viernes, 13 de septiembre de 2024

MARTÍN LUTERO Y LOS ENFRENTAMIENTOS DE LA CONCIENCIA CRISTIANA A CAUSA DE LAS INDULGENCIAS DE LEÓN X -3-



 

 

 

Autor Tassilon-Stavros






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MARTÍN LUTERO Y LOS 

 

ENFRENTAMIENTOS 

 

DE LA CONCIENCIA CRISTIANA 

 

A CAUSA DE LAS INDULGENCIAS 

 

DE LEÓN X -3-

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                         LUTERO ANTE LA DIETA DE WORMS


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El noble joven al que Lutero habá hecho el principal destinatario de su "carta abierta" había subido al trono imperial con el nombre  de CarlosV y I de España [Gante, Bélgica, 24 de febrero de 1500-Cuacos de Yuste, España, 21 de septiembre de 1558] precisamente en los días en que el rebelde se enfrentaba a Eck en Leizig. Tenía veinte años, pues había nacido con el siglo, y era hijo de uno de aquellos matrimonios mediante los cuales su abuelo Maximilian I [Wiener Neustadt, Austria, 22 de marzo de 1459-Wels, Austria, 12 de enero de 1519], archiduque de Austria, rey de Hungría y de Bohemia, y emperador de Alemania, había anexionado a la casa de Austria más de la mitad de Europa. Su padre, Philipp, llamado "el hermoso" [Brujas, 22 de julio de 1478-Burgos, 25 de septiembre de 1506], hijo de Maximilian, había desposado a la heredera del trono de España, Juana [Toledo, 6 de noviembre de 1479-Tordesillas, 12 de abril de 1555] hija de Fernando de Aragón [Sos, 10 de marzo de 1452-Madrigalejo, 23 de enero de 1516] e Isabel de Castilla [Madrigal de las Altas Torres, 22 de abril de 1451-Medina del Campo, 26 de noviembre de 1504] conocidos por "Reyes Católicos", y su hija Juana fue llamada en toda Europa como "la loca", porque al parecer su pasión amorosa por el joven Philipp, mujeriego, jugador, bebedor y probadamente infiel, la había trastornado mentalmente. La corona de España comportaba también la de Sicilia, Cerdeña, Nápoles y la del nuevo continente sudamericano que los expedicionarios españoles Hernán Cortés [Medellín, Corona de Castilla, 1485 - Castilleja de la Cuesta, Corona de Castilla, 2 de diciembre de 1547] y Francisco Pizarro [Trujillo, Reino de Castilla, 16 de marzo de 1478 - Lima, Governación de Nueva Castilla, 26 de junio de 1541] estaban conquistando).

A este inmenso reino por parte materna, Carlos agregó los de la parte paterna: Bélgica, Holanda y el Franco Condado, que después de la temprana muerte, al parecer por pulmonía, de Philipp, habían sido concedidos en regencia a Margarita de Habsburgo, hermana de Philipp [Margarete von Habsburg, Bruselas, Bélgica, 10 de enero de 1480-Malinas, Bélgica, 1 de diciembre de 1530] hija de Maximilian y de María de Borgoña, y casada con Juan de Aragón y Castilla, Príncipe de Asturias, e hijo de los Reyes Católicos.  Carlos tenía dieciséis años cuando asumió el gobierno de aquellas esparcidas provincias y presentó su candidatura al título Imperial para el día en que su abuelo Maximilian, en pleno decaimiento físico, lo dejase vacante. Margarita de Austria murió después de declarar heredero único y universal a su sobrino Carlos V y I de España. Su sobrina María la sucedió en la gobernación de los Paises Bajos.
 
Margarita de Austria, Princesa viuda de Asturias y de Gerona
Duquesa consorte de Saboya
Gobernadora de los Paises Bajos


