martes, 13 de abril de 2021

El Negacionista: ¡larga vida a la idiotez!

 

 

 Autor: Tassilon-Stavros


 

 

 

 

El Negacionista: ¡larga vida a la idiotez!

 


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“¡ A usted si que le hubiera agradado vivir en aquel “antiguor”!”...

 

 

 

 

 

 

De aquellos, ahora quedan “los de después”, que hoy siempre están a la que salta, y únicamente  aparecen cuando a las gentes se le trastornan las cataduras, fulminadas por algún que otro canguelo. Son de los que se conocían por ”repiques de campana gorda”, porque para comunicarse con las ansiedades humanas montaban y siguen montando cerveceros festines mesiánicos. Pero cavilan ufanos alimentados por la sabrosa carne de la Democracia. Hermoso mundo el nuestro que ofrece las mismas horas para todos.



De entre sus atajos vivenciales el “Bobo de Coria”, "Calabacillas" según Velázquez, nunca quiso huir. Su escuálida calentura supremacista es de puchero enfermizo. De su tiempo viejo, saca añejos candiles porque es la claridad que mejor le cuadra. 

 


                            


“¡No hay que alarmarse!”

 

A la mirada y sonrisa socarrona de estos seres etéreos, incrédulos pero amenazadores, se les une la palabra consentida de un ego sabelotodo más viejo que la provincia de Zamora, que ya viene de lejos, como si su voz fuera única en el mundo. Y su molinillo facultativo, estudiado, quizá, en algún comicio de faunas errantes que comen y beben a salto de mata, se niega en redondo a saber por dónde andan los muertos. Y así se acogen a cualquier información pretérita, por la cual sigue coleando una exacta andadura de vivos listorros, que pueden ir de hombres de provecho, a mecánicos, aparejadores o técnicos electricistas. Y también a más de una aflautada marisabidilla Flor de Té o café, o rabanera del exabrupto, que luego se las va dando de ser negacionista y más pija que una coliflor con lazo.


          

“¡Vais a pasar las de Caín, conejitos de Indias!”

 

 

 

 

Discurso mantenedor, frase triunfal en el juego floral del negativismo más rancio. Y a los cronistas de las épocas los aliñan con el unto de un regodeo sabroso de embustes. La Verdad, esa de la que se han apropiado con toda su jeta y que generalizan como la única y auténtica, está, pues, atascada en la enfermedad que no existe.

     

                      

“Este tiempo ya no es de nosotros... En el tiempo de nosotros salía uno por las calles a palparse bien a sí mismo, y a ir “uno o una todo encima de uno o de una”... Éramos los mamones de la teta gorda inmunizadora. Salir no era ponerse a la ventura. Y digan lo que digan los virólogos de la tele, a nosotros nos la refanfinflan” 

 

 

 


Se cruzan pactos y alianzas, reuniones y fiestorras. Aunque, pese a todo, aseguran que ahora el mundo es una calle que vive desnuda porque, maliciosamente, se le ha señalado tiempo limitado al mozuelo bribón, al tendero que nos saludaba, al anciano ferreño de la cafetería: “Adiós, señor don Sebastián, que bien lleva usted los años”, a la rolliza y alegre señora del quinto, y a la cachupinada vecinal de convites caseros.

Las pandemias han de morir tan sólo entre la “grita” del negacionismo, en medio de la lumbre de sus capeadores, novicios desconocedores del privilegio y merced de los avances científicos. 

 

 


Año de "muchos años" de viruela.

 

“... Y aquella pandemia de viruela cuántas grandes lástimas trajo consigo. Habían de morir por infectados, a esas horas tan tiernas, tan transparentes... Al poco tiempo, los miembros de la familia adquirieron el virus y en cuestión de diez días, la ciudad ya era un cementerio. Y aquellos que decidieron mudarse, llevaban el virus consigo. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas, y como teñidas, y cuando las bebimos es como si bebiéramos agua de salitre... Y el tifus exantemático, la fiebre amarilla, el cólera; y brotes de sarampión viruela, gripe, escarlatina y difteria («garrotillo»)”

Resultaba más importante pasar los lutos y las fiestas y romerías de Virgen agosteña o de andadura santiaguista, y besar cruces milagrosas en presencia de las realidades necrológicas. Y mientras tanto, el negacionista seguía volviéndose hacia sí mismo, preguntándose y mirando con recelo:         

                           

“Y usted, señor Jenner, con su vacuna, ¿qué pretende? ¿Ya sabe lo que pensamos? Ese invento suyo, esa especie de bienestar edénico que nos propone es pretender adormecer al mundo como se duerme a un niño... ¡A otro perro con ese hueso!” 

