lunes, 16 de enero de 2012

Nerón, Emperador y Dios, Artista y Loco



Autor: Philip Vandenberg


"...
Este es el hecho: la noche del 12 de octubre del 54, en el palacio imperial, ubicado en la colina Palatina, se sirvieron setas. Los hongos constituían el manjar predilecto del emperador Claudio. El ágape se desarrolló según las pautas habituales. Mientras la familia imperial cenaba reclinada ante la mesa, los músicos hacían sonar sus instrumentos. Según era la práctica, Haloto probó cada uno de los alimentos y cada una de las bebidas para luego ofrecerlas a Claudio, un procedimiento repetido miles de veces y en cuyo desarrollo nadie prestaba atención. Así pues, tal vez nadie se percatara de que Haloto extraía de su manga una redoma y derramaba algunas gotas de un líquido inodoro sobre la seta que acababa de probar con la mayor naturalidad... Evidentemente Claudio se sentía bien. Pero de repente se llevó la mano a la cara y palideció. Una esclava corrió a acercarle una jofaina de plata. Quizás su Majestad deseaba vomitar, nada fuera de lo común en el anciano emperador... "¡Un médico, buscad un médico!"-gritó Agripina agitada. A poco, compareció Xenofón, un griego oriundo de la isla de Cos, famoso por su arte de curar. Se vio entonces con qué diabólica perfección había premeditado Agripina el asesinato de su esposo. Xenofón pidió al emperador abrir la boca plenamente. Le introduciría una pluma en la garganta para facilitarle el vómito. Claudio, en un estado de total apatía, no advirtió que el galeno sumergía la pluma en un frasquito similar al que el catador Haloto había ocultado en su manga. Entretanto Agripina apremió a todos los presentes a abandonar el comedor, con excepción de Británico y sus dos hermanas. Claudio se empinó para volver a desplomarse entre estertores. El médico ya no pudo extraer la pluma. Aterrorizados, Británico, Octavia y Antonia se quedaron con la mirada clavada en la cánula que emergía de la boca de su padre agonizante... Británico, de sólo doce años, prorrumpió en amargo llanto. Agripina, aparentemente transida por el dolor, se acercó al muchachito, lo abrazó y trató de consolarlo. Su pena pareció esfumarse de súbito al regresar uno de los dos recaderos y susurrarle algo al oído. Paralizada por el espanto, se quedó con la mirada clavada sobre el difunto emperador, como recién salida de una pesadilla. Los augures acababan de pronosticar que los signos se mostraban adversos para el nuevo emperador... Oscuros y amenazantes nubarrones se deslizaban raudos sobre la ciudad y una tremenda tormenta se cernía sobre el Palatino. El Imperio Romano, setenta millones de personas, había quedado sin emperador. El destino de todos ellos estaba en manos de una mujer ambiciosa: Agripina... A partir de aquel momento Agripina no desperdició ninguna oportunidad para exaltar más aún su prestigio público y demostrar al pueblo quién era el verdadero soberano de Imperio Romano. En su carruaje tirado por caballos pasó a toda carrera por el sagrado suelo del Capitolio, acto sólo permitido a los sacerdotes y al emperador hasta donde alcanzaba la memoria humana. Evidentemente, tal actitud no podía sino responder a su intención de mostrar en público que ella misma era el emperador y nadie osó disputarle tal derecho... Al mismo tiempo, supo apresurar con gran habilidad la carrera prefijada de su hijo, Lucio Claudio Domitio Nerón. En el 51, el mismo año en que naciera el futuro emperador Domiciano, se le otorgó la "toga virilis"; doce meses más tarde, a la edad de dieciséis años, fue nombrado prefecto de la ciudad de Roma y en el 53 contrajo matrimonio con su hermanastra Octavia, hija del fallecido Claudio, de sólo trece años de edad, para complacer a su madre. De este modo quedaron puestos los hitos. Nerón no podía desviarse ya de su camino: sería emperador"
 

 

La investigación del hecho histórico carecería de vida si al tratar de combinar el conjunto de datos y sus fuentes, tan sólo fidedignas, por lo general, hasta cierto punto, no añadiéramos, casi como motivo dominante, un alto grado de cuantas reflexiones morales pudieran llegar a plantearse sus protagonistas y la mayor cantidad posible de anécdotas que aportar puedan también una especie de "magnitud imponente" (ya sean de inocencia o de crueldad) a sus figuras. "Recoger y clasificar los datos relativos a ejemplares humanos, simbolizaría Suetonio, es alentar un parcial alejamiento de la falsedad". Un investigador debe, pues, convertirse en un científico impulsivo y entusiasta, que naturalmente trate en especial de rehuir la siempre acerba crítica en el momento de adentrarse en un sumario de caracteres y empresas históricas. De Lucio Claudio Domitio Nerón, hijo del cónsul Cneo Domicio Ahenobarbo y de la bisnieta de Augusto, Agripina la Menor, siempre nos quedará esa especie de "postulado filosófico" con que se reconoce al "triunfante mito", y que se origina de una conmoción desproporcionada cuyo nacimiento, pese a todo, no puede analizarse de forma racional. 


Al acercar a Nerón, por tanto, al estudioso exigente o a todo aquél que prefiera mantenerse distante de la historia y de su prolongamiento por la superficie de la vida humana, considerándola como un estéril recorrido, poco importante intelectualmente (vaya hacia esta consideración la lógica característica natural de la inteligencia del hombre, sea cual sea el camino en que puedan converger sus gustos o aficiones), este polémico soberano romano, como mito histórico, aunque deba ser examinado con lupa, no traiciona en absoluto la sugestiva visión del estudioso, ya que no desalienta en absoluto el clima exigido por el "holocausto" de la aventura histórica, no menos mítica, de la que sobresale, como circunstancial protagonista dominante. Nerón, al igual que tantos otros personajes históricos, protagoniza, pues, una parte de ese universo desenfrenado que suele renovar la historia, y, por supuesto, se hace cómplice necesario de ella. Nadie puede quizás entender su intimidad, sus oscilaciones entre posturas perjudiciales, sus actitudes tantas veces faltas de sentido común, al tiempo que otras muchas bordean la locura; que convierten su realidad en un itinerario nuevamente estéril de crímenes, y a él mismo en una sombra secular que nos hablara como si nada especial hubiera sucedido durante su reinado, para acabar haciéndonos partícipes de los casi "progresistas" y con toda probabilidad "sinceros anhelos" que lo devoraban. Pero los dioses callaban, mientras que él, como dios viviente, trató de recabar el fervor no tan sólo de quienes se reclinaban en la elegancia y molicie gentílica, sino también del plebeyismo de los pueblos conquistados y que nada sabían de esa felicidad abominable de perversiones, de sensualismos exquisitos de Roma, y que aquella especie de criatura en pena llamada Nerón Imperator se flagelaba con el sadismo de una gloria enlutada que era la medida de la maldad de la ciudad que gobernaba al mundo conocido. Su altivez ofrendaba las razones a su espanto, al tiempo que su abyección conturbaba su pensamiento. Fue cruel porque era cobarde. Creyó en la protectora quimera de una grandeza basada en la belleza que en realidad le humilló hasta el instante culminante de su veloz caída.