Había un rival:  François I de France [Cognac, 12 de septiembre de 1494-Rambouillet, 31 de marzo de 1547], que gozaba de muchas simpatías entre los electores alemanes, es decir, entre los príncipes que componían la Dieta o Parlamento, a la que competía la elección. Generalmente, los nobles evitaban elegir a un emperador con suficiente fuerza como para reducirlos a vasallaje. ¿Qué podría ocurrir si subía a aquel trono, que además de la corona germana comprendía Austria, Bohemia y Hungría, un soberano como Carlos, ya titular de cuanto se podía desear? Se convertiría en un nuevo Carlomagno o en un nuevo Barbarroja, en suma, en un "amo". Por tanto, la lucha era muy incierta. Y Carlos venció abriendo la bolsa, o lo que es igual, vaciándola por completo en los bolsillos de los electores, muy sensibles a aquel argumento. Se requirieron la friolera de 850.000 florines. Carlos no los tenía. Se los dieron los únicos que pudieron dárselos: los Fugger {Die Fugger}, descendientes de Andreas Fugger, conocido por "el rico" [1394, Augsburgo - 1457 Augsburgo], el millonario clan familiar  de empresarios y financieros alemanes (que llegaron a constituir uno de los mayores grupos empresariales de los siglos XV y XVI, siendo precursores del capitalismo moderno, junto con los Médicis de Florencia, Italia, y los Welser de Augsburgo, Alemania). Pero, naturalmente, no se trató de un regalo, porque los Fugger nunca habían regalado nada a nadie. A cambio, obtuvieron los derechos de Aduanas del puerto de Amberes, Bélgica, y el arriendo de toda la minería española. A partir de aquel momento la causa del emperador fue la de los Fugger y viceversa, lo que repercutió en la suerte de Lutero y de la Reforma.


El noble joven, Carlos V, no había cumplido veinte años cuando se ciñó en la cabeza aquella corona imperial que parecía desproporcionada no sólo para sus pocos años, sino también para su físico. Pequeño, pálido, deslucido, su único rasgo característico era una nariz en pico que casi hacía un arco con el mentón. Sufría un sinfín de males, desde la colitis al artritismo, sus modales eran desmañados y su voz chillona. Pero eran pocos los que podían apreciarla, porque Carlos callaba en cinco lenguas: flamenco, alemán, francés, español e italiano. Lo que pensaba era un misterio para sus contemporáneos, y en parte lo ha seguido siendo incluso para la posteridad. El preceptor que le habían dado, el obispor Adriano de Utrecht [Utrecht, Paises Bajos, 2 de marzo de 1459-Roma, 14 de septiembre de 1523] que más tarde fue el Papa Adiano VI, había tratado de iniciarlo en la filosofía, para la que el muchacho se mostró totalmente alérgico. Las únicas asignaturas que le interesaban eran las que tenían relación con el arte del gobierno, en especial la diplomacia y la guerra. En religión, de la que Adriano le había transmitido los preceptos, Carlos se mostró siempre escrupuloso observante, pero se ignora si era también creyente. El nuncio apostólico Aleander refirió así en un informe al Pontífice León su primer encuentro con él: "Me parece dotado de una prudencia muy por encima de sus años, y tengo la impresión que en su cabeza hay mucho más de lo que su cara dice" Quizá no era muy inteligente, pero comprendía a los hombres, que para un gobernante son la cosa más importante y difícil de entender. Conservaba la sangre fría en los más graves peligros y muchos lo consideraban indolente por la repugnancia que demostraba  para tomar decisiones, aunque de pronto lo hacía con una resolución que dejaba a todos estupefactos. Siempre reservaba alguna sorpresa, aun para los íntimos que creían conocerlo. De vez en cuando el humorismo asomaba en su taciturna melancolía, como cuando fue a visitar a sus súbditos sardos (Cerdeña) y comentó, después de ver cómo lo aclamaban: "Pocos, locos y divididos" En seguida alzó la mano y proclamó: "¡Todos caballeros!" Y no volvió jamás a la isla.



Este inescrutable e imprevisible personaje, apenas coronado emperador, se encontró con el escándalo organizado por Lutero. El nuncio apostólico, después de haber solicitado inútilmente el arresto del rebelde al duque Federico II de Sajonia, de quien dependía, llevó el problema ante Carlos, que se encontró ante un grave dilema. Uno de los compromisos que había adquirido frente a los electores para conseguir su voto era el de impedir la extradición de ciudadanos alemanes antes de que fueran procesados y reconocidos culpables por un tribunal alemán, pero por otra parte también era rey de España, la patria de la ignominiosa Inquisición y del fanatismo católico, que no toleraba indulgencias ni compromisos con los herejes. El cauto Carlos decidió lavarse las manos, remitiendo el "caso" a una Dieta que fue convocada en Worms para enero de 1521. Tenía que ocuparse no solamente de Lutero, que casi no era más que un detalle entre otros problemas más graves que discutir: la guerra con Francia y con los turcos, por ejemplo. El joven emperador debió de quedar algo sorprendido cuando vio que a los ojos de los electores aquellos grandes problemas pasaban a segundo plano respecto al asunto teológico del monje.