 

Pero la docta pesquisa había creado el sueño que otros se negaban a poseer. La vacuna de Edward Jenner, 1796, consiguió erradicar definitivamente la primera enfermedad más contagiosa en el mundo.




Año de "muchos años" de poliomelitis.

 

“A sus 9 meses de vida, se había despertado a un mundo sin la menor predisposición a concederle la felicidad de existir.  La vida se alejaba sin pretender colaborar en su salvación. Su tiempo, transido por la desgracia, se le revolvía con la imposición terrible del lisiado. Quince días de fiebre e hipotonía generalizada. El pequeñín se encontraba lúcido, eutrófico, agudamente enfermo. La evaluación neurológica mostró parálisis fláccida severa del miembro inferior derecho con ausencia de los reflejos tendinosos profundos. La resonancia magnética de cerebro fue normal. El electromiograma mostró potenciales de unidad motora de alta amplitud... El virus de la polio tipo 2 es el que se aisló frecuentemente. Una adecuada cobertura de vacuna para todos los niños fue planteada como la necesidad más urgente y más efectiva contra los virus inactivados del tipo 2. La vacuna, entre las sombras de cada deseo de renuncia, ofrendó la imagen de la nueva promesa de sanación a millones de niños”

 


Osmundo Galíndez Zipote, negacionista y tío moderno.

 

 

 

 


Osmundo Galíndez Zipote es un tío atractivo y moderno, aunque con ideas de hace cincuenta o sesenta años y medio, pero esto le pasa a cualquiera, no es cosa de mayor mérito ni de ganar oposiciones mileuristas en este malhadado 2021 de Covid 19 y otras “cangrejadas”  (por aquello de que el cangrejo siempre anda para atrás). Pero el Osmundo, que por desgracia, aunque diga que no, tiene todas las características (no físicas, ¡pobre tío!) sino de un “cangrejado”, se considera a sí mismo un auténtico evolucionado (lo de su retroceso temporal es una acepción que él desconoce por completo) y claro, éstos son los peores. A Osmundo, según cuenta (no sabemos a quién), por Internet o chateando con el Whatsapp le salen planes muy aparentes, quizás por ello no hay bicho viviente que lo vea acompañado, sometido como anda, al parecer, y sólo al parecer, al mundo sojuzgador de la virtualidad tecnológica.

 

Osmundo Galíndez Zipote solía merendar en la granja del barrio un café con leche con croissant ofertado a 2 euros, pero el dispendio se acabó. Un Erte (o sea un "
Expediente Temporal de Regulación de Empleo"), y ahora un Ere (o sea un "Expediente de Regulación de Empleo competente para despedir a empleados") de la Empresa de laminados en que trabajaba me lo ha dejado de patitas en la calle, con derecho a que el SEPE le conceda prestación de un subsidio por desempleo no muy bien remunerado. La culpa de todo, por supuesto, la tiene ese maldito coronavirus que no existe.
 