"Sin duda, Octavia, la esposa de Nerón, una niña entonces de sólo cator
ce años, no era una beldad, si bien ese no era el motivo por el cual jamás se consumó la unión nupcial. A raíz de su educación, Nerón padecía una inhibición sexual y había sido mal encaminado. Los años críticos de la pubertad al cuidado de un bailarín y de un peluquero con inclinaciones homosexuales influyeron decisivamente en su ulterior conducta de roles, y una niña mal podía tener la experiencia necesaria para encauzar por pautas normales la confusa sexualidad del emperador adolescente. En este aspecto, el comportamiento incestuoso de Agripina no aparece menos reprochable... Nerón era un esclavo de su madre en todos los aspectos, y a la postre fue esa dependencia la que determinó el conflicto de su vida. Agripina, que le había tomado el gusto al poder, que se embriagaba en él, olvidó o no quiso percatarse de que el sobreprotegido hijito de mamá se había convertido en un hombre independiente en su manera de pensar y sentir."




Pero Nerón no escoge su personalidad altísima, no agravia a su viperina madre o a su inocente esposa de catorce años, desarrolla sus proyectos aspirándolos tan vertiginosamente como la preeminencia jerárquica que lo sitúa en el trono de Roma por medio de la influencias intrigantes y criminales de Agripina. Los sedimentos pasionales y las hieles de los hombres fermentan en la milagrería regocijante de un imperio que se abre ante él como si brotara a empujones por culpa de los mil temporales malintencionados que lo exaltan y en cuyo mar embravecido y sus innobles peñascos acabará atrapado y destrozado. Roma, como vertedero de humanidad primitiva, concede a Nerón sus "remiendos" y desolladuras, entre cientos de imágenes descoloridas que se sirven de la malicia de las pasados infortunios y futuras satisfacciones en que fue engendrado. Es un ser que habrá de extraviarse sin remedio en el frío horror voluptuoso y desquiciado que tasa el tiempo de su cuidado; que vive, pues, en olor de perdición entre la bambolla de la abundancia en una Roma donde hasta las horas más oprimidas por el crimen y el horror juegan a regodearse con las imaginarias grandezas de su historia corrompida. Nerón, enfermo de tantos males olvidados, y convertido poco a poco en uno de sus halcones más hambrientos, revolotea por la ciudad gloriosa y dorada, inflamado por los vivas al príncipe. Pero Roma es un homicidio que se abrasa en su propia calentura colectiva, como mercaderes ruines en su feria. Y Nerón, como antojo nacido de los estercoleros, rebrinca en su bailes y cánticos demoníacos, hasta acabar fascinándonos, porque el mito también nace de una teología fatalista, de la maldad específica que diferencia al hombre de la bestia, de una lógica del sentir que desecha la razón para justificar el daño. El mito, al cabo, ríe, rabia y odia. Y deja en nosotros su estela de muerte, porque, como el mismo Nerón, mata muchas veces por vanidad y miedo.
 

 


"Cuanto más trataba Agripina de sujetar a su ya ensalzado hijo, mayor era la repulsa interior que iba naciendo en su interior; el odio que le provocaba. Finalmente, no hubo otra alternativa: uno de ambos debía morir... No sabemos a ciencia cierta cuándo concibió Nerón por primera vez su plan matricida, pero debió transcurrir mucho tiempo antes de que lo llevara a la práctica. Temía a su madre y sabía que un golpe fallido le costaría la cabeza; por lo tanto, procedió con suma cautela. Además, no quería poner en juego el amor de su pueblo a través del matricidio. Sumiso como un niño, durante los banquetes se sentaba a sus pies. Él, a quien adulaban y hacían objeto de zalamerías por todas partes, no recibía, sin embargo, de su madre sino críticas y reproches. A sus ojos, el emperador seguía siendo un menor de edad. Como no era usual que el "princeps" se presentara ante el Senado en compañía de su madre, Agripina invitó a los senadores a celebrar sesiones en el palacio. En la sala de audiencias dispuesta a tal fin, detrás de las hileras de asientos, hizo perforar una pared y disimular el hueco con un cortinado para poder seguir el curso de cada sesión sin ser vista por los presentes... En el año 55, Nerón exoneró a Palas, el favorito y amante de su madre, de todos sus cargos y lo expulsó de palacio, donde ya había establecido su residencia. Agripina se indignó: "Británico (hijo de Claudio y su primera esposa Mesalina)-manifestó a Nerón públicamente- es el legítimo y digno heredero de ese dominio patriarcal que en estos momentos ejerce el hijo adoptivo interpuesto, que eres tú. ¡Y por añadidura ofendes a tu madre! No tengo inconveniente en que salgan a la luz mis propias actividades de empozoñadora. Pero si el hijastro está aún con vida, es por la providencia de los dioses y la mía propia. Me presentaré con él en el cuartel de los pretorianos y allí escucharán a la hija de Germánico"... Nerón no podía oír tales amenazas sin actuar. Británico cosechaba compasión y simpatía. Podía tornarse peligroso para Nerón. Polio Julio, comandante de una cohorte pretoriana, pensó en la famosa envenenadora Locusta, que preparó una pócima misteriosa, y la entregó a los venales preceptores de Británico, quienes la echaron en su comida. Nerón nada supo de aquellas maquinaciones, sólo había dado su asentimiento para eliminar al hermanastro."
 

 

En la escena política romana, año 55, se recortan ya claramente las figuras cruciales de dos protagonistas: Agripina y Nerón. Sobre ambos se vuelcan los peligrosos estímulos de unas mentes muy significativas, que no habrán de detenerse ante nada para superar no ya los obstáculos, sino los desastres que poco a poco "lograrán acumular sobre sus cabezas". Calamidades que encierran ya en sí mismas las semillas de la propia destrucción. Los imperios no entienden la locura, siempre creen avanzar de la forma más acertada, y desconocen que, por lo general, se abren camino a través del caos que habrá de llevarlos a su indefectible ruina. Cada nueva generación sigue, pues, "comerciando con la supremacía" con idéntica falta de escrúpulos que la anterior. Cualquier resistencia a este dominio absoluto que conocemos como Poder determina, en mayor o menor medida, la inmundicia que escolta el flamante nacimiento de un régimen autócrata; lo revaloriza, lo induce al desorden, se empantana en los inevitables charcos de una nueva "crónica negra", y entre una deseada pero imposible despreocupación, que lo arrastra hasta el cinismo y la demencia, se obsesiona creyendo vivir entre una siembra de éxtasis celestiales, que ocultan en verdad visiones diabólicas, tras los cuales germinaron unos privilegios que habrán de tomarse su desquite provocando la propia caída. Los odios también alcanzan así su versión peor, porque atraen al pueblo, a los propios servidores del imperio, a la soldadesca, al intelectual convertido en parásito y que halla en su emperador un propicio patrón al que reverenciar, lisonjear y abusar. Y por supuesto, en este devorar arriesgado al principal protagonista del imperio, se muestra cauteloso y prudente, tratando a toda costa de sobrevivirle. Pero el Poder jamás se conmueve, porque en la mente de quien lo detenta suena el himno del elegido de un dios. Y, pese a todo, el "imperator" se siente en todo momento como un oficiante extenuado, frente al cual se alzan las tumbas de cuantos fantasmas le han precedido. Si pudiera oírlos "le contarían las maravillas de los horrores vividos", y le recordarían con sus frías órbitas de acusación que pronto habrá de seguirles, porque entre el ámbito tantas veces callado de los palacios, y que engañosamente conservan una luminosidad de muchos tiempos, tan sólo se guardan sensaciones de humanidad viscosa, de carnes descarnadas, de vestimentas de luto, de lumbres del crimen, de palabras de fiebre, de voluntades perdidas de las que únicamente quedan cenizas esparcidas, y de los miedos repentinos que siempre quiebran el encanto de cuanto una vez fue considerado como bello e inmarcesible. Nada cambia a los imperios y a su seleccionada tropa de hijos del "Poder", salvo el arrepentimiento en el lecho o en el oscuro rincón donde habrá de sorprenderles la muerte.


