Autor Tassilon-Stavros
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MARTÍN LUTERO Y LOS
ENFRENTAMIENTOS
DE LA CONCIENCIA CRISTIANA
A CAUSA DE LAS INDULGENCIAS
DE LEÓN X -FINAL-
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LUTERO, TRIUNFANTE
Philipp -Schwartzerd- Melanchthon
[Retrato por Lucas Cranach el Viejo, en 1543]
Martín Lutero reza en el lecho de muerte de Felipe Melanchthon
EL ASEDIO TURCO DE VIENA LOS TERCIOS ESPAÑOLES CON CARLOS I DE ESPAÑA
Mapa de Viena asediada por Suleiman



Primer sitio: el órdago de Suleiman el Magnífico
SULEIMAN I (1520-1566)

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Portrait of Suleiman by Titian (c. 1530) | |
Sultan of the Ottoman Empire (Padishah) | |
Reign | 30 September 1520 – 6 September 1566 |
LOS 700 ARCABUCEROS DE MEDINA DEL CAMPO QUE DEFENDIERON VIENA DE LOS TURCOS
Finales de septiembre de 1529. Suleiman el Magnífico es dueño y señor del basto imperio otomano, sucesor islámico de los antiguos imperios clásicos. Las tropas del Emperador Carlos V andan ocupadas, por cierto, combatiendo en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia. Así que el imponente ejército turco avanza hacia la desprotegida ciudad de Viena: llave del Danubio y, por tanto, de Europa central. Pero los vieneses no están solos: 1500 lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles llegan a su auxilio. Claramente insuficientes frente a los 120.000 soldados turcos, entre los que se encuentran los terribles jenízaros.
BATALLA DE PAVIA
La batalla que hizo a España dueña de Italia

SEGUNDO ASEDIO DE VIENA EN 1683
Los otomanos llegaron a las puertas de Viena el 14 de Julio de 1683

El rey Juan III Sobieski bendiciendo el ataque polaco sobre los otamanos en la Batalla de Viena por Juliusz Kossak


,
El clero luterano era el fruto de la exaltación del Estado. Obedecía al príncipe y se convertía en su instrumento. Era lógico que a su vez los príncipes lo protegieran y abrazasen su credo. No en vano fueron ellos quienes condujeron la cruzada. Se habían reunido en una Liga que, mientras estuvo en minoría, cuidó exclusivamente en frenar las veleidades represivas de la mayoría católica. En 1529, el Emperador había publicado un edicto en el que admitía el culto luterano en los Estados que lo practicaban, siempre que dejasen libertad de religión a los católicos. Por el contrario, en los Estados católicos el culto luterano estaba prohibido. La Liga se alzó contra el tratamiento discriminatorio y formuló una protesta que tuvo un doble resultado: impidió la aplicación del decreto y dio nombre no sólo a los luteranos, sino a todos los tránsfugas del catolicismo, que desde entonces en adelante se llamaron, genéricamente, "protestantes"
LA GUERRA DE ESMASCALDA
Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba [1531-1582]
Carlos V en la batalla de Mühlberg

Doble Retrato de Martín Lutero (1483-1546) y Felipe Melanchthon (1497-1560)
Dieta de Augsburgo, donde la Confesión de Augsburgo de Melanchthon fue presentada al emperador Carlos V
Melanchthon fue el autor principal de muchos documentos
que se convirtieron en textos protestantes fundamentales, como los Loci
Communes y la Confesión de Augsburgo. La teología de Lutero influyó en
él, pero Melanchthon fue la persona que primero ideó la teología
sistemática protestante. Al convertirse en mayoría y verse libre de la amenaza de persecuciones, la Liga se arrogó la misión de un verdadero concilio destinado a dar a la Reforma la organización y el ritual que necesitaba para convertirse en una verdadera Iglesia. El gran peligro que había corrido y aún corría, era su dispersión en sectas. Era un peligro inserto en su propia naturaleza. Lutero había inspirado una democracia eclesiástica, en la cual cada congregación tenía el derecho no solamente de nombrar al propio sacerdote o ministro, sino también de determinar el propio rito. Era fatal que esta extrema libertad provocase en sus comienzos un gran lío de interpretaciones contra el que Melanchton trató en vano de luchar dictando principios y reglas. La anarquía duro largo tiempo, dando buenos argumentos a los católicos para demostrar al Emperador y a los príncipes que el caos que estaba destinado a pasar del plano religioso al político y social, acabando con todo. A esta altura intervinieron los propios príncipes, y cada uno se atribuyó a sí mismo, es decir, al poder temporal las prerrogativas que originalmente Lutero había atribuido a las simples congregaciones. Establecieron el rito según los esquemas bosquejados por Melanchton, y los ministros que quisieron resistir fueron reducidos al silencio. Lutero, renegando de sí en una buena parte, aprobó aquel acto de fuerza y la Iglesia que se originó se llamó por sugerencia suya "Evangélica". Sin embargo, surgía un tercer peligro que el clero, tan íntimamente ligado al poder temporal, podía transformarse en una simple burocracia dominada por los intereses de casta o, en el mejor de los casos, por la "razón de Estado". Esto era lo que los católicos esperaban y auguraban, y no ocurrió. Contrariamente a lo que decía Melanchton, en las conversaciones había algo más que la médula del interés y la codicia. En las masas actuaban también una aspiración auténtica a un credo más simple y sincero, a una Iglesia en comunión más directa con los fieles, que hablara a las conciencias en su lengua y no en latín, y que en vez de excluirlos los hiciera partícipes del rito. Carlos V frente al problema protestante

