miércoles, 13 de abril de 2022

LAS CRUZADAS -3-



 

 

 

 

 

 Autor: Tassilon-Stavros  

 

 

 

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La aristocracia alemana había aprovechado ampliamente la lucha en la que Henry IV se viera envuelto con el Papado, para hacerse cada vez más independiente del poder central. Y a la muerte de Henry V, que no había dejado herederos, le dio el golpe de gracia, sustituyendo el principio hereditario por el electivo. Desde entonces, quien quisiera ceñir la corona  de Rey de Alemania y del Sacro Imperio Emperador, tendría que contratarla con los aviesos feudatarios de su país. Y las Dietas (asambleas) alemanas, en las que se procedía a tal elección, rivalizaron, en cuanto a maniobras y poner todo tipo de obstáculos, con los conclaves romanos que designaban al Papa. La rivalidad entre Lotario (Lotario de Supplinburg, llamado "el Sajón", fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Lotario II desde 1133 hasta la su muerte, en 1137) y Konrad III de Alemania (1093 - 15 de febrero de 1152, Bamberg), y su impotencia fueron precisamente el fruto de toda ese caos hereditario. Lotario de Sajonia fue entonces elegido como sucesor de Henry V en 1125, precisamente porque había sostenido siempre el principio electivo frente al dinástico de la casa de Franconia (La dinastía francona fue una dinastía de la Alta Edad Media que llegó a tener a cuatro de sus miembros como Reyes de Alemania) Pero naturalmente, en cuanto se vio en el trono, se halló prisionero de los mismos que lo habían elevado a él, ya que se representaba como campeón y tutor de todas sus autonomías. Ahora, por tanto, estaba obligado a respetarlas. Por otra parte, Lotario no era hombre capaz de intentar subvertir la difícil situación por la fuerza valiéndose de cualquier medio a su alcance, entre otras razones porque ya tenía sesenta y cinco años: una edad que invita más a tratar de allanar inconvenientes que a enfrentarse con ellos.
 

Pero lo cierto fue que el casi ya anciano Lotario ni siquiera conformándose con manipular las dificultades logró reinar en paz más de tres años. En 1128, Konrad de Hohenstaufen (febrero/marzo de 1173 – 15 de agosto de 1196) fue Duque de Suabia desde 1191 hasta su muerte. (Konrad II von Hohenstaufen) (febrero/marzo de 1173 – 15 de agosto de 1196), Duque de Suabia desde 1191 hasta su muerte, le discutió su derecho a la corona para intentar hacer de ella posesión hereditaria de la casa Hohenstaufen. Al principio,  pareció que dicha empresa malintencionada fracasaría. Lotario izó con todas sus fuerzas el pendón de la lucha contra Konrad y el principio dinástico que éste perseguía. Y con él se alinearon muchos de los feudatarios alemanes, comenzando por su poderoso tío Welf VI (1115 - Memmingen, 15 de diciembre 1191). Y fue entonces cuando se proclamaron los dos partidos del siglo o, al menos, se acuñaron sus apelativos. Porque al grito de "Hi Welf!", los adversarios de la unidad y del primado imperial se lanzaron contra sus mantenedores que, por su parte, gritaron "Hi Weibling!", por el nombre del castillo suabo del que eran originarios los Hohenstaufen. Estas dos palabras Welf y Weibling llegarían a Italia y en su transcurso hacia dicho país se convertirían en Guelfo y Ghibelino ("Güelfos" y "Gibelinos"). Naturalmente, intervino la Iglesia, interesada en el debilitamiento del Imperio Alemán que proponía Konrad, y el Papado se puso en seguida de la parte de los Güelfos. Al frente de ellos no estaba ahora  Calixto II (en latín, Callistus PP. II), de nombre secular Guido de Borgoña​ (Borgoña, c. 1050-Roma, 13 de diciembre de 1124), el Papa renunciatario de Worms, sino Honorio II de nombre secular Lamberto Scannabecchi​ (Fiagnano, 6 de febrero de 1060 – Roma, 13 de febrero de 1130). Éste comprendió (cosa fácil para ser reconocida) que Konrad, que se había dado buena prisa en viajar a Milán para coronarse rey de Italia, habría proseguido de inmediato la política de los dos Enriques fallecidos. Y por supuesto Honorio lanzó el anatema contra él e invitó a Lotario a Roma, a fin de enfrentarse con sus fuerzas al Hohenstaufen. Pero todo ello en realidad originaba un diálogo entre incapaces de hallar una solución. Konrad, con la inactividad que se hacía cada vez más grave en Alemania, no tenía fuerza para reducir a la razón a Honorio. Lotario, por los mismos motivos, carecía de fuerzas para acudir en ayuda del Pontífice. Y el mismo Honorio estaba paralizado por la rivalidad de nuevo encendida entre los Pierleoni (al frente de este problema se hallaba Anacleto II, cuyo nombre de nacimiento fue Pietro Pierleoni (25 de enero de 1138- antipapa que reinó desde 1131 hasta su muerte), y sus mantenedores, entre los que se hallaban los condes de Segni y de Ceccano. El Papa Honorio murió en 1130, sin que por Roma hubiera aparecido ni Konrad ni Lotario. Y el solio Pontificio fue de nuevo la prenda de un juego de facciones contrarias. 
 