 

Philip Va
ndenberg se sumerge hasta el cuello en un orden de acontecimientos rigurosamente racional para suscitar la curiosidad del lector, y se vale sin escrúpulos de la variada gama de retratos humanos que impusieron sus nombres y actos al edificio Imperial Romano detentado por la figura de Lucio Domitio Claudio Nerón. No duda en conceder su veredicto condenatorio a un reinado regido por la férrea ley que le había impuesto sus pasadas grandezas, y que para mantener vivos sus fundamentales concepciones del derecho público y privado, de las costumbres y de la moral, de su viejo politeísmo pagano y hedonista, y que parecía no dejar margen a otras preocupaciones que no fueran las dedicadas a la supervivencia, bastándole con toda la verdad de "lo creado" por sus predecesores, prefirió dejar estancada la herencia cultural (filosofía y ciencias griegas que se hallaron al alcance del genio latino) en la que una vez brilló Roma. Nada ni nadie pudo ya evitar que el joven emperador Nerón, como antes lo hicieron el libidinoso Tiberio, el demente Calígula y el inhábil y achacoso Claudio, se abocara definitivamente a una vida de total disipación. Y por más que Nerón presumiese de que la naturaleza le había concedido un especial don de gloriosa desenvoltura en cuanto a empresas amorosas y poéticas concerniera, jamás para las políticas y guerreras, se comportó como el apuesto mozalbete al que se le abrían fácilmente todas las puertas palaciegas de la depravación más absoluta; labor ésta a la que acabaría por consagrarse por completo, y que el mundo que le rodeó llegó a "apreciar" de pleno, empezando por su misma madre, la violenta y dominadora Agripina, e incluso por su pretendidamente ascético, conspicuo filósofo y acomodaticio preceptor Lucio Anneo Séneca, a los que habría que añadir lo que se podría llamar otros "grupos de presión", como Sexto Afranio Burro, prefecto del Pretorio, que ejercería como asesor del emperador durante los primeros ocho años de su reinado, y el mismo Senado. Todos ellos se limitaron, en un principio (y hasta la apresurada muerte de Agripina, -admitida por Burro y Séneca, y tras la cual irían ellos poco después, Afranio probablemente envenenado, Séneca impelido al suicidio- crímenes propiciados por la ya desatada férula impulsiva de Nerón) a seguir el hilo de una dedicación exclusiva a los actos que concedieron parte de su mayor apogeo a aquella aventura de poder emprendida por el joven emperador, y cuya lógica más pura, su orden más metódico y su único sentido del justo medio venía fomentado por su carácter lujurioso, insolente, versátil, egocéntrico y arbitrario, y por un principio de individuación criminal que no tardaría en avalar con el matricidio y uxoricidio. Actos que trazan ya el extremismo esquizofrénicamente autocrático de Nerón, cuyos procedimientos inciviles y desproporcionados de degeneración política habrían de costarle el trono imperial y un avance calamitoso hacia el desastre que supusieron sus catorce años de reinado (54-68); un régimen difícilmente conciliable con las llamaradas de soluciones racionales y honrosas que iluminan y vigorizan los imperios.




Frente a la historia no hay que asombrarse de nada porque toda ella está como formada por una duración concreta del "momento humano", entretejido por las más sorprendentes piruetas que la "casuística" concede al mundo de los hombres. Roma, hedonista, sensual, cruel, nostálgica y populista vuelve de nuevo a nosotros, culminante y jerárquica, revestida de sus vestimentas de eternidad, olvidando que en muchas ocasiones se engañó a sí misma creyéndose más grande que cualquier otro imperio anterior. Y Lucio Claudio Domitio Nerón, gozoso y atónito de hallarse entre tanta grandeza, aparece entre las lejanas sombras del instante histórico que le tocó vivir, impresionado pero convencido de su potestad, a pesar de los desbordantes horrores en que se vio inmerso y que él mismo provocó. Así, a través de la pluma sobria de Vandenberg, el mismo Nerón, cual penitente del tiempo que se atropellara entre sus propias confesiones, se convierte en una especie de documento arqueológico que abre al lector un penoso recorrido a través del poder, y que, como si en realidad no pretendiera hacerlo, ofrenda de nuevo a la historia, por medio de sus actos injustos, crueles, intolerantes y caprichosos, una de las mayores obsesiones que han perseguido al hombre desde sus orígenes: la presencia innegable y persistente del Mal en un mundo que probablemente fue creado para el Bien.



"... Británico: En lugar de la noticia de la consumación, Nerón recibió un parte según el cual su hermanastro Británico había vomitado luego del intento de envenenamiento. Angustiado por el temor que se supiera su atentado, el emperador hizo comparecer en palacio a Locusta, la envenenadora. La increpó por no haber suministrado a Británico veneno sino una medicina y con su propia mano abofeteó a la perpleja maga. Suetonio relata que le habría propinado una soberana tunda. Nerón arrastró luego a Locusta hasta sus aposentos y la obligó a preparar ante sus ojos una segura pócima venenosa con los diversos ingredientes que la mujer siempre llevaba en su bolso. Acto seguido llamó a sus esclavos: "¡Traedme un macho cabrío!" Nerón le hizo tomar la mixtura y pasadas cinco horas el chivo murió. Esa noche, durante la cena, el emperador hizo echar el veneno en una bebida de Británico. Bastó un primer sorbo y el hermanastro cayó al suelo. "No es más que uno de sus ataques epilépticos"-tranquilizó Nerón a los comensales, pero en realidad Británico ya estaba muerto... Agripina, presente en el ágape, quedó paralizada de horror. En lo más íntimo de su ser se había enseñoreado la angustia: ese hijo suyo, que hasta los diecisiete años la había obedecido de forma incondicional, había eliminado a un peligroso rival sin mediar su conocimiento, sin su intervención ni su ayuda.
 

 


Popea Sabina
: Tenía antecedente. Su madre del mismo nombre ya había tenido fama de ser la más bella del mundo, y ella no le iba a la zaga. A temprana edad la había desposado Rufio Crispino, pero Popea llevó su matrimonio muy libre, virtuoso en apariencia, pero en realidad lascivo. Iba semicubierta de velos para no dejar ver a los romanos mucho de sus encantos, una artimaña para avivar su concupiscencia. Popea se burlaba también de las apetencias sexuales del emperador, algo por demás temerario, pues a cualquier otra persona le habría costado la cabeza. Nerón seguía con Octavia y por añadidura estaba también la emperatriz madre, aún cuando su influencia había decrecido bastante. Sin embargo, Agripina no se daba por vencida: una y otra vez intentaba seducir a su hijio. Descubría ante él sus senos turgentes y Nerón deseaba besarlos. Popea sabía de ello y a menudo hacía al emperador blanco de sus chanzas llegando a llamarlo niño menor de edad.. "Tú no eres siquiera amo y señor en este trono-lo amonestó cierta vez-, no tienes libre voluntad. ¿Por qué aplazas nuestra boda? ¿Te desagrada mi fecundidad? ¿O mi sinceridad? Si Agripina sólo puede soportar a una nuera como Octavia que su hijo aborrece, devuélveme a mi esposo Otón y me iré con él a cualquier parte del mundo donde sólo me llegue la ignominia del emperador"... Estas palabras no dejaron de influir en Nerón. La muerte de Agripina fue para él cosa resuelta. Esta sería la única manera de conquistar a Popea. El odio acumulado contra su madre, el deseo de poseer a la amada y el miedo a ser descubierto como matricida le hicieron concebir planes grotescos.
 