Los ministros luteranos, captando este anhelo de decencia y de participación, se adecuaron a él. Salvo pocas e insignificantes excepciones, dieron un edificante ejemplo de buenas costumbres. Eran mucho menos cultos que los sacerdotes católicos, ya que el humanismo ni siquiera los había rozado y no sabían nada de teología. Pero conocían bien las Escrituras, y habían asimilado la humildad que de ellas surge. Sus iglesias, por cierto, no podían rivalizar en ornamentos artísticos con las italianas. Su arquitectura sobria y severa se inspiraba en la exigencia de un contacto más estrecho entre oficiante y fieles, en vez de en cánones estéticos. El rito, de hecho, había conservado mucho del católico: el altar, la cruz, los cirios, los ornamentos. Pero el sermón dominaba sobre la ceremonia del sacrificio. He aquí por qué el rasgo característico de estas iglesias son los anfiteatros, estudiados con relación al canto coral, instrumento decisivo en la participación colectiva. Un jesuita decía: "Los protestantes han envenenado más almas con sus himnos que con sus prédicas" Así, mientras el catolicismo italiano se exteriorizaba en la pintura y la escultura, el protestantismo alemán se interiorizaba en la música, como era lógico en una religión que se proponía devolver al creyente la conciencia de Dios. El mismo Lutero contribuyó a la gran música sacra de la Reforma transformándose en compositor y desahogando en himnos gallardos y marciales su explosiva carga de pasiones. Porque el gran inspirador de la Reforma seguía siendo él.
Martín Lutero atendiendo a los ciudadanos de Wittenberg durante la peste
¿Qué hombre era este extraordinario personaje que había cambiado el curso de la historia? Hasta hace algunos años, en el campo católico se obstinaban en mostrarlo como psicópata atormentado por íncubos, terrores y fobias. John Osborne lo presenta como un maniático depresivo, empujado a la rebelión por el "complejo del padre" y por las tribulaciones que le ocasionaban el estreñimiento y las hemorroides. Lutero mismo ha proporcionado un amplio material a estas hipótesis al referirse en sus escritos a sus enfermedades. Una vez, según cuenta él mismo, un cólico renal lo redujo a una desesperación tan grande que le hizo lanzar una especie de ultimátum al Señor: "¡Dios mío! -gritó- Si este espasmo continúa no reconoceré más Tu omnipotencia" En los últimos años, los historiadores católicos han renunciado a la estúpida y obtusa pretensión de reducir a Lutero a un simple caso patológico y empiezan a reconocer su grandeza. "Era un genio -dice el jesuita Courtnay Murray-, un genio desbordado de retórica, pero lleno de inspiración" Es posible. Y la rehabilitación continúa. Ya es hora de que sea así. De todas formas, no era Lutero el único en sufrir problemas físicos que no lograba curar, porque las crónicas sobre epidemias en diversos siglos muestran cómo el peligro
de contagio desataba episodios de crueldad. En la ciudad alemana de Wittenberg, durante la peste de 1539, se produjo un auténtico "sálvese quien pueda" Lutero observó que sus conciudadanos
huían en medio de la histeria. Los enfermos no tenían quien les prestara
cuidado. Según Lutero: " El miedo era un mal aún más terrible que la propia enfermedad." Perturbaba el cerebro de la gente y la empujaba a no preocuparse ni siquiera de sus familias


