Autor: Tassilon-Stavros
El Negacionista: ¡larga vida a la idiotez!
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“¡ A usted si que le hubiera agradado vivir en aquel “antiguor”!”...


“¡No hay que alarmarse!”

“¡Vais a pasar las de Caín, conejitos de Indias!”

“Este tiempo ya no es de nosotros... En el tiempo de
nosotros salía uno por las calles a palparse bien a sí mismo, y a ir “uno o una
todo encima de uno o de una”... Éramos los mamones de la teta gorda
inmunizadora. Salir no era ponerse a la ventura. Y digan lo que digan los
virólogos de la tele, a nosotros nos la refanfinflan”



“... Y
aquella pandemia de viruela cuántas grandes lástimas trajo consigo. Habían de
morir por infectados, a esas horas tan tiernas, tan transparentes... Al poco
tiempo, los miembros de la familia adquirieron el virus y en cuestión de diez
días, la ciudad ya era un cementerio. Y aquellos que decidieron
mudarse, llevaban el virus consigo. Destechadas están las casas, enrojecidos
tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están
salpicados los sesos. Rojas están las aguas, y como teñidas, y cuando las
bebimos es como si bebiéramos agua de salitre... Y el tifus
exantemático, la fiebre amarilla, el cólera; y brotes de sarampión viruela, gripe,
escarlatina y difteria («garrotillo»)”
Resultaba más importante pasar los lutos y
las fiestas y romerías de Virgen agosteña o de andadura santiaguista, y besar cruces
milagrosas en presencia de las realidades necrológicas. Y mientras tanto, el
negacionista seguía volviéndose hacia sí mismo, preguntándose y mirando con
recelo:
“Y usted, señor Jenner, con
su vacuna, ¿qué pretende? ¿Ya sabe lo que pensamos? Ese invento suyo, esa
especie de bienestar edénico que nos propone es pretender adormecer al mundo
como se duerme a un niño... ¡A otro perro con ese hueso!”