A
gripina: Nerón hizo construir en dormitorio de su palacio en la ciudad una trampa mortal. Un grupo de artesanos desarmaron el pesado cielorraso de madera de la alcoba. Cuando Agripina regresara a su habitación se desplomaría sobre ella y la aplastaría. El empleo de obreros fue ingente, el plan se hizo público y debió ser desbaratado... Aniceto, comandante de la flota del Miseno y hombre de confianza de Nerón, concibió otro proyecto. Un barco de placer, cuya particularidad era que con un movimiento de palanca se partía por el medio. Agripina no era ajena al rumor según el cual Nerón preparaba un atentado contra su vida, pero dio poco crédito a las habladurías, pues no hacía mucho su hijo había manifestado públicamente en un discurso que era menester soportar la ira de los padres y saber moderarse. Agripina se trasladó al barco en oportunidad de la fiesta de Minerva, cuando debía realizarse la botadura. Charlando, caminaron lentamente hacia la villa enclavada entre la montaña de Miseno y el golfo de Bayas. Se insinuaba el crepúsculo y el mar estaba en calma... La madre del emperador tomó asiento en el sofá emplazado en la popa de la embarcación, bajo un pesado baldaquín Acerronia, su dama de compañía se echó a sus pies. De repente el baldaquín se desplomó con gran estruendo sobre el sofá. Al parecer los dioses tendieron su mano protectora sobre ambas mujeres. El alto respaldo del sofá atajó el techo y soportó el peso de las chapas de plomo. Acerronia cayó al mar. Agripina, presa aún debajo del baldaquín, comprendió entonces lo que allí se tramaba. Trató de liberarse y alcanzar a nado la orilla. La asaltó entonces un pánico mortal... Nerón se enfureció cuando supo el fracaso de su atentado, pero pronto su ira se trocó en pavor. Conocía a su madre y sabía que no dejaría de intentar cualquier medio para eliminarlo. "¡Pronto estará aquí!, y no tardará en vengarse. Armará a sus esclavos o instigará a sus soldados, o se volverá al Senado y al pueblo y me imputará el naufragio, sus heridas y la muerte de su gente de confianza. ¿Qué haré?" La pregunta iba dirigida a Burro y a Séneca. Según Tácito, se ignora si ambos estaban enterados del complot. Finalmente, Séneca miró a Burro y le preguntó: "¿No se puede ordenar a los soldados que maten a Agripina?...
 

 


Amanecía cuando un comando de caballería fuertemente armado, a cuya cabeza iba Aniceto, avanzó hacia la mansión de la emperatriz ma
dre... Apareció la figura de Herculeio, un capitán de barco, Obarito, el centurión naval, y el mismo Aniceto. Agripina conocía a estos tres siniestros personajes y comprendió lo que significaba su presencia, pero ni aun entonces perdió su orgullo y su dominio. Se dirigió a Aniceto: "Si has venido a visitarme, dile a tu señor que ya me encuentro bien. Pero si tu intención es matarme, no creo que la idea partiera de mi hijo. Un matricidio no puede ser ordenado". Los tres hombres ignoraron sus palabras y arrojaron a la indefensa mujer sobre la cama. Herculeio descargó la porra sobre su cabeza y un hilo de sangre empezó a manar de su boca, pero no perdió el sentido. Entonces el centurión desenvainó la espada: "¡Húndela en mi vientre!- gritó Agripina en tanto levantaba el camisón transparente y abría las piernas. Obaritó atacó. "¡Que me mate, con tal de que llegue a ser emperador!", había dicho Agripina cierta vez, y al parecer, después de haberlo alcanzado todo, experimentó cierto placer en morir... Esa noche, tan pronto se enteró de la consumación del atentado, Nerón se dirigió a Baulos. Quería ver a su madre una vez más... Se acercó y acarició el cuerpo de Agripina. "¡Ved la belleza de sus senos!"- dijo a sus acompañantes. Todos se miraron horrorizados. Nerón analizaba otras partes del cuerpo de su madre. "Tengo sed"-exclamó de improviso. Le alcanzaron una escudilla, y luego se retiró a la estancia contigua. Allí permaneció silencioso, con la mirada perdida. Ofrecía un aspecto de total perturbación. Hacia donde dirigiera la vista, veía por todas partes la sombra de su madre, creía percibir figuras de furias que enarbolaban antorchas encendidas y látigos, imágenes de las que no se liberaría en lo que le quedaba de vida."
 

 


El perfil psicológico de Nerón ha vivido ya su primera mutación. Egocentrismo, intemperancia y crueldad se hacen patentes en su reinado para sostener una vida lujosa y parásita. Fue como, si una vez inmerso en el horror que iba a condicionar su escaso futuro jerárquico, se sometiese a un enérgico "lavado de cerebro" y a toda clase de cuantas nefastas tentaciones pueden acompañar el Poder. En la voluntad del emperador se originan conceptos inexplorados de rigidez abominable, de perversiones, de elegancias, y de voluptuosidades que concederán los más impuros matices a su figura de hombre joven seducido por el refinado y exquisito sensualismo de la vida palaciega. En consecuencia, Roma vuelve a flagelar a su "imperator" con el sadismo que suele guiar todo deleite de perdición. El Poder pesa en la frente como un bronce y participa del pavor de las sombras. Sombras de horrores pretéritos que también se detienen ya ante él contemplándole y forjando apariciones de difuntos príncipes que dejaron tras ellos la llaga ardiente de su ética equívoca, de sus crímenes, del simbólico paralelismo en las acciones que abrirían para ellos la senda de su autodestrucción. Nerón acabará comprobando, casi sin proponérselo, que detrás de cada acción cometida en nombre del Poder, loco cáncer que habrá de corroerle, se halla un ahogo de repugnancia. El Imperio no era en realidad más que un inmenso cadáver tendido a lo largo de su existencia y con el que tendría que convivir interiormente a solas. Eso era lo horrible. Vivir con sus culpas calladas, sus congojas, sus pesadillas, y defenderse a sí mismo del rigor de su conciencia mientras trataba de colmar todas sus tenebrosas inquietudes.
 



