lunes, 4 de abril de 2016

Lucio Cornelio Sila: el siniestro encanto de la dictadura -I Parte-




Autor: Tassilon-Stavros





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LUCIO CORNELIO SILA: 

 

 

EL SINIESTRO ENCANTO 

 

 

DE LA DICTADURA  -I PARTE-


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Cronicón Político-Romano salpicado de arqueología Mesozoica y Pleistocénica con referencias evolutivas de los australopitecos, pitecantrópidos y neandertaloides. 
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Los historiadores avispados, ¡aquellos "afortunados" que consiguieron éxitos muy señalados tras ejercer de "mirones"  de sus épocas!, podían, no obstante, tener  también la cabeza como un pedrusco de la Via Appia y aún más dura y resistente si cabe. Pasados dos mil años habríamos dicho como un adoquín, que, a fin de cuentas, viene a significar lo mismo. Y es que, ya lo aseguró un sofista, "mirando mirando se llega muy lejos y hasta se labra uno un buen porvenir", no sólo en vida, sino también a través del desvergonzado "pedigree" -otros dirían sosegado y paciente... el "pedigree"- que, entre los cambalaches de la historia, concede la posteridad a quienes, durante siglos, más sobresalientemente la han protagonizado; a las inclinaciones que incluyeran casi siempre sus prerrogativas, muy en especial las encaminadas a la oligárquica "sisa", séase la corruptela, la prevaricación, el soborno, el nepotismo, la tiranía, su intolerancia, su injusticia y su criminalidad; y como es natural a los que con mayor o menor fortuna nos han legado sus hechos, seánse los historiadores.

Muchos fueron, pese a todo, los cronistas que se pusieron rabiosos como perros que no trincan huesos, hasta que se murieron, aunque, en general, parece ser que aguantaban mucho, y se morían casi Matusalenes, dejándonos así cronicones a porrillo. ¿Y eso por qué? Porque siempre aseguraban ser libres como pájaros y tan puros purísimos que no estaban comprometidos ni con político alguno ni con su propia conciencia, explicación esta que refuerza la idea de que sus caletres podían ser como el  pedrusco de la Via Appia o el adoquín decimonónico que ya se indicó. Y claro, ¡así daba gusto escribir! (pese a que eso no se lo creería ni el Julio César del "Bellum Gallico", ni el Cardenal Cisneros de "¡Estos son mis poderes!" -señalando a la tropa golpista, por si acaso-, ni doña Transfiguración Cepeda Sagrario, que era de las que se las sabía todas porque tenía un puesto en el rastro madrileño).



Antes de que se inventara el periódico y la televisión ya habían narradores malhablados e historiadores que en sus alusiones (pasadas a tablillas o papel, -las del papiro las dejamos en la inopia porque eran jeroglíficos-) a los políticos gobernantes, y a sus repetitivos discursos patriotas o patrioteros, ¡que más da!, mugían como chotos moruchos vituperando -¡no era para menos!- a todas esas camarillas de degenerados autócratas y potentados que llegaban, según el "síntoma aristocrático de las épocas", a césares, senadores, basileos, papas, reyezuelos, principitos, ministros, o presidentes, al borde siempre de cimentar cualquier tipo de desmán -no todos, claro; hay que se justos-, porque se creían con la facultad de leer en las conciencias de sus conciudadanos un mandato de respeto hacia la honestidad, y por eso mismo andaban antes y después de sus legislaturas soltando aquello del "yo haré lo que el pueblo me mande,... pero siempre que esté en mi mano, ¡qué quieren!..." Y en consecuencia acontece lo que tiene que acontecer: que la mentira es creída por casi todo el mundo, sin tener en cuenta que la verdad, siendo -o, por lo menos, debería serlo- más lógica y de sentido común, también juega al fraude, aunque sin que se llegue a notar hasta pasado un tiempo. Menos mal que, como decían las abuelas "a todo mentiroso se le acaba cogiendo, si no antes que a un cojo, sí por lo menos en cuanto empieza a disfrutar -esto lo añado yo, porque a las abuelas no les salía tan fino- de su difusa holganza, una vez ha propendido a las labores propias de sus propuestas programáticas", aquéllas que, con toda su clásica marrullería, antes de las elecciones, naturalmente, se hallaban en agraz, y luego, como es de cajón, acaban por no cumplirse.