“A sus 9 meses de vida, se había
despertado a un mundo sin la menor predisposición a concederle la felicidad de
existir. La vida se alejaba sin
pretender colaborar en su salvación. Su tiempo, transido por la desgracia, se
le revolvía con la imposición terrible del lisiado. Quince días de fiebre e
hipotonía generalizada. El pequeñín se encontraba lúcido, eutrófico, agudamente
enfermo. La evaluación neurológica mostró parálisis fláccida severa del miembro
inferior derecho con ausencia de los reflejos tendinosos profundos. La
resonancia magnética de cerebro fue normal. El electromiograma mostró
potenciales de unidad motora de alta amplitud... El virus de la polio tipo 2 es
el que se aisló frecuentemente. Una adecuada cobertura de vacuna para todos los
niños fue planteada como la necesidad más urgente y más efectiva contra los
virus inactivados del tipo 2. La vacuna, entre las sombras de cada deseo de
renuncia, ofrendó la imagen de la nueva promesa de sanación a millones de
niños”
Osmundo Galíndez Zipote es un tío atractivo y moderno, aunque con ideas de hace cincuenta
o sesenta años y medio, pero esto le pasa a cualquiera, no es cosa de mayor
mérito ni de ganar oposiciones mileuristas en este malhadado 2021 de Covid 19 y
otras “cangrejadas” (por aquello de que el cangrejo siempre anda
para atrás). Pero el Osmundo, que por desgracia, aunque diga que no, tiene
todas las características (no físicas, ¡pobre tío!) sino de un “cangrejado”, se
considera a sí mismo un auténtico evolucionado (lo de su retroceso temporal es
una acepción que él desconoce por completo) y claro, éstos son los peores. A
Osmundo, según cuenta (no sabemos a quién), por Internet o chateando con el Whatsapp le salen planes muy
aparentes, quizás por ello no hay bicho viviente que lo vea acompañado,
sometido como anda, al parecer, y sólo al parecer, al mundo sojuzgador de la
virtualidad tecnológica.
Osmundo Galíndez Zipote solía merendar en la granja del barrio un
café con leche con croissant ofertado a 2 euros, pero el dispendio se acabó. Un Erte (o sea un "Expediente Temporal de Regulación de Empleo"), y ahora un Ere (o sea un "Expediente
de Regulación de Empleo competente para despedir a
empleados") de la Empresa de laminados en que trabajaba me lo ha dejado
de patitas en la calle, con derecho a que el SEPE le conceda prestación
de un subsidio por desempleo no muy bien remunerado. La culpa de todo, por supuesto, la tiene ese maldito coronavirus que no existe.
Y como la
vida no va por donde todos quisiéramos que fuera, sino más bien a trancas y
barrancas; hoy, en especial, por donde puede y el coronavirus nos deja: “¡Sí,
claro!, ¿verdad, usted? Pero tápese la nariz con la mascarilla, hombre, que
cualquiera sabe por dónde andan los aerosoles malignos...” Pero Osmundo,
que no es muy hábil en el arte de las charramecas callejeras, lo más probable
es que no se pare hablar con ningún aflautado quejoso de los que tanto abundan.
Todo es una suposición. Y aun en el caso de que hubiese sido así, hay que
admitir, también en Osmundo, que una de las más consistentes inercias vitales
que pululan por el cerebro humano es la de “¡Mira tío, ni caso!“, o sea
“como quien oye llover y no se moja”. Y es que para Osmundo la monserga del Covid 19 no es más que una
mojiganga china, porque a los tumultuarios chinos, que ahora tienen
tendencias supremacistas, ¡Dios nos ampare!, parece ser que les ha dado
por gastar bromas a Occidente y a Medio Oriente, y, ¡hala!, nos han
querido "tirar viajes" de pestes porcinas, aviales y murcielaguistas,
inocuas, eso sí, para entretenerse y nada más. O para forrarse fabricando mascarillas de calidad dudosa, pero que exportan a millones a la totalidad de paises de este malhadado planeta nuestro. Vamos, que los chinos como los rusos, que saben jugar muy bien al ajedrez, se han propuesto convertir a los que no somos amarillos en peones sacrificados como en un "gambito de rey" vulgar y corriente, y ¡tracatrá!, ofrecernos después material dudoso a cambio de ventajas en el desarrollo de su juego vírico.
Y por poner un ejemplo, que un Ayllón Barasoain, virólogo y director del Área de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Burgos, o un Hendrik Streeck, director del Instituto de Virología de la Universidad de Bonn, uno de los máximos especialistas alemanes en virus de alto riesgo, [y la lista sería inacabable] hayan aportado datos sobre el rol de los asintomáticos, las posibilidades de propagación del virus y la elevada tasa de mortalidad que el mismo conlleva [así como que una vacuna no interfiere con el genoma humano, es decir, con el ADN], pues eso, que a un laminador, ya sea de fibra de vidrio o de resina de poliester, como Osmundo Galíndez Zipote no hay prescripción facultativa que lo convenza, porque no tiene tiempo (más bien no tiene ganas) para prestar oído a esos cientifiquillos muy repuestos y bien comidos, que en el fondo no son más que unos "palurdos" pedantes y relamidos, que lo único que hacen es desplumar las mentes a las almas de cántaro que se creen sus chifladuras. Y como el que se pone nervioso, es el que más flatulencias tiene, como decía su padre, "el bicabornato que se lo tomen los demás".