"Octavia: Sin duda alguna la decisión de hacer asesinar a su madre fue instigada por las tácticas de Popea Sabina, pero la coqueta exigió más aún antes de entregarse al emperador: Nerón todavía estaba casado con Octavia, que llevaba una vida retirada. Un complot parecía la única posibilidad de apartar a la desdichada esposa del lado del imperial consorte, y Popea se encargó de proyectarlo personalmente. Sobornó al flautista Evoero de Alejandría, un esclavo de Octavia. Ese testigo comprado afirmó haber tenido relaciones íntimas con la emperatriz. Algunas siervas de Octavia, aun sometidas a tormentos, juraron que su ama jamás se había entregado a otro hombre. Un testigo declaró que su pubis era más puro que la boca de Nerón, cuyos abogados pidieron, finalmente, el divorcio por esterilidad. En todas partes hubo, sin embargo manifestaciones de disgusto. Colmó las calles de Roma una procesión de gente que expuso en el foro estatuas de Octavia, y derribaron los retratos de Popea. Ésta corrió hacia Nerón y olvidada de su soberbia se arrojó a sus pies desesperada: "No quiero tener que pelear por mi matrimonio, aun cuando me es más caro que la vida. Pero los protegidos y siervos de Octavia ponen en grave riesgo la mía"... Fluctuante entre el miedo y la cólera, Nerón tomó la decisión de eliminar a Octavia. Mandó llamar a Aniceto, autor del matricidio. Octavia debió comparecer ante los tribunales acusada de haber seducido a Aniceto. La sentencia: destierro a la isla Pandeteria. "Ningún otro proscripto", escribe Tácito, "sintió jamás sobre sí las miradas de los espectadores tan cargadas de piedad" A los pocos días de la llegada de Octavia a Pandetaria, desembarcó en la isla un comando asesino. Cuando la desdichada comprendió que venían por su vida cayó de rodillas ante los esbirros, llamó a sus antepasados e imploró clemencia: "Yo no soy más que la hermana del emperador". Pero Popea había encargado a los esbirros una misión feroz. Octavia fue amarrada y luego los soldados le abrieron las venas de las muñecas y de los tobillos. Rígida de espanto, la mártir siguió su propia ejecución. Como la sangre no manara suficientemente aprisa, la arrastraron hasta un cuarto de baño. Los vapores calientes aceleraron el flujo de la sangre y Octavia expiró sumida en profunda inconsciencia. Uno de los verdugos cogió entonces la espada y la decapitó. Con la cabeza de Octavia en su equipaje, el comando asesino regresó a Roma y fue gozosamente recibido por Popea cuando esta vio la testa de su antecesora... Cuanto más se involucraba el "princeps" en actos de violencia, tanto más extraña se tornaba su conducta personal y pronto pareció un animal azuzado que en lucha por su supervivencia agrede a todo ser que sale a su encuentro. Cabría suponer que la voluptuosa Popea satisfaría todas las necesidades sexuales del joven emperador, pero en realidad parece haber sucedido lo contrario... Popea dio a luz una niña. Pero la pequeña augusta -así se llamó la niña- falleció cuando no tenía aún cuatro meses. Nerón se mostró tan desmedido en su dolor como lo hiciera en su alegría. Lloraba sin inhibiciones, maldecía su persona, a su mujer y a los dioses... Continuaron sus excesos sexuales. Nerón mantenía a varios mancebos para su diversión. Las mujeres casadas con las que se cruzaba accidentalmente y provocaban su agrado debían someterse a su voluntad. 
 
 
En el 65, cuando el "princeps" contab
a veintiocho años, Popea quedó encinta por segunda vez. Nerón regresaba bastante tarde al palacio después de una bacanal y la embarazada Popea recriminó a su consorte. Éste, obnubilado por los vapores del vino y presa de su ira, asestó un puntapié. La secuela de tamaña brutalidad fue la muerte del niño dentro del vientre materno y en aquella época eso significaba también la muerte segura de la madre. Algunos historiadores atribuyeron, sin embargo, el deceso de Popea a homicidio por envenenamiento. Durante sus públicas exequias, pronunció personalmente la oración fúnebre, lloró al hablar de su belleza y la nombró "madre de un infante divino".



Esporo
: A pesar de su duelo por la pérdida de Popea, que el mismo había causado, Nerón buscó un sustituto para su amada esposa. El único ser que a sus ojos se aproximaba más al atractivo continente de Popea fue nada menos que un hombre. Se llamaba Esporo y era un conocido homosexual. Con su consentimiento, Nerón hizo que lo castraran y practicaran una transformación de sus genitales. Se lo vistió luego con los ornatos de una emperatriz, y un magnífico cortejo integrado por vírgenes de honor condujo al amado al palacio imperial sobre el monte Palatino, donde Nerón le impuso el rojo velo nupcial y -como informa Suetonio- consumó con él una solemne ceremonia. Ambos vivieron como marido y mujer. Esporo acabó, no obstante, sumiéndose en profundas depresiones cuando a menos de un año su solicitud empezó a decaer. Sin embargo, fue fiel a Nerón hasta su muerte. Luego se entregó al prefecto de los pretorianos Ninfidio Sabino y al emperador Otón. Vitelio, sucesor de este último, obligó finalmente a Esporo a exponerse públicamente como mujer en el teatro, y el desdichado se quitó la vida.


Afranio Bur
ro: Durante el primer quinquenio del gobierno de Nerón había llevado conneca todos los negocios del estado y merecido el afecto del los romanos. Las circunstancias de su muerte no son del todo claras. Tácito escribe que Burro murió asfixiado por un tumor de garganta, pero al mismo tiempo, hace notar que, so pretexto de efectuarle una curación y de acuerdo con una orden del emperador, se aplicó en la garganta del paciente un medicamento tóxico. El hecho es que en los últimos años Burro había evitado ponerse en el camino del emperador. Cuando se urdió el complot asesino contra la emperatriz madre se había mostrado reservado y rehuyó atentar contra Agripina. También se opuso abiertamente al repudio contra Octavia, y como consecuencia se generaron tensiones con el emperador, quien, en adelante, sólo buscó el apoyo de Séneca. La reglamentación relativa al sucesor de Burro evidencia hasta donde llegaba la inseguridad de Nerón. Por motivos inexplicables, previó dos sucesores para desempeñar el cargo de prefecto pretoriano: Faenio Rufo, administrador de los almacenes de granos y cereales, un hombre muy querido por el pueblo, y Sofonio Tigelino, quien por el contrario gozaba del gran favor de Nerón por participar en todas sus orgías.



Lucio Anneo Séneca
: Con la muerte de Burro también desapareció la influencia de Séneca. Al parecer, el emperador que contaba ya veinticinco años de edad, había alcanzado definitivamente su adultez. Apenas daba importancia a sus consejeros y los romanos no tardaron en advertir que la estrella de Séneca declinaba. Muchos lo desdeñaron porque como favorito del emperador había acrecentado su fortuna en doscientos millones de sestercios. En la metrópoli se rumoreaba que poco a poco estaba tratando de superar a Nerón con sus jardines y casas de campo. Los intrigantes acusaron a Séneca de no tomar muy en serio a su señor, burlarse de sus cantos y dudar de sus cualidades de auriga en las carreras públicas. Cuando Séneca compareció ante el tribunal citado por estas imputaciones, solicitó al "princeps" una entrevista. Nerón recibió a quien fuera su preceptor con rostro adusto. "César, hace catorce años que he cuidado de tu promisoria juventud,-trató de eximirse Séneca-y ocho años que eres emperador. En el curso de este tiempo has acumulado sobre mí tantos honores y riquezas que para mi dicha no me falta sino la justa medida" Y tras citar a los grandes modelos que le habían precedido e indicar a su bisabuelo Augusto que permitió a Agripa retirarse a Mitilene y a Gayo Mecenas vivir en Roma sin ser molestado, añadió: "Solamente se me ocurre una disculpa, no haber podido rechazar tus regalos" Tal como Tácito nos lo ha transmitido, el discurso de Séneca estuvo muy bien formulado. Al iniciar con sus argumentos una huida hacia adelante e inculparse a sí mismo, privó de antemano a su interlocutor de la posibilidad de una crítica, más aún, lo provocó a defenderlo, a imponerle la aceptación de más regalos. "Me avergüenzo de nombrar a libertos que hemos visto en mayor opulencia. Por lo tanto, considero que tú, que eres para mí el más preciado entre todos, todavía no los superas en riquezas" Tácito opina que Nerón... "ocultó su odio entre falsas zalamerías", por lo tanto disimuló el responder. Nerón abrazó a Séneca y lo besó. El consejero agradeció al "princeps" su entrevista y se marchó. Desde el año 62 al 65 llevó una vida sosegada en sus fincas de Campania y ya no desempeñó papel alguno en la política...