Retratos de Lutero y Katharina von de Bora
Había decidido permanecer soltero y casto. Pero en cierta ocasión tuvo que ocuparse de la suerte de algunas monjas que, al abrazar su fe, habían abandonado el convento y, naturalmente buscaban una sistematización conyugal. Consiguió encontrar marido para todas, menos para una, Catalina von Bora [Katharina von Bora], a la que propuso un cierto doctor Glatz que la muchacha rechazó, diciendo que aceptaría únicamente a una tal Amsdorf, que no quiso admitirla. Lutero meditó sobre el asunto, y seguramente recordando lo que le había dicho la vieja dueña de la pensión, Frau Cotta, respecto a que una buena mujer es la única felicidad permitida al hombre, decidió probarlo. Catalina tenía veintiséis años, dieciséis menos que él, y pocos atractivos. Pero su carácter era muy bueno y resultó una esposa excelente. El generoso y benévolo duque de Sajonia, como regalo de bodas, cedió a la pareja el convento agustino donde Lutero había vivido como monje. Lutero se apresuró a repoblarlo con séis hijos y una docena de sobrinos de cuya manutención y educación se encargó. Parece que a Catalina no le gustó mucho la transformación de su casa en un asilo infantil, pues le daba mucho trabajo, pero se resignó porque aquellos niños eran la alegría del marido, que adoraba su compañía parlanchina. Y esto también demuestra qué lejos de la realidad está la imagen de un Lutero solitario, severo, concentrado y atormentado por el diablo.Algunos de estos discípulos, a medida que fueron creciendo, comenzaron a tomar nota de cuanto decía en la intimidad de la familia, lo que produjo un monumental volumen de Tischreden, o conversaciones de sobremesa, que ofrecen tal vez el retrato más verídico del hombre: padre excelente, afable, comprensivo, siempre pronto a las iniciativas, a la risa, a la broma.
Martín Lutero con el cuerpo muerto de su hija Magdalena, 1542