Y como la vida no va por donde todos quisiéramos que fuera, sino más bien a trancas y barrancas; hoy, en especial, por donde puede y el coronavirus nos deja: “¡Sí, claro!, ¿verdad, usted? Pero tápese la nariz con la mascarilla, hombre, que cualquiera sabe por dónde andan los aerosoles malignos...” Pero Osmundo, que no es muy hábil en el arte de las charramecas callejeras, lo más probable es que no se pare hablar con ningún aflautado quejoso de los que tanto abundan. Todo es una suposición. Y aun en el caso de que hubiese sido así, hay que admitir, también en Osmundo, que una de las más consistentes inercias vitales que pululan por el cerebro humano es la de “¡Mira tío, ni caso!“, o sea “como quien oye llover y no se moja”. Y es que para Osmundo la monserga del Covid 19 no es más que una mojiganga china, porque a los tumultuarios chinos, que ahora tienen tendencias supremacistas, ¡Dios nos ampare!, parece ser que les ha dado por gastar bromas a Occidente y a Medio Oriente, y, ¡hala!, nos han querido "tirar viajes" de pestes porcinas, aviales y murcielaguistas, inocuas, eso sí, para entretenerse y nada más. O para forrarse fabricando mascarillas de calidad dudosa, pero que exportan a millones a la totalidad de paises de este malhadado planeta nuestro. Vamos, que los chinos como los rusos, que saben jugar muy bien al ajedrez, se han propuesto convertir a los que no somos amarillos en peones sacrificados como en un "gambito de rey" vulgar y corriente, y ¡tracatrá!, ofrecernos después material dudoso a cambio de ventajas en el desarrollo de su juego vírico.


Y por poner un ejemplo, que un Ayllón Barasoain,
virólogo y director del Área de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Burgos, o un Hendrik Streeck, director del Instituto de Virología de la Universidad de Bonn, uno de los máximos especialistas alemanes en virus de alto riesgo, [y la lista sería inacabable] hayan aportado datos sobre el rol de los asintomáticos, las posibilidades de propagación del virus y la elevada tasa de mortalidad que el mismo conlleva [así como que una vacuna no interfiere con el genoma humano, es decir, con el ADN], pues eso, que a un laminador, ya sea de fibra de vidrio o de resina de poliester, como Osmundo Galíndez Zipote no hay prescripción facultativa que lo convenza, porque no tiene tiempo (más bien no tiene ganas) para prestar oído a esos cientifiquillos muy repuestos y bien comidos, que en el fondo no son más que unos "palurdos" pedantes y relamidos, que lo único que hacen es desplumar las mentes a las almas de cántaro que se creen sus chifladuras. Y como el que se pone nervioso, es el que más flatulencias tiene, como decía su padre, "el bicabornato que se lo tomen los demás".
 
 
No hay que ser negacionista para aceptar que la vida es una casualidad. Un sueño de resquicios por los que siempre anda acechando la muerte, a la que vamos evitando con algún que otro huevo frito, manojos de verdes canónigos, patatas fritas, pizzas a domicilio con mucha floritura, y hamburguesas a punto de entrar en estados de putrefacción que si no nos matan a la primera, se reservan para más adelante el espontáneo fluir descompasado que nos hará añicos el intestino. Claro que para el Zipote, que por suerte parece no ser medio buitre, existen rehogados mucho mejor clasificados.

 
                          "¡Déjense ustedes de zarandajas! A las lombrices intestinales se las inmoviliza con unas buenas alubias con chorizo y panceta a la vasca"
 
 
Y de las alubias con chorizo [también podríamos añadir las lentejas], que ya no es que sean por completo cosas suyas sino de las circunstancias económícas por las que Osmundo Galíndez Zipote está pasando a la hora del yantar, nos detenemos, ¡por fin!, en sus siguientes teorías racionales. Y no es que sea tímido y circunspecto, lo que le pasa es que, disuelto en su plasma sanguíneo, lleva el formol de la tontucia de los cuarenta años, la cual, papee más o papee menos, lo mantiene vivito y coleando, y se pasa el día chinchando y vaciando la cisterna del wáter. 
 
 
 
 
 
 
                                             "¡Si, señor, por la rabia que me da,... y por todo lo que yo digo y no me hacen caso!"
 
 
Y así condena al pobre cipote como se condena a un inocente. Para el otro Zipote, o sea el Osmundo, los vientos del calendario y de su desmedrada crónica diaria de tercera o cuarta ola infecciosa de coronavirus no son, pues, más que mentiras que vierten su mugre hirsuta sobre las conciencias acobardadas de las criaturas urbanas o rurales. Y es que, como tantas veces sucede en la vida, la Verdad no suele ser creída, y es más intercambiable por la Mentira, que en su fraude, se reviste con un aura más lógico y de sentido común. Y porque la Mentira ni adivina ni suele conceder latido al miedo. ¡Le sonríe!
 
