lunes, 18 de noviembre de 2019

CALVINO: la antorcha suiza del fanatismo doctrinal, totalitario y nacionalista -II-

CALVINO: la antorcha suiza del fanatismo doctrinal, totalitario  y nacionalista -II- 

 

Autor: Tassilon-Stavros


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Llevar a cabo un recorrido exacto sobre los sucesivos acontecimientos que acompañaron la vida de Calvino no es tarea fácil. Según algunos historiadores, mientras los tipógrafos de Basilea componían y preparaban la publicación de sus "Principios", él se dirigió a Italia, a Ferrara, llamado por la princesa Renata de Valois, hija de Luis XII, heredera del trono, y mujer de Hércules II de Este. Tras esta visita  emprendió varios viajes, entre ellos una peligrosa escapada a su villa de nacimiento, Noyon, para vender algunas propiedades. Pero el acontecimiento decisivo fue la etapa que hizo en Ginebra, en el año 1536.

Esta ciudad  que todavía no formaba parte de Suiza, consistía en un grupo de  de pueblos lacustres construidos sobre palafitos como en tiempo de los Césares, los cuales se hallaban bajo la soberanía puramente nominal de Emanuele Filiberto de Saboya, apodado "Testa di ferro" (fiel servidor de su primo Felipe II de España como gobernador de los Países Bajos de 1555 a 1559. Como comandante del ejército imperial inauguró una tradición de generales italianos al servicio de los Habsburgo, y en ese puesto dirigió personalmente la invasión española del norte de Francia, obteniendo una brillante victoria en Saint-Quentin el 10 de agosto de 1557)


En Ginebra el Gobierno lo ejercía un obispo, también príncipe del Sacro Romano Imperio, elegido cada cierto tiempo  por el clero diocesano, y que se servía, como órgano ejecutivo, de un "Consejo de los Sesenta", reclutados entre las familias más conspicuas. Contra esta oligarquía ducal-clerical se había organizado el movimiento laico denominado de "los patriotas", que querían independizarse de Saboya y de la arbitraria curia romana. Para lograr este objetivo habían entablado conversaciones con los protestantes alemanes. Éstos los llamaban "Eidgenossen", que significa "amigos juramentados" Y este término, maltratado por la lengua de Ginebra, que era y sigue siendo el francés, se convirtió en "Huguenots", o sea "hugonotes". 

Dos meses antes de que llegara Calvino, éstos habían ganado la batalla de sus exigidas libertades. El obispo había huido, las fuerzas ducales que lo sostenían habían sido aniquiladas por las turbas patrióticas, y la ciudad estaba dirigida por un "Gran Consejo" más democrático y había proclamado su independencia política en 1535, y su derecho a aceptar como religión única el protestantismo. El alma de esta conversión bañada por la sangre de la derrotada soldadesca fiel a Emanuele Filiberto había sido Guillaume Farel [nacido en Gap, Delfinado, Francia, en 1489], que difundió las ideas de la "Reforma", motivo por el cual había sido expulsado de Francia. Se aseguraba que a su inflamada oratoria nadie podía resistirse. Mediante su gran elocuencia logró que sus primeros fieles, los más adeptos, fuesen los franco-hablantes suizos. Calvino se contó también entre sus admiradores, y cuando Farel intuyó en el recién llegado la pasión teológica y el talento propagandístico, le propuso que le ayudara a organizar la nueva Iglesia reformada. Calvino, en un principio, se mostró reticente. Su vocación se hallaba encaminada por otros derroteros. Prefería la vida de estudioso y de escritor, pero tanta fue la insistencia de Farel, que tuvo que sucumbir a sus súplicas, condicionadas probablemente con amenazas bíblicas. 

Farel era en verdad ampuloso y grandilocuente, severo y arbitrario. Y sus métodos propagandísticos fueron plenamente aceptados por su nuevo "lector" Calvino, que inició sus prédicas en la iglesia ginebrina de San Pedro, comentando la epístola de San Pablo, que sería la brújula y el punto de referencia de todas las confesiones protestantes. Compuso un "Catecismo" y colaboró activamente en la redacción de algunas severas leyes que intentaban convertir Ginebra en el más rígido de los conventos. La población en su totalidad estaba obligada a frecuentar la iglesia. Cualquier manifestación de catolicismo -el culto a las imágenes y reliquias, el uso del rosario, la oración a un santo- era severamente castigada. Y la embriaguez, el juego, el adulterio y la frivolidad -incluso la de las mujeres- eran castigados con prisión.

Los ginebrinos no tardaron en cansarse de esta inflexible regla monacal, y "los patriotas", por esta vez, hicieron liga con los católicos y con los "libertinos", es decir, con los liberales. Contra éstos, Calvino lanzó su más feroz anatema y fue quien, convirtiéndolo en sinónimo de "corrupto", dio al término "libertino" el significado que ha conservado hasta hoy. Como sea, esta flamante coalición consiguió obtener la mayoría en el "Gran Consejo", lo redujo a un órgano laico expulsando de él a los pastores reformistas, a los que intimó a abstenerse de llevar a cabo cualquier acto político. 



Farel y Calvino respondieron airadamente a esta rebelión urbana, excomulgaron a la ciudad y suspendieron los oficios divinos hasta que se sometiera a sus preceptos, exactamente como procedían los Papas con los municipios insurgentes del catolicismo. Pero la reacción enfebrecida del "Gran Consejo" no se hizo esperar. Los austeros y tiránicos pastores fueron depuestos de inmediato y expulsados de Ginebra.

