las manos contraídas sobre los terrones" En algunos lugares hubo verdaderos episodios de canibalismo. No tenemos un censo de la población italiana en aquellos terroríficos años. Pero parece que su número no superaba los cuatro millones de almas. El año 556 Roma no tenía más de cuarenta mil habitantes.

Escasas son también las noticias sobre el virreinato de Narsés, que duró doce años. No fue pequeña empresa para el viejo eunuco restaurar el orden en el inmenso caos en que se había precipitado el reino de Italia, ahora perteneciente al Imperio de Bizancio. Por todas partes reinaba  la más horrible de las miserias, el más amargo abandono, y la más pesimista desesperación. La furia, digna de los hunos de Atila, de los ejércitos godos y bizantinos había reducido las bellas ciudades de los tiempos de Augusto a humeantes montones de ruinas y escombros, a focos de peste que diezmaban las poblaciones. 


La consigna de Justiniano fue reconstruir Italia. Pero ¿con qué dinero? Las cajas imperiales estaban vacías. La campaña contra los godos había llevado a Bizancio al borde la quiebra. Para volver a poner en pie todo aquello no quedaba más remedio que exigir impuestos. Una horda bizantina de agentes del fisco, peor que la de los vándalos, invadió la península. Se inventaron nuevas contribuciones y se aumentaron las viejas. Cuenta Gregorio Magno [Roma, c. 540-ibíd., 12 de marzo de 604], el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia católica, que en Cerdeña, hasta los paganos, para poder celebrar sus ritos tenían que pagar un impuesto a Bizancio. Y lo más increíble es que tuvieron que seguir pagándolo aún después de convertirlos al cristianismo. En Córcega, los habitantes vendían a los hijos. Para Justiniano todos los medios de ingreso para sus arcas imperiales eran exigibles. Por las buenas o por las malas. Donde no era posible sacar dinero, se recurrió a las "corvées", es decir, prácticamente a los trabajos forzados, con el empleo de viejos, mujeres y niños. Bizancio obligó a los artesanos y a los agricultores a vender a precios de imperio sus productos. En el 554, el basileo griego, reconociendo que era difícil gobernar a  Italia desde Constantinopla, dictó una "Pragmática sanción" con  la que concedía, entre otras cosas, a los obispos italianos, una amplia autonomía y muchos poderes administrativos. Ellos lo aprovecharon para acentuar su independencia de Bizancio.


En el año 565, a los ochenta y tres años cumplidos, Justiniano sólo era la sombra de sí mismo. En el 548, atacada por el cáncer, había muerto Teodora. En su lecho de muerte, había hecho prometer a su marido que no revocaría los privilegios y las inmunidades de los que hasta entonces habían gozado los monofisitas [rechazo de la doble naturaleza de Jesucristo] La pérdida de Teodora fue un golpe terrible para Justiniano. Había sido la única mujer de su vida y por su amor se había arriesgado a perder el trono. Es difícil calcular la influencia que su esposa ejerció sobre él. Amenazado por la arteriosclerosis, cada vez se interesaba menos por la política. "Hombre de gabinete", como dicen los españoles, lo había sido siempre, pero cuando Teodora murió, se encerró cada vez más. Comulgaba cada día y no deseaba ver más que sacerdotes, con los que conversaba hasta bien entrada la noche. En su reinado aparecieron las primeras grietas en la unidad religiosa entre Bizancio y Roma. Gracias a Teodora, el monofisismo había hecho progresos en la Corte. Para defender aquella herejía, Justiniano se enfrentó con el Papa Vigilio cuya amistad había buscado durante la guerra contra los godos. 

[Lo obligó, prácticamente como su prisionero, a viajar a Constantinopla. Allí intentó obligarlo a dejar sin efecto las conclusiones del concilio de Calcedonia de 451, en el que el monje Eutiques sostuvo que en Jesucristo había tan sólo una persona: la divina, en contraposición a Nestorio, líder cristiano que separaba la divinidad y la humanidad de Cristo. Vigilio empeoró más su situación con un fallido intento de fuga] 

 

Cuando, después de treinta y ocho años de reinado, Justiniano murió el 14 de noviembre del año 565, el pueblo, que nunca lo había amado,  exhaló un suspiro de alivio. Le sucedió su sobrino Justino II, hombre tosco y un tanto imbécil. Después de ocho años de reinado perdió la razón y hubo de renunciar al trono.

 

 


De los últimos años de vida de Flavio Belisario, los historiadores nos han dejado más de una versión. Pero una cosa parece segura: después de haber sido llamado por segunda vez a Italia, las acciones de Belisario en la Corte empezaron a bajar. Justiniano sentía envidia de su popularidad y de sus triunfos. Teodora, por su parte, no sabía resignarse a la idea de que los favores de los bizantinos se dirigieran más al marido de la madura ninfómana Antonina que al suyo. Por dos veces Justiniano ordenó la confiscación de los bienes del general, pero después hizo que se los restituyeran. Es falsa, pues, la leyenda que nos presenta a un Belisario al que le fueron sacados los ojos, y viejo, ciego y olvidado acabó reducido a pedir limosna en el barrio "chino" de la "mesé". Belisario fue representado en muchas obras de arte anteriores al siglo XX. Las más antigua de las que se conservan es un tratado histórico redactado por su propio secretario, Procopio de Cesarea, titulado "Anécdota", que ya conocemos como "Historia secreta". En él asistimos a un extenso ataque a Belisario y a su adúltera esposa Antonina. Procopio describe a Belisario como a un auténtico idiota cegado por el amor hacia su infiel y promiscua esposa. Murió en marzo del 565 en Bizancio.


















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