Worms estaba literalmente inundada de manifiestos  y libelos que aplaudían a Lutero y ponían en la picota al Papa León y a todo el Clero. "No puedo andar por las calles -escribía el nuncio a León-, pues cuando me ven, todo el mundo echa mano al puñal y me muestra los dientes. Espero que Vuestra Santidad me envíe una indulgencia plenaria y cuide de mi familia si me sucede algo" El asunto se ponía tan mal para la Iglesia que el confesor de Carlos se dirigió al humanista y teólogo Georg Spalatin -Spalatino-, sabiéndolo amigo de Lutero, para que buscase un reconciliación in extremis. Pero Lutero la rechazó.


El 3 de marzo se inició el debate sobre su caso. Aleander reclamó un veredicto de culpabilidad. La Dieta replicó que la condena implicaba un proceso, y que para el proceso era necesario el acusado. Carlos, que presidía la asamblea, expidió un mandamiento de comparecencia y envió a Lutero un salvoconducto con orden de presentarse. Los amigos de Wittemberg le aconsejaron que no obedeciera, recordándole el ejemplo del emperador Segismundo de Luxemburgo que envió un salvoconducto a Jan Huss en 1419 y que no lo libró de morir en la hoguera. Y no andaban descaminados, porque Adriano de Utrecht había escrito a su ex pupilo que no eran válidos los compromisos adquiridos con un hereje, que se podían, según decia,  e incluso se debían desestimar.

Pero Lutero ya había decidido: la Dieta era una tribuna nacional que merecía cualquier riesgo. Se puso en camino el 2 de abril y las ciudades por las que pasó lo acogieron y lo saludaron como a un héroe destinado al martirio. En las puertas de Worms recibio un mensaje de Spalatino, que le suplicaba que se volviera atrás. Él contestó: "Aunque en Worms hubiese más diablos que tejas sobre los techos, iría lo mismo" Un escuadrón de caballeros armados le salió al encuentro para escoltarlo y millares de personas hicieron una muralla a su alrededor aclamándolo. Lutero comprendió que podía perder la vida, pero no la batalla.

El 17 de abril de 1521 compareció ante la Dieta, solo, revestido de su sayo. En un principio pareció turbado ante el espectáculo del emperador con sus atributos y rodeado por aquella imponente asamblea de príncipes y prelados. Cuando el acusador le preguntó si se consideraba culpable de herejía y dispuesto a abjurar, vaciló como si el valor lo hubiera abandonado de pronto, y luego, con voz insegura, pidió tiempo para reflexionar. Carlos le concedió veinticuatro horas y suspendió la asamblea hasta el día siguiente.

El día siguiente el Lutero que se presentó en la sala era enteramente otro, es decir, el Lutero de siempre, apasionado, resuelto, batallador. Al acusador, que le formulaba en latín la misma pregunta del día anterior: "¿Sois el autor de estos escritos?" , contestó: "Lo soy" "¿Os retractaís de lo que habéis escrito?", le repuso con voz firme y en alemán: "No puedo retractarme de todas mis obras, pues no son todas iguales. En las primeras describo la fe cristiana de forma tan simple, que incluso mis detractores admiten que son útiles"



Y por lo que se refería a los abusos y corrupciones de la Iglesia, su denuncia era compartida por todos, y que, por lo tanto, había que considerarla justa. El emperador lo interrumpió con un seco: "¡No es verdad!" Pero ni siquiera pronunciada  desde tan alta cátedra aquella intervención desconcertó al monje, que replicó con toda la fuerza de su convicción: "Retractarme de esas obras es impensable, porque hacerlo equivaldría a negar la fe cristiana. Mis trabajos siguientes atacan la falsa doctrina y el mal vivir de los Papas en el pasado y en el presente. ¡A causa de las leyes papales y de la doctrina del hombre la conciencia de los fieles ha sido tristemente vejada y maltratada! Si me retractase de esos libros no haré más que sustentar la tiranía y abrirle las ventanas y las puertas a esta gran ausencia de Dios"
En la sala llena y vibrante de expectación se difundió un murmullo de desconcierto, pero también de admiración por la audacia de aquella amonestación. Aleander se dirigió a Carlos y dijo: "Se ha condenado a sí mismo" Lutero se volvió nuevamente al acusador para concluir  su réplica. Declaró estar pronto a reconocer como heréticas y abjurar de sus tesis si alguien le demostraba en qué punto eran contrarias a las Escrituras. "Pero la tercera parte de mis obras ataca a aquellas personas que personifican  la tiranía romana y han atacado mis propios esfuerzos de fomentar la piedad de Cristo. Confieso que mi estilo es demasiado rudo. Soy un hombre y puedo equivocarme. Si las Escrituras demuestran que estoy en un error, me retractaré de mis obras, y prenderé fuego a mis libros" Intervino de nuevo Aleander: "Vos, Martín Lutero, no pondréis en duda aquello que la Iglesia Católica ya ha juzgado, que ya forma parte de los usos, de los ritos y las prácticas religiosas. La fe que Cristo, el juez más perfecto que haya existido jamás, la fe que los mártires fortalecieron con su sangre. En vano esperáis un debate sobre algo en lo que estáis obligado a creer" Martín -rebatió el acusador en latín-, te hago observar que éste ha sido siempre el argumento de todos los herejes, comprendidos Wycliff y Huss... "
 