Vinculado a la "Conjuración de Pisón" (turbio asunto del que se h
ablará más tarde), Nerón envió a un tribuno e su guardia, Gavio Silvano, con un puñado de soldados a la finca rural de Séneca, ubicada a seis kilómetros de Roma. Séneca acababa de regresar de Campania y compartía su mesa con su esposa Paulina y dos amigos... "Nerón sabe mejor que nadie quien tuvo más pruebas de mi franqueza que de mi sumisión" Gavió volvió a Roma con la respuesta de Séneca: "¿Y no hizo preparativos para quitarse la vida voluntariamente?... Entonces regresa y anuncia a Séneca su muerte"... Fue la suya una muerte de horrible lentitud. Séneca y Paulina, cada uno a sí mismo, se cortaron las venas de las muñecas con un cuchillo. Los amigos, espantados, vieron correr la sangre lentamente y gotear por el piso. Séneca echó a su mujer una postrer mirada y luego le imploró que se retirase a su alcoba para ahorrarse mutuamente la vista de sus tormentos. Séneca había mandado por su médico y amigo Estacio Anneo para pedirle veneno. Tácito menciona que cuando Nerón se enteró de la decisión de Paulina de compartir la suerte de su esposo, mandó soldados a la villa para salvar a la mujer de su preceptor. Encontraron a Paulina inconsciente, le vendaron las muñecas y detuvieron la hemorragia. El veneno no surtió efecto en Séneca. No fue sino en un baño de vapor que Séneca, totalmente debilitado, murió sofocado por el calor. No hubo honras fúnebres. El cadáver fue incinerado de acuerdo con la última voluntad del filósofo, en tanto su esposa Paulina pudo ser salvada y vivió algunos años más"

 


Todas estas páginas que aproximan a los personajes más destacados que formaron parte del sórdido drama de cuanta degradación moral formó parte del desastroso reinado de Nerón (muchos de ellos mostrados tal y como debieron de ser, en su prosaica y banal pequeñez ética) y que Vandenberg redescubre para el lector, se integran, pues, con un verismo documental impactante al tejido de paralelismos siniestros y del patetismo, por desgracia para Roma, demasiado usual en cuanto al comportamiento de muchos de sus emperadores se refiere. De todo ello se desprende una visión del hombre casi no social, sino zoológica, si se tiene en cuenta que (integrados a una realidad urbana en la que se desarrollan sus vivencias más sórdidas y trágicas, y que nos son ofrecidas en el álbum impresionista que propone la historia), de su parentesco con los animales resulta al mismo tiempo un enloquecedor caleidoscopio humano que parece haber pululado en un mundo sin sentido. El gran imperio Romano, bajo la férula sangrienta de muchos de sus emperadores, acabó constituyéndose en un informe y descomunal himno cósmico que, una vez transmitido a la posteridad, aparece urdido por miles de contrastes a través de los cuales tanto la semejanza como las diferencias de los hombres y los vínculos que los unen al paisaje de sus existencias se nos representan como uno de los más gigantescos esfuerzos por liberarse también, como actos naturales las bestias atrapadas, del itinerario vivencial que los devora. 
 




Finalmente, tras este hervidero de fecundas visiones humanas, persiste un gran retablo colectivo históricamente ligado a la orientación biográfica de Lucio Claudio Domitio Nerón. Un retablo del que, como era de esperar, surge (para "poner en evidencia") la primacía del que, al igual que el de sus precedentes, fuera un reinado caótico, presidido por un ser humano limitado por numerosas deficiencias. Y que, en función de su caudillo, acabaría cerrándose con una severa advertencia, igualmente inútil y frustrante, frente a ese gigantesco anecdotario que acumula el Poder cuando éste se detenta con la siempre ontológica contradicción que imponen los hombres a los hombres, con sus luchas, afanes y ambiciones absurdas. Vandenberg, en calidad de gran observador, jamás ignora los errores y abusos, crueldad y muerte, que pueden derivarse, por tanto, de esa gran arma ideológica que presupone la grandeza de los Imperios, y planea de nuevo sobre los imperativos realistas y de máximo interés que abren los capítulos más excitantes de la historia del reinado de Nerón, históricamente ligado también a las masas populares. Y avanzando impertérrito a ritmo de tambor horrísono por entre algunos de los momentos históricos más significativos y de patética veracidad, como exacta correspondencia paralela a los horrores perpetrados por el corrupto "princeps", incorpora de un modo definitivo su trágica expedición literario-documentalista hacia la crónica social de aquel mundo lejano y las vicisitudes de su vida cotidiana, a lo largo de la cual su obra acaba por obtener la máxima y más rica gama de las exaltaciones históricas. En "Nerón, Emperador y Dios, Artista y Loco", como obra de extraordinario criterio documentalista, tributario de la magnitud "devoradora e impasible" de la Historia con mayúscula, trasciende la mera apariencia de las cosas y de los hechos, para convertirse en drama, drama veraz "sin trampa ni cartón", al uso hollywoodiano. Los grandes anales Neronianos acaban, pues, maravillosamente incorporados a la disciplina de la mejor literatura. Nerón Emperador, como representación exacta del protagonista histórico típico en situaciones típicas, y como Karl Marx criticaría en un futuro lejano, "mito con coturnos en los pies y una aureola en la cabeza", es desprovisto de toda complejidad, en aras de una fácil comprensión de su existencia por parte de los más vastos y heterogéneo lectores. Y, por medio del mismo, Philip Vandenberg, tras ensanchar muchos de los grandes temas con que la historia se obliga a rememorar la transformación social del mundo, sin poder obviar una acentuada tipificación, casi maniquea, de cuantos personajes se insertan en los esquemas de un realismo necesario en todas las epopeyas colectivas sobre las que prima la gigantesca máquina del Poder y los conflictos de los personajes individualizados que lo detentan, compone un vasto fresco en el que se integra la vida de un Imperio predeterminado a la catástrofe, por el que pululan sus "personajes vivientes" como símbolos instrumentalizados por la política. Y que, enjuiciados, tanto en el plano cultural como vivencial, por la más lamentable de las moralidades, acabarán auscultados ansiosamente por el aniquilamiento psicológico que supone la emergencia propagandística de la mitificación. La turbina de la historia vuelve, pues, a plantear muchas de sus más incómodas consignas, y valiéndose de la capacidad creadora del escritor, vivirá un nuevo periplo histórico-social, ya sea entre páginas dolorosas o como digna destinataria a la que únicamente mueve una intención didáctica que debe encaminarse siempre, como arma de capital importancia, hacia la cultura de masas. La obra de Vandenberg, inspirado como gran historiador en las crónicas reales de cuantos sucesos nos cuenta, adquiere así, ante los ojos del lector, un tinte polémico y comprometido. No olvida en ningún momento la famosa observación de Herbert Marcuse, el gran filósofo y sociólogo alemán, autor de "Eros y civilización": "Lo que es irracional fuera de los sistemas aceptados, es racional dentro de dichos sistemas"
 
 