Hay que retrotraerse mucho, porque la tierra es muy pero que muy vieja. Pero no hay que olvidar el dicho de que "un poco de ciencia aleja, y mucha, o un poquito más -que para eso han existido y existen los historiadores-, vuelve a acercar". Y por ello mismo, hoy sabemos que, tras la mal llamada Creación, los tiempos nunca han mejorado del todo, aunque ahora tengamos la tele, Internet y los Whatsapp Mesengers. Y es que este malhadado planeta nuestro, en cuanto aparecimos en el mismo como bípedos pensantes, fue, y, mal que nos pese reconocerlo, lo ha seguido siendo, un escenario constante de "quítate de en medio, que antes estoy yo", de "anda y que te zurzan, muerto de hambre", de "¿quién te conoce, boludo?, y, de lo que es peor, de continuas juergas de irracionales enfrentamientos bélicos manchados, ¡cómo no!, con inagotables ríos de sangre, y huidas masivas de refugiados, que, sometidos por las armas y la muerte, buscaron y siguen buscando refugio entre grandes flujos migratorios hacia países pretendidamente civilizados y que se llaman a sí mismos solidarios, mientras les cierran sus fronteras y los confinan en campos improvisados de acogida donde impera la xenofobia.

"Inerte, tumbado boca abajo, con las ropas empapadas y el rostro sobre la tierra de una playa turca. La imagen del pequeño Aylan Kurdi muerto en la arena de Bodrum (paraíso vacacional para occidentales antes conocida como Halicarnaso, patria de los historiadores clásicos Herodoto y Dionisio) no ha sido la última bofetada sobre la conciencia de la civilización porque los hombres siguen modelando la muerte de los inocentes en un horror cotidiano que parece no tener fin."



Dios, ¿y por qué? ¿Dónde estabas?...



No,...¡vamos, que no!, que ya no nos vale hacernos preguntitas chocantes y confusas ni sacar conclusiones a lo pardillo bíblico de primer curso de religión, como las que nos vendieron en nuestra niñez con el serafinesco cuento del huertecillo edénico, presidido por el "original" pelaje clientelar de Adán y Eva, ni de la manzana cornuda, ni de la poca vergüenza temperamental del gran Hacedor que "nos vigila" desde lo alto -o vigilaba, porque lo que es hoy...-, y mandó a sus dos famosos moradores y a toda su descendencia a sudar de lo lindo si a partir de entonces querían comer, por poner un ejemplo, pescadilla frita o vaya usted a saber qué otro condumio: "¡Oiga, usted perdone, pero ¿qué manera de blasfemar es esa?"... "¡Que no, hombre, que no, que ya no estamos para tanta trola, a ver,... no te fastidia, aquí, el catequista! Sea más gramático, lea a Darwin y entérese de una vez de nuestra evolución simia"...






Y es que, les guste o no a los mesiánicos, los llamados humanos no formamos parte de ningún "Plan de Creación Divina". Y también nos hemos enterado de que hubo un cataclismo total, pero no de chaparrón diluviano "sancionador per remissione peccatorum" de cuarenta días con sus cuarenta noches, sino "meteorítico", que se llevó por delante a los dinosaurios, faunas de bichos gigantes que, a miríadas, muchos millones de años antes de que nosotros evolucionáramos del mono, se dedicaron a recorrer el planeta como dueños absolutos del mismo. Saurios más grandes que el acueducto de Segovia, que ya es decir, y que no poseyeron nunca más disciplina que la de sobrevivir por instinto (más o menos lo mismo que primigeniamente -una vez desaparecidos los dinosaurios- hicieran el homo Neanderthalensis de Châtelperron, el de Cromañón, y, según la más reciente trouvaille, el pequeñín homo Naledi sudafricano -en el hoy por hoy, auténtico eslabón perdido de la humanidad- que se paseó por las sureñas selvas africanas hace la friolera de unos dos millones de años),... y volviendo a los lagartazos y a sus albores, gracias a la arqueológica dimensión mesozoica puesta al día, para nuestro racional goce mental, por los sabios historiadores de hoy,  se han liberado por fin nuestros cacúmenes de los angelicales desmanes curiales y sus rollos mesiánicos, inhibidores de la inteligencia, con que nos tomaban el pelo en los colegios, para aclararnos que en este pequeño planeta nuestro no hubo más jardín del Edén que el que habitaron aquellos saurios gigantes de muchas y muy variadas especies. Y que en lo único que no les creció, que fueron sus irracionales cerebrillos, no existió en consecuencia más suerte de apremio que el del hambre, hecho este que, como es natural, los desligaba de otras ataduras emocionales. Y claro, en su trajín por la supervivencia, siendo como eran animalejos con poca sesera (que ni mejoraron ni evolucionaron con el tiempo, pese a que sus aniversarios se anduvieron contando por cientos de millones -225 para ser más exactos-), tuvieron  en consecuencia una sola propensión, muy poco edificante pero necesaria: la de animar funerales triásicos, jurásicos y cretácicos, que fueron los tres períodos del mesozoico reptiliano, con masacre va y banquete viene, a base de devorarse sin comedimiento unos a otros, salvo los vegetarianos, que haberlos los hubo; y que también, por ello mismo, como especies apetitosas e indefensas, sufrieron el abusivo, dictatorial y monstruoso saneamiento deglutorio a que los sometieron sus carnívoros congéneres saurios, que a fin de cuentas no eran más que pura bazofia fáunica, dueñas absolutas de las vírgenes inmensidades boscosas del planeta Tierra porque ninguna otra especie viva podía disputárselas.