 
La antigua y orgullosa dinastía de los Frangipani (la familia Frangipani fue un poderoso clan patricio romano), cuyo escudo representaba a un caballero noble distribuyendo el pan entre los pobres hambrientos, elevó al solio de Roma a Inocencio II (en latín, Innocentius II, de nombre de secular Gregorio Papareschi -Roma, ¿? – 24 de septiembre de 1143) Pero parece ser que la elección ocurrió, como dejó escrito un cardenal contemporáneo, "fue llevada a cabo a escondidas, bajo cuerda y en las tinieblas del Vaticano" Los Pierleoni, que eran una poderosísima familia de banqueros medio judíos, la invalidaron, oponiendo a Inocencio II a Anacleto II. Y lograron imponerse a los Frangipani en medio de las inevitables violencias que dicho enfrentamiento generarían.
 

Inocencio huyó a Francia de los Gibelinos, y, desde este país envíó piadosas cartas a Lotario con el único fin de invocar su protección frente a Konrad. Pero el Papa parecía con ello no haber comprendido que el pobre emperador de Supplinburg no tenía menos necesidad de salvaguarda que el Pontífice. Acudió a Lieja, a suplicarle personalmente. Y Lotario, pese a sus achaques, se dejó conmover. Armó un ejército que fue considerado "muy leve para su decoro de Emperador" (como escribió un cronista de su época) y con él atravesó los Alpes. En efecto, la hueste fue tan tenue que los italianos se sintieron dispensados de rendirle homenaje y muchas ciudades de Italia le cerraron las puertas en sus propias narices. En Toscana, Lotario reconoció al Papa, que lo seguía, el derecho a la herencia de Matilde de Canossa, llamada la "Gran Condesa" o también conocida como Matilde de Toscana, que había  destacado como la mayor aliada del Papa Gregorio VII durante la querella de las investiduras. Y en Roma fue pagado con su coronación. Pero en cuanto el emperador había partido de nuevo, Anacleto II volvió a enfrentarse a Inocencio, que, finalmente, tomó el camino del exilio. Esta vez se refugió en Pisa y allí permaneció hasta que Lotario volvió a duras penas, en cuanto pudo, para sacarle del destierro. 

 

El emperador tenía ya setenta y seis años, y más que mandar en su ejército se dejaba ya remolcar por sus nobles, y especialmente por su yerno el duque de Baviera, Henry X , conocido como "el Orgulloso" (Heinrich der Stolze, h. 1108 - Quedlinburg, 20 de octubre de 1139). Éste recibió, como premio a sus brillantes prestaciones militares, el marquesado de Toscana, que así le fue arrebatado al Papa. Pero no permaneció en él, quizá porque comprendía que aquel título era ya completamente altruista y sin valor. Lotario y su yerno, junto a Inocencio, prosiguieron de nuevo su camino hacia Roma, donde el enfrentamiento con Anacleto era de nuevo inevitable. Éste se atrincheró en Castel Sant'Angelo y en San Pedro. Henry había propuesto a su suegro una petición para enfrentarse a los normandos que ocupaban Apulia y Calabria; y, sin esperar, la hizo por su propia cuenta y lo único que sacó en limpio fue una epidemia de tifus petequial que se lo llevó por delante con su ejército. Lotario se sintió tan abatido que ya no quería nada ni trato alguno con los dos Pontífices en pugna; tan sólo deseaba poder llevar sus cansados huesos a casa y no lo consiguió. Tras una marcha al frente de sus soldados enfermos, febricitantes que caían como moscas por el camino entre las insidias de una población hostil como era en aquellos momentos la italiana, expiró en Trento en la cabaña de un campesino. El cronista Muratori escribió que todos  lloraron a Lotario como a un soberano ejemplar por su prudencia, justicia y piedad.

