martes, 30 de agosto de 2011

Huella





Autor: Tassilon-Stavros





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HUELLA


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Como prueba de alianza me llega, recóndita, la virtud del aire. Isla perfumada donde la tierra se enjuga inocente y zumbona al sol. Hierba aromática de todas las simientes. Olivo y ciprés, vínculo de sencillez. Jónico desafiante de roca arrebatada a los afanosos siglos entre fraguas de ruina y noches de negra seda, goce de flores húmedas y luna sensual. Tras la sorprendida disciplina del mar, que en túnica rizada se embalsama, tu vislumbre vegetal me inunda de violeta, y tu lugareña tibieza de piel frutal.

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Kerkyra, en mi agasajo de hombre se fervoriza una sangre infantil y devota. Heme aquí en medio de la creación, impulso primitivo que siempre te busca en el vaho del día. Voz de vasallo, frágil de tanta ternura. Agua inmóvil y celeste. Me interno en tu silencio de cipreses y quebradas abruptas; me hundo como un dardo en tu olivo labrado de imperial ramaje y ensortijada arquitectura.

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Quede ahí mi voluntad a la que tú añades un trono. Y cuando de nuevo me tengas apartado de tu recinto, permanecerán mis manos cruzadas por la súplica, ¡ay vida ancha de tu ascua arqueológica! Isla de los montes, de las sendas y playas que alcanza la permanencia de las formas en su espontánea amplitud arquitectónica! Jónico de sensaciones. Tibio y carnal, estricto y tierno. Cuando acabe la tarde, lumbre tostada y profunda de tu ocaso rojo, me alejaré de ti con el éxtasis de tus siglos, ancianidad de Olimpo, mundo que consagra el desnudo temblor de mis emociones.

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Kerkyra, anillada de cumbres, calmas solaneras y verdes intactos. Mar, ademán de persuasión y parcela aromática de mis azules espacios. Fórmula de belleza que, hoy, compensa mis realidades. Horizonte de mis anonimatos. Ansia y delicia de mi tiempo. Cuando el campo se quede más hondo, sin medida en la distancia, estático y callado, sabré que tu creación me contempla, y que en tu mundo dormido de estrellas quedó el albergue de mis arrebatos.

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Ya tu pasado, en mi conciencia de ahora, se me acerca. Ídolo soy más que hombre, atrapado entre el olor de tus germinaciones, entre la eternidad de tu vida primitiva y mítica. Súbdito de tu sustancia de siglos. Gavilán que se desploma ciego en tus originarios fuegos. Jónico de resonancia pausada e íntima, hermano de mis deseos. En tus multiplicadas promesas dejo mi nuevo nacimiento puro, y perdiéndome en la tierra, acudo a la llama de tu gloria,... y alejo de mí las noches llorosas de mis ruegos.