Y ya conformados con habernos permitido tales "insociales" licencias con todo lo expuesto más arriba, cuya utilidad, aunque pueda resultar sabrosona para muchos, por aquello del cotilleo mesozoico-pleistocénico-historicida-arqueológico, también incluya prerrogativas criticables; y que, como alguien llegue a leerlo -es un suponer-, se lo pueda tomar como quien ha ingerido un escabeche en malas condiciones, y encima (por mor esta vez de agenciarnos alguna licencia poética y parafraseando, con todo respeto, el irónico puntito decimonónico de nuestro gran Machado), resulte ser -el hipotético lector- de los que "han puesto tasa y sordina a sus desvaríos, y de gran pagano se haya hecho hermano de una santa cofradía"... y ya estreñido defensor del reino espiritual, "salga el Jueves Santo llevando un cirio en la mano", con gran disposición a no perderse los "llagados, sanguinolentos, lacrimógenos y funerarios Pasos del crucifial catolicismo benedictoricus de la Semana Santa, burritas, palmas jerosolimitanas y saetas del ¡ayayai! incluidas", -ya sea en la Huelva Atlántica, en la Graná Alpujarreña, en Setenil de las Bodegas, o en Valladolid-, o de los que aún cantan en los coros parroquiales el "Te Deum laudamus" -vaya por delante que también están en su derecho, aunque a otros nos guste más "La Marseillaise"-, y ahora muy nazarenos, no les plazca eso de sufrir ventosidades de la Fe ni aunque sea en pro del Raciocinio. Y antes de que el teórico "viejo rezador, aunque de mozo fuera muy jaranero" nos lo afee en seco, vamos a acabar yendo de una vez al proyecto concreto con que hemos pensado festejar esta tendencia dicharachera por la escritura. Y que, según ustedes lo van a ver -si quieren-, no tiene más mérito que la de despotricar un tanto discursivamente, aunque con libertad de expresión, ¡faltaría más!, contra las pénalités que han asolado y siguen asolando a los contribuyentes de toda laya y tendencias que han coleado, pastoreado o callejeado, ya sea continente arriba o isla abajo, siglo va y siglo viene, por este mundo tortuoso, azotados siempre -o casi siempre-, en sus luchas laborales-económicas, por las politiquerías-patrióticas, nunca subyugadas por los juegos florales, muy aburridos por lo general, y más emparentadas con la intolerancia, el despotismo y la tiranía dictatorial de los gobernantes, ya fueran pontificios, imperialistas o hasta republicanos.





Y es que ese guirigay  "satrapesco" que en el hombre entraña (entre otras, que ahora dejamos para el rigor más historicida) la emoción del Poder, no es más que una intestinal jactancia tan pendenciera como infatigable, tan diarreica como glucémica, que por mucho que apeste y mate más que la otra Peste, la bubónica, siempre acaba reconstituyéndose o resucitando con sus viscerales escalofríos, la mar de conspicua y quirúrgica, entre nuevas ilusiones vivificantes y sobresaltos placenteros, convencida de que siempre tiene billete de vuelta, porque ¡ay de quien se atreva a soltarle que lo que hay no es más que lo que hay!: ¡mucha propensión a las flatulencias sin futuro, y un billete de ida,... y va que arde!. Mais, c'est la vie!, dado que la política, ¡pchs!, por la necesidad que de buscarse camorras entre sí ha anidado siempre en las nunca demasiado claras y deseablemente nobles virtudes de los bípedos pensantes, "cabe género humano", es ya una idiosincrasia congénita que nos viene pegando la pelma al vecindario de este globo terráqueo desde hace miles de años. "¡Que desconsideración"... "¡No, oiga!, pero ¿que dice usted? ¡No ve que la política es un imperativo del que no podemos prescindir!" "¡Uy, pues si que es usted finolis con eso del imperativo! Aunque aquí el que nos está pegando la pelma es usted con tanta disqui...como se diga..." "¿Disquisición?"... "Eso. Porque, ¡a ver!, ¿no habíamos quedado que nos iba usted a hablar de ese mengano, romano y tiranuelo, don Cornelio Sila? Pues, ¿no sé a qué espera, leñe?... ¡Usted perdone!. ¡Tiene razón, menuda matraca!... 