 

Ya sin protector, Inocencio habría perdido la partida de no haber muerto oportunamente su oponente Anacleto. No obstante, tuvo que vérselas aún con los normandos, que lo consideraban responsable de la incursión del duque de Baviera, Henry X, al Sur de Italia. Organizaron una de sus habituales expediciones de castigo, cogieron prisionero a Inocencio -como ya habían hecho medio siglo atrás con León IX- y sólo lo dejaron en libertad cuando el Papado reconoció para siempre el Reino Normando completo, es decir, de Cassino a Sicilia.

Entretanto, en Alemania se hacía más dura la endémica guerra civil. A la muerte de Lotario, Konrad consiguió hacerse reconocer emperador. Pero los bávaros no cedían y se negaban  a reconocerlo y a someterse a él. Los italianos aprovecharon la coyuntura para satisfacer su vocación de apalearse mutuamente. Toscana  sobresalió. Los sieneses se lanzaron al ataque de la comarca florentina y allí fueron exterminados. Las cárceles de Pisa rebosaban de prisioneros luqueses y las de Lucca de prisioneros pisanos. Estos últimos hacían también la guerra a Génova y Venecia, y en ello dejaban la flota. "Miserable e infeliz Tuscia (Tuscia era la denominación atribuida a la Etruria meridional posterior al dominio etrusco) donde las cosas humanas y las divinas se confunden en el más completo desorden", escribió el abad Pedro de Cluny (hacia 1092 – 25 de diciembre de 1156 en Cluny, Francia). Toda la Península ofrecía el mismo espectáculo. Modeneses y boloñeses se enfrentaba y mataban en el valle de Reno. La lucha se recrudecía entre Verona y Vicenza, entre Padua y Venecia, entre Venecia y Ravena. Una verdadera fiesta sangrienta a la italiana.



Y, ¡cómo no!, también Roma quiso participar en ella. Cansada de verse desgarrada por las facciones en lucha por la conquista del Papado, la ciudad decidió instituir un poder civil que pudiera, llegado el caso, mantener y restablecer el orden. O, mejor dicho, fueron los Pierleoni, estirpe burguesa y mercantil, quienes pensaron  oponer un Senado seglar al patriciado de la Curia Pontificia. En realidad, la gloriosa institución republicana no había desaparecido nunca, pero sí perdido toda función. Los Pierleoni le dieron una, pusieron a su frente a uno de los suyos, hermano del difunto Anacleto II. Y este pariente dirigió una carta a Konrad, invitándolo a ir a la Caput Mundi, (que no dejaba de ser la más pecadora y corrupta de toda Italia), y una vez en ella asumir la corona imperial, no ya en nombre de la Iglesia, que así se rebajaba ante el poder alemán, sino de la siempre desdichada Roma. Todo ello, finalmente, no se trataba más que de pura retórica. Pero esta retórica tenía su abono en un profundo sentimiento de revuelta anticlerical que provocó consecuencias sustanciosas. Inocencio II concluyó su vida en medio de un pueblo en tumulto sangriento. Su sucesor, Celestino II (de nombre secular Guido di Castello-Città di Castello, ¿? - Roma, 8 de marzo de 1144)no pudo salir nunca de la fortaleza de la familia Frangipani, que le habían elegido y por ello lo mantenían a salvo. Un segundo Papa, Lucio II (de nombre secular Gerardo Caccianemici dall Orso​-Bolonia,​ ¿? – Roma, 15 de febrero de 1145), que al poco tiempo ocupó el solio, se volvió inútilmente a Konrad, para que acudiera a sacarlo de la situación de prisionero en la que prácticamente lo tenían los romanos. Y ni siquiera cuando ciñó la tiara el siguiente Papa Eugenio II (Roma (¿?) – 27 de agosto de 827), hombre de notables cualidades, muy diferente a los anteriores a quienes había sucedido, se aclaró la situación. 



Y de todo este embrollo dan testimonio las cartas de San Bernardo (Bernard de Fontaine-castillo de Fontaine-lès-Dijon, 1090-Abadía de Claraval, 20 de agosto de 1153), el hombre de más prestigio de aquella época, dirigió desde su retiro de Claraval al pueblo de Roma. Algunas de esas cartas son de respeto y exhortación; otras de despecho y anatema. Trata a los romanos de embrollones, calumniadores, anárquicos, carentes de todo honor, e instrumentos del diablo en todas sus acciones. Pero no parece que los romanos, acostumbrados a tales improperios, casi todos ellos ciertos, se molestaran mucho. El Senado obligó, primero, a Eugenio a retirarse a la abadía de Farfa, situada en Sabina de la provincia de Rieti, en la región del Lacio. Después, le mandó exiliado a Alemania y Francia. Y, entonces, el Papa, para recuperar en el extranjero la autoridad que había perdido en Roma, proclamó la Segunda Cruzada contra los musulmanes que habían vuelto a atacar el Reino cristiano de Jerusalén. 



