Autor: Tassilon-Stavros
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EL CAFÉ HAY QUE TOMARLO HIRVIENDO
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A la Patro Torrijos Murciego, viuda de Gumersindo Corripio,
que tenía una fonda ("La Gurmé" para más señas) en la que, según
cuentan, armaba la tal individua unos bochinches de pronóstico
reservado, le hubiera gustado inventar el telégrafo, porque siempre
hablaba ella con mucho esmero y "propieá". Del Gumersindo tuvo a la
Marujita, a la Encarnación y al Roquito. Y al tiempo que le arruinaba la
industria con sus copejas de anís, le arrimaba ella cada soba que lo
deslomaba vivo. El Gumersindo anduvo cada día más canijín pringando
jumeras. Jugaba al tute con un odio africano, y así ganaba los anises
que se embuchaba, y, para disimular la moña, se echaba luego entre pecho
y espalda un cafetazo, negrísimo e hirviente como el nitrógeno, en la
tasca del Turco. A la Patro el dispendio también la incomodaba: "¡Bueno,
mujer, no te pongas así!"... "¿Con que café hirviendo "pa" que se te
cuaje la curda, y encima te cachondees de mí, gastándote los cuartos?
¡Pues ahora te lo pongo yo otra vez, "pa" quitarte la congestión!" Y
¡¡zas!!, ¡estopa que te crió!
El Gumersindo aguantó bien los golpes del
destino, y como no era vengativo el hombre, en una noche que no se
dieron de manos, la preñó del Juanito. Anduvo ella un tiempo lozana como
una rosa, mientras que al gulusmero Corripio se lo llevó un camión por
delante (dicen que al torcerse el pie cuando salía de la fonda)
"remojao" en seco y con mal arreglo. Como que no habría servido ni para
que los estudiantes de medicina se empollasen de anatomía sobre su
cadáver. Ella no le echó mucho teatro. Se conoce que quiso desligarse de
los recuerdos de aquel marido tan poco edificante para el negocio. Pero
como el mundo no es ni tan magnánimo ni tan repelente como la gente no
se cansa de repetir, sino más bien tirando a medianejo y algo mediocre,
"el hijo del sacristán le salió obispo", y se eximió de las hostias
paternas, porque la Patro se aplicó en una nueva necesidad: la de querer
fuerte a su Juanito, dejando en las lontananzas cicatrizadoras las
badanas que le zumbara al padre.
La viuda se esmeró también con
espabilada mano (que eso era lo que le sobraba) en casar a los tres
primeros. Juan creció bueno y de inclinaciones sosegadas; no se
propasaba en una sola peseta, pese a que a doña Patro le entraran por
aquel entonces las inclinaciones dadivosas que negó al infeliz
Gumersindo Corripio... Pero, ¡hay que ver las vueltas que da el
mundo!: "¡Mira que el niño este, por dónde me sale!"... El Juanito empezó
a desquijararse por el café, como si le saliera de los entresijos un
polvillo de años. Se desayunaba todas las mañanas, se almorzaba al
mediodía, se merendaba y se cenaba, con un testarudo plante de cubano,
ante la reserva enconada de la Patro, un tazón de negro café más grande
que el copón: "¡¡Que sí, contra y requetecontra, que a mí sólo me gusta
el café, y además "hirviendo", como a mi padre!!"