El incendio de Roma:
-"Seguidamente ocurrió una catástrofe. No se sabe a ciencia cierta si fue obra de la casualidad o de la perfidia del emperador. Los historiadores han informado en ambos sentidos. De cualquier modo fue la más grave y espantosa que asolara jamás a nuestra ciudad por el fuego" (Tácito)- Anzio, 18 de julio del 64. Desde hacia algunos días los habitantes de Campania suspiraban agobiados bajo una sofocante campana de calor. Y a esa hora, apenas pasada la medianoche, no soplaba la más leve brisa que hubiera podido llevarles algo de fresco. La residencia veraniega del emperador estaba sumida en profundo sueño. De pronto, se escuchó ruido de cascos, cada vez más cercanos. Los guardias de palacio presentaron sus lanzas. Un jinete surgió de las sombras y corrió hacia la puerta. "¡Fuego!- gritó desde lejos- ¡Roma está en llamas! ¡El Circo Máximo y el Palatino están ardiendo!... Un siervo sacudió al emperador para arrancarlo del sueño. Nerón se despabiló al instante. La idea de que el Circo, el Palatino, su palacio donde guardaba incalculables obras de arte, su vestuario teatral y sus instrumentos eran pasto de las llamas no le dejó titubear un momento. Hizo preparar los caballos y partió a toda carrera en medio de la noche, acompañado de su guardia. Había plenilunio. La distancia a Roma era de cuarenta y cinco kilómetros, de modo que a caballo tardarían por lo menos dos horas en llegar. Al cabo de una hora de galope se les presentó un horizonte teñido de rojo sangre... En Roma no constituía una rareza que desaparecieran hileras enteras de casas consumidas por el fuego. La metrópoli, de desarrollo secular, estaba excesivamente superpoblada y debilitada. Era un coloso ingobernable en continua agonía, ruinosa, expuesta a derrumbamientos, pestes, hambre e incendios... A diferencia de Antioquía y Alejandría, Roma carecía de una red de arterias principales que atravesaran la ciudad cortándose perpendicularmente. Desde ya las siete colinas sobre las que estaba edificada constituían un impedimento. Si el sistema vial romano era en sí totalmente insuficiente la afluencia de masas humanas provenientes de todo el mundo convertían a la ciudad en un caldero de brujas... Un hedor bestial emanaba de las tabernas ennegrecidas por el humo, los barberos encomiaban a viva voz sus servicios, los pilluelos se deslizaban de puesto en puesto para apoderarse de un manotazo de alguna manzana aquí o un racimo de uvas allá. Las prostitutas baratas bailaban y se ofrecían. Todos trataban de venderle algo a alguien así fuera la propia mujer o la hija. Este era el aspecto de la Roma de las masas, la Roma cotidiana. Pero junto a ella, se encontraba la Roma resplandeciente, la metrópoli con sus templos y palacios, foros y teatros. A quien no la haya visto, dijo en una ocasión un encomiasta, le falta algo tan importante como la vista del sol a un ciego. Y en verdad, el panorama que esta ciudad ofrecía al extranjero desde el Capitolio era imponente. En ninguna parte del mundo rebosaba tanto mármol reluciente, centelleaba tanto oro brillante, se amontonaba en tan poco espacio una arquitectura tan monumental... Pero aquella noche la situación era explosiva. En Roma imperaba el caos total. El incendio, que había empezado principalmente en las barracas de madera vecinas al Circo Máximo y habitadas por mercaderes griegos y asiáticos, se había propagado por la arena en toda su extensión. Una muralla de llamas de más de quinientos metros de longitud se abrió camino al Palatino devastando todo su alrededor. 
 



 

"
El fuego, describe Tácito el fenómeno, siguió avanzando impetuoso". Primeramente bajó al llano, luego trepó hasta las elevaciones, para volver a asolar los bajos. De este modo, frustraba todos los intentos de salvamento, porque avanzaba muy a prisa y la ciudad, con sus callejas angostas, llenas de recovecos, y sus tortuosas hileras de casas (así era la antigua Roma), estaba particularmente expuesta al peligro. Por añadidura, los gritos de dolor de las mujeres asustadas, de los débiles ancianos y de los niños pequeños; la gente que pujaba por ponerse a salvo o salvar a los demás, que arrastraba a los enfermos o esperaba por ellos: todo eso obstaculizaba a los auxiliadores... Masas humanas colmaban las calles en las que se creían a salvo"... Nerón, sin poder hacer nada por evitarlo, vio como su palacio, que por el lado sur miraba al Circo, era consumido hasta los cimientos. En medio de aquel infierno flamígero el emperador corrió al Palatino, fue de un lado a otro agitado, pero pronto comprendió la inutilidad de todo intento de luchar contra las llamas. En su excitación, Nerón, sin guardia ni protección alguna, no advirtió que un par de ojos lo seguían: el tribuno Subrio Flavo, esa noche comandante de la cohorte pretoriana, oprimía nervioso el pomo de su espada... El tribuno formaba parte de un grupo de hombres influyentes que se había impuesto como meta eliminar al excéntrico emperador. Desde hacía mucho tiempo venían planeando el asesinato. De pronto, en ese momento y de manera inesperada, se le ofrecía esa oportunidad. Mientras Nerón tenía la vista clavada en las llamas, Subrio hubiera podido acercarse y hundir su espada en el vientre del aborrecido soberano. "Sin embargo, observó Tácito, lo detuvo la preocupación por su propia vida, ese reparo que siempre obstaculiza los grandes hechos"...





Las terroríficas llamaradas siguieron con su furiosa arremetida, dejando atrás el Foro devastado, y atacaron la casa de las vestales, el Templo de Vesta, la Regia, antigua sede del Pontífice Máximo, y el Templo de Júpiter Stator, prácticamente toda la parte del Foro al sur de la Vía Sacra... Durante cinco días y cinco noches el siniestro devoró casas, establecimientos públicos y barrios enteros... A fin de brindar albergue temporal a los que habían quedado sin vivienda, Nerón abrió sus propios parques, el Campo de Marte y las construcciones de Agripa.
El emperador hizo traer alimentos de los almacenes de Ostia y de las localidades vecinas... Una comparación de los datos numéricos hace evidente que el incendio causó la destrucción de una décima parte de la ciudad... Ningún historiador dela Antigüedad afirma que Nerón enarboló personalmente la entorcha encendida e inició el fuego en el Circo Máximo. Pero presumiblemente el emperador pudo encargar la labor a algunos incendiarios. Suetonio imagina que las cosas sucedieron así: "Muchos hombres de rango consular descubrieron a los sirvientes de Nerón con aros embreados y teas en sus propiedades"... La descripción de Casio Dion es diferente: "En forma subrepticia, Nerón mandó un grupo de individuos que debían fingir que estaban ebrios o pretender jugar a alguien una broma pesada. Unos prendieron fuego aquí, otros allá..."
 

Quizá para aumentar el efecto terrorífico, Nerón cantó frente al llameante infierno. Tácito procede igualmente con cautela: "Se había corrido el rumor, dice, de que, precisamente en momentos de propagarse el incendio de la ciudad, subió a su escenario doméstico y cantó la destrucción de Troya, comparando la presente calamidad con las escenas del exterminio de la remota Antigüedad". Según Suetonio, Nerón contemplaba el incendio desde la torre del palacio de Mecenas. Embelesado por la belleza del fulgor ígneo, representó en su acostumbrado disfraz una escena cantada sobre la conquista de Troya. Y Casio Dion adorna un poco más la escena: "Mientras todos los demás romanos se debatían en máxima desesperación y algunos de ellos, presas de su dolor, se arrojaban a las llamas, Nerón subió al punto más alto del Palatino, desde el cual podía abarcar con la vista la mayor parte del incendio, y vestido con el atuendo de un lírico cantó la ruina de Roma"... Como vemos, la escena preferida de los directores hollywoodenses, obsesionados por los efectos, se basa en una leyenda inconsistente. La leyenda del emperador cantante en la roma incendiada tiene una explicación: el helenófilo Nerón, más afín al arte y la cultura de los griegos que a la romana, debe haber comparado la metrópoli en llamas con la Troya incendiada de La Ilíada de Homero. Y quizá de allí surgió esa escena en que el emperador canta la destrucción de Roma. ¿Y qué decir de la criminalidad del siniestro? ¿Cuaja la teoría según la cual Nerón fue su instigador?..."
 