Representación de la familia Lutero acompañados de Philipp Melanchthon
Sus relaciones con Catalina no andaban del todo bien. Aunque ella tuviera buen carácter, se impacientaba por el total sentido práctico de su marido. Lutero se desentendía del dinero, gastaba todo lo que ganaba,, renunciaba a los derechos de autor de sus libros, que hacían la fortuna de sus editores, y a menudo la pobre mujer no sabía cómo mantener la familia que Martín le había echado sobre los hombros. Él había comprado una granja con pollos, vacas lecheras y cerdos y un huerto, pero era ella la que debía ocuparse porque Martín no sabía distinguir una cebolla de una patata. Para colmo, tenía que soportar los bruscos cambios de humor de su marido, sus cóleras intempestivas. Sin embargo, de las cartas que él le escribió, o que escribió hablando de ella, resulta que el matrimonio fue sustancialmente feliz y que el afecto entre los dos aumentó con los años. En broma, él hablaba siempre de Catalina como de "mi señor Katie", dando a entender que el verdadero amo de la casa era ella. Incluso en la culminación de su éxito, sus costumbres continuaron siendo sencillas. Se negaba a llamar luteranos a los seguidores de su credo; quería que se llamaran evangelistas.
Y desalentó la publicación de su "Opera Omnia", diciendo que aquella lectura podía ser en detrimento de la de la Biblia, único texto que valía la pena leer. No se consideraba de ningún modo un apóstol, un santo o un fundador de religiones, y a quien lo trataba como tal le decía que Dios no le había concedido ni siquiera el poder de procurarse una buen defecación, ya que padeció astringencia durante toda su vida. Su humorismo conservaba algo de rústico e insistía sobre estos motivos corporales. "Mis enemigos -decía- no se cansan de espiarme. Si echo un pedo en Wittenberg, lo huelen en Roma" Los escrúpulos de Melanchton, sus dudas, sus pusilanimidades, a veces le hacían sonreír, per a menudo lo mandaba a paseo: "¡Pero, peca!-le gritaba- Dios respeta los grandes pecados. Es despiadado sólo con los pequeños" Estaba lleno de contradicciones. Auspiciaba los estudios de matemáticas como aquellos que alentaban "a razonar por demostración y pruebas seguras", pero renegaba del sistema de Copérnico por ser contrario a la Biblia. Su teología no era del todo original, ya que descendía directamente de Wycliff y de Huss. Los tres habían bebido las nociones de la predestinación y de la Gracia en san Agustín, que a su vez se había inspirado en san Pablo. Éste es, por decirlo así, el árbol genealógico del protestantismo del que Lutero era el último retoño, pero también el más vigoroso. Para usar su lenguaje, redimió al cristianismo de todos los aportes de la cultura pagana que los humanistas le habían adjudicado.
Lutero reniega tanto de Aristóteles como de Platón y se limita a los profetas. Cayendo en una enésima contradicción, odia a los hebreos, contra los que pronunciará en la vejez palabras dignas de Hitler, pero al mismo tiempo su concepción de Dios es típicamente hebrea. Con él, Dios pierde los atributos humanos que la Iglesia le agregó, y vuelve a ser Jehová el Altísimo, el Absoluto, el Juez vindicativo que descargó sobre los hombres el diluvio universal, destruyó Sodoma y que preparaba un Juicio en el cual "serían poquísimos los elegidos y muchísimos los condenados". En suma, era un retorno a la teología medieval con sus íncubos y sus terrores. Lutero estaba convencido de vivir en un mundo poblado de diablos al acecho, aseguraba conocer personalmente a Satanás y se preciaba de tenerlo a raya con su flauta. Tenía del hombre la misma desolada concepción de los grandes cuaresmalistas del siglo XII y XIII. Lo consideraba una pobre y débil criatura impotente frente al pecado, destinada a ser su víctima. "Somos los hijos de la culpa -decía incluyéndose a sí mismo- Nadie está en condición de redimirse"
MUERTE DE MARTIN LUTERO 18 DE FEBRERO DE 1546 EN EISLEBEN
Lutero
no cometió nunca la tontería demagógica de presentarse como un
innovador. Se consideraba más bien un restaurador, y un sueño habría
sido perpetuar la sociedad rural en la que había nacido. Llamaba al
comercio "un sucio negocio", condenaba tanto el interés como la usura, y
ya se relató en qué términos se refirió a los campesinos alzados contra
los príncipes. Los llamó delincuentes, los fulminó con anatemas y
reclamó su exterminio. Estos excesos reaccionarios se hicieron más
frecuentes a medida que su salud se deterioraba. En los últimos años,
uno de sus biógrafos más devotos, Bainton, reconoce que se había convertido en un "vejete irascible, petulante, maldiciente y a veces chocarrero" El 17/01/1546 Lutero, visiblemente enfermo, emprende el último viaje
de su vida a su pueblo natal de Eisleben para intermediar en una
discordia de la familia de los condes de Mansfeld. Las negociaciones
son exitosas. Pero Lutero ya no tiene la fuerzas para regresar a Wittenberg. Muere
el 18 de febrero de 1546 en Eisleben. En su lecho de muerte reza: "En
tus manos dejo mi espíritu. Tú me has salvado, Señor, mi fiel
Dios"
En
febrero de 1546, su úlcera se agravó imprevistamente. Comprendió que
era el fin y llamó a sus amigos. Uno de ellos le preguntó: "Reverendo Padre, ¿sigues fiel a Cristo y a la doctrina que has predicado en su nombre?" El moribundo contestó: "¡Sí!" Y cayó muerto en el acto de un ataque de apoplejía.
Sus
defectos y sus errores habían sido grandes. En las polémicas con sus
enemigos extraviaba no solamente el sentido de la justicia, sino el de
la decencia, y su lenguaje caía en la grosería. Con el enemigo vencido
podía ser generoso, como lo fue Tetzel, pero con el que no se rendía era incapaz de caridad. Sus incoherencias fueron clamorosas y estridentes. "Había liberado -dice Durant- a sus seguidores de un Papa infalible, pero para someterlos a un libro infalible, la Biblia, que, a diferencia del Papa, no se podía cambiar"
De
la lucha contra el dogma hizo otro dogma, y al combatir la
intolerancia de los curas se mostró más intolerante que ellos. No cabe
duda de que destiló en los alemanes esa "rabia teológica", que todavía
hoy los impulsa a alistar a Dios con sus cruzadas más declaradamente
anticristianas, como la del genocidio. Todos aquellos lados negativos,
sin embargo, eran el reverso de los lados positivos, y contribuyeron
tanto como éstos a su triunfo.. Pero sólo un hombre cegado por las
pasiones podía salir a guerrear al mismo tiempo con el Papado y el
Imperio. En el plano filosófico y doctrinario, Melanchton era
mucho más sabio que él, más equilibrado en los juicios, más sutil y
penetrante. Pero las circunstancias no requerían un intelectual, sino
primordialmente un luchador, y Lutero lo fue con
todas las virtudes y defectos que debe tener un luchador: coraje
temerario, fuerza de convicción, agresividad impetuosa, elocuencia
apabullante, alergia a los compromisos. ¡Ay de él si hubiera tenido
sentido crítico y escrúpulos de justicia! Más tarde o más temprano
habría acabado por rendirse a las amenazas o a la blandura de sus
adversarios y la Reforma hubiera sido "reabsorbida" por una Iglesia
ducha en este género de operaciones.
No hay cristiano que no considere una catástrofe la ruptura de la cristiandad provocada por la Reforma. Lutero mismo demostró con sus vacilaciones lo consciente y aterrado que estaba de la responsabilidad que adquiría. Su ejemplar actuación de monje agustino, su humildad y su indiferencia a cualquier ambición de carrera constituyen una prueba evidente de que no actuó por interés personal. Su anhelo de llevar la Iglesia a sus fuentes evangélicas puras era sincero y vibrante. No fue el único ni el primero en desearlo, pero lo excepcional de su figura reside en el hecho de haberlo conseguido. Cada cual podrá juzgar su credo como quiera, pero no cabe duda de que de él nace el mundo moderno. Al hacer del creyente "el sacerdote de sí mismo", sin mediación del sacerdote, lo obligó a asumir su propia responsabilidad, sin posibilidad de ponerse bajo el amparo del confesor: juego que se presta a los embrollos que todos los católicos vemos, sabemos y a veces practicamos. En fin, al separar de una manera perentoria y definitiva, según el principio de los "dos reinos", lo espiritual de lo temporal, fundó el estado laico moderno, redimido de toda hipoteca y de todo vasallaje clerical. Éstos son los grandes méritos de Lutero en relación con la ética del mundo cristiano. Pero los alemanes tienen razón al reconocerle muchos otros. Con sus escritos, y especialmente con su espléndida traducción de la Biblia, fue para ellos lo que Dante para Italia y Chaucer para Inglaterra: el padre de la lengua. No le suministró solamente el vocabulario, sino también el estilo, el ritmo y el calor. Ningún escritor alemán, ni siquiera Goethe, ha sido más alemán que Lutero en su compacta densidad, en su combativo ardor, en sus furores apocalípticos, en sus risotadas borboteantes y, si se quiere, en su marcial y palurda rudeza. En suma, una figura en toda línea, un arquetipo que, al menos en el plano humano, sobrepasa incluso el de sus dos grandes rivales en el liderazgo de la Reforma: Zuinglio y Calvino.