Y el golpe de efecto que llevó a cabo el Papa Eugenio tuvo éxito por una serie de coincidencias favorables. Ocupaba el trono de Francia un soberano que se desviaba decididamente de sus antepasados Capetos, que, hasta entonces, habían aceptado el principio de que los reyes de Francia sólo debían atender a Francia. Se trataba de Philippe I (Tours, 23 de mayo de 1052-Melun, 29 de julio de 1108)Era hijo de Henri I de Francia y de la princesa Ana de Kiev) Philipe se había negado a participar en la Primera Cruzada, y hasta se había reído de ella. Pero su sobrino Louis VII (llamado Louis el Joven, fue rey de Francia de 1137 a 1180- nacido en París en 1120-Saint-Pont, 18 de septiembre de 1180) se sentía cristiano incluso antes que rey. Era tan devoto que su mujer Leonor de Aquitania (Poitiers, 1122-Poitiers, 1 de abril de 1204) solía decir de él con cierta acritud: "Creí haberme casado con un rey, pero en la cama me encuentro con un monje" . Y naturalmente se vengaba de él poniéndole los cuernos en multitud de ocasiones. Pero la idea de la Cruzada la entusiasmó también a ella, aunque, como era de imaginar, por razones bien diversas de las que influyeran en su beato esposo. Leonor vio en ello, como hoy se diría, una "evasión", el pretexto de una bella aventura muy diferente a las que vivía en la corte. Empujó al marido a alistarse y le acompañó, contribuyendo eficazmente a transformar aquella empresa en los que, por desgracia, llegó a ser.

También Konrad se adhirió con fervor a la causa. En parte porque también él era un cristiano de fe sincera. Y en gran parte también por motivos semejantes a los del promotor Eugenio. El pobre emperador se hallaba en Alemania poco más o menos en las mismas condiciones del Papa de Roma. Como éste, necesitaba un éxito en el terreno internacional para ganarse un poco de prestigio en la patria, que aún seguía dividida por la guerra civil. La Cruzada le proporcionaba un pretexto para obtener una tregua de sus indóciles vasallos, bien contentos con verlo embarcarse en aquella aventura. 

 

El 16 de febrero de 1147 los cruzados franceses se reunieron en Étampes para discutir su itinerario. Pero la aventura empezó mal, entre peleas de los jefes y parloteo entrometido de las mujeres. Los alemanes habían decidido ya viajar por tierra, a través de Hungría  puesto que, como Roger II  de Hauteville (Mileto, 22 de diciembre de 1095 - Palermo, 26 de febrero de 1154), que también se había unido a la Cruzada, era enemigo de Konrad, la ruta marítima resultaba políticamente poco viable. Muchos de los nobles franceses desconfiaban de la ruta terrestre, que les llevaría a través del Imperio Bizantino, cuya reputación todavía se resentía por los relatos de los primeros cruzados. No obstante, decidieron seguir a Konrad y se pusieron en camino el 15 de junio. Roger II se sintió ofendido y rehusó continuar participando. El abad Suger de Saint-Denis (1081-1151) y el conde Guillermo de Nevers (1089- Reinó de 1098 a 21 de agosto de 1148) fueron elegidos como regentes mientras el rey de Francia permaneciera en la Cruzada.al frente de setenta mil hombres armados. Konrad empezó a descender a lo largo del Danubio. En su séquito no iba ninguno de los grandes señores alemanes. Sólo había dos personajes importantes: un sobrinillo del emperador, llamado Friedrich (Federico), destinado a pasar a la Historia con el sobrenombre de Barbarroja y a morir en otra Cruzada, y un voluntario florentino llamado Cacciaguida, de quien procedería, al cabo de cinco generaciones, Dante Alighieri. Este fuerte ejército se había encontrado  con que lo esperaba un contingente francés, más rico en mujeres, en carros para sus complicados bagajes femeninos, y en "trovadores" para sus diversiones, que en soldados. En cuanto a los italianos, había acudido un pelotón, por razones de familia. Era la tropa personal del marqués de Monferrato (Bonifacio I del Monferrato) que se había alistado porque era cuñado de Konrad. El resto de Italia se mantuvo al margen de la empresa, incluidas Génova, Pisa y Venecia, que se conformaban con lucrarse con los resultados de la expedición.