 
 
 
El Osmundo Galíndez Zipote se las da de deportista ardoroso y mantiene, ¡cómo no!, las claras y nobles virtudes de esta raza nuestra que hoy asombra al mundo en ese tapiz de la geografía patria con sus futboleros madridistas o culés, rayos vallecanos o béticos guadalquiviños. Hábitos y costumbres de una expresividad abesugada por el fanatismo de millones de aficionados: "Omnia vincit amor et nos cedemus amori" [Virgilio dixit]; y que durante los últimos ochenta o noventa años y medio vienen armando la de Dios es Cristo, sin importarles un higo el Covid 19, en cualquier urbe de las Españas cada vez que entre las piernas de los tíos en calzoncillos se teje, paso a paso, carrera a carrera, el "¡aquí te driblo!", "¡toma regate!", "¿a que te pito un penalty?", o "¡el ahí va que te la meto!": "¡Gol!..: ¡¡Golllllllll!!" ¡Ay, qué verbo tan fluido! Y en esa afición hay que aclarar que el Osmundo no tiene nada de pavisoso. Y continuando por estas trochas,
nos complace, pues, aclarar que el Zipote es un maduro de buena disposición también para el footing. Vamos, que es un piernas, ¡lo que se dice un piernas!
 
 
                         "Oiga, ¿y usted no ha pensado nunca en dejarse de laminados y meterse a futbolista? Buenas piernas tiene usted"... "Pues no, oiga usted, no sea que me dé una meningitis y la palme"... "¡Pero, hombre! ¿Qué dice usted? ¿No se ha enterado que también hay vacuna para la meningitis?... "La habrá, pero a mi no me pone una vacuna ni Dios"... "Pues nada, que siga usted bien..."
 
 
Así que el Osmundo todas las mañanas actualiza sus carrerillas repartiéndolas entre la jungla de asfalto o a través de una dehesa próxima con muchos olivos y algún que otro agujero oculto por matorrales. Y en uno de ellos, no hace mucho, se pegó tal hostión que en cuanto pudo se revistió con un parche protector de escroto, por si los huevos, y rodilleras y coderas por si acaso volvía a aterrizar entre las zarzamoras. Pero el otro día, ¡vaya por Dios!, se le arrancó por los verdiales un avispón asiático y asesino, de esos cojoneros que últimamente rondan por las colmenas haciendo escabechinas con las trabajadoras y dulces abejas, y le asestó tal picadura en el glúteo derecho que se vio acometido por una anafilaxia y casi un colapso cardiocirculatorio. El avispón a lo mejor murió de la última cuchillada, o a veces de la penúltima. Tras la anafilaxia, los gritos de socorro del Zipote atrajeron al paisanaje que por allí andaba. 
 
 
En los hospitales, según el Osmundo Galíndez Zipote, le dan a tu salud churras por merinas, aunque también, con un poco de suerte, le dejan a uno de dulce, y los que salimos por nuestro pie, quedamos como nuevos. Pero para el Zipote todos cascan, que por algo es un negacionista de Reforma Luterana, de Revolución Francesa, de Exterminio de Auswitch, y si tiramos mucho más atrás hasta de sublevación de Espartaco. Y ante la jeringuilla, cargada de epinefrina, el Osmundo se puso más flatulento que un camionero.
 
 
 
 
 

                           "Oiga, repórtese usted... ¡Menuda idiosincrasia!"
 
                          "¡A mí usted no me pincha!... ¡Que el coronavirus no existe!... ¡¡El coronaviros no existe!!"
 
 
Osmundo Galíndez Zipote, laminador venido a menos por el ERE, sigue razonando como un besugo que padece almorranas del tamaño de pimientos rojos.
 

                     
 
 
 
 
 
 
 
 
                       "Oiga, ¿y duelen mucho?... ¡Un horror! ¡No lo sabe usted bien!"

                      
          










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