No hay que ser negacionista para aceptar que la vida es una casualidad. Un sueño de resquicios por los que siempre anda acechando la muerte, a la que vamos evitando con algún que otro huevo frito, manojos de verdes canónigos, patatas fritas, pizzas a domicilio con mucha floritura, y hamburguesas a punto de entrar en estados de putrefacción que si no nos matan a la primera, se reservan para más adelante el espontáneo fluir descompasado que nos hará añicos el intestino. Claro que para el Zipote, que por suerte parece no ser medio buitre, existen rehogados mucho mejor clasificados.
"¡Déjense ustedes de zarandajas! A las lombrices intestinales se las inmoviliza con unas buenas alubias con chorizo y panceta a la vasca"
Y de las alubias con chorizo [también podríamos añadir las lentejas], que ya no es que sean por completo cosas suyas sino de las circunstancias económícas por las que Osmundo Galíndez Zipote está pasando a la hora del yantar, nos detenemos, ¡por fin!, en sus siguientes teorías racionales. Y no es que sea tímido y circunspecto, lo que le pasa es que, disuelto en su plasma sanguíneo, lleva el formol de la tontucia de los cuarenta años, la cual, papee más o papee menos, lo mantiene vivito y coleando, y se pasa el día chinchando y vaciando la cisterna del wáter.
"¡Si, señor, por la rabia que me da,... y por todo lo que yo digo y no me hacen caso!"
Y así condena al pobre cipote como se condena a un inocente. Para el otro Zipote, o sea el Osmundo, los vientos del calendario y de su desmedrada crónica diaria de tercera o cuarta ola infecciosa de coronavirus no son, pues, más que mentiras que vierten su mugre hirsuta sobre las conciencias acobardadas de las criaturas urbanas o rurales. Y es que, como tantas veces sucede en la vida, la Verdad no suele ser creída, y es más intercambiable por la Mentira, que en su fraude, se reviste con un aura más lógico y de sentido común. Y porque la Mentira ni adivina ni suele conceder latido al miedo. ¡Le sonríe!
El Osmundo Galíndez Zipote se las da de deportista ardoroso y mantiene, ¡cómo no!, las claras y nobles virtudes de esta raza nuestra que hoy asombra al mundo en ese tapiz de la geografía patria con sus futboleros madridistas o culés, rayos vallecanos o béticos guadalquiviños. Hábitos y costumbres de una expresividad abesugada por el fanatismo de millones de aficionados: "Omnia vincit amor et nos cedemus amori" [Virgilio dixit]; y que durante los últimos ochenta o noventa años y medio vienen armando la de Dios es Cristo, sin importarles un higo el Covid 19, en cualquier urbe de las Españas cada vez que entre las piernas de los tíos en calzoncillos se teje, paso a paso, carrera a carrera, el "¡aquí te driblo!", "¡toma regate!", "¿a que te pito un penalty?", o "¡el ahí va que te la meto!": "¡Gol!..: ¡¡Golllllllll!!" ¡Ay, qué verbo tan fluido! Y en esa afición hay que aclarar que el Osmundo no tiene nada de pavisoso. Y continuando por estas trochas, nos complace, pues, aclarar que el Zipote es un maduro de buena disposición también para el footing. Vamos, que es un piernas, ¡lo que se dice un piernas!
"Oiga, ¿y usted no ha pensado nunca en dejarse de laminados y meterse a futbolista? Buenas piernas tiene usted"... "Pues no, oiga usted, no sea que me dé una meningitis y la palme"... "¡Pero, hombre! ¿Qué dice usted? ¿No se ha enterado que también hay vacuna para la meningitis?... "La habrá, pero a mi no me pone una vacuna ni Dios"... "Pues nada, que siga usted bien..."

En los hospitales, según el Osmundo Galíndez Zipote, le dan a tu salud churras por merinas, aunque también, con un poco de suerte, le dejan a uno de dulce, y los que salimos por nuestro pie, quedamos como nuevos. Pero para el Zipote todos cascan, que por algo es un negacionista de Reforma Luterana, de Revolución Francesa, de Exterminio de Auswitch, y si tiramos mucho más atrás hasta de sublevación de Espartaco. Y ante la jeringuilla, cargada de epinefrina, el Osmundo se puso más flatulento que un camionero.
"Oiga, repórtese usted... ¡Menuda idiosincrasia!"
"¡A mí usted no me pincha!... ¡Que el coronavirus no existe!... ¡¡El coronaviros no existe!!"
Osmundo Galíndez Zipote, laminador venido a menos por el ERE, sigue razonando como un besugo que padece almorranas del tamaño de pimientos rojos.
"Oiga, ¿y duelen mucho?... ¡Un horror! ¡No lo sabe usted bien!"
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