El pontífice Eugenio también autorizó la cruzada en España, territorio invadido en gran parte por los musulmanes con los que los reinos cristianos guerreaban  sin cesar.  El Papa concedió a AlfonsoVII de Castilla  la misma  indulgencia que había otorgado a los cruzados franceses y  urgió a los españoles a luchar en su propio territorio en lugar de unirse a las cruzadas de oriente. Autorizó a Marsella, Pisa y Génova a luchar en España también, pero prefirió que los italianos se dirigieran a las cruzadas de oriente, petición esta que vino de parte de Amadeo III de Saboya. Eugenio no quería que Konrad participase, pues temía que así reforzase el poder imperial en sus reivindicaciones sobre el Papado, pero en cualquier caso no le prohibió marchar.  

A mediados de mayo salieron de Inglaterra los primeros contingentes, compuestos de cruzados flamencos, frisios, normandos, ingleses, escoceses y algunos alemanes. Ningún rey ni príncipe dirigía a estas tropas; Inglaterra estaba por entonces dominada por la anarquía. Hicieron escala en las costas gallegas, peregrinando a Santiago de Compostela en donde celebraron la fiesta de Pentecostés (8 de junio). Llegaron a Oporto el 26 de junio. Allí, el obispo les convenció para que continuasen hasta Lisboa a donde había llegado ya el rey Alfonso I de Aragón ( 1073-Poleñino, 7 de septiembre de 1134), llamado el Batallador. Y como Eugenio había sancionado la Cruzada en España y Portugal, los combates contra los musulmanes se recrudecieron. 
 

Lisboa fue sitiada por los cristianos el 1 de julio y se prolongó hasta el 24 de octubre, cuando la ciudad cayó en poder de los cruzados, quienes la saquearon a fondo antes de cedérsela al rey de Portugal. Casi al mismo tiempo, los ejércitos españoles comandados por Alfonso VII de Castilla y Ramón Berenguer de Barcelona, llamado el Santo (Barcelona 1113/1114-Borgo San Dalmazzo, 6 de agosto de 1162) arrebataron a los musulmanes Almería y Tarragona.​ Algunos de los cruzados se asentaron en las recién conquistadas ciudades, y Gilbert de Hastings (Inglaterra?-27 de abril de 1166,  Lisboa) fue elegido obispo de dicha ciudad. Pero la mayoría de la flota de Cruzados que se dirigían al Este, continuó su viaje en febrero de 1148. Poco después, en 1148 y 1149, las tropas castellanas y aragonesas reconquistaron también Tortosa, Fraga y Lérida.





 

 

 

 

La aventura había empezado mal, entre peleas de los jefes y parloteo entrometido de las mujeres. Konrad quiso seguir el habitual camino de Asia Menor. En mayo de 1147 se le unió el bávaro Ottokar de Estiria ( (1124 - 31 de diciembre de 1164), y  Geza II de Hungría (1130-31 de mayo de 1162) les permitió finalmente atravesar su reino sin causarles daño. Cuando el ejército llegó a territorio bizantino, el emperador Manuel I Comneno (28 de noviembre de 1118 Constantinopla-ibidem 24 de septiembre de 1180) temió ser atacado por los alemanes, y dispuso tropas para evitar posibles disturbios. 

 

 


Hubo una breve escaramuza con algunos de los más indisciplinados alemanes cerca de Filipópolis y en Adrianópolis, donde el general bizantino Prosouch se enfrentó al sobrino de Konrad, el futuro emperador Federico I.  Para empeorar las cosas, varios soldados alemanes murieron en una inundación a comienzos de septiembre. 
 

El 10 de septiembre los alemanes llegaron a Constantinopla, donde el emperador les acogió con bastante frialdad y les convenció para que cruzasen a Asia Menor tan pronto como fuera posible. Manuel quería que Konrad dejase en Constantinopla parte de su ejército, para que le ayudase a defenderse de los ataques de Roger II de Hauteville, que ya rondaba por alli, saqueando algunas ciudades.

 

En Asia Menor, Konrad decidió no esperar a los franceses y marchó contra Iconio, capital del selyúcida  sultanato de Rüm. Tras dividir su potente ejército en dos divisiones, la primera fue destruida por los selyúcidas el 25 de octubre de 1147 en la batalla de Dorileo (Dorylaeum). Los turcos utilizaron su táctica habitual de fingir una retirada y volver a atacar a la pequeña fuerza de caballería alemana que se había separado del ejército principal para perseguirles. Konrad comenzó una lenta retirada de regreso a Constantinopla, y su ejército fue diariamente hostigado por los turcos, que atacaron a los rezagados y vencieron a la retaguardia. Konrad recibió una grave herida en una escaramuza con ellos, siendo atendido de sus lesiones por el propio emperador bizantino Manuel. La otra división del ejército, comandada por Otto de Freising, (1114 - Abadía de Morimond, 22 de septiembre de 1158) se dirigió hacia la costa mediterránea y fue igualmente masacrada a comienzos de 1148.