 

La Literatura seguirá siempre proveyéndonos de ese principio mágico de "identificación" con cualquier parte de nuestro pasado y los hechos que en él han tenido lugar en este planeta que habitamos. En este principio psicológico (adoración colectiva por parte de los lectores) se asienta de igual forma el culto por la Historia. Y cuando un escritor es capaz de ofrendarnos ese gigantesco salto cualitativo hacia nuestro ayer, nuestra antigüedad vuelve a aproximarse "con todo su rigor eficazmente científico". Formas de vida que, pese a haberse evaporado en el tiempo, vuelven a ser en sí mismas "mercancías de un valor incalculable" que nos lleva a considerar que, al franquear el umbral de la inmortalidad con que el hecho histórico se perpetúa en una mitificación exhumable, el hombre actual y su eventualidad en el mundo no ha perdido ni un ápice de su ubicuidad espacio-temporal, ya que su vida, recurriendo al tópico, sigue y seguirá siendo "una repetición de repeticiones". En consecuencia y a fin de resumir ya definitivamente la importancia de "Nerón, Emperador y Dios, Artista y Loco" de Philip Vandenberg, y su profundo contenido humano así como el uso dramático y apoteósico de sus perspicaces recreaciones arqueológicas, todas ellas cuidadosamente desmenuzadas en su libro, dejaremos al posible lector el placer de proseguir con sus descubrimientos de cuanta culminación emocional ha de ofrecerle la lectura de esta monumental obra. A través de su lenguaje sencillo y antirretórico, directo y eficaz, la mejor narrativa de Vandenberg seguirá rebasando todo esquematismo épico en capítulos cruciales que, tras completar la obra, sigue organizando con una destreza y maestría admirable: "Los césares de Roma no sólo amaban a las mujeres" "Una maravilla: La Casa de Oro", "La conspiración de Pisón", "El 19 de abril del 65 Nerón debía morir", "El comienzo de una ola de depuración", "La sentencia de sangre de Tigelino", "La relación de los romanos respecto de los judíos y los cristianos", "¿Cómo se llegó a los procesos contra los cristianos?", "Pedro y Pablo desde el punto de vista arqueológico", "Simón Pedro, el ídolo de los oprimidos", "La conversión de Pablo", "Por qué Pablo quiso hablar con Nerón", "Nerón, un artista en gira", "Grecia, el mundo de Nerón", "Nerón también luchó, pero contra cantores", "El emperador regala a los griegos la libertad", "La advertencia del oráculo de Delfos", "El inhumano final de un ser divinizado", "¡Qué artista muere conmigo!", "Galba el escéptico", y "Cuatro cadáveres y ciento veinte asesinos".
 

                                                "¡Qué artista muere conmigo!"



Nace en Breslau, Alemania, el 20 de septiembre de 1941, con el nombre de Hans Dietrich Hartel. Tras cursar los obligados estudios de Bachillerato, la Historia del Arte y la Filología Germánica acaparan su atención, e ingresa en la Universidad de München (Munich), donde realizará sus estudios superiores. Abierto a nuevas etapas culturales como la arqueología, que se convierte en una de sus mayores pasiones, aumenta su propensión de carácter estrictamente intelectual y entusiástica una doble condición de investigador: la Historia antigua.
 

 

Su primer libro "De Vloek van de Farao's" ("La maldición de los Faraones") 1975 , alcanza un éxito inmediato, a continuación publica "Nefertiti", "The golden Pharaoh" y "Der grüne Skarabaus" ("El escarabajo verde"). Como autor de novelas, publica "Das Farao-Komplott", "Das fünfte Evangelium" ("El quinto Evangelio"), 1998, "Die akte Golgatha" ("Dossier Gólgota"), ambas enmarcadas en la pseudohistoria del Cristianismo.



Traducido a treinta y tres idiomas, ha gozado siempre de una extraordinaria acogida por parte de la crítica y del público. Sus grandes conocimientos históricos nos proveen de nuevo de un rico patrimonio al afianzarse con naciente fortuna en el marco de la Roma pagana. De dicha etapa novelística sobresale "Der Pompejaner" ("El Pompeyano), una eminente crónica con sabor a thriller de los últimos días de Pompeya (aunque la mayor parte de la trama se desarrolle en Roma), cuyo protagonista, Lucio Cecilio Afrodisio, esclavo que accede a la condición de liberto, trata de descifrar el enigma que envuelve un misterioso baúl, viéndose involucrado al mismo tiempo en una serie de incomprensibles asesinatos. Aterrorizado averiguará que dicho enigma se convierte en una profecía: "En el octavo mes del año 832 después de la fundación de Roma, Pompeya desaparecerá".


En 1995 publica una eminente biografía sobre Cayo Julio César Octavio
Augusto, "Klascht, Wenn das Stuck Gut War", traducida por "El Divino Augusto": "Al pie de la estatua de mármol de Augusto se leía la inscripción: Imperator Caesar Augustus Divi Filius. Un aciago día, un rayo fundió la C de César, entonces el oráculo auguró que al emperador sólo le quedaban cien días de vida. augusto, profundo creyente de profecías y portentos, es ya anciano, ha perdido a su único hijo, ha enterrado a sus amigos y rememora lo que ha sido su existencia junto con sus más recónditos pensamientos en una serie de escritos que numera a partir de cien, en orden descendiente: uno por cada día que le queda de vida. En el primero exclama: "Dadme cicuta contra la locura que ataca la excitable estirpe de los poetas".



Una de sus biografías más aclamadas será "Nero, Keizer en God, Kunstenaar en Zot" (Nerón, Emperador y Dios, Artista y Loco"- también traducida por "Nerón, el emperador artista"). Obra excitante donde llevará a cabo un excepcional estudio sobre la existencia, fielmente sondeada, de la ciudad que se erigiera en capital del mundo: Roma; al tiempo que investiga concienzudamente la verdad sobre uno de los emperadores más polémicos del gran Imperio Romano. El lector, casi embriagado, acabará abriéndose paso entre un turbio cúmulo de intrigas palaciegas en el que cuajan plenamente, con fuerza arrolladora, sus obras, vicios, sus mujeres y favoritos, la impúdica e inconcebible relación con su madre, la ambiciosa Agripina, así como las costumbres, el pueblo, los placeres circenses, las conjuraciones y la posterior persecución del naciente Cristianismo.
 


Encomiable fue también el ensayo arqueológico que Vandenberg llevó a cabo sobre el descubrimiento de las ruinas y el tesoro de Troya: "Der Schatz des Priamos: wie Heinrich Schiliemann sein Trojan erfand". En 2002, publicaría "Der Spiegelmarcher" ("El inventor de espejos"), novela que se adentra en el mundo de aventuras europeo: "Un accidentado viaje de un fabricante de espejos, Michel Melzer a la Venecia del siglo XV, y un anciano recluso medio ciego que dicta los recuerdos de su vida a través del orificio de un muro de su celda, en las mazmorras subterráneas de Mainz". Actualmente Philip Vandenberg reside con su esposa en München.