"Vuestra respuesta, ¿sí o no?" "¿Os retractáis o no?" Hubo un momento de silencio: el más decisivo, según el historiador escocés Thomas Carlyle, en la historia del mundo moderno. Después, siempre en alemán, Lutero dijo, volviéndose al emperador: "Dado que Vuestra Majestad y sus Señorías desean una respuesta simple... A menos que se me convenza con las Escrituras y la razón pura, no con papas y concilios que se han contradicho infinitas veces, mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios. No puedo, y no lo haré. No me retracto"
 
"Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Que Dios me ayude" Hubo todavía, entre el acusador y el acusado, algunas fintas: "Sí" Y entre los asistentes alguién exclamó: "¡Es un hereje"! Carlos interrumpió con un perentorio: "Basta. Ya que el acusado niega hasta los concilios, no hay necesidad de hacerle más preguntas"

El Cisma se había iniciado. 


 

Después de salir de la sala de sesiones, Lutero regresó a sus aposentos visiblemente agitado por la terrible prueba. Y de hecho por el momento era así: Lutero podía retirarse y no ser detenido ya que su salvoconducto tenía vigencia de 21 días. El 25 de abril emprendería el viaje de regreso. 





Pero no menos turbado debía de estar el emperador que a la mañana siguiente convocó a los electores en sus habitaciones, entre ellos Aleander Ludovico III del Palatinado y Federico II de Sajonia, para someterles una declaración redactada de propia mano durante la noche. Decía que, como homenaje a la tradición de su familia, había decidido permanecer hasta el fin fiel a la Iglesia y jugarse a esta carta "mis tierras, mis amistades, mi cuerpo, mi vida y mi alma". Respetando el salvoconducto que le había expedido, permitiía que Lutero regresara a su casa sin ser molestado, siempre que a su vez no molestase él pronunciando sermones o provocando tumultos. Pero luego añadió: "Soy descendiente de una línea de emperadores cristianos. Él no hará que me convierta en hereje" Aleander añadió: "Se ha condenado a sí mismo, Excelencia. Hay que detenerlo antes de que infecte a toda Alemania" Y Carlos anatematizó: "Lutero no es un hombre, es un demonio" Pero Federico II de Sajonia añadió, recordando al emperador su salvoconducto: "Vos sois responsable de Martín Lutero" Carlos repuso a su vez "¿Qué decís?" "Para mi gusto, es demasiado audaz, mi Señor... y parece que no para el pueblo..." Aleander insitió en que había que acabar con Lutero: "Si le fuera a ocurrir algo en el camino de regreso, dejad que le ocurra" Y Carlos sentenció: "Procederé contra él como se hace  con los herejes confesos y os invito a pronunciaros en igual sentido"
De los seis electores presentes, cuatro asintieron y firmaron la declaración de arresto y probable asesinato de Lutero. Ludovico III del Palatinado y Federico III de Sajonia, del que Lutero seguía siendo súbdito, se negaron a ello. El juego de las partes se delineaba.


Reencarnación del Sacro Romano Imperio, Carlos no podía declararse en contra de la Iglesia. Durante todo el Medioevo las dos instituciones a menudo se habían combatido, pero manteniéndose ligadas siempre por un vínculo de solidaridad más fuerte que cualquier motivo de desavenencias: el ecumenismo (la instauración de la unidad de los cristianos) El uno y la otra perseguían una organización del mundo de tipo supranacional y hablaban aquella especie de esperanto que era el latín. Y el uno y la otra combatían todo lo que Lutero representaba, aparte los fundamentales motivos de desacuerdo en el plano teológico: la comunidad nacional organizada en Estado, con sus leyes, su lengua y hasta su Iglesia. Éste era el punto que había decidido el destino de la gran batalla. Por el momento parecía imposible que un pequeño monje pudiera poner en jaque las fuerzas conjuntas del Papa y del emperador. Pero el pequeño monje caminaba con la Historia y el Papa y el emperador en contra.