Los cruzados franceses partieron de Metz en junio liderados por Louis, Teodorico de Alsacia, Renaut I de Bar, Amadeo III de Saboya, Guillermo VII de Auvernia, y Guillermo V de Monferrato, y se juntaron con ejércitos provenientes de Lorena, Bretaña, Borgoña, y por supuesto, dada la compañía de Leonor de Aquitania. El mando estaba en manos de Alfonso de Toulouse, que decidió esperar hasta agosto y seguir por mar. En Worms, Louis se se unió a los cruzados de Normandía e Inglaterra. E iniciaron la misma ruta de Konrad por Hungría. Pero Geza cuando este descubrió que Louis había permitido que se le uniese una persona que había intentado usurpar el trono húngaro. Una vez en Bizancio, las relaciones de Manuel con el ejército francés fueron algo mejores que con los alemanes y Louis fue recibido espléndidamente en Constantinopla. Algunos franceses se escandalizaron de que Manuel se hubiera aliado con el sultán Mas'ud selyúcida. Y se dispusieron a emprender un ataque contra Constantinopla, pero fueron refrenados por los legados papales. Los franceses, no obstante, se vieron reconfortados por los rumores que decían que los alemanes habían tomado Iconio.

A los franceses, las naves bizantinas exigieron un precio tan elevado para el transporte de las tropas, que Louis y Leonor tuvieron que renunciar al grueso del ejército, y llegaron a su destino con pocos cientos de hombres. Manuel había rechazado también conceder a Louis tropas bizantinas e hizo jurar a los franceses que devolverían al Imperio cualquier territorio que reconquistasen. Tanto alemanes como franceses entraron en Asia sin ayuda alguna por parte de los bizantinos, a diferencia de los ejércitos de la Primera Cruzada. Una vez desembarcados, los franceses se encontraron con los restos del ejército de Konrad en Nicea,  y el propio Konrad se unió a las fuerzas de Louis y Leonor. Siguieron la ruta de Otto de Freising por la costa mediterránea y llegaron a Éfeso en diciembre, donde se enteraron de que los turcos se preparaban para atacarles. Manuel  había enviado embajadores a los turcos, quejándose de los saqueos de las tropas de Louis por el camino. Con ello quedaba muy claro que los bizantinos no ayudarían a los Cruzados en caso de un ataque turco. Mientras tanto Konrad enfermó y tuvo que volver de nuevo a Constantinopla, donde fue atendido por los médicos de Manuel. Pero Louis, sin prestar atención a las amenazas de un ataque turco, partió de Éfeso con el resto de Cruzados.

Tuvo lugar una batalla a las afueras de Éfeso, donde los turcos estaban esperando a los Cruzados. Y Louis les venció. Llegaron a Laodicea a principios de enero de 1148, pocos días después de que el ejército de Otto de Freising hubiese sido abatido por los turcos. Amadeo de Saboya reinició la marcha y se separó del resto. Louis sufrió un pequeño descalabro, ya que los turcos lograron desviarles de la ruta hacia Jerusalén. Cuenta el cronista Odón de Deuil (1110 – 18 April 1162), historiador francés que participaba también en la Cruzada, que el propio Louis trepó a un árbol, sin que los turcos lograran reconocerlo. Éstos cesaron sus ataques y los   franceses continuaron hasta Adalia. Pero no contaban con que los turcos, para detener su avance, quemaban las tierras evitando así que los franceses pudiesen alimentarse de la misma. Louis se empecinó en continuar por tierra y decidió reunir una flota en Adalia que les llevase a Antioquía. Se desataron grandes tormentas que retrasaron la marcha durante un mes, y la mayoría de los barcos prometidos por Bizancio ni siquiera llegó. Louis y los que iban con él embarcaron, dejando al resto del ejército que continuase la larga marcha hasta Antioquía por tierra. Fue una auténtica catástrofe puesto que casi todo el ejército pereció, ya fuese a manos de los turcos o por infinidad de enfermedades de las que se contagiaron durante la larga e inútil marcha.