Farel se trasladó a Neuchâtel, pequeña villa de otro cantón suizo, y allí continuó desempeñando su acerbo ministerio hasta la muerte, acaecida el 13 de septiembre de1565. Calvino se refugió en Estrasburgo, ciudad alsaciana, por el entonces, considerada como "liberal", es decir, que concedía la libertad de cultos. Allí fue recibido como pastor de la Iglesia protestante para los extranjeros. Su subsistencia se presentó difícil de recursos, y para sobrevivir tomó a pensión algunos estudiantes, y decidió casarse. 

Para llevar a mejor puerto tal resolución, Calvino escribió a Farel para que le buscara una mujer, y en las instrucciones que le dio se muestra un fidedigno retrato del hombre que era: -"No soy uno de esos locos amantes que, seducidos por la belleza de una mujer, están prontos a admitir también sus defectos. La única belleza que cuenta para mí es la de una criatura casta, cortés, sencilla, económica, paciente y preocupada, sobre todo, por mi salud"- Después de mucho cavilar, encontró todas estas dotes en Idelette de Bure, una pobre viuda cargada de hijos, que le dio uno también a él, pero el niño murió en tierna edad, y después de diez años de austero matrimonio su madre lo siguió a la tumba. Calvino no trató de remplazarla y se resigno a una vida de soledad el resto de sus días, dedicado obsesivamente a la batalla de la Reforma.



En Ginebra, mientras tanto, se vivía una estrepitosa caída del Gobierno laico. La triunfante reacción "libertina" y católica había acabado también por envenenar la vida de los ginebrinos. La liga se había liquidada así misma brutalmente, agravada por la ineptitud, la codicia y la corrupción de los gobernadores del "Gran Consejo". 

De sus cuatro dirigentes más importantes, uno había terminado en la cárcel por homicidio, otro por estafa, el tercero por traición y el cuarto fue asesinado cuando intentaba huir de una enfurecida muchedumbre que había salido en su persecución. Las costumbres se habían relajado escandalosamente; imperaban el juego, la embriaguez y la prostitución, y los católicos y sus clases dominantes trataban de aprovechar estos desórdenes para reconquistar las posiciones perdidas. Poco tardó en patentizarse una profunda crisis, la industria y el comercio languidecían, las tiendas se cerraban, y el hambre empezaba a hacer algunos estragos en la ciudad. 
Los más austeros ciudadanos protestantes que aún quedaban en Ginebra comenzaron a preguntarse si con el destierro de Farel y Calvino no se habían privado de los únicos jefes con capacidad para asegurar la perdida estabilidad de aquel régimen que empezaba a hacer aguas por todas partes. Y considerando a Calvino -por error- el menos intransigente e intolerante de los dos moralistas, los cuitados gobernantes provisionales lo invitaron a regresar. Calvino, que sintió su profundo orgullo revitalizado por aquella petición, fingió, no obstante, volver a Ginebra únicamente para hacer una visita a algunos de sus pocos amigos que allí quedaban. Pero éstos le dispensaron una acogida tan calurosa y festiva que el engreído moralizador decidió quedarse.



La primera empresa a la que el predicador se aplicó fue la de reorganizar la "Iglesia Reformada" que, después de su partida apresurada, se había dividido entre sectas litigantes. Para restablecer la unidad en el mando, Calvino creó una compañía conocida por "Venerable": en realidad no era más que un "Consejo de Pastores", el cual sirvió de modelo a todas las "Iglesias Reformadas" y "Presbiterianas" de Europa y América. A diferencia del católico, este nuevo clero no se atribuía los poderes milagrosos de transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, en la Eucaristía, ni de absolver a los pecadores o de conmutarles el infierno por el purgatorio. Y todavía más, no se atribuían ningún carácter sacerdotal, porque la esencia del "calvinismo" en el plano jerárquico afirmaba que el único verdadero sacerdote era Dios. En compensación, el Consistorio o Presbiterio tenía un derecho ilimitado de supervisión y censura moral sobre toda la ciudadanía. Ginebra y su ciudadanía se envolvería a partir de aquel momento, merced  al nuevo totalitarismo religioso que imponían los gobernantes del Presbiterio, en un sudario de conformismo ético llevado a las últimas consecuencias, y  ahora regentado por Calvino con puño de hierro. 



El Consistorio reformado podía, e incluso debía, tener bajo control cada casa y cada familia, convocar a los fieles y someterlos a interrogatorio, acusarlos públicamente, multarlos y hasta desterrarlos por sus faltas. Todos tenían la obligación de oír el sermón dominical, incluso los enfermos, por muy graves que se hallaran, y los seguidores de un credo diferente -en especial los últimos católicos ginebrinos-. La totalidad de los ciudadanos debían aceptar el rito obligatorio y la interpretación de las Santas Escrituras dada por los pastores. Para impedir que la Reforma siguiera fragmentándose en sectas, Calvino renegó hasta del principio que la originó: la liberación de la conciencia individual de la autoridad del sacerdote. El que no aceptaba la arbitraria palabra de Calvino era inmediatamente considerado hereje; y como su herejía se juzgaba como un insulto a Dios y una ofensa al Estado que ahora imperaba, el que se ensuciaba en ella era feroz y penalmente perseguido. En veinte años, cincuenta y ocho herejes subieron al patíbulo, y otras catorce personas fueron quemadas como "untadores", o sea, como agentes de Satanás para propagar la peste. 













 

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