martes, 17 de febrero de 2015

Frente al oscuro espejo del mundo







Autor: Tassilon-Stavros

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FRENTE AL OSCURO 

 

ESPEJO DEL MUNDO



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Europa: silencio, muros en las fronteras y vacío humanitario, mientras cientos de miles de refugiados siguen muriendo en el Mediterráneo
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A Aylan Kurdi, dulce critatura como tantas que lograron "sobrevivir a las bombas y a la guerra, pero no al mar ni a las barreras geográficas y legales que separan un Oriente Próximo en llamas de Europa" ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas lágrimas!...
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Cuando justificamos nuestros enconos frente a la saña, las mentiras y delitos más infames de este mundo, es porque escarbamos insaciables entre sus secretos de ferias monstruosas, que siguen formando una capilla privilegiada entre cirios de luces tristes donde se encarna el mal, y se abren surcos a tantas miserias que aún encuentran con que regocijarse. Y volvemos a dormir en templos de una tiniebla que gobierna los pensamientos. Y todo se pudre así en los fosales comunes de las ferocidades de las guerras y sus fanatismos. Sienes abiertas, cicatrices espantosas, que no apetecieron la muerte, pero fueron torturadas por los sicarios de la tierra, enfangados por la locura, y que siguiendo sus extraños mandatos vindicativos, retuvieron su cáncer en los párpados.

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Siempre anduvimos predispuestos a las más recogidas emociones, aun sintiéndonos duramente acechados. Pero nada hay tan acerbo para quien sufre por sus ideales como una sospecha de vileza. ¿Qué nos aguarda, pues, frente al oscuro espejo del mundo, salvo la enfermiza sequedad del tránsito de muchos tiempos equívocos donde reinó la ignominia? Y ante esa pátina corrosiva en la que se reflejan las emociones del más amargo desamparo, debemos sonrojarnos todos, como culpables, no siéndolo. Espejo de los conflictos que al hombre observa con la tortuosa fijeza de sus ojos de vidrio y de color ceniza. Distancias que nos siguen contemplando con la desnudez recelosa del odio y sus mil aturdimientos ávidos.

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Habríamos de menester otra vida para vernos mitigadamente en ella. Y transubstanciar nuestras pasiones en el espíritu y en la carne de cuantas creencias una vez fueron extraordinarias. Revivir los recuerdos de una fraternidad perdida, que debería haber permanecido inmóvil en el tiempo, entre éxtasis y visiones de paz y amor, velando siempre el instante. ¿Qué fue de aquella tan irresistible como incomparable herencia de ingenuidad primigenia, que hoy se desliza con sutil escarnio entre las conciencias? Y hay que glosar de nuevo en nuestro siglo los anacronismos del mal, aquellos que alimentaran sus más perversas tentaciones, porque otra vez nos enfrentamos a una revelación del horror, de la que, para nuestra vergüenza, ahora nos cercioramos, jamás huyeron ni sus crímenes ni sus indignidades.
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Y así sufrimos una vez y otra todos los espantos de las criaturas a las que flagela la dañina e impotente oscuridad del miedo. Y por más que esforcemos el ahogo de nuestras voces, ¡nadie oye! No somos más que un templo idólatra entre palpitaciones intolerantes, porque nos nace en cada poro una granulación de maligna frialdad... ¿Quién no desearía volver a arrojarse en aquel refulgente universo de nuestros perdidos cielos de bondad? ¡Noches del mundo hacia donde fueron miles de ensueños! Pero, como tantos otros, sé que no habrá nada en nuestras nuevas horas despiertas, salvo el terror y el rugir de las llagas de sus lenguas tenebrosas y radicales.


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Hay hombres que no esconden lo que más les valiera no poseer con tanta abundancia. Esa lóbrega fanatización que no se sacia de sus horas desposeídas, o de sus escombros abrasados por la venganza, ni del tumulto de tantas angustias resentidas, que endurecen sus oídos. Pero entre esa brutalidad escrita con sangre, hay que dejar nuestro grito de pesar, de protesta generosa, porque aún debemos soñar con una palabra que nos tiente a levantarnos. Esa inefable dádiva que arde en un fuego necesitado de socorro por tanto dolor que no recibe su limosna de piedad, y que sigue alimentando el festín de sus venenos entre los posos y las hieles de los hombres, y que no vuelve su vista hacia los horizontes de las memorias fraternales, hoy cegadas de nuevo por la muerte.