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CÓRDOBA
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¡Ábreme sitio,... angostura transparente, calle clara, mensajera de las azoteas, donde el tiempo resbala en un coloquio enguirnaldado, y tu río participa del clamor de los caminos! Sendas que fraguan danzas pastorales sobre sus verdes suelos... !Oro de la Medina, blancor de Andrómeda desnuda, almena de sol y color del trigo! Relámpago de mil vestiduras donde las aves se arrullan entre la música del naranjo y se envuelven complacidas en el tapiz de sus nidos!
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¡Ábreme sitio,... cortinaje de
gemas, jaspe que centellea en tu fortaleza de tesoros, azahar que nos inunda
con su perfume tibio! Grato y magnífico gigante de arcos recios.
Ciudadela de lámparas que aún proclama su tributo de evocaciones, articulado
por la tupida frescura de sus ropajes orientales. Rompiente de torres sobre tus
ribereños y verdosos fangales. Paisajes que granan buscando la vieja ruta de los
acueductos. Túnica de mezquita consagrada, cuya disciplina eurítmica rindiera a
maestros en el misterio de nuevos goces, y en la anchura doctrinaria que
exaltara la devoción poética de los cultos.
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Manto azul del Profeta, patio
cincelado con los ecos de la Hégira. Si yo me valiera del griego para hablar en
el idioma de tus tiempos, policromo artesón de sabiduría donde se acomodan
todos los acentos, serías mi oriental ciudad helenizada y yo tu hado de las
noches... ¡Y tú, reina de este mundo, no preguntarías mi nombre o mi patria,
porque te alzarías como rendida criatura, paloma de Athenea, más hermosa que
Afrodita, cuya belleza naciera entre las refulgentes huellas de mis dioses!
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Diana de la floresta que así me
arranca de mi Egeo del canto, de mi Nilo de papiros y de mi Romana loba de
bronce, ¿quién eres?... ¡Contadme de Córdoba, la que yo nunca vi!... Y fue
apareciendo: ¡Rayab! ¡Sha’abán! ¡Ramadán!...
recogiendo olores de su Guadalquivir, ribera trenzada de luces entre el balar
alegre de los rebaños, y donde abrevaran las camellas de ubres tiernas junto a
sus pastores del Islam... ¿Sería, pues, una diosa? ¿Una imploración de
Alláh?...
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¡Contadme de Córdoba, la que yo
nunca vi!... Voluptuosa visión venerada, entre los aduares de las caravanas.
Isla dichosa frente al reposo de sus damascos marmóreos, y donde las llamaradas
del cielo, sobre el misterio de la tierra, se abraza a los arrayanes, los
granados, los laureles y el jazmín...
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¡Contadme de Córdoba, la que yo
nunca vi!... ¿Sería una luna que siendo moza se recostara sobre el
Guadalquivir? ¿Un salterio tañido por el viento cuya trova, con rumor de
norias, cayera inmaculada sobre algún patio y su jardín?... ¡Y así seguiré
pasando por las rutas de mis peregrinaciones, oración de exquisita mesura,
águila de la promesa, templo consagrado de mi existir!... ¡Pero seguid
contándome,.... contándome de Córdoba, la que yo nunca vi!...