La vida, pues, y no vamos a insistir en ello porque lo sabemos de sobra y ya es un tópico, nunca ha sido sencilla ni lo será. Y todo eso de los grandes dilemas ante los enigmas del destino no es en verdad más que un embuste como otro cualquiera. Porque el destino, si existiera, ¡a ver si nos enteramos!, no sería (como decían nuestros viejos colegas griegos quinientos años antes de Cristo) más que "pura tragedia". La historia humana casi nunca ha estado establecida en campos vírgenes, sino más bien en bosques infinitos donde hemos habitado por lo general como tribus salvajes. Y, por lo que parece, sea de un modo u otro, miles de años atrás o cientos más próximos, esto sigue siendo el cuento de nunca acabar. Las guerras se suceden, ya sean serviles, sociales o civiles. Y los que las provocan, al tiempo que se aprovechan de ellas, siguen tratando de convencer al hombre de que "hacen falta". Y cuando acaban, no queda más paz que la del cementerio, y, quizás, alguna gloria a quien nos la impuso, que en más de una ocasión, tras zamparse los plenos derechos democráticos de los que todos los habitantes de este planeta deberíamos disfrutar, van y se proveen de nuevos ejércitos con su sistema habitual de actuación, encabezada, como es de cajón, por algún nuevo tipo de dictadura o por un remedo de la misma a la que tratan de disfrazar de esa necesaria democracia que a fin de cuentas todos nos merecemos por aguantar tanto cambalache político y tanta demagogia farragosa. ¡Premio para el vencedor!, y los demás ¡allá nos las compongamos!







Todo esto puede resultar muy monótono, y al elegir a Lucio Cornelio Sila para contar uno de tantos cronicones historicidas donde resurja el mito de la tiranía, lo hago como el cínico a quien se le da un ardite los mudos reproches que se le hagan, y porque al buscar respuestas a tanta insensibilidad como la que nos endurece en nuestro siempre complicado contacto con la tierra que nos acoge, las impredecibles respuestas a las que aludo, ¡qué remedio!, me van a parecer faltas ya de cualquier lógica. Y así, ¿ven ustedes?, me voy con Sila como me iría, ¡pchs!, con don Teodoro Quintín Palomo, colegiado, contribuyente, ecológico, discursivo, diabético, viudo ("Vaya, le acompañamos en el sentimiento"), y  ya jubilado, que, en lugar de frecuentar bares, bancos de parque, o asociaciones de tercera edad, y darle a la cháchara superflua y metomentodo de los abueletes cuenta batallas, o acabar discutiendo de politiquerías con algún que otro cazurro, se queda en casa, bien acomodado en su viejo sillón de "Spanish Fairdeal Furniture" -Empresa de gangas que ya cerró-, viendo el plasma LED, comprado a plazos en "Media Markt", porque es de inclinación sosegada, aunque resople frente a los debates políticos, y ante tanta desunión y embrollo parlamentario como el que hay, y que ya está durando más de lo permitido. Don Teodoro aguanta con paciencia, considerando que los acontecimientos deben seguir reclamando la atención de todo ciudadano que crea en la democracia, aunque quizás eso deba atribuirse a que ha sido de derechas de toda la vida, y por eso posee habilidades y tendencias para seguir calibrando la capacidad benefactora del Estado, que, pese a las corruptelas que se suceden hoy y mañana quizás, es el más apto para desfacer entuertos y cesar las voluntades desavenidas de su entorno Gubernamental. Un entorno de barones canallescos que, al parecer, con todo lo que han estado chupando, aún sigue lleno de ambiciones insatisfechas. Pero como este dichoso mundo sigue rebosante de dolorosas evidencias que parecen no tener fin, a don Teodoro como a ocho millones más de Teodoros y Teodoras en su situación, últimamente se le suelta el vientre muy a menudo tratando de  liberarse de ideas lúgubres, porque ha sudado lo suyo para llegar hasta la jubilación, y como los desmanes se suceden y las crónicas son cada vez más ruines, como dijo el poeta "ambitionem vincit omnia..." y aunque a más de uno se le haya caído el pelo, verbigracia: algún "Bárcenas", "Camps", "Correa", "Granados", "Rato", "Grau", y otros largos etcéteras -al "Pujol" no lo meto en el ajo, porque, aunque esté podridito de afanados "calés", aún sigue tan campante y ¡a ver quién es el guapo que le quita lo "choriceao"!-, don Teodoro no sabe si seguirá cobrando su bien merecida pensión, con la que poder seguir tirando en este valle lloricón que es la vida -antes y después de los sesenta y cinco tacos-, comprando en "Carrefour", con tarjeta de crédito, sus necesarios antojillos alimenticios, y llegar a pagarse algún geriátrico cuando chochee del todo si es que no acaba cascando antes. "¡Quite, quite, hombre... no me venga ahora con latinajos incomprensibles ni me sea tan tremebundo, que la hucha de las pensiones está más que segura!" ..."¡Bueno, bueno!, pues nada, que me voy con Lucio Cornelio Sila"...