Louis logró llegar a Antioquía el 19 de marzo, después de sortear una gran tormenta. En la travesía hacia Chipre murió Amadeo de Saboya.  Louis fue recibido por el tío de Leonor, Raimundo de Poitiers, conocido como Raimundo I de Antioquía (Poitiers, 1099 o 1115 - Antioquía, 29 de junio de 1149) Éste esperaba que Louis le ayudaría a defenderse de los turcos y que le acompañaría en un ataque contra Alepo, pero Louis tenía otros planes, pues prefería dirigirse primero a Jerusalén para cumplir su peregrinaje. Leonor disfrutó de su estancia, pero su tío quería que ella se quedase con él e, incluso, le sugirió que se divorciara de él si no se decidía a yudarle en la campaña contra los turcos que asediaban de continuo su reino de Antioquía. Conociendo las intenciones de Raimundo, Louis se marchó en seguida de Antioquía, y se dirigió a Trípoli. Mientras, Otto de Freising y el resto de sus tropas llegaron a Jerusalén a primeros de abril y Konrad, ya recuperado, siguió a Otto poco después. El patriarca de Fulco V de Anjou y Jerusalén (1089/1092-13 de noviembre de 1143) viajó rápidamente con la esperanza de convencer a Louis que se uniera a los alemanes. La flota que se había detenido en Lisboa llegó también en estas fechas, al igual que los provenzales de  Alfonso Jordán, conde de Trípoli, de Rouergue, de Narbona. y de Toulouse, (1103-Trípoli-16 de agosto de 1148 en Cesarea, Israel) quien, no obstante, había muerto en el camino hacia Jerusalén, según los indicios, envenenado por Raimundo II de Trípoli, (1115-1152), su sobrino que ansiaba apartar a su tío de sus pretensiones políticas sobre el condado de dicha ciudad.




Una vez se hallaron todos en Jerusalén, los cruzados se dirigieron hacia Damasco, que era el blanco deseado por el rey de la ciudad santa, Baudouin III, (1130-10 de febrero de 1162), y también de los Caballeros Templarios. Konrad decidió también participar de dicha expedición. Cuando llegó Louis, la "Haute Cour" se reunió en Acre el 24 de junio.  Konrad, Otón, Henri II de Austria, el futuro emperador Federico I Barbarroja (entonces duque de Suabia- nacido cerca de Ravensburg en 1122 - Ahogado en el río Saleph,-Göksu-, Cilicia -Turquía- el 10 de junio de 1190], y Guillermo III de Montferrato representaban al Sacro Imperio; Louis, el hijo de Alfonso, Bertrand de Blanchefort, sexto gran Maestre de la Orden del Temple [1109-2 de enero de 1169], Teodorico de Alsacia [nacido hacia  1099-1101- fallecido el 17 de enero de 1168 en Gravelinas], junto a señores eclesiásticos y seculares representaban a Francia y, por parte de Jerusalén, estaban el rey Baudouin III, la Reina Melisenda de Jerusalén [1105-11 de septiembre de 1161], el patriarca Fulco, Robert de Craon, (gran maestre del Orden Temple), Raimundo del Puy o Raimundo de Podio de Provence (gran maestre de los Caballeros Hospitalarios [1080-1160 en Jerusalén]), Manasses de Hierges (condestable de Jerusalén, de nacimiento y muerte desconocidos), Hunifrido II de Torón [1117-1179], Philipe de Milly, también llamado Philipe de Nablus, barón de Jerusalén, y séptimo gran maestre de la Orden del Temple [1120-3 de abril 1171], y Barisán de Ibelín o Bailán el Viejo. [fallecido en 1150] Pero, para sorpresa de todos los presentes, no asistió nadie de Antioquía, Trípoli, o del antiguo condado de Edesa. Parte de los franceses consideraron que su peregrinaje había acabado, y querían volver a casa. Y algunos barones del reino señalaron que no sería acertado atacar Damasco, su aliado contra los zéngidas (zanguíes o zenguíes), dinastía musulmana de origen turco oghuz,. Pero Konrad, Louis y Baudouin no se echaron para atrás, y en julio reunieron un ejército en Tiberíades para atacar Damasco. 