No hay cristiano que no considere una catástrofe la ruptura de la cristiandad provocada por la Reforma. Lutero mismo demostró con sus vacilaciones lo consciente y aterrado que estaba de la responsabilidad que adquiría. Su ejemplar actuación de monje agustino, su humildad y su indiferencia a cualquier ambición de carrera constituyen una prueba evidente de que no actuó por interés personal. Su anhelo de llevar la Iglesia a sus fuentes evangélicas puras era sincero y vibrante. No fue el único ni el primero en desearlo, pero lo excepcional de su figura reside en el hecho de haberlo conseguido. Cada cual podrá juzgar su credo como quiera, pero no cabe duda de que de él nace el mundo moderno. Al hacer del creyente "el sacerdote de sí mismo", sin mediación del sacerdote, lo obligó a asumir su propia responsabilidad, sin posibilidad de ponerse bajo el amparo del confesor: juego que se presta a los embrollos que todos los católicos vemos, sabemos y a veces practicamos. En fin, al separar de una manera perentoria y definitiva, según el principio de los "dos reinos", lo espiritual de lo temporal, fundó el estado laico moderno, redimido de toda hipoteca y de todo vasallaje clerical. Éstos son los grandes méritos de Lutero en relación con la ética del mundo cristiano. Pero los alemanes tienen razón al reconocerle muchos otros. Con sus escritos, y especialmente con su espléndida traducción de la Biblia, fue para ellos lo que Dante para Italia y Chaucer para Inglaterra: el padre de la lengua. No le suministró solamente el vocabulario, sino también el estilo, el ritmo y el calor. Ningún escritor alemán, ni siquiera Goethe, ha sido más alemán que Lutero en su compacta densidad, en su combativo ardor, en sus furores apocalípticos, en sus risotadas borboteantes y, si se quiere, en su marcial y palurda rudeza. En suma, una figura en toda línea, un arquetipo que, al menos en el plano humano, sobrepasa incluso el de sus dos grandes rivales en el liderazgo de la Reforma: Zuinglio y Calvino.



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