... Era más listo de lo corriente, que ya era mucho allá por el 88 antes de Jesucristo, cuando fue elegido cónsul. Los conservadores romanos, que estaban venga darle a la rueda de sus malos hábitos y admitían sin desdoro que cada vez que fuese necesario "sacarle brillo a sus utillajes crematísticos", lo mejor era pasarse por las partes pudendas las leyes y las instituciones democráticas, apoyaron, al margen de la Constitución, la elección de esta figura de poca monta que era Lucio Cornelio Sila y que carecía del obligatorio cursus honorum para tal opción. Estos conservadores, mastuerzos incíviles, expertísimos en todos los embrollos plenipotenciarios que podamos imaginar, y a los que, como se ha dado a entender, lo único que les importaba era seguir disfrutando de sus buenos emolumentos pecuniarios con sus politiqueos corruptos, sus cohechos beneficiosos, el pillaje y sus bien ventilados negocietes -porque en sus interioridades olían a urinarios, que, por aquel entonces, no eran más que esquinas donde desaguaban los romanos-, aún recordaban las medidas que pusieron en peligro sus presupuestos estatales con las reformas parlamentarias que en el 91 había propuesto el tribuno Marco Livio Druso, padre nada menos de la joven que, años después, habría de casarse con un tal Octaviano, oscuro personajillo que, impensablemente, habría de pasar a la historia como César Augusto. Livio Druso había planteado a la Asamblea de Roma tres enmiendas fundamentales: a) Que los pobres, tan abundantes en la urbe y escasos en los campos aledaños, recibieran tierras para cultivar; b) que el monopolio sobre los jurados debían estar en manos del Senado; c) y que la "ciudadanía romana" se tenía que conceder definitivamente a todos los italianos libres. Se aprobaron las dos primeras; la tercera no se llegó ni a deliberar porque Marco Livio Druso, conocido ya como "El Tribuno", murió apuñalado en su propia casa por una desconocida mano asesina. Esta muerte desencadenó la que sería conocida como "Guerra Social" que duró desde el 91 hasta el 88, ya que toda Italia seguía siendo tratada como una provincia conquistada, exprimida con impuestos abusivos, levas militares y leyes aprobadas por el Parlamento de Roma.

La península, tan falta de buena salud democrática, y que veía claro que como sus bisabuelos y abuelos eran habitantes de esos que no han de quedar ni para simiente, se levantó en armas, ansiosa de pasar por la historia levantando una buena polvareda, a fin de poner en un brete -sangriento- a aquel Senado, cutre y choricero, aunque etéreo y feliz, pero que como los burros no cejaba en el empeño de negarles la ciudadanía romana. El pánico cundió en Roma, y hubo que recurrir a Cayo Mario, el héroe del sitio de Numancia, casado con Julia, hermana de otro Cayo, pero éste perfilado con letras de molde que rezaban "Julio César", destinado a hacer hablar de él durante milenios. Roma no reparó en gastos y Mario improvisó un ejército que, yendo de victoria en victoria, casi acabó devastando Italia. Trescientos mil hombres, confusos y revueltos, entregaron sus vidas como precio y merecimiento a los contribuyentes de Roma. Y es que aquellas escabechinas a las que tan acostumbrados estaban los romanos parecían regirse por el principio que mil setecientos años después expuso el francés Lavoisier: "Que en aquel dichoso universo -entonces Imperio Romano- nada se creaba ni se destruía, sino que no hacía más que transformarse". Así que, tras la leña recibida, los rebeldes, que habían proclamado una República Federal con capital en Corfinio, cascaron definitivamente, y Roma decidió conceder la ciudadanía a etruscos y umbros, los únicos que, durante la "Guerra Social", habían permanecido fieles al Estado Romano.