El ataque a Damasco empezó desde el oeste. Allí había mayores posibilidades de conseguir víveres, ya que era una zona muy rica en huertas. El 23 de julio, con el ejército de Jerusalén en vanguardia, seguido por Louis y Konrad tras él, en la retaguardia, pudieron comprobar rápidamente que los musulmanes no se habían dormido en los laureles y se hallaban preparados para repeler el ataque de los Cruzados, que lograron abrirse camino y expulsar a los turcos del otro lado del río Barada donde se habían apostado. Frente a ellos estaba la vista de Damasco, y llegados al pie de las murallas, emprendieron inmediatamente el asedio de la ciudad. La gran ciudad de Damasco sabía que la defensa iba a resultar feroz, y habían pedido ayuda a  Saif ad-Din Ghazi I de Alepo [fallecido en 1149], y a Nur ad-Din de Mosul, [Nur ad-din Abu al-Qasim Mahmud Ibn 'Imad ad-Din Zangi, también llamado Nur ed-Din, Nur-al-Din o Nureddin, nacido en 1118-muerto el 15 de mayo de 1174]  y el visir Mu'in ad-Din Unur [Mu'in ad-Din Unur al-Atabeki-en turco Muiniddin Üner, muerto el 28 de agosto de 1149] dirigió un primer y fallido ataque contra los Cruzados. Había conflictos en ambos bandos: Unur estaba convencido de que si Saif ad-Din y Nur ad-Din ofrecían su ayuda era porque en realidad también ansiaban apoderarse de la rica ciudad de Damasco. Y en cuanto a los Cruzados, éstos tampoco habían logrado ponerse de acuerdo sobre a quién le correspondería la ciudad en caso de que la conquistaran. El 27 de julio, los Cruzados cambiaron el lugar de ataque, eligiendo el lado este de la ciudad, tras averiguar  que sus defensas eran mucho más débiles. el gran error fue que en dicha zona la escasez de agua y comida era más patente. Por entonces Nur ad-Din ya había llegado y les fue imposible regresar a su posición anterior. Primero Konrad, que se vio perdido sin víveres, y luego el resto de los Cruzados, con Louis al frente, decidieron que era mejor levantar el sitio antes de morir de hambre y sed y regresar a Jerusalén. 
 


Sin lograr ponerse de acuerdo entre sí, se trazó, no obstante, un nuevo plan para conquistar por lo menos la ciudad de Ascalón. Konrad llevó allí sus tropas, pero no llegaron más refuerzos de sus compañeros en la Cruzada, debido a la desconfianza nacida entre todos ellos durante el fallido asedio de Damasco. Konrad y su ejército, debilitados y decepcionados, decidieron abandonar la idea de atacar Ascalón. No había más remedio por tanto que regresar a Constantinopla a fin de intentar renovar su alianza con Manuel, mientras que Louis decidió permanecer en Jerusalén hasta  1149.  En Europa, quien más humillado se sintió por el fracaso de la Cruzada fue Bernardo de Claraval, que aún trató de promover una nueva cruzada. Pero murió en 1153, sin haber sido escuchado por la aristocracia guerrera que no había participado en la anterior. Ciertamente, El asedio de Damasco también tuvo consecuencias desastrosas para los musulmanes. La ciudad fue entregada a Nur ad-Din en 1154. Baudouin III, último rey de Jerusalén (1130-10 de febrero de 1162) aún sitió Ascalón en 1153, sin éxito, e hizo algunas conquistas más en territorio egipcio, ocupando brevemente El Cairo en la década de 1160.

En 1171, Saladino, sobrino de uno de los generales de Nur ad-Din, fue proclamado sultán de Egipto y logró unir bajo su mando Egipto y Siria, rodeando por completo al reino cruzado. Baudouin declaró que la reconquista de la ciudad era imposible y dio la señal del "sálvese quien pueda" En 1187 Jerusalén cayó en poder de Saladino,[Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb -en kurdo- Selahedînê Eyûbî; en árabe صلاح الدين يوسف بن أيوب‎- [nacido en Tikrit-Irak en 1137- fallecido el 4 de marzo de 1193 en Damasco], que se dirigió al norte, donde se apoderó de todo el territorio de los estados cruzados, a excepción de sus capitales, lo cual motivaría el nacimiento de la Tercera Cruzada.  



El clamoroso fracaso de la Segunda Cruzada tuvo consecuencias para todos: para la fe, que salió debilitada; para la Iglesia, que resultó desacreditada; para la unificación de Francia, que sufrió un retraso; y, por último, para Konrad, que volvió éste a su patria tan humillado que parecía que la causa del Imperio y de la casa Hohenstaufen había sido liquidada para siempre. Falleció el 15 de agosto de 1196 en Durlach, Karlsruhe, Alemania.




 

 

 




                             Tercera Cruzada (1189-1192)

            Tercera Cruzada (1189-1192)

                                         JULIO 1, 1190

                         Inicio de la cruzada de los Reyes


    Cruzada de Ricardo I Corazon de Leon y Felipe II Augusto 


                                        JUNIO 10, 1190

                     La Cruzada de Federico I Barbarroja



                            Muerte de Federico I Barbarroja

 

PERIODO 8 DE JUNIO DE 1191 AL 7 DE SEPTIEMBRE DE 1191 

                                Batallas contra los turcos





 


 

 

 

 

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